Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
Cuando Elena hizo ademán de volver a coger las espadas, Rafael negó con la cabeza.
—Hoy no. Tus movimientos empiezan a ser más lentos.
Elena compuso una mueca.
—Tienes razón. Me relajaré, me ducharé y luego haré algo que tengo pendiente. —Hizo una leve pausa que Rafael solo logró captar porque no le quitaba los ojos de encima—. Podría pedirle a Illium que me diera unas cuantas lecciones fáciles de vuelo más tarde; lo del despegue vertical se me resiste, pero no pienso darme por vencida.
Rafael no dijo nada mientras recogían las armas y se desvestían para tomar una ducha.
—¿Por qué esa tarea pendiente ha llenado tus ojos de pesar, Elena?
Su espalda desnuda se tensó y entonces se estremeció.
—Hay algo que no te he contado —dijo con palabras apresuradas mientras Rafael le rodeaba la nuca con los dedos y le frotaba la piel con el pulgar—. ¿Recuerdas la primera vez que enviaste a Illium a vigilarme?
—Sí. Fue después de una reunión con tu padre… Fuiste a un banco.
—En ese banco había una caja de seguridad para mí. Jeffrey… No sé por qué, pero había guardado… —Resultaba difícil hablar, pensar en los desconcertantes actos de su padre. Él la había echado de su casa, le había dicho que era una abominación, y no podía hablar con ella sin que una furia amarga fluyera entre ellos como vino derramado. Sin embargo…—. Las cosas de mi madre. Las había guardado. Están en una unidad de almacenamiento en Brooklyn. —Elena había volado sobre el complejo aquella mañana temprano, pero no había sido capaz de aterrizar—. Me aterra la idea de entrar en ese lugar. Porque cuando lo haga… tendré que admitir de nuevo que ella me abandonó, que no me quería lo suficiente para quedarse a mi lado.
Las lágrimas brillaban en sus ojos, pero se negaba a dejar que se derramaran. Había llorado mucho por su madre, y ahora estaba enfadada.
—A veces la odio. —Aquel era su mayor secreto y su mayor pecado.
Rafael se inclinó para apoyar la frente sobre la de ella.
En ocasiones, lo que yo siento por Caliane va mucho más allá del odio… La odio por lo que hizo, por las atrocidades que cometió. Y aun así
…
—Sí. —Elena enterró la cara en su cuello—. Aun así…
Tal y como resultaron las cosas, Elena no tuvo que arrancar la costra de aquella herida en particular ese día. Su teléfono móvil daba la señal de un mensaje recibido cuando salió de la ducha. Lo cogió y frunció el ceño.
—Es del Gremio. —Un alivio teñido de culpabilidad le recorrió la espalda cuando devolvió la llamada y le dijeron que debía prepararse para una caza—. Estaré ahí tan pronto como pueda.
Rafael terminó de abrocharse la camisa, cuyas ranuras para las alas encajaban a la perfección sobre su espalda.
—¿Para qué te necesita el Gremio?
Ella empezó a vestirse.
—Hay un vampiro sediento de sangre en Boston.
—El ángel de mayor edad de ese territorio debería haberme enviado un informe. —Cogió su propio teléfono móvil y descubrió que también tenía un mensaje—. Ya hay dos personas muertas.
Una vez que se puso las botas, Elena comenzó a fijar las armas, incluida la que le había regalado Deacon. No tenía armas con chip de control, pero puesto que Ransom —que ya estaba cerca de Boston— llevaría alguna, eso no suponía un problema. Los chips de control anulaban la voluntad de los vampiros durante un corto período de tiempo, lo que le daba al cazador la oportunidad de inmovilizarlo porque, en circunstancias normales, la gente del Gremio no mataba.
Las ejecuciones eran tarea de los ángeles.
No obstante, ya que aquel caso estaba relacionado con la sed de sangre, tenían vía libre para ejecutar si el rescate se ponía demasiado peligroso.
—Ransom está a punto de llegar, pero no cuenta con refuerzos.
Elena siempre decía que el cazador era su «casi amigo» porque un día se chinchaban el uno al otro y al siguiente reían juntos, pero derramaría su sangre por él sin pensárselo dos veces. Y él haría lo mismo por ella.
—Entiendo.
Elena apretó la mandíbula al escuchar aquel frío comentario y terminó de fijar el lanzallamas en miniatura al otro muslo.
—He dejado pasar otros casos, pero no puedo hacer lo mismo con este. —Se acercó al tocador y comenzó a trenzarse el pelo húmedo con rapidez para que no le estorbara. Su pelo, fino y suave, conseguía escapar hasta de la trenza más apretada, pero quizá la humedad consiguiera mantenerlo sujeto—. Elegiste a una cazadora como consorte, Rafael.
—Ese ya no es el único factor a tener en cuenta. —Una respuesta pronunciada con el tono de un inmortal acostumbrado a conseguir todo cuanto deseaba—. A más de un arcángel le gustaría tener tu cabeza como trofeo.
—¿Se puede considerar vida si vives en una jaula? —Una pregunta tensa. Cuando terminó de hacerse la trenza, empezó a ceñirse las fundas de las dagas a los antebrazos—. Yo no pienso vivir así.
Rafael se situó detrás de ella, se enrolló la trenza en la mano y apretó los labios contra su nuca.
—Utiliza el helicóptero. No hay necesidad de que te agotes volando hasta allí.
Elena se apartó un poco y se dio la vuelta para mirarlo. Era tan vulnerable emocionalmente ante aquel hombre que a veces llegaba a asustarse.
—¿Quién pilotará el helicóptero?
—Veneno.
—¿Es tu última oferta?
Al ver que el arcángel se limitaba a mirarla con aquellos ojos de un azul inhumano, supo que esa era su respuesta.
—Está bien. —La frustración provocó que sus músculos se tensaran—. Pero asegúrate de que se mantiene fuera de mi camino.
Elena llamó a Sara en cuanto estuvo en el aire, muy consciente de la presencia del vampiro que controlaba el helicóptero. Dios, estaba muy enfadada con Rafael. Siempre había sabido que aquella pelea llegaría, pero no por ello resultaba más fácil; en especial porque el arcángel se negaba a ceder terreno.
No había negociaciones. No había nada salvo la arrogancia de un arcángel que esperaba obediencia absoluta.
Si creía que el asunto se había acabad…
—¿Ellie? —Por lo lejos que se oía su voz, parecía que Sara estuviera en la Luna—. ¿Dónde estás?
—A medio camino de Boston, más o menos —contestó antes de ir al grano y preguntar el motivo por el que la habían llamado—. ¿Por qué me has asignado este caso? —No era que no se alegrara de volver al trabajo, pero el Gremio tenía un buen número de cazadores a su disposición.
La voz de Sara dejó de escucharse un segundo y luego regresó.
—… en todas partes. Necesitamos todos nuestros efectivos.
—¿Qué? —Elena se apretó los auriculares—. Repite eso.
—Los vampiros están infringiendo sus contratos en todas partes —dijo Sara—. Es como si algo extraño… —Un chasquido, y después la llamada se cortó.
Pero Elena había escuchado suficiente: un caos de semejante envergadura solo podía estar relacionado con una cosa… con un ser.
Caliane.
R
ansom la esperaba cerca del desértico muelle de cemento de Boston; allí era donde le había pedido que aterrizara el helicóptero cuando Elena lo llamó para decirle que se acercaban a la ciudad. El cazador la levantó del suelo en cuanto llegó hasta él para darle un ruidoso beso en los labios.
—Ellie, esas alas son de lo más sexy.
Dios, qué alegría volver a verlo.
—Déjame en el suelo, guaperas.
—¿El arcángel es de esos tíos celosos? —No la soltó, y eso hablaba mucho de su fuerza, ya que Elena tenía una masa muscular considerable, a la que había que añadir el peso de las alas.
Lo empujó por los hombros para liberarse.
—¿No teníamos que capturar a un vampiro?
—Sí, vamos. —Su rostro, una asombrosa mezcla de la piel del característico nativo americano con la estructura ósea y los ojos verdes de los irlandeses adquirió de repente una expresión de absoluta concentración—. El rastro conduce hasta una sección particular de almacenes que se encuentra a unos cinco minutos de aquí a pie. Por eso os pedí que aterrizarais en este lugar.
—Si estás tan cerca —dijo ella—, ¿por qué me has esperado? —Ransom estaba como un tren, sí, pero también era uno de los mejores cazadores del Gremio, alguien a quien ella querría siempre a su lado.
—No se trata de un solo individuo, Ellie. —Empezó a guiarla más allá de un enorme cobertizo para barcos, hacia los almacenes que se veían a lo lejos—. Y se ayudan los unos a los otros.
—Mierda. —Aquello era raro, muy raro. Los vampiros no solían cazar juntos, pero cuando lo hacían…—. ¿Cuántas víctimas hay?
—Veintidós la última vez que pregunté. —El cabello largo de Ransom, que colgaba en una brillante coleta sobre su espalda, se agitó bajo la brisa mientras él la ponía al día—. Pero eso fue hace una media hora.
—No pueden alimentarse si se mueven tan rápido. —Lo que significaba que mataban por el placer de hacerlo, y eso los convertía en una plaga—. Has dicho que se ayudan entre sí… ¿Acaso actúan como si pensaran?
—No parecen capaces de un razonamiento complejo, pero está claro que tienen algo en la cabeza. ¿Raro, eh?
Elena pensó en Ignatius y se preguntó si Neha no había captado el mensaje, después de todo.
Hierro en el aire. Denso, fresco.
Ransom levantó la mano en el mismo instante en que ella captó la esencia.
Elena alzó las alas y las apretó contra la espalda —algo que por fin había aprendido a hacer a voluntad—, y luego tomó una profunda y silenciosa bocanada de aire.
Aceite de motor y pescado.
Sangre, grasa rancia, aguas residuales.
Arándanos abiertos derramando su jugo sobre la tierra.
Cualquiera de aquellas esencias podía ser vampírica, pero aquel día a Ransom no le hacía falta el olfato de Elena. Solo necesitaba un buen apoyo. Tras sacar el arma que Deacon había diseñado para ella, a la que le había puesto el nombre de «ballesta de aspas», se situó tras su compañero mientras este los guiaba a Veneno y a ella a través de los pasillos laberínticos que había entre los almacenes.
El día se había vuelto oscuro una hora antes, cuando las nubes cubrieron el sol, y en aquel momento, una gruesa gota de lluvia cayó sobre la mejilla de Elena. La cazadora se tragó una maldición. Si los vampiros decidían huir, la lluvia sería una buena cómplice, ya que borraría el rastro de esencias. Y aquello significaba que debían neutralizar a los objetivos allí mismo: el rescate no era una opción, no si los vampiros cazaban en manada.
Su ala rozó algo afilado, dentado. Se mordió el labio inferior para ahogar una exclamación y se detuvo solo el tiempo suficiente para apartar su ala del clavo oxidado. La sangre manchó las plumas del color de la medianoche que había junto a la parte central de su ala derecha, pero a Elena le preocupaba más el tétanos. Un instante después recordó que ya no era vulnerable a las enfermedades… aunque, de todas formas, no pensaba volver a agujerear su cuerpo con púas oxidadas.
Se situó junto a uno de los lados del pasillo mientras Ransom se apoyaba en el otro y luego echó un vistazo a Veneno. El vampiro estaba pegado a ella, aunque guardaba la distancia suficiente para no ser un estorbo en la lucha. Con todo, por lo que sabía de sus habilidades, sería más una ventaja que un estorbo.
Arándanos. Arándanos muy, muy maduros.
Silbó por lo bajo a Ransom. Cuando él se volvió, le señaló un almacén que se encontraba unas tres puertas más allá de donde se encontraban. Lo vio asentir con la cabeza justo antes de que las nubes entraran en acción y empezara a llover, como si alguien hubiera abierto un enorme grifo en el cielo.
—Joder… —murmuró por lo bajo.
Abandonó cualquier posible esperanza de pasar desapercibidos y corrió hacia la parte posterior del almacén mientras Ransom lo rodeaba para ir por delante. Estaba tan solo a medio metro de la puerta de madera cuando percibió un matiz agudo y áspero de menta en el aire. Un instante después, algo la aplastó contra el asfalto mojado. Se rascó la piel de la mejilla, y su mano derecha se había apoyado en tan mala posición que se habría roto la muñeca de no haber empezado a girar en el momento en que entró en contacto con el suelo. Aun así, una de las alas quedó aplastada bajo su cuerpo y le produjo un estallido de dolor, aunque esperaba que aquello no significara que se había roto alguno de los finísimos huesos que había bajo las plumas.
El peso que sentía sobre la espalda desapareció un segundo después, y no le hizo falta mirar para saber que Veneno se estaba enfrentando al vampiro que la había atacado. Echó una mirada rápida para asegurarse de que su acompañante tenía las de ganar (y así era, cómo no) antes de alejarse hacia la puerta. En aquel instante oyó ruidos fuertes y contundentes de la lucha, y también una carcajada espeluznante procedente del interior, lo que significaba que también le habían tendido una emboscada a Ransom.
Sus dedos se tensaron sobre la ballesta de aspas.
—Espera —le susurró Veneno al oído mientras la sujetaba del brazo—. Ve arriba, entra desde el tejado. A juzgar por el estado en que se encuentra este lugar, lo más seguro es que ya esté medio podrido.
Aquello le daría una enorme ventaja, pero…
—No sé hacer un despegue vertical.
Veneno apoyó una rodilla en el suelo. Había perdido las gafas de sol en la pelea, y sus ojos tenían un aspecto sobrenatural bajo la lluvia. Cuando enlazó las manos, Elena comprendió lo que pretendía y se colgó la ballesta del hombro.
—¿Preparado? —Colocó un pie sobre las manos del vampiro y apoyó las suyas en los músculos de sus hombros. Cuando él asintió, dijo—: Adelante.
Veneno bajó las manos y luego la lanzó hacia arriba. Los vampiros eran rápidos y fuertes, pero Elena jamás habría imaginado la potencia que había demostrado al ayudarla. Se retorció en el aire y consiguió aferrarse al borde del tejado. El metal se hundió en las palmas de sus manos, lo bastante como para que la sangre empezara a manar, densa y cálida. Pero aquello carecía de importancia, ya que Ransom estaba allí dentro solo.
Utilizando los músculos propios de una cazadora nata, logró alzarse hasta el tejado. Una de sus alas protestó un poco, pero no parecía rota. Era evidente que Veneno no se había equivocado con respecto a las condiciones del tejado. Puesto que sabía que a Ransom no le quedaba mucho tiempo, cogió la ballesta y corrió por la estructura agrietada y medio podrida del tejado hasta que llegó a una parte que se hundía. Y se hundió con ella.