Kazán, perro lobo (3 page)

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Authors: James Oliver Curwood

Tags: #Aventuras, Naturaleza, Canadá

BOOK: Kazán, perro lobo
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De pronto se adelantó su ama y cogió al vuelo el mango del látigo que empuñaba Thorpe.

—¡No le pegues más! —exclamó—. Y tal fue su acento, que su marido la obedeció. En cuanto Mac Cready no oyó lo que luego dijo la mujer a su marido, pero en los ojos de Thorpe apareció una extraña mirada y sin añadir palabra alguna siguió a su mujer al interior de la tienda.

—Kazán no se abalanzó sobre mí —murmuró temblorosa y pálida—. Ese hombre estaba detrás de mí —continuó, cogiendo a su marido entre sus brazos—. Sentí que me tocaba y entonces fue cuando saltó Kazán. No quería morderme a mí sino a ese hombre. Hay en todo esto algo incomprensible.

Los ojos de ella se humedecieron y Thorpe la estrechó fuertemente entre sus brazos.

—No me figuraba eso, pero es raro —dijo—. ¿No dijo Mac Cready que conocía al perro? Es posible que así sea; tal vez tuvo en su poder a Kazán y lo trató mal, cosa que los perros nunca olvidan. Mañana pondré en claro todo eso. Pero hasta entonces ¿quieres prometerme no acercarte siquiera a Kazán?

Isabel lo prometió. Cuando salieron de la tienda, Kazán levantó su enorme cabeza. La punta del látigo había cerrado uno de sus ojos y tenía la boca bañada en sangre. Isabel prorrumpió en un sollozo contenido, pero no se acercó a él. Aunque estaba medio ciego, sabía que su ama interrumpió el castigo y gimió suavemente, moviendo en la nieve su peluda cola.

Nunca se sintió tan desgraciado como durante las horas del día siguiente en que, colocado a la cabeza del trineo tuvo que abrir paso en su camino hacia el Norte. Uno de sus ojos estaba cerrado y lleno de ardiente fuego y te nía todo el cuerpo dolorido por los latigazos. Pero no era el dolor físico lo que le hacía andar con la cabeza baja y le privaba de la perspicacia y vigilante atención propias del perro guía, jefe de sus compañeros, sino el estado de su ánimo. Por primera vez en su vida se sentía anonadado. Tiempo atrás Mac Cready le había pegado cruelmente, y ahora le había pe gado también su amo actual. Durante todo aquel día las voces de los dos hombres sonaron irritadas y vengativas en sus oídos. Pero fue su ama la que le hizo más daño. Permaneció alejada de él, siempre fuera del alcance de las correas que lo retenían, y cuando llegaron al fin de la jornada y hubieron instalado el campamento, lo miró con extraños y asombrados ojos y no le dirigió la palabra. Era indudable que ella estaba también dispuesta a pegarle; así lo creyó él y se alejó de ella y se tendió de vientre sobre la nieve. Y tan triste estaba, que se escondió en uno de los puntos más oscuros del campamento. Nadie se dio cuenta de la tristeza de Kazán, a excepción de la joven, la cual no hizo la más pequeña tentativa para acercarse a él, ni le dirigió tampoco la palabra. Pero, en cambio, lo miraba mucho y especialmente tenía en él los ojos fijos en cuanto Kazán miraba a Mac Cready.

Más tarde, cuando ya Thorpe y su mujer se hubieron retirado a la tienda, empezó a nevar y el efecto de la nieve en Mac Cready extrañó mucho a Kazán, porque el hombre estaba in­tranquilo y con mucha frecuencia empinaba el fiasco en que bebiera la noche antes. A la luz del fuego el rostro se le ponía cada vez más encendido y Kazán observó el brillo de sus dientes en un momento en que miró hacia la tienda en que reposaba Isabel. Mac Cready se acercó una y otra vez a aquella tienda y escuchó. Por dos veces oyó el ruido de algún movimiento. Luego percibió el ruido de la honda respiración de Thorpe. Mac Cready se apresuró entonces a regresar junto a la hoguera, y, levantando el rostro, miró al cielo. La nieve caía tan espesa que cuando bajó la cara, parpadeó fuertemente y tuvo que restregarse los ojos. Luego se alejó hacia la oscuridad y examinó detenidamente la pista que practicaran pocas horas antes, que es­taba casi borrada ya por los copos de nieve. En menos de una hora ya no se distinguiría en lo más mínimo, por lo cual no podría indicar al que por allí pasase al día siguiente, que por el mismo camino habían venido ellos el anterior. Por la mañana estaría todo cubierto de nieve, hasta la misma hoguera si se dejaba apagar. Mac Cready bebió nuevamente en la oscuridad y de sus labios surgieron expresiones de brutal alegría. Su cabeza ardía y el corazón le latía con fuerza, pero no tan furiosamente como el de Kazán cuando éste vio que Mac Cready regresaba empuñando un garrote que dejó apoyado al tronco de un árbol. Luego tomó una linterna del trineo, la encendió y, acercándose a la puerta de la tienda de Thorpe, llamó:

—¡Eh, Thorpe!

No obtuvo respuesta. Oía a Thorpe respirar acompasadamente. Entonces, levantando la lona que cubría la entrada, llamó de nuevo, elevando la voz:

—¡Thorpe!

No se alteró el silencio en el interior de la tienda y Mac Cready desató las cintas de la puerta de lona, introduciendo la linterna, cuya luz fue a dar en el dorado cabello de Isabel, que apoyaba la cabeza en un hombro de su marido.

Mac Cready la miró con los ojos encendidos hasta que vio despertar a Thorpe. Rápidamente dejó caer la lona moviéndola desde fuera.

—¡Eh, Thorpe! —exclamó otra vez.

Aquella vez el llamado contestó:

—¿Qué hay, Mac Cready? ¿Me llama usted?

Mac Cready levantó ligeramente la lona de la entrada y dijo en voz baja:

—Sí. ¿Puede usted salir un momento? Ocurre algo en el bosque. No despierte a su esposa.

Retrocedió y esperó. Un minuto más tarde apareció Thorpe, y Mac Cready, al verlo, señaló hacia la oquedad de los abetos.

—Juraría que hay alguien que está husmean­do alrededor del campamento. Estoy seguro de haber visto a un hombre, hace algunos minutos, cuando fue a buscar leña. Es una noche excelente para robar perros. Usted tome la linterna y, si no me he engañado, vamos a encontrar el rastro.

Dio la linterna a Thorpe y él se armó con el grueso garrote. Kazán empezó a gruñir, pero se contuvo. Habríale gustado romper la cuerda que lo sujetaba, pero si lo intentaba, los dos hombres volverían para pegarle. Por esta razón se quedó quieto, temblando y gimiendo suavemente. Observó a los dos hombres hasta que desaparecieron y luego esperó y prestó atento oído. Por fin oyó el chasquido de la nieve al ser pisada y no tuvo la menor sorpresa viendo que solamente regresaba Mac Cready, porque ya lo esperaba. De sobra sabía cuál era el significado de un garrote.

El rostro de Mac Cready era entonces horrible; parecía el de una fiera. Llevaba la cabeza descubierta. Kazán se ocultó lo mejor que pudo en la sombra al oír la risa contenida y terrible que surgió de los labios del hombre, porque este empuñaba todavía el garrote. Pero lo soltó en seguida y se acercó a la tienda. Levantó la lona y miró a su interior. La esposa de Thorpe estaba durmiendo y él, silencioso como un gato, entró y colgó la linterna de un clavo que encontró en el mástil. La joven siguió durmiendo y él, durante algunos instantes, permaneció en pie, quieto, mirándola…

Fuera, acurrucado en la profunda sombra, Kazán trataba de comprender el significado di cuanto observaba. ¿Por qué su amo y Mac Cready habían ido hacia el bosque? ¿Por qué no había vuelto el primero? La tienda pertenecía a su amo y no a Mac Cready, y no compren­día cómo éste se atrevía a entrar. De pronto el perro se puso de pie, con los pelos de la espina dorsal erizados y las patas rígidas. Vio la sombra de Mac Cready proyectada en la lona de la tienda y pocos instantes después llegó a sus oídos un grito extraño y desgarrador. En el terror que motivó aquel grito, reconoció
la voz de ella
y saltó hacia la tienda. La cuerda lo detuvo en su impulso, interrumpiendo, con el tirón que dio, el aullido que profería. Entonces vio luchar las dos sombras y los gritos de la joven no cesaban. Llamaba a su amo y luego, además, lo llamó a él.

—¡Kazán! ¡Kazán!

De nuevo saltó y fue tanta la violencia de su embestida, que se cayó de espaldas. Saltó una y otra vez y la cuerda que le rodeaba el cuello llegó a herirle, tal era la violencia de los tirones. Detúvose un instante para recobrar el aliento. Las sombras luchaban todavía. ¡Y estaban en pie! ¡Ahora se agachaban! Dando un gruñido de rabia se lanzó hacia adelante con toda su fuerza y por fin logró romper la cuerda.

En menos de seis saltos Kazán llegó junto a la tienda y pasó por debajo de la lona de la entrada. Luego dio un aullido y se arrojó al cuello de Mac Cready. Un mordisco de sus poderosas mandíbulas bastaba para matar a un hombre, pero él no lo sabía. Sabía tan sólo que allí estaba su ama y que luchaba por ella. Luego se oyó un grito extraño que terminó en terrible sollozo; procedía de Mac Cready. El hombre cayó de espaldas con las rodillas dobladas y Kazán clavó sus colmillos a mayor profundidad en el cuello de su enemigo; entonces sintió en la boca el calor de la sangre.

La joven llamó al perro y viendo que no le hacía caso, tiró de su velludo cuello, pero él no quería soltar la presa y la tuvo agarrada duran­te bastante tiempo. Cuando soltó a la víctima, su ama miró el rostro del muerto y luego, cubriéndose la cara con las manos, se sentó sobre la manta de su cama. Se quedó inmóvil. Su cara y sus manos estaban muy frías y Kazán las lamió tiernamente. Tenía cerrados los ojos y el perro se acurrucó a su lado, sin dejar de vigilar a su enemigo, dispuesto a volver al ata­que.

—¿Por qué estaría ella tan quieta? —se preguntó.

Pasó bastante tiempo y por fin ella se movió. Abrió los ojos y tocó al perro.

Este oyó entonces pasos en el exterior.

Era su amo, y sintiendo nuevamente el antiguo miedo, miedo al garrote, se dirigió apresuradamente hacia la puerta. En efecto, era su amo, según vio a la luz de la hoguera… y en su mano llevaba el palo. Se acercaba despacio, cayéndose casi a cada paso y tenía la cara roja de sangre. Pero llevaba el palo. Sin duda alguna le pegaría de nuevo y esta vez más que nunca, porque había lastimado a Mac Cready. Creyéndolo así, Kazán se deslizó por la abertura de la tienda y fue a guarecerse en las sombras. Una vez a salvo miró hacia atrás y gimió pensando en su ama y sintiendo dejarla. Pero no había más remedio, porque le pegarían mucho… después de lo que pasó. Hasta ella misma le pegaría.

Desde las sombras inmediatas al círculo de luz de la hoguera, volvió su lobuna cabeza hacia las profundidades del bosque. Allí no había garrotes, tirantes, arreos ni cuerdas. Allí no lo encontrarían nunca más.

Vaciló todavía un momento. Y luego, tan silenciosamente como uno de los animales salvajes cuya sangre corría también por sus venas, se hundió en las profundas sombras de la noche.

Capítulo 4 - ¡Libre!

El viento gemía blandamente en las copas de los abetos cuando Kazán se internó en el misterio del bosque. Durante varias horas permaneció cerca del campamento, mirando fijamente con sus ojos enrojecidos hacia la tienda en que tan terrible escena sucediera poco antes.

Sabía ya lo que era la muerte, advertía su presencia antes que pudiera hacerlo el hombre. Olfateaba en el ambiente y sabía que se hallaba a su alrededor y que él mismo era la causa de ello. Estaba echado boca abajo sobre la densa nieve y temblaba de frío; sus instintos caninos le hacían gemir de pena, en tanto que su naturaleza de lobo se revelaba amenazadoramente, enseñaba los dientes y animaba sus ojos con resplandores de venganza.

Por tres veces, el hombre, su amo, salió de la tienda y gritó con fuerza: —¡Kazán! ¡Kazán! ¡Kazán! Das tres veces lo acompañó la mujer y a la luz de la hoguera Kazán la vio envuelta por su brillante cabellera, tal como la viera en la tienda, cuando entró y mató al hombre. En sus ojos azules advertíase el mismo terror y tenía la cara tan blanca como la nieve. La segunda y la tercera vez, también ella lo llamó repetida­mente y todo cuanto en él había de perro y no de lobo, tembló de alegría al oír su voz y en poco estuvo que no acudiera a recibir la paliza. Pero el miedo al garrote era mayor todavía y se estuvo quieto varias horas, hasta que reinó nuevamente el silencio junto a la tienda y la hoguera iba consumiéndose.

Entonces, prudentemente, salió de las protectoras tinieblas, arrastrándose casi sobre el vientre en dirección al trineo. Oculto entre la oscuridad de los árboles, estaba el cadáver del hombre que matara, cubierto con una manta. Thorpe, su amo, lo había llevado arrastrando hasta allí.

Se echó en el suelo dirigiendo la nariz hacia los rescoldos y apoyó la cabeza entre las patas delanteras, con los ojos fijos en la entrada de la tienda. Quería permanecer despierto a fin de vigilar y poder huir al bosque en cuanto no­tara el más pequeño movimiento, pero el suave calor que se desprendía de las cenizas le hizo cerrar los ojos. Dos o tres veces los abrió cíe nuevo en su empeño de estar despierto, mas por fin se quedó dormido.

Y entonces, mientras dormía, gimió suave­mente. Los poderosos músculos de sus hombros y de sus piernas se contrajeron, y un repentino y ondulante temblor recorrió su leonada espina dorsal. De haberlo visto Thorpe, hubiera dicho que estaba soñando. Y la esposa de Thorpe, que apoyaba su dorada cabeza contra el pecho de su marido y de cuando en cuando se estremecía y temblaba lo mismo que Kazán, hubiera sabido en qué consistían sus sueños.

Soñando, Kazán se veía nuevamente dan­do saltos, sujeto a una cuerda como antes. Y todavía dormido, pero obrando realmente, mordió el aire, produciendo un chasquido que le despertó. Se puso en pie de un salto, con los pelos de la espina dorsal erizados como los de un cepillo y mostrando sus colmillos de mar­fil. Se había despertado a tiempo.

Sin pérdida de momento se metió en la enmarañada selva de abetos y allí se ocultó, aso­mando tan sólo la cabeza pegada al suelo y al abrigo del tronco de un árbol. Sabía que su amo no lo perdonaría, porque Thorpe le había pe­gado ya por tratar de morder a Mac Cready, y solo gracias a la intervención de la mujer el castigo no fue mayor. Y ahora su falta era mucho peor, porque había destrozado por com­pleto el cuello de Mac Cready y le quitó la vida, y eso su amo no se lo perdonaría. Ni siquiera la mujer sería capaz de evitarle el tremendo castigo que le esperaba.

Kazán sentía mucho que su amo hubiese vuelto ensangrentado y débil, después que él había destrozado la yugular de Mac Cready. De no haber sido así, él habría pertenecido para siempre a su ama, y ella lo hubiese querido, puesto que ya lo había demostrado. Y él la habría seguido, peleando si era preciso y hasta muriendo por su causa si se presentaba la ocasión. Pero Thorpe había vuelto del bosque y Kazán se apresuró a retirarse, porque su amo era para él la personificación del garrote, el látigo y aquella extraña cosa que escupía fuego y muerte. Y ahora…

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