Juego mortal (31 page)

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Authors: David Walton

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Juego mortal
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—¿Odiarte? ¿Por qué iba a odiarte?

Carolina se tocó el vientre.

—Soy la razón por la que estamos en peligro. Fui una estúpida al creerle, y ahora...

Lydia cerró la puerta y fue a sentarse con ella.

—Quiero a este bebé —dijo Carolina.

—Por supuesto que lo quieres.

Ella suspiró.

—Me dijo que me amaba, dijo que quería una niña, y todo el tiempo estuvo mintiendo.

Lydia asintió, intentando mostrarse comprensiva. ¿Qué podía decir para ayudarla? Nada. Aunque Carolina, probablemente, solo necesitaba que alguien la escuchara.

—Marie parece simpática —comentó Carolina—, pero... no la conozco de nada. Es una extraña para mí. ¿Cómo puedo...? Y ni siquiera importa, porque el bebé morirá de todos modos. Cualquiera puede ver que está creciendo demasiado deprisa, y Alastair dijo que estaba clínicamente muerta, que ya se había ido prácticamente.

—No puedes fiarte de él —la advirtió Lydia—. No hizo más que mentirte, así que seguro que también te ha mentido en eso.

—Pero ¡mírame! Solo estoy de seis semanas y parece que estoy de veinte. No puede ser bueno.

Lydia quería ofrecerle un hilo de esperanza al que aferrarse, pero no se le ocurrió nada. Carolina estaba viva, al menos, y tenía amigos, aunque ¿qué clase de aliento era ese?

—Mark me advirtió. Me dijo que Alastair estaba utilizándome para conseguir contactos políticos, pero no lo creí. Me enfadé. —Giró su rostro surcado de lágrimas hacia Lydia—. Debería haberle escuchado.

Lydia bajó la mirada hacia el muro, estirándose todo lo posible para poder ver en ambas direcciones. Su vista alcanzaba hasta el otro lado; hasta el grupo de manifestantes que marchaba de acá para allá. Había treinta o cuarenta, más de los que había creído en un principio.

—No estás sola. Mark te quiere y parece decidido a ayudarte a salir de esto.

Carolina esbozó una leve sonrisa.

—¿Has visto cómo ha tomado el mando? Esas dos mujeres son soldados y, como mínimo, diez años mayores que él, pero escuchan lo que dice.

Lydia recordó la última vez que estuvo allí, atrapada en la revuelta comber, cuando Mark tuvo el aplomo de retorcer un tapiz y convertirlo en una cuerda para atar las puertas y cerrarlas. Nunca lo había visto asustado, con todo lo que habían pasado.

Giró la cabeza hacia la puerta y recordó el día vívidamente. Ese era el lugar en el que Mark y ella se mantuvieron pegados el uno al otro mientras veían a los combers rasgar el tapiz, sabiendo que era cuestión de segundos que entraran. Entonces ella había visto el flier en el cielo del norte. Estaban salvados.

Miró al norte y vio un punto en la distancia. Mientras lo observaba, se fue convirtiendo en una mancha que poco a poco empezó a adoptar una forma definida. Lydia agarró del brazo a Carolina.

—¿Qué es eso? —preguntó señalando.

Aquella forma incierta se situó frente a ellas y la respuesta se hizo evidente ante sus ojos: se trataba de un flier militar, un transporte de tropas, tal vez incluso el mismo que los había rescatado de los combers.

—¡Mercs! —gritó Lydia—. ¡Volvamos!

Las dos chicas bajaron las escaleras corriendo mientras avisaban a los demás. Los encontraron juntos sobre el altar y les contaron lo que habían visto.

—Salid del edificio —los apremió Mark— o nos atraparán aquí; no podremos evitar que entren. Corred hacia los Combs. Es nuestra única oportunidad de escondernos.

Al salir como una ráfaga del edifico, el flier bramó sobre ellos y quedó suspendido. Mark corrió hacia el muro y Lydia corrió tras él, sin comprobar si los otros los seguían. Los mercs saltaron a tierra y les gritaron que se detuvieran.

Lydia oyó un arma de fuego, pero no se giró para mirar. Delante de ella, los dos mercs que vigilaban el paso se giraron para bloquearles el camino con las pistolas de proyectiles preparadas. Mark no se detuvo; se chocó con uno de ellos y lo derribó antes de que pudiera disparar. Al caer, el merc arrastró a Mark al suelo.

—¡Seguid corriendo! —gritó Mark, pero el otro merc alzó la pistola y golpeó la cara de Lydia. Ella cayó y, cuando intentó levantarse, un pie la retuvo.

Vio a Praveen caer ante una pistola araña y a Marie y a Pam rodeadas. El merc que derribó a Lydia le puso las manos a la espalda, aunque se las soltó al instante, aliviando toda la presión. Estaba mareada por el dolor, pero vio a más gente corriendo por todas partes; en absoluto eran mercs. Sacudiendo las pancartas como si fueran garrotes para atacar a los guardias y vio unas cuantas pistolas antiguas. Un extraño se acercó a ella para ayudarla a levantarse, al hacerlo, un objeto redondo se coló rodando entre sus piernas. El objeto desapareció en un cataclismo de luz y sonido que acabó con toda visión, oído y pensamiento.

16

Papá me da muchos trabajos. Estoy haciendo trabajos todo el tiempo. Uno de los nuevos trabajos es decirle a todo el mundo lo maravilloso que es papá. Papá ha contratado a algunas personas para inventarse cosas que no son verdad: cuántos camiones cargados de celgel está metiendo en la ciudad, cómo se está pagando más dinero a la gente ahora y lo contenta que está la gente en los Combs ahora que él está al mando. Todas las historias son inventadas. La gente de los Combs no está contenta. Están enfadados y enfadados todo el tiempo.

Uno de mis otros trabajos es vigilar al general James David Halsey y decirle a papá lo que hace. El general James David Halsey es fácil de encontrar. Está justo ahí, en el apartamento 4 A, bloque 7 de la calle Westphail. Tiene una pistola y muchos hombres a su alrededor tienen pistolas, pero son pistolas viejas no vinculadas, así que no puedo hacer que disparen donde yo quiero. Hoy es un buen día, porque el general Halsey está viendo a Tennessee Markus McGovern y a Lydia Rachel Stoltzfus y son amigos míos. Papá me dijo que no son mis amigos, pero yo siempre me olvido y pienso que son mis amigos. No quiero decirle a papá que están aquí.

Pero si no se lo digo, papá lo descubrirá y entonces me hará daño, y más daño. No sé qué hacer.

Mark tomó la mano de Lydia entre las suyas. Poco a poco, había recuperado la vista y el oído, pero seguía desorientada. Él no podía imaginarse lo mucho que debía de haberse asustado.

Los llevaron a una habitación vacía y les ordenaron sentarse en el suelo. El general Halsey estaba junto a la ventana, como un rey escrutando sus dominios, con las manos agarradas por detrás de la espalda y la barbilla alzada.

Solo estaban tres de ellos: Mark, Lydia y Marie. Los habían rescatado Halsey y sus hombres, pero Mark se preguntaba si el «rescate» acabaría resultando una captura. Mientras, tenía que suponer que Carolina estaba en manos de Tremayne. Tal vez no les quedara tiempo.

Habló:

—Tremayne tiene a mi hermana, general Halsey. Tiene que rescatarla.

—A su tiempo —respondió Halsey, sin apartarse de la ventana.

—¡Escuche! Está embarazada. Su bebé es un arma que Tremayne quiere, y va a matarla para obtenerla.

Halsey apartó su vista de la ventana para mirarlo.

—Señor McGovern, creo que entenderá que no hace falta gritarme. Ahora, ¿de qué está hablando?

—Primero, apague su visor. —Halsey lo atravesó con la mirada, pero Mark se la devolvió. Tras varios segundos, Halsey cerró los ojos brevemente y volvió a abrirlos.

—De acuerdo, señor McGovern.

—El bebé. Es un rebanador. O pronto lo será, ahora que Tremayne la tiene. Así es como se apoderó del control de la ciudad; tiene a un rebanador trabajando para él.

Halsey frunció el ceño.

—¿Está diciéndome que la clave del poder de Tremayne es una especie de virus informático?

—No es un virus. Ni un software. Es un ser humano, un niño de cuatro años cuyo cerebro ha sido rebanado capa a capa mientras su estado neural quedaba grabado en un ordenador. El proceso es un impacto enorme para la mente, pero funciona.

—¿Y cómo puede ser un niño de cuatro años traumatizado una amenaza para alguien?

—General, por favor —dijo Marie. Mark se giró elegantemente hacia ella; ella era militar, tal vez podía convencerlo—. No hay tiempo para muchas explicaciones. Sobra decir que el rebanador le otorga a Tremayne un considerable poder sobre la red y la ciudad. Si no rescatamos a Carolina, Tremayne reforzará ese poder.

—He enviado hombres para que sigan a sus amigos en cuanto he reconocido al señor McGovern —dijo Halsey—. El rescate es una opción... si pueden convencerme de que merece la pena el coste en vidas.

—Usted estaba en el Consejo Empresarial —dijo Lydia—. Si no está trabajando con Tremayne, ¿entonces por qué no está...?

—¿Muerto? —Halsey se apartó de la ventana y rodeó el punto donde ellos estaban sentados—. Pronto lo estaré, espero. Pero, de momento, dirijo un movimiento de resistencia e intento convencer a un millar de movimientos más para que aúnen fuerzas conmigo. Ahora mismo estamos absolutamente indefensos.

—¿Por qué no solicita tropas federales? —preguntó Mark.

—No vendrán. Ellos no interfieren en «asuntos locales». ¿Recuerdan los golpes de Estado de Los Ángeles hace unos años? Los federales no tienen tan largo alcance.

—Pero esta es la Costa Este. Es Filadelfia.

Halsey sacudió la cabeza.

—No vendrán.

Marie se levantó, dio una taconazo en el suelo y saludó.

—Señor, si no se puede disponer de sus tropas, estamos perdiendo el tiempo aquí. Solicito permiso para retirarme.

Halsey la miró, sorprendido.

—Permiso denegado.

—Señor, soy soldado de la Marina federal. Mi hija está a punto de ser brutalmente asesinada para fortalecer aún más al enemigo. Si usted no me ayuda, debo intentar detenerlo yo misma.

—Señora Coleson, de nada servirá que vaya a buscar a Tremayne. En cuanto aparezca, la capturarán o la matarán.

—Entonces, ¿somos sus cautivos?

—No cautivos. Pero tampoco son invitados. Me deben sus vidas, y quiero que se me pague esa deuda con más explicaciones. Muchas más. Convénzanme de la necesidad y pondré mis recursos a su disposición. Si no logran convencerme, les dejo libres para que vayan al encuentro de sus propias muertes, si eso es lo que quieren. Ahora bien, si Tremayne sabe dónde estoy y todo lo que estoy haciendo, ¿por qué no están llamando a mi puerta los mercs?

—No lo sé —respondió Mark—. Tal vez el rebanador no puede verlo todo a la vez. Tal vez Tremayne lo tiene concentrado en otras tareas. O tal vez no le ve como una amenaza. Pero puede estar seguro de que, si Tremayne quiere que le encuentre y que le informe de sus movimientos, puede hacerlo.

—Estamos hablando de un niño de cuatro años, ¿verdad? No de un hacker experto.

—Señor, ¿habla usted chino?

—No.

—Pues millones de niños pequeños saben chino. Lo adquieren sin educación, sin entrenamiento formal. Es usted un hombre inteligente, pero le llevaría años de duro estudio hacer lo que esos niños pequeños pueden hacer con la misma facilidad con la que respiran. Un adulto transferido a un ordenador no puede soportarlo; se vuelve loco. Pero un niño se adapta, aprende rápido, empieza a pensar en el nuevo medio. Eso es lo que hizo este rebanador. Es la primera criatura nativa de la red.

—Y este bebé, el bebé de la señorita McGovern...

—Será el segundo, pero no solo eso. Tremayne planea rebanar al bebé siendo aún un feto. Si lo logra, lo único que esa niña conocerá es el mundo de la red. Crecerá sin la experiencia de haber tenido un cuerpo.

—Y no es la hija de la señorita McGovern —dijo Marie mirando a Halsey. Mark temía que se echara a llorar—. Es mi hija. Los dos son míos.

Halsey volvió a la ventana, apoyó los puños sobre la repisa y miró la calle. Mark empezó a decirle que no tenían tiempo que perder, pero Lydia le puso una mano en el hombro. Sacudió la cabeza. Mark cerró la boca y esperó.

Por fin, Halsey se giró. Se inclinó hacia uno de los guardaespaldas y le susurró algo al oído. El guardia asintió y salió por la puerta.

—No pongo en peligro la vida de mis hombres a la ligera —dijo Halsey—. No tenemos armas modernas. Un intento de rescate sin duda resultará en muertes, y no es probable que salga bien. Pero, si lo que me han contado es cierto, tenemos que intentarlo. —Los miró, de uno en uno—. Pueden marcharse, pero espero que se queden.

El flier aterrizó junto a las escaleras del ayuntamiento levantando una brisa que sacudió el brillante cabello blanco de Alastair. Se lo peinó con los dedos y miró la escotilla. Se abrió y de ella salió Carolina, con los brazos atados por la espalda y llevada por los codos por Calvin y otro merc. Lo siguiente que vio fue a la preciosa amiga de Marie Coleson, también atada, y a un chico indio que debía de ser Praveen Kumar. Los llevaron ante él.

—Querida —le dijo a Carolina—, bienvenida.

Ella se movió con debilidad y él pudo ver que estaba al borde de las lágrimas, pero que no quería llorar en su presencia.

—¿Te alegras de verme?

Carolina se mordió el labio y no respondió. Alastair alargó la mano y la posó sobre su vientre.

—Veo que nuestra hija ha crecido. —Y entonces ella se echó a llorar y Alastair se rió mientras se giraba hacia Calvin para preguntarle—: ¿Dónde están los demás?

—Los rescató una fuerza desconocida —respondió—. Una multitud de manifestantes del otro lado del muro atacaron y los ayudaron a escapar.

Alastair bramó. ¡Era asqueroso! Sacudió la cabeza y dijo mirando a Calvin:

—Me has fallado otra vez. —Comenzó a subir las escaleras antes de que su hermano pudiera responder—. Tráelos —dijo, mirando atrás por encima del hombro.

Y entonces todo se sumió en un caos.

El sonido de disparos y explosiones ahogó sus palabras. Alastair se giró, en busca de la fuente de ese ruido, y vio caer a dos mercs junto al flier. Unas cuantas balas dieron en los escalones, junto a sus pies, rompiendo el mármol. Subió corriendo.

Desde lo alto de las escaleras y protegido por un arco de mármol, observó la batalla. Los atacantes, armados con ametralladoras, contaban con la ventaja del factor sorpresa, pero los mercs invirtieron la situación en cuestión de segundos. Su visión infrarroja les permitió, y por lo tanto también al rebanador, ver dónde estaban ocultos los atacantes. Las balas de las R-80 volaban alrededor de los árboles, por encima de los muros y a veces cambiaban su dirección en ciento ochenta grados para encontrar y eliminar a sus objetivos. Todo terminó, silenciosa y eficientemente, en menos de un minuto, dejando solo tres mercs muertos.

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