La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (24 page)

Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
4.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Vale —respondió ella, y se inclinó hacia delante para morderle el labio inferior—. En ese caso, también puedes curar a los demás.

Te agradezco que me des permiso
.

Elena esbozó una sonrisa al combinar la solemnidad del comentario con la sensualidad que se adivinaba en su mirada. Aquella expresión aún le resultaba rara. Rafael no permitía a menudo que el ángel joven que fue en su día —un ángel temerario, salvaje y engreído— saliera a la superficie. Pero cuando lo hacía…

—¿Has acabado? —murmuró Elena contra su boca.

La respuesta del arcángel fue deslizar las manos hasta sus caderas y empujarla hacia delante, hacia la rígida manifestación de necesidad de su cuerpo.

—Vamos, cazadora —dijo él, y con los dientes recorrió la piel de su hombro hasta el cuello—. Tómame.

Y ella lo hizo.

A la mañana siguiente, Elena entró en el comedor y encontró un montón de cosas deliciosas entre las que elegir. Cogió dos cruasanes y una enorme taza de café, y salió al exterior para disfrutar del aire fresco. Siguió sus instintos hasta que dio con Rafael, que se encontraba al borde del acantilado con vistas a las aguas del Hudson.

—Toma —le dijo al tiempo que le pasaba un cruasán—. Come si no quieres herir los sentimientos de Montgomery.

El arcángel aceptó lo que le ofrecía, pero no se lo llevó a los labios.

—Mira el agua, Elena. ¿Qué es lo que ves?

Al bajar la vista hacia aquel río que había formado parte de su vida desde el día en que nació, de una forma u otra, Elena vio las aguas agitadas, llenas de barro.

—Hoy no está de buen humor.

—Cierto. —Rafael le robó el café y dio un sorbo—. Parece que el agua está de mal humor en todo el mundo. Un tsunami masivo acaba de golpear la costa oriental de África, y según las noticias, no ha sido producido por ningún terremoto.

Después de recuperar su café, Elena le dio un mordisco al cruasán y saboreó la textura de la mantequilla antes de tragar.

—¿Hay ya alguna prueba definitiva que demuestre que ella es la durmiente?

—No. Pero es posible que Lijuan haya descubierto algo… Ya veremos. —Rafael acabó con el cruasán que ella le había dado y cogió el café—. Hoy debes volver a reunirte con tu padre.

A Elena se le indigestó la comida.

—No, no me reuniré con él. Voy a visitar a mi hermana Eve. Ella me necesita. —No permitiría que Jeffrey tratara a Evelyn como la había tratado a ella, como si fuera algo horrible y sin valor—. Aún no puedo creer que me haya mentido durante tanto tiempo sobre nuestro linaje de cazadores. —Había sido una mentira por omisión, pero no por ello era menos terrible.

—Tu padre nunca ha sido un hombre de los que valoran la honestidad. —Realizó aquella incisiva declaración antes de volverse hacia ella—. Dentro de cinco días se requerirá tu presencia en este lugar. Avisa en el Gremio que no estarás disponible.

Elenaenderezó la espalda al escuchar lo que sin duda era una orden. Le arrebató el café, y no le hizo ni pizca de gracia descubrir que no quedaba nada.

—¿Puedo conocer los motivos de esa citación real?

El arcángel enarcó una ceja mientras la brisa procedente de las aguas revueltas del Hudson le apartaba el cabello azabache de la cara.

—El Colibrí ha solicitado conocer a mi consorte.

Todo el enfado de Elena se desvaneció, aplastado por una dolorosa oleada de emociones. Después de lo ocurrido en Pekín, cuando se vio obligada a descansar para que su cuerpo pudiera recuperarse, se había acurrucado muchas veces en uno de los sillones de la oficina de Rafael en el Refugio. Sin embargo, en lugar de leer los libros de historia que Jessamy le había dado, había charlado con él acerca de muchas cosas.

Algunas veces, durante aquel período de tiempo, Rafael le había contado ciertas cosas que la madre de Illium había hecho por él en uno de los momentos más vulnerables de su vida. Como resultado, Elena albergaba un profundo sentimiento de lealtad hacia una mujer ángel a la que ni siquiera conocía.

—Hay una cosa que me intriga… ¿Fue por eso por lo que Illium empezó a trabajar para ti? —preguntó—. ¿Porque es hijo suyo?

—Al principio, sí. —Rafael cerró los dedos sobre su nuca y tiró de ella para acercarla—. El Colibrí contaba con mi lealtad, y me pareció una insignificancia aceptar a su hijo en mis filas cuando llegó a la edad apropiada.

A pesar de todo lo que él le había contado, Elena siempre había tenido la sensación de que Rafael se callaba algo de vital importancia cuando hablaba del Colibrí, y aquel día no fue diferente. Había algo en su tono, una sombra oculta que no lograba descifrar. Y aquello, sumado al aspecto apagado que Illium había mostrado dos días antes, hacía que se preguntara si…

Sin embargo, algunos secretos solo pertenecían a otros, como ella misma había podido comprobar.

—No obstante, Illium no tardó en demostrar su valía —continuó Rafael—. Ahora, mi relación con el Colibrí no tiene nada que ver con eso.

Después de haber visto a Illium en acción, a Elena no le costaba ningún trabajo creerse aquello.

—Estaré en casa. ¿Es necesario que me vista de gala?

—Sí. El Colibrí es un ángel de edad.

—¿De cuánta edad estamos hablando?

—Conoció a mi madre. Conoció a Caliane.

Las olas que había a sus pies se alzaron y golpearon la pared de roca con furia, como si Caliane intentara reclamar de nuevo a su hijo.

Media hora más tarde, Elena observaba a Rafael, que volaba sobre el Hudson hacia la Torre del Arcángel para enfrentarse a lo que sin duda sería un día muy complicado.

—Los ángeles de mi territorio han recibido órdenes de enviar informes sobre todos los altercados y las víctimas recientes —le había dicho antes de elevarse hacia los cielos—. Boston no fue la primera ciudad con problemas, ni tampoco una casualidad. Solo fue la más grande.

—¿Puedo hacer algo para ayudar?

—Hoy no, pero tengo la corazonada de que necesitaremos de nuevo tus habilidades dentro de poco.

Era una predicción de lo más agorera, pero puesto que preocuparse no la llevaría a ningún sitio y aquel era el primer momento de calma —al menos para ella— desde que llegó a Nueva York, Elena decidió utilizar parte de su tiempo para establecerse mejor en su nueva casa. El primer lugar que visitó fue el invernadero. Aquel día, el cristal resplandecía bajo los intensos rayos del sol.

Cascadas de color y fragancias llenaban el recinto acristalado. Había muchas cosas que investigar, pero Elena se dirigió hacia el rincón que ocupaban sus begonias favoritas. Sintió una punzada de tristeza al deslizar el dedo por uno de los perfectos capullos de un tono rojo dorado, al pensar en las plantas de su antiguo apartamento, que sin duda habían perecido cuando ella acabó destrozada y cubierta de sangre en los brazos de un arcángel.

—Pero las plantas vuelven a crecer —murmuró mientras se concentraba en la belleza de la vegetación que la rodeaba—. Echan raíces nuevas y crean su propio espacio en tierra desconocida.

Y ella también lo haría.

Satisfecha por haber tomado una decisión consciente, cogió una de las begonias más pequeñas y débiles, le cambió con cuidado la tierra por otra mucho más rica, y luego acunó con delicadeza la maceta entre sus manos mientras regresaba a la casa. Montgomery la recibió con una sonrisa cuando atravesó la puerta principal.

—El solárium de la tercera planta es el lugar que más luz del sol recibe —dijo el mayordomo.

¿Tenían un solárium?

—Gracias. —Subió las escaleras y vagabundeó por la segunda planta hasta que encontró el tramo oculto de escalera que conducía hasta la tercera y empezó a subir.

Dejó escapar una exclamación ahogada en cuanto se adentró en la sala que había al final del pasillo. La luz penetraba a través de dos paredes de cristal y de una gigantesca claraboya para llenar la habitación de rayos de sol. Una de aquellas paredes, comprendió Elena al ver el asiento que había junto a ella, podía abrirse.

—Por supuesto. —A ningún ángel le preocuparía la posibilidad de caer desde aquella altura. Y proporcionaba además otra salida, murmuró su instinto de cazadora, una salida que aseguraba que nunca se quedaría atrapada.

En lo que se refería a muebles, la habitación estaba casi vacía. Una alfombra de un precioso color crema con diminutas hojas doradas estampadas; una delicada mesita de madera con las patas talladas en una elegante forma de coma; y varios cojines de seda de los colores de las piedras preciosas sobre el asiento de la ventana. Aquello era todo. Tras dejar la maceta sobre la repisa que había junto al asiento, Elena bajó a la segunda planta.

—Montgomery —llamó por encima de la barandilla cuando vio al hombre más abajo.

El mayordomo alzó la vista e hizo lo posible por no mostrarse escandalizado por el hecho de verla actuar de una forma tan poco civilizada.

—¿Sí, cazadora del Gremio?

—¿El solárium le pertenece a alguien?

—Creo que usted acaba de reclamarlo.

Elena esbozó una sonrisa y le lanzó un beso. Le pareció ver que Montgomery se ruborizaba. Estaba a punto de volver a subir cuando frunció el ceño. Había captado una inesperada caricia de pieles, de chocolate y de muchas otras cosas tentadoras.

—¿Por qué está aquí Dmitri?

El vampiro apareció de la nada al oír su nombre. Iba vestido con un traje negro combinado con una camisa verde esmeralda, y llevaba un montón de papeles en la mano.

—Hoy no tengo tiempo para jugar, Elena. —No obstante, la envolvió con una bocanada de humo y champán—. Tengo que regresar a la Torre.

Al ver que Montgomery se había marchado, Elena contuvo el impulso de clavar una daga en la pared junto a la cabeza de Dmitri, ya que estaba casi convencida de que él la estaba provocando a propósito.

—No des un portazo al salir.

Aquella bocanada de humo se coló en lugares en los que no pintaba nada.

—Si quieres confirmar la esencia del asesino de Neha —dijo el vampiro—, en el depósito mantendrán el cadáver tal y como está hasta las once.

El beso del almizcle en sus sentidos, denso y embriagador.

—¡Joder!

La esencia se desvaneció mientras Dmitri contemplaba el delgado cuchillo plateado que temblaba en la pared de madera, a un centímetro escaso de su sensual rostro de pómulos eslavos. Luego, quién lo iba a imaginar, se echó a reír. Y fue quizá la primera vez que Elena oyó una risa auténtica de sus labios.

Era potente. Más sexy que ninguno de sus trucos aromáticos.

El vampiro alzó la vista y le dedicó una extraña y anticuada reverencia, con la risa aún dibujada en sus mejillas.

—Me voy ya, cazadora del Gremio. —Sin embargo, se detuvo en la puerta y su expresión se volvió seria—. He dejado una copia del último informe sobre Holly Chang en la biblioteca.

Elena apretó la mano sobre la barandilla al escuchar el nombre de la única víctima de Uram que había sobrevivido. La mujer (casi una niña, en realidad) había sido contaminada con la sangre tóxica del arcángel muerto. Una inocente que, como insulto final, podía llegar a convertirse en un monstruo.

—¿Cómo está? —La última vez que Elena había visto a Holly, la chica estaba desnuda y cubierta con la sangre de las demás víctimas de Uram, y casi se había vuelto loca.

La respuesta de Dmitri tardó bastante en llegar.

—Parece encontrarse en una situación estable, pero está… cambiada. Es posible que al final tenga que ejecutarla.

19

L
as escalofriantes palabras de Dmitri seguían rondando la cabeza de Elena cuando se pasó por el depósito de cadáveres para asegurarse de que la muerta era realmente quien había asesinado al vampiro en el parque. Solo necesitó respirar hondo una vez: el olor dulzón de las adelfas estaba impregnado en la piel de la asesina. Una vez confirmado, Elena se escabulló hasta la Torre para darse una ducha rápida. Le parecía mal reunirse con Evelyn justo después de pasar por el depósito de cadáveres.

—Vamos allá —dijo veinte minutos más tarde, mientras atravesaba con su hermana las sólidas puertas de acero de la Academia del Gremio. Era muy consciente de la tensión de su pequeño cuerpecillo—. Eres demasiado joven para ingresar como miembro con todos los privilegios, y nadie espera que vivas aquí, pero te diseñarán un plan de ejercicios para después de las clases que te ayudará a controlar y perfeccionar tus habilidades.

Evelyn echó un vistazo por encima del hombro para mirar a Amethyst, que caminaba con la espalda recta junto a Gwendolyn.

—¿Amy puede venir conmigo?

—Sí, si eso es lo que quieres. —Por raro que pareciera y pese a que Eve era la cazadora nata, era Amy, con su furia feroz y su aguda desconfianza, quien más le recordaba a sí misma. Eve, pensó, era todavía lo bastante joven como para ver el mundo como deseaba verlo. Amy se había quitado las gafas de color rosa hacía mucho tiempo, como si comprendiera la penosa verdad de la relación que parecía existir entre Gwendolyn y Jeffrey.

El fantasma de Marguerite las acosaba a ambas.

Elena se deshizo de aquella sensación cuando llegaron a las puertas de cristal de la sala de espera. Para su sorpresa, el hombre que las recibió en el interior iba en una silla de ruedas de alta tecnología. Aunque no fue aquello lo que la sorprendió, por supuesto.

—¡Vivek! —Acortó la distancia que los separaba, cubrió su cara con las manos y le besó ambas mejillas. No se había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos hasta aquel mismo momento.

El hombre se ruborizó, pero no apartó la silla de ruedas.

—Vaya, mira esas alas… Creí que todo el mundo me tomaba el pelo, incluso después de ver las noticias. —Movió la silla utilizando un sensor de presión e hizo caso omiso de Evelyn, Amethyst y Gwendolyn mientras inspeccionaba las plumas—. ¿Estarías dispuesta a permitirme que…?

—Después —dijo Elena, y colocó las manos sobre los omóplatos de Eve, impulsada por el deseo de «hacer las cosas bien», de asegurarse de que su hermana pequeña nunca llegara a pensar que lo suyo era una maldición y no un don—. He traído a una nueva estudiante al Gremio.

El foco de atención de Vivek cambió de inmediato. Sus ojos castaños eran duros, incisivos.

—Una cazadora nata —señaló con lacónica certeza—. Ni de lejos tan fuerte como tú, pero lo bastante para meterse en problemas si no tiene cuidado.

Evelyn se acercó más a Elena al escuchar aquel rudo resumen, casi frío. Elena dio un tironcillo a su coleta.

Other books

After the Red Rain by Lyga, Barry, DeFranco, Robert
Love Is the Higher Law by David Levithan
Sexy Bastards Anthology: Bad Boy, Biker, Alpha, Motorcycle Club, Contemporary Romance Collection by Lexy Timms, Sierra Rose, Bella Love-Wins, Christine Bell, Dale Mayer, Lisa Ladew, Cassie Alexandra, C.J. Pinard, C.C. Cartwright, Kylie Walker
The Washingtonienne by Jessica Cutler