La hechicera de Darshiva (24 page)

Read La hechicera de Darshiva Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La hechicera de Darshiva
11.74Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Por qué hacéis un frente común contra mí? —preguntó el jorobado con una mirada fulminante.

—Porque estás equivocado, tío —respondió Polgara con una sonrisa.

—¿Equivocado, Polgara? —exclamó él—. ¿Yo?

—Puede pasarle a todos alguna vez. ¿Y ahora por qué no desayunamos?

El sol salió mientras comían. Belgarath alzó la cabeza y entrecerró los ojos deslumbrado por la luz matinal.

—No hemos visto ningún soldado desde medianoche —dijo—, y todos los que hemos encontrado hasta ahora pertenecían al ejército de Peldane. No es necesario preocuparse por ellos, así que creo que podríamos cabalgar un poco esta mañana. —Se volvió hacia Seda—. ¿Cuánto falta para la frontera de Darshiva?

—No mucho, pero avanzamos muy despacio. Es primavera y las noches se están volviendo más cortas. Además, cada vez que tenemos que esquivar tropas, perdemos mucho tiempo. —Hizo una mueca de preocupación—. Es probable que tengamos problemas en la frontera. Tendremos que cruzar el río Megan, y si todo el mundo ha huido de la zona, será difícil encontrar un bote.

—¿El Magan es tan grande como dicen? —preguntó Sadi.

—Es el río más grande del mundo. Tiene más de cinco mil kilómetros de longitud y es tan ancho que no se puede ver la otra orilla.

—Quiero examinar los caballos antes de seguir adelante —dijo Durnik mientras se incorporaba—. Hemos estado cabalgando en la oscuridad y eso siempre entraña riesgos. Sería un contratiempo que alguno de ellos se quedara cojo.

Eriond y Toth también se levantaron y los tres hombres se internaron entre la hierba alta, hacia el sitio donde estaban amarrados los caballos.

—Yo iré adelante —dijo Beldin—. Aunque las tropas sean peldanes, es conveniente evitar sorpresas.

El hechicero se transformó en halcón y voló hacia el oeste, dibujando una espiral en el límpido cielo de la mañana.

Garion extendió las piernas y se apoyó sobre los codos.

—Debes de estar cansado —dijo Ce'Nedra mientras se sentaba a su lado y con ternura le acariciaba la cara.

—Los lobos no se cansan tanto —respondió él—. Tengo la sensación de que, en caso necesario, podría correr sin parar durante una semana.

—Bueno, no es necesario, así que no pienses en ello.

—Sí, cariño.

Sadi se había puesto de pie con su maletín rojo en la mano.

—Ya que nos hemos detenido, buscaré algo para darle de comer a Zith —dijo el eunuco con una mueca de preocupación—. ¿Sabes, Velvet? Creo que tienes razón en lo que dijiste en Zamad. Es evidente que ha ganado peso.

—Ponla a dieta —sugirió la joven rubia.

—No estoy seguro —sonrió él—. Es muy difícil explicarle a una serpiente por qué le haces pasar hambre, y no me gustaría que se enfadara conmigo.

Poco después, reemprendieron el viaje, siguiendo las mudas instrucciones de Toth.

—Dice que tal vez encontremos una aldea al sur de una gran ciudad, cerca del río —explicó Durnik.

—Ferra —dijo Seda.

—Supongo que sí. Hace tiempo que no miro el mapa. Toth dice que por allí hay varias aldeas donde alquilar un bote para cruzar a Darshiva.

—Siempre y cuando esas aldeas no estén abandonadas —añadió Seda.

—No lo sabremos hasta llegar allí —respondió Durnik encogiéndose de hombros.

Era una mañana cálida y cabalgaban sobre los ondulados prados del sur de Peldane bajo un cielo despejado. A media mañana, Eriond se adelantó y acercó su caballo al de Garion.

—¿Crees que a Polgara le molestaría que hiciéramos una pequeña carrera? —preguntó—. Tal vez hasta aquella colina del norte.

—Supongo que sí —respondió Garion—, a menos que se nos ocurriera una buena razón para hacerlo.

—¿No aceptará la idea de que Caballo y Chretienne necesitan correr de vez en cuando?

—Eriond, tú la conoces desde hace mucho tiempo. ¿De verdad crees que nos escucharía si le ofreciéramos una excusa como ésa?

—No, supongo que no —suspiró Eriond.

Garion miró hacia la cima de la colina.

—Sin embargo, deberíamos ver qué ocurre en el norte —dijo con aire pensativo—, pues allí es donde se presentarán los problemas. Necesitamos saber qué ocurre, ¿verdad?, y la cima de aquella colina sería el sitio ideal para echar un vistazo.

—Eso es cierto, Belgarion.

—No es como si le estuviéramos mintiendo.

—Jamás haría algo así.

—Por supuesto que no. Yo tampoco.

Los dos jóvenes sonrieron.

—Le informaré a Belgarath adonde vamos —dijo Garion—. Dejaremos que él se lo explique a tía Pol.

—Es el más indicado para hacerlo —asintió Eriond.

Garion retrocedió y tocó el hombro de su adormilado abuelo.

—Eriond y yo vamos hasta aquella colina —dijo—. Quiero ver si ya ha comenzado la lucha.

—¿Qué? Ah, buena idea.

Belgarath bostezó y volvió a cerrar los ojos.

Garion hizo una señal a Eriond y los dos se alejaron del camino al galope.

—¡Garion! —llamó Polgara—. ¿Adonde vais?

—El abuelo te lo explicará, tía Pol —gritó él—. Nos reuniremos con vosotros dentro de un momento. —Se volvió hacia Eriond—. Ahora, salgamos del alcance de su vista cuanto antes.

Se dirigieron al norte, primero al trote y luego a todo galope. Las altas briznas de hierba azotaban las patas de los caballos. El zaino y el pardo corrían a grandes trancos, extendiendo las cabezas hacia el frente y golpeando los cascos con violencia sobre la gruesa alfombra de turba. Garion se inclinó hacia adelante en la silla y sintió las flexiones y contracciones de los músculos de Cbretienne. Cuando por fin se detuvieron en lo alto de la colina, tanto él como Eriond reían, rebosantes de alegría.

—Ha sido fantástico —dijo Garion mientras desmontaba—. Ya no tenemos muchas oportunidades de correr, ¿verdad?

—No con tanta frecuencia como antes —asintió Eriond y también desmontó—. Conseguiste arreglarlo con diplomacia, Belgarion.

—Por supuesto. Los reyes nos destacamos por nuestra diplomacia.

—¿Crees que hemos logrado engañarla?

—¿Nosotros? —rió Garion—. ¿Engañar a tía Pol? Bromeas, Eriond.

—Supongo que tienes razón —dijo Eriond con una mueca de disgusto—. Nos reñirá, ¿verdad?

—Es inevitable. Pero la carrera ha valido una regañina, ¿no crees?

Eriond sonrió, pero luego miró alrededor y su sonrisa se desvaneció.

—Belgarion —dijo con tristeza mientras señalaba hacia el norte.

Garion miró hacia allí. Grandes nubes de humo negro cubrían el horizonte.

—Parece que ya ha empezado —dijo con amargura.

—Sí —suspiró Eriond—. ¿Por qué tienen que hacer eso?

Garion cruzó los brazos sobre la montura de Chretienne y apoyó la barbilla sobre ellos con aire pensativo.

—Supongo que por orgullo —respondió—, y por ambición. Incluso también por sed de venganza. Una vez, en Arendia, Lelldorin me dijo que a menudo la gente no sabe cómo parar la guerra una vez que ha comenzado.

—¡Pero es todo tan absurdo!

—Por supuesto que sí. Los arendianos no son los únicos seres estúpidos de este mundo. Siempre que dos personas deseen con todas sus fuerzas lo mismo, habrá una pelea. Si esas dos personas tienen suficientes seguidores, la pelea se transforma en una guerra. Cuando un par de hombres vulgares discuten, todo acaba con una nariz rota y varios dientes menos, pero cuando participan varios ejércitos, puede morir mucha gente.

—¿Entonces tú y Zakath os enfrentaréis en una guerra?

Era una pregunta difícil y Garion no estaba seguro de conocer la respuesta.

—No lo sé —admitió.

—Él pretende dominar el mundo —señaló Eriond—, y tú no quieres que lo haga. ¿No es el tipo de conflicto que podría desencadenar una guerra?

—Es muy difícil saberlo —respondió Garion con tristeza—. Quizá si no nos hubiéramos marchado de Mal Zeth, yo habría podido hacerlo entrar en razón. Pero teníamos que irnos y perdí la oportunidad. —Suspiró—. Ahora todo depende de él. Tal vez haya cambiado lo suficiente como para abandonar esa idea, pero también es posible que no lo haya hecho. Con un hombre como Zakath, nunca se sabe. Tengo la esperanza de que haya alterado sus planes, pues no quiero una guerra con nadie; pero tampoco pienso inclinarme ante él. El mundo no ha sido creado para ser gobernado por un solo hombre y mucho menos por alguien como Zakath.

—Sin embargo te cae bien, ¿verdad?

—Sí, me cae bien. Ojalá lo hubiera conocido antes de que Taur Urgas le arruinara la vida.,—Hizo una pausa y su rostro cobró una expresión grave—. Ése sí que era un hombre con el cual me habría gustado pelear. Contaminó el mundo entero con su mera presencia en él.

—Pero no fue culpa suya. Estaba loco y eso lo justifica.

—Eres un joven muy indulgente, Eriond.

—¿No es más fácil perdonar que odiar? Este tipo de cosas seguirá sucediendo hasta que aprendamos a perdonar —añadió mientras señalaba las columnas de humo que se elevaban al norte—. El odio es un sentimiento estéril, Belgarion.

—Lo sé —suspiró Garion—. Yo odiaba a Torak, pero creo que al final lo perdoné... aunque sólo fuera por compasión. Sin embargo, tuve que matarlo a pesar de todo.

—¿Cómo crees que sería el mundo si los hombres dejaran de matarse unos a otros?

—Quizá sería un sitio mejor.

—¿Entonces por qué no intentamos que sea así?

—¿Tú y yo? —rió Garion—. ¿Los dos solos?

—¿Por qué no?

—Porque es imposible, Eriond.

—Pensé que hacía mucho tiempo que tú y Belgarath habían dejado claro que nada es imposible.

—Sí, supongo que sí —volvió a reír Garion—. Olvidemos la expresión «imposible». ¿Te gusta más «extremadamente difícil»?

—Nada que valga la pena puede ser fácil, Belgarion. Si lo fuera, no lo valoraríamos. Sin embargo, estoy seguro de que podremos encontrar una solución al problema.

Lo dijo con tal convicción que por un instante Garion casi creyó en la viabilidad de aquella disparatada idea, pero luego volvió a mirar hacia las columnas de humo y su esperanza se desvaneció.

—Supongo que deberíamos volver a informar a los demás de lo que sucede allí —dijo.

Beldin regresó cerca del mediodía.

—Hay otro destacamento a un kilómetro y medio de distancia —le dijo a Belgarath—. Calculo que está formado por una docena de hombres.

—¿Se dirigen hacia la batalla del norte?

—No. Creo que este grupo huye de allí. Parece que ya han sido apaleados.

—¿Sabes de qué lado están?

—Eso no tiene importancia, Belgarath. Un hombre olvida su bando cuando deserta.

—A veces eres tan listo que me pones enfermo.

—¿Por qué no le pides a Polgara que te cure con una de sus pócimas?

—¿Cuánto tiempo llevan así, Polgara? —preguntó Liselle.

—¿A qué te refieres, querida?

—A las disputas constantes entre estos dos.

Polgara cerró los ojos y suspiró.

—No lo creerías, Liselle. A veces pienso que comenzaron en el momento mismo de la creación.

Los soldados que encontraron estaban cansados y asustados. Sin embargo se mantenían alerta, con las armas en la mano. Seda hizo una señal a Garion y los dos cabalgaron hacia ellos, con fingida indiferencia.

—Buenos días, caballeros —saludó Seda con tono casual—. ¿Qué diablos sucede aquí?

—¿Quieres decir que no estáis enterados? —preguntó un individuo delgado y alto que llevaba un vendaje ensangrentado en la cabeza.

—No he encontrado a nadie que me lo dijera —respondió Seda—. ¿Qué le ha ocurrido a la gente que solía vivir en esta región de Peldane? No hemos visto a nadie en cuatro días.

—Han huido todos —contestó el hombre del vendaje—. Bueno, al menos los que quedaron vivos.

—¿De qué huyeron?

—De Zandramas —respondió el soldado con un estremecimiento—. Su ejército invadió Peldane hace un mes. Intentamos detenerla, pero traían grolims consigo y unas tropas vulgares no pueden hacer mucho contra ellos.

—Eso es muy cierto —asintió Seda—. ¿Y qué es ese humo en el norte?

—Se está librando una gran batalla —informó el soldado mientras se sentaba en el suelo y comenzaba a quitarse el vendaje de la cabeza.

—No es como ninguna otra batalla —comentó un soldado con el brazo en cabestrillo que tenía aspecto de haber pasado varios días tendido sobre el barro—. He participado en varias guerras, pero ninguna ha sido como ésta. Un soldado sabe que se arriesga a espadas, flechas y lanzas; pero cuando empiezan a atacarlo con atrocidades se da cuenta de que ha llegado la hora de buscar otro camino.

—¿Atrocidades? —preguntó Seda.

—Tienen demonios con ellos, amigo, en los dos bandos. Monstruosos demonios con brazos como serpientes, garras, colmillos y cosas por el estilo.

—¡No lo dirás en serio!

—Los he visto con mis propios ojos. ¿Alguna vez has visto comer vivo a un hombre? Te aseguro que te pondría los pelos de punta.

—No entiendo bien —confesó Seda—. ¿Quién participa en esta batalla? Los ejércitos normales no suelen contar con la ayuda de demonios domesticados.

—Eso es verdad —dijo el hombre manchado de barro—. Y es lógico que un soldado normal abandone el servicio si lo obligan a enfrentarse a alguien que pretende comérselo. Sin embargo, yo nunca supe quiénes combatían. —Se volvió hacia el hombre del vendaje—. ¿Tú sabes de quién se trata, cabo?

—El capitán nos lo dijo antes de que lo mataran —respondió el cabo mientras se envolvía la cabeza con un vendaje limpio.

—Será mejor que comiences por el principio —sugirió Seda—. Estoy bastante confundido.

—Como ya te he dicho —comenzó el cabo—, hace un mes el ejército de Darshiva invadió Peldane con sus grolims. Mis hombres y yo pertenecemos al Ejército Real de Peldane, así que intentamos resistirnos. Los retuvimos en la orilla este del Megan, pero luego los grolims se enfrentaron con nosotros y nos vimos forzados a retroceder. Entonces nos enteramos de que venía otro ejército desde el norte: karands, soldados con armaduras y más grolims. Pensamos que estábamos acabados, pero luego resultó que este nuevo ejército no estaba relacionado con el de Darshiva, sino que trabajaba para otro grolim del oeste. Bien, este segundo grolim, apostó sus tropas en la costa y no vino al interior. Parecía que estaba esperando algo. Nosotros ya teníamos bastante con el ejército de Darshiva, así que no nos interesamos por él. Mientras tanto hacíamos lo que nuestros superiores llaman «maniobras», que es el término oficial para designar una fuga.

Other books

And Then Forever by Shirley Jump
The Mask of Apollo by Mary Renault
The Day of the Donald by Andrew Shaffer
Heartsick by Chelsea Cain
The Taste of Night by R.L. Stine
Death Benefits by Robin Morgan