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Authors: David Walton

Tags: #Ciencia-Ficción

Juego mortal (30 page)

BOOK: Juego mortal
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Darin golpeó el cubo de metal con el puño y se estremeció de dolor. Había pasado allí la noche y estaba agarrotado, dolorido, y sin perspectivas de encontrar a Tremayne. Notaba la pistola en su bolsillo. Podía matar a Mark y a Lydia, mostrarles que los ricos podían morir con tanta facilidad como los pobres. Pero no, su misión era matar a Tremayne y eso era lo que iba a hacer. Además, guardaba un rencor más antiguo hacia el médico.

Se levantó y estiró los brazos y las piernas. Suficientes labores de reconocimiento; no podía quedarse esperando a que Tremayne apareciera. A pesar de los riesgos, iría al ayuntamiento, lo encontraría y lo mataría.

—¿Qué hace husmeando por aquí?

Darin se giró y descubrió a dos mercs con las manos apoyadas en las caderas. Contuvo el impulso de salir corriendo, aunque no tenían motivos para acosarlo; parecía un rimmer y no había hecho nada malo. Podía resolverlo dialogando.

—No estaba husmeando. He perdido mi anillo de boda en algún sitio de este callejón. Estaba buscándolo.

Los dos mercs se acercaron. Ninguno era más alto que Darin, pero parecían más fuertes e iban armados.

—Este distrito está fuera de los límites. Nadie puede acercarse al muro excepto personal autorizado, órdenes del nuevo consejo.

¿Nuevo consejo? ¿A qué se refería con eso?

—Lo siento, solo intentaba encontrar mi anillo. —Darin se giró para marcharse—. A mi mujer no le va a hacer ninguna gracia.

—Aún no, señor. Necesitaremos comprobar su identificación.

Darin se dio la vuelta lentamente, preparado para salir corriendo si tenía que hacerlo. El merc lo miró a la frente y frunció el ceño.

—¿No lleva visor, señor?

—No puedo. Problemas cutáneos.

El merc enarcó una ceja y lo miró de arriba abajo.

—¿Cómo se llama, señor?

Darin vaciló. No había pensado en eso. No podía dar un nombre falso porque consultarían la base de datos y, al momento, sabrían que estaba mintiendo. Necesitaba un nombre de verdad, enseguida.

—Praveen Kumar —dijo.

El merc miró hacia arriba mientras su visor accedía al archivo de Praveen. Cuando volvió a mirar a Darin, lo hizo con dureza. Se llevó la mano a la pistola de proyectiles que llevaba en la pistolera.

—Señor, por favor, ponga las manos detrás de la cabeza.

Darin se metió la mano en el bolsillo para sacar su pistola, pero el merc le agarró por la muñeca. Darin sacó la otra mano, golpeó al hombre en la cara y se liberó. Sacó la pistola e intentó apuntar, pero para entonces el primer merc ya tenía una táser en la mano. Sus cables perforaron el hombro de Darin y la sacudida resultante lo hizo caer al suelo. Soltó su pistola. Intentó levantarse, pero tenía espasmos en las piernas por el impacto eléctrico. Los mercs lo tendieron bocabajo y lo esposaron por la espalda.

—Llevadme con Alastair Tremayne. ¡Decidle a Tremayne que quiero verlo!

—Bien —dijo uno de los captores—. El concejal y usted son amigos, sin duda. Vamos a meterle detrás de los barrotes y después creo que nuestro capitán tendrá algunas preguntas que hacerle.

Alastair Tremayne bostezó. Necesitaba a esos nuevos concejales para ganar credibilidad, pero tratar con ellos era agotador. Se merecían un buen golpe en sus egos; siempre se centraban en los beneficios de sus propias empresas. Llevaban allí horas debatiendo mientras que Alastair habría decidido todo en veinte minutos. Pero claro, él ya lo tenía todo decidido de antemano. Lo que llevaba tiempo era hacer que los otros se pusieran de acuerdo.

Michael Stevens preguntó:

—¿Qué pasa con los miembros desaparecidos del consejo? McGovern y Halsey siguen ahí fuera en alguna parte. A McGovern ya lo han denunciado, así que no supone una gran amenaza, pero el general Halsey gozaba de una gran reputación, al menos en determinados círculos.

Alastair sacudió la mano.

—No os preocupéis por Halsey. Halsey está ocultándose en los Combs.

Los miembros del consejo se miraron, sorprendidos con la información, pero sin querer demostrarlo.

Alastair continuó:

—Halsey es un rebelde y un traidor. Está conspirando con disidentes violentos de las clases más bajas para destruir al Gobierno y establecer una sociedad anarquista. Lo denunciaremos por traidor y fijaremos una recompensa por su captura; uno de sus amigos comber ya lo habrá delatado antes del amanecer.

—¿Y McGovern? —preguntó Meredith Scott.

—Jack McGovern está en Washington. Está solicitando al Gobierno federal que le ceda tropas para tomar Filadelfia, aunque pierde el tiempo; su solicitud será denegada.

Michael Stevens tamborileó los dedos contra la mesa y se inclinó hacia delante.

—Tremayne —dijo—, tu red de inteligencia es impresionante. Nunca antes te había preguntado por tus fuentes, ya que simplemente éramos socios en los negocios, pero ahora estamos dirigiendo juntos una ciudad y todos deberíamos tener acceso a tus informadores.

Alastair se tomó un momento para controlar su furia y después respondió suavemente:

—Michael, tienes acceso. Te cuento todo lo que tienes que saber.

—No es lo mismo. Deberíamos saber de dónde viene la información. Si algo te sucediera, no sabríamos cómo contactar con tus fuentes.

—Bueno, en ese caso, recemos por que no me pase nada. En cuanto al tema que tenemos entre manos... mañana someteremos a juicio a Van Allen, a Deakins y a Kawamura. Declararemos a McGovern exiliado y condenado a muerte si regresa. Lanzaremos una orden de búsqueda para el traidor de Halsey, con una recompensa a cambio de cualquier información que lleve a su arresto. De ese modo, incluso aunque nunca se capture ni a Halsey ni a McGovern, no supondrán ninguna amenaza.

—Lo cual nos lleva a otro asunto —dedujo Stevens—. El Consejo de Justicia. Dos de ellos nos son favorables, pero tres no. ¿Cómo podemos estar seguros de que Van Allen, Deakins y Kawamura serán condenados por sus crímenes?

—Latchley está a punto de retirarse. Comunicará sus intenciones esta tarde. Pretende nombrar a Becker como sucesor y, por supuesto, Becker ha sido un gran defensor de nuestra causa.

Stevens alzó las manos, exasperado.

—¿Cómo sabes estas cosas? Y, ¿cómo esperas que funcionemos como un consejo si no confías en nosotros?

—Stevens, estoy confiando en ti. Para eso son estas reuniones. Para intercambiar información. Ahora, dime qué piensas sobre Celgenetics. No tengo conocimientos concretos sobre cómo están las cosas en ese campo.

Celgenetics era el mayor productor de celgel de Filadelfia. El presidente ejecutivo, un primo de Kawamura, había amenazado con cerrar sus plantas de la ciudad. Alastair pensó que podrían convencerlos para que se quedaran, pero eso requeriría de una escrupulosa labor diplomática. La familia podía ser importante para los japoneses, pero al fin y al cabo todo se reducía al dinero. Las plantas de Filadelfia generaban muchos beneficios y no podían permitirse entregar ese negocio a un competidor. Por lo menos, eso era con lo que contaba Alastair.

Pero a él no le importaba Celgenetics. Se había rodeado de empresarios; el mundo que ellos conocían era el de las altas finanzas. Consideraban que, teniendo las empresas atendidas, la ciudad también estaba atendida. Sin embargo, Alastair sabía bien que las cosas no funcionaban de esa manera; así que mientras Stanford Radley elucubraba sobre proyectos de ganancias anuales, Alastair contemplaba el mayor problema al que se enfrentaba el nuevo Gobierno: los Combs.

Los Combs no estaban bajo control. El muro los contenía por el momento, pero la clase trabajadora de Filadelfia, ya agitada antes del golpe de Estado, se encontraba en ebullición. Necesitaba tener ojos y oídos en los Combs y, exceptuando al rebanador, no contaba con demasiados. Allí había pocos visores, pocas cámaras de seguridad, pocas grabaciones electrónicas y comprobadores de identidad. La gente desaparecía en esa parte de la metrópoli. El mismo Halsey estaba totalmente interceptado y, por ello, resultaba sencillo seguirle el rastro, pero había líderes de facciones violentas cuyos nombres y rostros Alastair desconocía.

Y por si eso fuera poco, un ingeniero le había advertido de que la presa Franklin no era estable. Nuevas fisuras se formaban a diario; el equipo de reparación las parcheaba, pero recomendaban una reconstrucción completa. Irónicamente, Alastair ahora tenía que destinar fondos para solucionar un problema que su rebanador había provocado. Si otro episodio incitaba a los Combs a entrar en acción, era posible que entonces él no dispusiera de los destacamentos necesarios para contenerlos.

Necesitaba a la clase obrera de su parte. Necesitaba convencerlos de que el nuevo Gobierno trabajaba para ellos. Una clase trabajadora descontenta equivalía a huelgas, sentadas, incendios provocados y sabotaje, lo cual significaba menos beneficios, líderes empresariales descontentos y, a la postre, la pérdida del control del consejo.

Esa misma noche pasaría un rato con el rebanador y planearía una campaña. Anuncios, miles de ellos, apuntarían a las preocupaciones de la clase baja. Mejores salarios, mejores condiciones laborales y, sobre todo, más acceso a las maravillas de la tecnología celgel. En realidad, no tenía que proporcionar esas cosas, solo tenía que dar la impresión de que eso se estaba haciendo. Unas cuantas demostraciones públicas podían llegar muy lejos.

En cuestión de meses, conseguiría contener la parte más violenta de los disturbios y, después, consolidaría su poder. Por el momento, necesitaba a esos miembros del consejo y, si se interponían en su camino, siempre podía reemplazarlos.

Pam convenció a Marie para que se tomase el desayuno, que resultó ser pastel de arroz y judías con una salsa amarilla picante y un poco de café. Miró a Carolina y, después, de nuevo a la comida.

—Praveen.

—¿En qué puedo ayudarla, señora?

—Esta comida no le irá bien a Carolina.

Praveen parecía asombrado.

—Es
idli sambar,
una especialidad de desayuno del sur de la India.

—Está embarazada. Por un lado, necesita leche, no café, y además, no debería comer nada picante. Todo lo que coma le llega también al bebé.

—¿Esto le parece picante? —Sonrió—. En el futuro intentaré traer suavecita comida occidental.

Mark apareció a su lado con Lydia.

—En el futuro no vas a traer ninguna comida. Lydia se ha topado con mercs esta mañana. Si saben que está implicada, deben de saber que tú también lo estás.

—Alguien tiene que traer la comida.

—Podemos hacer turnos. Y no deberíamos quedarnos aquí mucho tiempo. Creo que tendremos que atravesar el muro.

—En los Combs destacaremos demasiado —dijo Marie—. Ahora mismo no les gustan mucho los rimmers.

—El dinero sigue funcionando, ¿verdad? En los Combs podríamos conseguir un apartamento con dinero en efectivo; ni visores, ni registros. Allí hay menos visores, así que eso hará que a Sammy le cueste rastrearnos.

—Eso no nos ayudará si nos linchan.

Por primera vez, Mark mostró un poco de temperamento.

—Estoy haciendo lo que puedo. Si tiene una idea mejor, díganoslo.

—Lo siento —respondió Marie. Ella sabía que el chico estaba esforzándose al máximo, pero seguía sin haber buenas opciones.

—Mientras tanto —dijo Mark—, tenemos trabajo que hacer. Tenemos que conseguir más información antes de intentar contactar con Sammy.

Marie se estremeció. Seguía refiriéndose al rebanador por el nombre de su hijo. Ahora sabía que el rebanador se había creado desde la mente de su hijo, pero no podía aceptarlo como tal. Su hijo estaba muerto. Esa cosa no era en realidad su hijo.

Además, sabía cuáles eran las prioridades de Mark. Si podían contactar con el rebanador y convencerlo para que dejara de ayudar a Tremayne, genial. Si no podían, Mark optaría por matarlo, seguro.

Entonces ¿el rebanador era su hijo o no? A Marie le costaba aclarar sus sentimientos. Sería mucho más sencillo pensar que Sammy estaba muerto y que el rebanador no era más que un programa de ordenador modelado a partir del cerebro de un niño muerto. Si él hubiera tenido un simple accidente y hubiera sufrido un daño cerebral, nunca se habría hecho esa pregunta; no le habría importado si podía o no recordar quién era ella o quién era él, de modo que ¿por qué esto era distinto?

Mark y Praveen comenzaron a discutir sobre cómo obtener datos relevantes de los archivos personales de Alastair. Estaba claro que sabían poco sobre extraer datos importantes. Marie les dejó con ello. No iba a ayudarlos a destruir a su hijo... si es que era su hijo. Volvió al banco que había ocupado antes y se tumbó, exhausta, aunque su mente no iba a permitirle descansar.

Furiosa consigo misma, se sentó. Así, de brazos cruzados, no resultaba de mucha ayuda. Tanto si se trataba de Sammy como si no, estaba siendo controlado por un hombre vil, y el único modo de detener a ese hombre era alejando al rebanador de su lado. Si el rebanador no era realmente Sammy, el intento no podría causar ningún mal. Y si era Sammy, tendría que ser rescatado fuera como fuera.

Se levantó y se acercó a Mark y a Praveen.

—Lo que de verdad necesitáis es una colección Hesselink —dijo ella—, pero podemos arreglárnoslas con un software alternativo. Estamos buscando equivalencias, así que Mark, escribe un guión para clasificar los datos de Tremayne por conceptos; y Praveen, entra en un nodo público, anónimamente, y busca un buen simulador de Hesselink. Empezaré escribiendo el algoritmo de entrenamiento. Vamos a coger a este tío.

Lydia no podía entender toda la jerga informática. Sabía que querían contactar con Sammy, pero no entendía cómo. Después de escucharlos durante varios minutos, echó a caminar sola.

Solo unos días antes, esa sala había estado cubierta de muertos y heridos tras el motín comber. Si los mercs no hubieran aparecido cuando lo hicieron, Mark y ella podrían haberse contado entre ellos. Necesitaba un poco de aire fresco, así que fue hacia las escaleras y comenzó a subir al campanario.

Una vez arriba, abrió la puerta y se quedó asombrada al ver que la torre no estaba vacía. Carolina estaba apoyada contra la pared, mirando hacia la ciudad.

—Lo siento —se disculpó Lydia.

Comenzó a cerrar la puerta, pero Carolina la interrumpió:

—Espera.

Lydia se giró y se dio cuenta de que la chica estaba llorando.

—¿Me odias? —preguntó Carolina.

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