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Authors: David Walton

Tags: #Ciencia-Ficción

Juego mortal (35 page)

BOOK: Juego mortal
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En el aire, un flier descargó media docena de botes. Giraban según caían, soltando un líquido sobre la colina. Allá donde salpicaba aquel líquido, la multitud resbalaba y caía.

—¿Qué es eso? —gritó Lydia.

Mark gruñó.

—Botes de deslizamiento. Óxido de polietileno, un superlubricante. Convierte el suelo en una superficie casi libre de fricción.

Pasmados, observaron a los revolucionarios resbalar colina abajo hacia ellos, perdiendo el terreno que tanto habían luchado por obtener. Mark y Lydia fueron arrastrados hacia atrás por la multitud.

El flier aterrizó. Cinco mercs descendieron con los rifles descolgados y se esparcieron por la colina. Llevaban botas excesivamente grandes que, al parecer, les proporcionaban tracción, mientras que los revolucionarios carecían de ella. Cuando empezaron a disparar contra la multitud, Lydia gritó y Mark la agarró por los hombros y la agachó. A su alrededor, los cuerpos implosionaban y caían sin vida. Desesperadamente, Mark buscó un modo de escapar, pero la presión de la aterrorizada multitud le bloqueaba el paso. Mantuvo a Lydia a su lado, mientras olían a calor y a carne quemada y recordaba la masacre en la iglesia de las Siete Virtudes.

Iban a morir todos.

Una grave vibración sacudió la prisión, pero Darin nunca había oído que hubiera habido un terremoto en Filadelfia. Debían de ser fuertes explosivos. Los explosivos implicaban una batalla y ¡una batalla significaba revolución! Si pudiera estar ahí fuera.

—Vamos —le dijo a Sansón. Corrieron hasta el extremo del patio, donde una pequeña multitud de presos ya se había reunido. Al otro lado, los guardias de la cárcel corrían hacia los portones y tomaban posiciones en el muro, centrando su atención en el exterior. Varios camiones salieron rugiendo de los garajes situados en lo más profundo del complejo penitenciario y el último portaba lo que parecía una pieza de artillería de la época anterior al Conflicto. Estaba oxidada, pero al parecer seguía operativa, porque sus conductores tomaron posición dentro de las puertas y apuntaron las armas hacia el exterior.

El suelo retumbó de nuevo con el sonido de una explosión.

—¿Por qué hay artillería pesada en un patio de prisión? —preguntó Darin a Sansón.

—Supongo que pensaron que la cárcel sería atacada —respondió Sansón.

—Bueno, ahora tenemos nuestra oportunidad de escapar —dijo Darin—. No nos están prestando atención.

Sansón sacudió su negra melena.

—Este portón es la única salida.

—Pues ese es el camino que seguiremos.

La multitud de presos creció a medida que el sonido de las explosiones se acercaba. Pronto pudieron oír gritos, y los guardias situados sobre el muro comenzaron a disparar a los invasores.

—De acuerdo, ese es el objetivo —dijo Darin, señalando la antigua arma—. Lo distraeré; tú, acaba con él.

Sin esperar una respuesta, Darin corrió hacia el portón. Pasó por delante del soldado que manejaba el cañón de artillería y le gritó como un loco para llamar su atención. Se dio la vuelta a tiempo de ver al guardia con el rifle alzado, justo cuando Sansón lo derribó con un enorme golpe en la cabeza. Darin retrocedió, sacó de la funda el cuchillo del guardia que había caído y se lo hundió en el cuello.

Nunca antes había matado a un hombre. La sangre era peor de lo que había imaginado y el cuerpo del guardia se contraía y retorcía. Con el estómago revuelto, Darin lo empujó fuera del asiento, al suelo. Le temblaban las manos. Se forzó a mantenerse en pie, aunque tenía la visión nublada.

Cálmate,
se dijo.
Esto es la guerra. La gente muere en la guerra. No se puede luchar por la libertad sin derramar sangre.

Sansón tiró por la ventanilla al conductor del camión que, por suerte, no iba armado y después ocupó su asiento. Darin tomó fuerzas y se giró hacia la antigua pieza de artillería. No merecía la pena coger ninguna de las armas que el guardia llevaba en el cinturón; ninguna dispararía para él. Pero ese viejo cañón no estaba conectado a la red y, por lo tanto, cualquiera podría utilizarlo. Se quedó mirando los mandos un momento, no muy seguro de cómo funcionaban, pero al final no había muchas opciones que probar.

Disparó sin apuntar. El cañón bramó, el retroceso derribó a Darin sobre el asiento y desplazó el camión varios metros atrás. El portón desapareció en una lluvia de polvo. Los otros presos, que hasta ahora habían estado observándolo todo, aplaudieron entre vítores y rompieron filas para echar a correr hacia la libertad.

Los guardias del muro se giraron para ver lo que había sucedido y, de pronto, Darin se dio cuenta de que era un objetivo absolutamente expuesto y vulnerable.

Los pensamientos de Sansón debieron de ser los mismos porque el camión se echó hacia delante con un chirrido de neumáticos. Atravesaron la brecha del muro y salieron al otro lado.

No tardaron en unirse a la lucha. Irrumpieron en la calle Walnut y pronto subieron por Broad; el humo impregnaba todo lo que los rodeaba, dificultándoles la visión mientras viraban bruscamente para esquivar cuerpos y escombros. Los mercs habían bloqueado la calle con barricadas y contenían a las multitudes con disparos constantes. Darin apuntó de nuevo el gran cañón de artillería y disparó a la barricada. El proyectil voló alto y dio a parar a la calle que había detrás, explotando en una lluvia de piedrecillas y polvo. Apuntó de nuevo y disparó abriendo un agujero en la barricada, al mismo tiempo que unos disparos rompieron los cristales y atravesaron los neumáticos del camión. Darin saltó y corrió hasta el lado del conductor, donde la cabeza rizada de Sansón yacía inmóvil y cubierta de sangre.

Darin bramó enfurecido. Cerca, otro comber yacía muerto por el mismo fuego con un revólver en la mano. Darin lo empujó para apartarlo y alzó la mirada hacia la barricada situada entre él y los rimmers que habían matado a todos los que le importaban. Al momento estaba corriendo, gritando, girando el arma hacia el hueco humeante. Otros lo siguieron. A su alrededor caían misiles, matando a los que estaban a su lado y pasando milagrosamente delante de él. Llegó al hueco y lo atravesó corriendo. Había un merc tendido en el suelo, aturdido por el impacto e intentando agarrar su arma. Vio a Darin y alzó las manos, rindiéndose.

La segunda vez fue más sencillo. Por cada comida que ese hombre se había comido, diez combers se habían muerto de hambre. Por cada modi que se había hecho, diez combers habían muerto. No se merecía ni un segundo más de vida. Ninguno de ellos lo merecía. Le disparó a un ojo.

A su alrededor, los otros combers iban colándose y destruyendo lo que quedaba de la resistencia. Darin siguió corriendo. A lo lejos podía ver el ayuntamiento. Ya casi estaban.

Desde el último escalón del ayuntamiento, Calvin pudo ver el humo alzándose al sur. Un soldado corrió hasta él.

—Capitán, tenemos dos avances a lo largo de la línea de la inundación en la calle Nueve y en Broad.

—Consígueme un flier —ordenó Calvin.

El soldado cerró los ojos brevemente para hablar por el canal de los ejecutores y, al momento, un flier apareció sobre sus cabezas y descendió hasta la escaleras. Calvin se subió.

—Hospital Lukeman —dijo.

—¿El hospital?

—Ya me ha oído.

Desde el aire y utilizando su visión amplificada, Calvin pudo ver las batallas que se estaban librando en la línea de la inundación. Los combers había logrado destruir varias secciones del muro, pero en su mayoría sus colegas estaban manteniéndolos a raya. Aun así, enviaría refuerzos.

¿De qué estaba hablando? No enviaría refuerzos. Ya era demasiado tarde para luchar en las batallas de su hermano.

Cuando aterrizaron, Calvin bajó de un salto y entró corriendo en la sala de urgencias. Apuntó con la pistola a la primera persona que vio, un hombre con largos dedos multiarticulados que le salían de las manos como si fueran cintas.

—¿Es usted médico? —le preguntó.

—Sí, soy el doctor Fennelly.

—Necesito sus servicios. Venga conmigo.

El hombre lo siguió sin discutir y, de paso, agarró un maletín de suministros. Subieron al flier y volvieron a ascender. Al hacerlo, oyeron un estrepitoso crujido, como una rama de árbol que se doblaba hasta partirse. Calvin volvió a mirar al este a tiempo de ver una sección de la presa ser engullida por un torrente de agua.

—¡Aterriza en el ayuntamiento! —gritó Calvin. Cuando lo hicieron, empujó al médico y saltó tras él. Volvió a gritar al piloto—: ¡Dirígete al muro y únete a la lucha!

—Pero ¡señor...!

—¡Defiende esta ciudad, soldado!

—Sí, señor.

El flier se alejó y Calvin se giró hacia el médico para decirle:

—Herida de bala en el último despacho a la izquierda. Vamos.

El médico le lanzó una mirada de confusión, pero retrocedió, se giró y subió las escaleras corriendo.

Calvin lo vio marcharse. ¿Y ahora qué? Había traicionado la confianza de su hermano y no podía regresar. Tenía que marcharse, pero ¿adónde iría? Tal vez podía encontrar trabajo como merc para alguna compañía. En algún lugar muy lejos. Quizá en Europa.

Pero ¿qué pasaría con Pam? No tenía derecho a esperar nada de ella, lo sabía, aunque la había salvado de los soldados de su hermano. A lo mejor eso servía para algo. A lo mejor, con el tiempo, podría perdonarlo y empezar de nuevo. Si nunca se lo preguntaba, si se marchaba de allí sin más y no volvía a verla, jamás lo sabría. Pensaría en ella el resto de su vida y se preguntaría si podría haber pasado algo entre ellos dos.

Se lo preguntaría. Solo una vez. Si ella decía que no, se iría muy lejos y no volvería jamás.

Marie se asomó por debajo de la valla para ver al hombre con los dedos largos que el flier había dejado sobre los escalones. Llevaba un maletín con las palabras «Hospital Lukeman» grabadas en él. Así que era un médico.

Se levantó y subió las escaleras tras él, intentando hacer que pareciera que habían llegado juntos, pero sin que él se diera cuenta. Era una locura, estaba segura de que la atraparían, pero era lo mejor que podía haber improvisado.

Llegaron a lo alto, Marie estaba situada justo detrás y a su izquierda, intentando parecer segura de sí misma. Un merc dio un paso al frente para interceptarlos y después ladeó la cabeza y escuchó.

—Sí, señor —dijo, y dio un paso atrás para dejarlos pasar.

Ya estaba dentro.

Después de eso, no había nada que hacer más que seguir al médico. Ir pegada a él le otorgaba cierta credibilidad y podía conducirla adonde quería ir.

El médico le lanzó una mirada desconfiada cuando siguió yendo tras él al cruzar el atrio y recorrer los pasillos de despachos, pero ella se limitó a mirar hacia delante y hacer como si ese fuera su sitio. Él no la cuestionó.

La última zona de despachos estaba separada del resto por una puerta; el médico la abrió y se encontró con una pistola apuntándole a la cara.

Marie se apartó con las manos en alto hasta que vio quién la blandía.

—¡Pam!

—¿Marie?

—¿Qué está pasando?

—Te lo diré en un minuto. —Pam retrocedió sin dejar de apuntar al médico con el arma—. ¿Es el médico?

El hombre asintió.

—El doctor Fennelly. A su servicio.

—Venga conmigo.

Marie los siguió hasta el último despacho a la izquierda, donde yacían tres cuerpos. Vio a los dos hombres muertos, uno con los pantalones medio bajados; vio el rostro abatido de Pam y supo lo que había sucedido. Lo que no podía entender era cómo había sobrevivido.

Quería preguntárselo, abrazar a su amiga, pero la mirada de Pam era una mirada dura. Era momento para que el soldado que llevaba dentro entrara en acción. Ya vendrían las lágrimas más tarde.

Marie la siguió hasta el pasillo.

—Debe de estar en el edificio —dijo Pam.

—¿Carolina?

—Sí. El hombre que se la llevó ha vuelto demasiado pronto como para habérsela llevado otra vez. —Pam asintió hacia la pistola de Marie—. ¿Funciona esa cosa?

—Sí.

—Bien. —Agitó la suya—. Esta se la he levantado a uno de los cadáveres. Tiene bloqueo de identificación.

—¿Me has amenazado con una pistola que no podías disparar?

Pam se encogió de hombros.

—Es lo único que tenía.

Avanzaron por el pasillo hacia la primera puerta.

—Te cubro —dijo Pam.

—Tu pistola no dispara.

—Entonces tú me cubres a mí.

—No, yo voy primero. Tú, abre la puerta.

—¡Uno... dos... tres!

Pam abrió la puerta de par en par; Marie la cruzó y se encontró con un despacho vacío. Cerraron la puerta despacio y pasaron al siguiente.

—Uno... dos...

Abrió la puerta y entró. Tuvo tiempo suficiente para ver a Alastair Tremayne de pie, tan tranquilo, con las manos detrás de la espalda y delante de una brillante pantalla blanca. Entonces algo la golpeó en la cabeza por detrás y cayó al suelo con la visión borrosa.

Tres mercs entraron en su campo de visión apuntándola con sus armas y siguiendo a Tremayne. De pie en la puerta, Pam apuntó a la cabeza de Tremayne y les gritó a los mercs que soltaran las armas.

—Oh, por favor —dijo Tremayne.

Pam le dio la vuelta a la pistola e intentó golpearlo con ella, pero el golpe de la culata de un rifle en su estómago y otro en la nuca la hicieron caer al suelo junto a Marie.

—Te lo ha dicho —dijo Marie—. Te ha dicho que veníamos.

Alastair eligió una R-80 de la pistolera de uno de sus hombres.

—¿Quién? ¿Tu hijo? Bueno, sí, supongo que me lo ha dicho.

Apuntó a la cara de Marie y disparó.

19

Mi papá está disparando a mi mamá con una pistola. Tennessee Markus McGovern me ha dicho que Marie Christine Coleson era mi mamá y tenía razón. Papá acaba de decirlo. La bala está saliendo de la pistola y en cero coma tres segundos dará en la cara de mi mamá, justo debajo de su ojo izquierdo y explotará y ella se parará. No quiero que mi mamá se pare.

¿Qué debería hacer? Es mi mamá, pero no la conozco y no me da chucherías. Si de verdad fuera mi mamá, me daría chucherías, como cuando me caí del columpio y me mordí el labio tan fuerte que me salió sangre y me llevó a casa y me lavó la cara y me dio un helado de naranja para que lo lamiera.

¡Me acuerdo!

Recuerdo helado derretido goteándome por la barbilla y cayendo sobre mi camiseta roja y recuerdo hacer dibujos con mis dedos en el porche trasero y ver hologramas mientras papá grita a mamá y me asomo por los agujeros y veo a mamá llorar. Veo a mamá llorar al ver las noticias porque su marido Keith Andrew Coleson está muerto y también lo está su hijo Samuel Matthew Coleson. Ese soy yo. Me llamo Samuel Matthew Coleson. Me llamo Samuel Matthew Coleson. ¡Me llamo Samuel Matthew Coleson!

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