—Sí —dijo Polgara—. Hemos oído hablar de él.
—Yo nunca lo he visto, pero me han dicho que tiene unos ojos muy extraños. Bueno, entre sus seguidores, había una joven sacerdotisa llamada Zandramas, que según tengo entendido en ese entonces tenía dieciséis años y era muy hermosa. Naradas reintrodujo los antiguos ritos y el altar de Hemil se cubrió de sangre. —El melcene se estremeció—. Por lo visto, la joven sacerdotisa era una entusiasta participante de los sacrificios, tal vez a causa de un exceso de fanatismo, una crueldad innata o simplemente para atraer la atención del nuevo arcipreste. Se rumorea que también despertó en él otro tipo de interés. Ella había descifrado cierto pasaje confuso del Libro de Torak que decía que el rito del sacrificio debía llevarse a cabo sin ropa. Dicen que Zandramas tenía una figura extraordinaria y supongo que la combinación de la sangre con su desnudez acabó por excitar a Naradas. He oído que durante los sacrificios ocurrían cosas en el templo que no pueden mencionarse en presencia de damas.
—Puedes saltarte esa parte, Nabros —dijo Polgara mientras miraba de reojo a Eriond.
—Lo cierto es que todos los grolims afirman ser hechiceros —continuó Nabros—, aunque es evidente que los de Darshiva no eran muy buenos. Naradas parecía tener poderes, pero casi todos sus seguidores debían recurrir a artificios de charlatanes: juegos de manos o trucos, ya sabéis a qué me refiero.
»Poco después de que Naradas consolidara su posición, llegó la noticia de que habían matado a Torak. Naradas y sus seguidores se hundieron en la desesperación, pero Zandramas pareció experimentar un profundo cambio. Salió del templo de Hemil en un estado de arrobamiento. Mi amigo del Departamento de Comercio estaba allí y la vio. Dijo que tenía los ojos vidriosos y una expresión de éxtasis en la cara. Cuando llegó a las afueras de la ciudad, se quitó toda la ropa y se internó en el bosque. La última vez que la vimos, todos pensamos que se había vuelto loca.
»Sin embargo, de vez en cuando algún viajero contaba que la había visto en la selva, cerca de la frontera de Likandia. A veces, ella huía de ellos, pero en otras ocasiones se acercaba y les hablaba en un lenguaje que nadie podía entender. Sin embargo, todos se detenían a escucharla..., tal vez porque seguía sin usar ropa.
»Entonces, después de varios años, Zandramas se presentó ante las puertas de Hemil. Llevaba una túnica negra de raso y parecía dueña de sus actos. Se dirigió al templo y buscó a Naradas. En su desesperación, el arcipreste se había abandonado a un absoluto libertinaje, pero tras mantener una conversación en privado con Zandramas, pareció experimentar una transformación. Desde entonces, él ha sido el subordinado y hace todo lo que Zandramas le ordena.
«Zandramas pasó un tiempo en el templo y luego se dedicó a recorrer Darshiva. Al principio hablaba sólo con los grolims, pero con el tiempo comenzó a dirigirse al resto de la población. Siempre decía lo mismo: que surgiría un nuevo dios de Angarak. Por fin, la noticia llegó a Mal Yaska y Urvon envió varios grolims poderosos a detenerla. No sé qué le ocurrió en la selva, pero fuera lo que fuese parece haberle concedido un enorme poder. Cuando los grolims de Urvon intentaron acallar sus prédicas, ella se limitó a hacerlos desaparecer.
—¿Desaparecer? —exclamó Belgarath, atónito.
—Es la única palabra que se me ocurre. Algunos de ellos acabaron consumidos por el fuego, otros convertidos en fragmentos por súbitos rayos que cayeron del cielo despejado. También arrojó a cinco dentro de un foso e hizo que la tierra se cerrara sobre ellos. Supongo que fue entonces cuando Urvon comenzó a tomarla en serio. Envió más y más grolims a Darshiva, pero ella los destruyó a todos. A los grolims de Darshiva que aceptaron unirse a ella, les concedió poderes reales para que no tuvieran que volver a recurrir a trucos.
—¿Y a los que no lo hicieron? —preguntó Polgara.
—Ninguno de ellos sobrevivió. Según tengo entendido, algunos intentaron engañarla y fingieron aceptar su mensaje, pero ella leyó en sus mentes y tomó las medidas oportunas. Hablaba como si estuviera poseída y nadie podía resistirse a su mensaje. Poco tiempo después, todo Darshiva cayó a sus pies, grolims y laicos por igual.
»Luego se marchó de Darshiva hacia Rengel y Voresebo, predicando y convenciendo a las multitudes a su paso. El arcipreste Naradas la sigue sin vacilar y parece tener apenas un poco menos de poder que ella. Por alguna razón, nunca había cruzado el río Megan para entrar a Peldane... hasta ahora.
—De acuerdo —dijo Polgara—, convirtió a los habitantes de Rengel y de Voresebo. ¿Qué ocurrió entonces?
—No lo sé —contestó Nabros encogiéndose de hombros—. Hace tres años, ella y Naradas desaparecieron. Creo que fueron hacia algún lugar del oeste, pero no estoy seguro. Una de las últimas cosas que le dijo a la multitud antes de irse, fue que iba a ser la novia del nuevo dios del que había estado hablando. Luego, hace un mes, sus tropas cruzaron el Megan e invadieron Peldane. Eso es todo lo que sé. De veras.
Polgara dio un paso atrás.
—Gracias, Nabros —dijo con cortesía—. ¿Ahora por qué no intentas dormir un poco? Mientras tanto, te prepararé el desayuno.
El melcene suspiró y comenzó a cerrar los ojos.
—Gracias —dijo con voz soñolienta y un instante después estaba profundamente dormido.
Polgara lo cubrió con una manta. Luego, a una señal de Belgarath, todos se reunieron junto al fuego.
—Todo empieza a encajar —señaló el anciano—. Cuando Torak murió, el Espíritu de las Tinieblas se apoderó de Zandramas y la convirtió en Niña de las Tinieblas. Eso es lo que ocurrió en la selva.
Ce'Nedra no dejaba de murmurar algo entre dientes. Tenía una expresión furiosa en la cara y los ojos ardientes.
—Será mejor que hagas algo sobre esto —le aconsejó a Belgarath, con voz amenazadora.
—¿Sobre qué? —preguntó él, perplejo.
—Ya has oído lo que ha dicho ese hombre. Zandramas piensa ser la novia de este nuevo dios.
—Sí —respondió él con suavidad—, ya lo he oído.
—No permitirás que ocurra una cosa así, ¿verdad?
—No pensaba hacerlo, desde luego. ¿Qué es lo que te preocupa?
—¡No pienso tener a Zandramas de nuera! —declaró ella con vehemencia—, ¡pase lo que pase!
Él la miró fijamente un momento y luego se echó a reír a carcajadas.
A media tarde, el pálido disco del sol comenzó a arder a través de la persistente neblina y Beldin regresó.
—A un kilómetro y medio de aquí, la niebla ya se ha disipado por completo —les dijo.
—¿Hay alguna señal de movilizaciones? —le preguntó Belgarath.
—Sí —respondió Beldin—. Varios destacamentos se dirigen hacia el norte. Aparte de eso, todo está tan desierto como el alma de un mercader. Perdona, Kheldar, es una vieja expresión.
—No te preocupes, Beldin —lo disculpó Seda con magnanimidad—. Estos deslices lingüísticos son frecuentes en los ancianos.
Beldin le dedicó una mirada fulminante y luego continuó:
—Las aldeas están abandonadas y en ruinas. Creo que sus habitantes han huido. —Miró al melcene dormido—. ¿Quién es vuestro invitado? —preguntó.
—Pertenece al Departamento de Caminos —respondió Belgarath—. Seda lo encontró escondido en un sótano.
—¿Tanto sueño tiene?
—Sadi le dio algo para tranquilizarlo.
—Veo que ha surtido efecto, pues parece muy tranquilo.
—¿Quieres comer algo, tío? —preguntó Polgara.
—Gracias, Pol, pero me he comido un conejo muy gordo hace apenas una hora. —Se volvió a mirar a Belgarath—. Creo que debemos seguir viajando de noche —aconsejó—. Allí afuera no hay ningún regimiento completo, pero son suficientes para crearnos problemas si nos sorprendieran.
—¿Sabes de quién son las tropas?
—No he visto guardianes del templo ni karands. Supongo que serán tropas de Zandramas o del rey de Peldane. Quienquiera que sea, se dirige hacia el norte, para participar en la batalla que está a punto de comenzar.
—Muy bien —dijo Belgarath—, entonces viajaremos de noche, al menos hasta que dejemos atrás a los soldados.
Aquella noche pudieron avanzar deprisa. El bosque había quedado atrás y resultaba fácil evitar a los soldados acampados en la llanura, pues sus fogatas los delataban. Por fin, poco antes del amanecer, Belgarath y Garion se detuvieron en lo alto de una pequeña colina y avistaron un campamento bastante más grande que los anteriores.
—Un batallón, abuelo —observó Garion—. Creo que tendremos problemas, pues el terreno es absolutamente plano. Esta es la única colina que hemos encontrado en varios kilómetros, y no constituye un refugio muy seguro. Aunque intentemos escondernos, acabarán por encontrarnos. Tal vez sería conveniente volver atrás.
El gran lobo gris echó hacia atrás las orejas en un gesto de disgusto.
—Volvamos a advertir a los demás —gruñó.
Se puso de pie y guió a Garion de vuelta por donde habían venido.
—No tiene sentido correr riesgos, padre —dijo Polgara tras descender del cielo con un silencioso aleteo—. Unos kilómetros atrás, el terreno era más irregular. Podemos volver y buscar refugio.
—¿Los cocineros estaban preparando el desayuno? —preguntó Sadi.
—Sí —respondió Garion—. Olía a gachas y a tocino.
—No se moverán ni enviarán exploradores hasta que acaben de comer, ¿verdad?
—No —respondió Garion—. Los soldados se ponen de muy mal humor si los hacen marchar con el estómago vacío.
—¿Y los centinelas llevaban la capa militar común, la que se parece a ésta? —añadió mientras señalaba su propia túnica de viaje.
—Los que yo vi sí —contestó Garion.
—¿Por qué no les hacemos una visita, príncipe Kheldar? —sugirió el eunuco.
—Dime, ¿qué estás tramando? —preguntó Seda con desconfianza.
—Las gachas suelen ser muy sosas, ¿verdad? Yo podría condimentarlas un poco con unas sustancias que llevo en mi maletín. Podemos entrar al campamento como un par de centinelas que acaban su turno y dirigirnos directamente a los fogones en busca de nuestro desayuno. No será muy difícil condimentar el contenido de las cazuelas.
Seda sonrió.
—Nada de veneno —dijo Belgarath con firmeza.
—En ningún momento consideré la posibilidad de usar veneno, venerable anciano —protestó Sadi—, aunque no por razones morales. Los soldados suelen volverse desconfiados cuando sus compañeros caen al suelo con las caras moradas. Había pensado en algo mucho más divertido. Los soldados se sentirán muy felices durante breves momentos y luego se quedarán dormidos.
—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó Seda.
—Durante varios días —dijo Sadi encogiéndose de hombros—. Una semana como máximo.
Seda silbó.
—¿Es peligroso?
—Sólo si uno tiene el corazón débil. Yo mismo lo he usado en ocasiones en que me sentía demasiado cansado. ¿Vamos?
—Juntar a estos dos ha sido una catástrofe moral —musitó Belgarath mientras los dos pícaros se alejaban en la oscuridad hacia las parpadeantes hogueras.
El pequeño drasniano y el eunuco regresaron una hora después.
—Ya no corremos ningún riesgo —informó Sadi—. Podremos atravesar el campamento sin que surjan inconvenientes. Nos refugiaremos en una cadena de colinas, a unos cinco kilómetros, hasta que llegue la noche.
—¿Habéis tenido algún problema? —preguntó Velvet.
—En absoluto —sonrió Seda—. Sadi es muy hábil para estas cosas.
—Es la práctica, mi querido Kheldar —dijo el eunuco quitándole importancia—. En mis épocas, envenené a bastante gente. —Esbozó una sonrisa radiante—. Una vez ofrecí un banquete a un grupo de enemigos. Ni uno solo me vio condimentar la sopa, y los nyissanos suelen ser muy observadores para ese tipo de cosas.
—¿No sospecharon nada cuando vieron que tú no comías sopa? —preguntó Liselle con curiosidad.
—Claro que comí, Liselle. Luego pasé una semana entera tomando antídotos. —El eunuco se estremeció—. Si mal no recuerdo, era un brebaje horrible, a diferencia del veneno, que sabía bastante bien. Varios invitados me felicitaron por la sopa antes de marcharse. —Suspiró—. ¡Ah, qué tiempos aquéllos! —exclamó con voz plañidera.
—Ya tendrás tiempo para reminiscencias más tarde —dijo Belgarath—. Ahora veamos si podemos llegar a esas colinas antes de que el sol esté mucho más alto.
En el campamento de los soldados reinaba un silencio absoluto, roto sólo por algún ronquido ocasional. Los hombres sonreían felices en sueños.
Por la noche, el cielo cubierto de nubes y el olor del aire vaticinaban lluvias inminentes. Garion y Belgarath no tuvieron dificultades en encontrar los campamentos apostados en el camino y gracias a varios fragmentos de conversación oídos clandestinamente, descubrieron que las tropas pertenecían al ejército real de Peldane y que se aproximaban al campo de batalla con reticencia. Al amanecer, Garion y su abuelo volvieron a unirse a los demás, mientras Polgara volaba sobre ellos como un espectro silencioso.
—Un sonido es siempre un sonido —le decía Durnik a Beldin con obstinación.
—Pero si no hay nadie para oírlo, ¿cómo podemos llamarlo sonido? —protestó Beldin.
Belgarath recuperó su forma habitual.
—¿Otra vez con lo del ruido del bosque, Beldin? —dijo con un deje de profundo disgusto.
—Por algo hay que empezar —respondió el jorobado encogiéndose de hombros.
—¿No se te ocurre nada nuevo? Después de discutir ese tema conmigo durante mil años, pensé que te habrías cansado de él.
—¿De qué se trata? —preguntó Polgara que se acercaba entre la alta hierba bajo la luz sin sombra del alba.
—Beldin y Durnik discuten una vieja cuestión filosófica —gruñó Belgarath—. Si hay un ruido en el bosque, y no hay nadie allí para oírlo, ¿es realmente un ruido?
—Por supuesto que sí —respondió ella con calma.
—¿Y cómo has llegado a esa conclusión? —preguntó Beldin.
—Porque no hay ningún sitio totalmente desierto, tío. Siempre hay criaturas alrededor: animales salvajes, ratones, insectos, pájaros... y todos ellos pueden oír.
—¿Pero qué pasaría si no hubiera nadie, si el bosque estuviera realmente desierto?
—¿Para qué perder el tiempo en hablar de un imposible?
Él la miró con expresión frustrada.
—No sólo eso —añadió Ce'Nedra con cierta presunción—. El bosque está lleno de árboles, y los árboles pueden oír, ¿no lo sabías?