—Sólo quería asegurarme de que me oyeran —respondió el anciano.
—Es muy probable que te hayan oído en Mal Zeth. ¿Ahora piensas volver?
—Déjame encender unas cuantas fogatas más. La capacidad de atención de los chandims es bastante limitada. Además, el humo confundirá el olfato de los sabuesos.
Se oyeron varias detonaciones más.
—Con eso debería bastar. —dijo Belgarath mentalmente con un deje de satisfacción.
Veinte minutos más tarde, el gran lobo plateado surgió de entre la niebla como un fantasma.
—¡Oh, aquí estás! —le dijo Belgarath a Garion en el lenguaje de los lobos—. Separémonos un poco y sigamos adelante. Durnik y los demás vienen detrás.
—¿Los chandims volvieron a la playa a ver qué ocurría?
—Oh, sí. —Belgarath sacó la lengua en una sonrisa lobuna—. No hay duda de que sentían curiosidad. Eran muchos. Creo que ahora deberíamos irnos.
Una hora después, Garion olfateó el aroma de un caballo y un jinete que se acercaban. Corrió entre la niebla de un sitio a otro hasta precisar la procedencia de aquel olor. Luego se dirigió hacia allí.
Se trataba de un solitario guardián del templo que galopaba hacia el norte, en dirección a las enormes fogatas encendidas por Belgarath. Garion se acercó rugiendo. El caballo del guardián relinchó presa del pánico, levantó las patas traseras y arrojó al atónito jinete sobre una montaña de madera. El animal huyó y el guardián del templo se quedó gimiendo, semienterrado en la arena y cubierto de ramas y troncos blancos.
—¿Algún problema? —surgió la voz de Belgarath de entre la niebla.
—Un guardián del templo —respondió Garion—. Se cayó de su caballo. Es probable que se haya roto algún hueso.
—¿Estaba solo?
—Sí, abuelo. ¿Y dónde estás tú?
—Un poco más adelante. Aquí hay un bosque y parece un buen sitio para girar hacia el oeste. No creo que necesitemos bajar hasta Gandahar.
—Le diré a tía Pol que se comunique con Durnik.
El bosque era bastante grande y con poca maleza. Garion encontró las brasas de un campamento, todavía resplandecientes en la brumosa oscuridad. Sin embargo, el campamento estaba desierto. Quienquiera que hubiera estado allí, había huido a toda prisa. Las confusas huellas en el barro indicaban que habían cabalgado hacia las fogatas de la playa.
Garion siguió adelante.
Junto al borde del bosque, una brisa suave trajo consigo un fuerte hedor canino y el lobo se detuvo en seco.
—Abuelo —dijo con su pensamiento en tono apremiante—. Huelo un perro un poco más adelante.
—¿Uno solo?
—Eso creo. —Avanzó unos metros, con las orejas y los sentidos alerta—. Sólo huelo uno —respondió.
—Quédate allí. Estaré contigo en un instante.
Garion se sentó sobre sus ancas y aguardó. Poco después, el lobo plateado se unió a él.
—¿Se ha movido? —preguntó Belgarath.
—No, abuelo. Parece estar sentado en un sitio. ¿Crees que podremos pasar junto a él sin que advierta nuestra presencia?
—Tú y yo tal vez, pero Durnik y los demás no. Los sabuesos tienen el oído y el olfato tan desarrollado como los lobos.
—¿No podríamos asustarlo?
—Lo dudo. Es más grande que nosotros. Incluso si lo hiciéramos, iría en busca de ayuda, y no nos conviene tener una jauría de sabuesos pegada a nuestros talones. Tendremos que matarlo.
—¡Abuelo! —exclamó Garion.
Por alguna razón, la sola idea de asesinar a otro canino lo escandalizaba.
—Lo sé —admitió Belgarath—, es una idea repugnante, pero no tenemos otra opción. Está obstruyendo nuestro camino y tenemos que salir de aquí antes de que amanezca. Ahora escúchame con atención: los sabuesos son grandes, pero no demasiado ágiles ni rápidos. Yo me enfrentaré con él, mientras tú le cortas el paso por detrás. ¿Sabrás hacerlo?
Era una habilidad instintiva en los lobos y Garion descubrió sorprendido que sabía a ciencia cierta lo que debía hacer.
—Sí —respondió.
El lenguaje de los lobos ofrece una gama limitada de expresiones emocionales, de modo que el joven no pudo manifestar la desazón que le causaba la idea de aquel encuentro.
—Muy bien —continuó Belgarath—, cuando le hayas cortado el paso, mantente alejado del alcance de sus dientes. Intentará girar hacia ti, pues es un acto instintivo y no podrá evitarlo. Entonces yo saltaré a su garganta.
Garion se estremeció ante la crudeza del plan. Belgarath no proponía una pelea, sino un asesinato a sangre fría.
—Acabemos con esto de una vez, abuelo —dijo con tono desdichado.
—No gimotees, Garion —respondió Belgarath con el pensamiento—. Podría oírte.
—Esto no me gusta —señaló Garion.
—A mí tampoco, pero es lo único que podemos hacer. Vámonos.
A medida que se abrían paso entre los árboles envueltos en niebla, el olor del sabueso se volvía más fuerte. No era un aroma agradable, pues los perros, a diferencia de los lobos, se alimentan con carroña. De pronto, Garion avistó la silueta oscura del sabueso al otro lado de los árboles. Belgarath también vio a su futura víctima y se detuvo. Entonces los dos lobos se separaron y avanzaron al paso lento y cauteloso característico de la caza, apoyando cada pata silenciosamente sobre el suelo húmedo del bosque.
Todo ocurrió con increíble rapidez. El sabueso emitió un alarido cuando los colmillos de Garion cortaron los tendones de sus patas traseras, pero el quejido se convirtió en un balbuceante gorjeo cuando las mandíbulas de Belgarath se cerraron en su cuello. El enorme cuerpo negro se sacudió varias veces mientras las patas delanteras rasguñaban el suelo de forma convulsiva. Por fin se estremeció y se desplomó inerte. Entonces la figura del perro muerto se desvaneció de forma extraña y frente a ellos apareció un grolim con el cuello seccionado.
—No me imaginé que ocurriría esto —dijo Garion mientras intentaba controlar el sentimiento de repulsión que lo invadía.
—A veces lo hacen —observó Belgarath y luego envió sus pensamientos más lejos—. El camino está libre, Pol. Dile a Durnik que guíe a los demás.
Cuando la luz del amanecer volvió opalescente la neblina, se refugiaron en una aldea abandonada. En el pasado, la aldea había estado rodeada por una muralla y una parte seguía en pie. Las casas eran de piedra y algunas permanecían casi intactas, a excepción de los techos. Otras se habían desmoronado en medio de las estrechas callejuelas. En algunos sitios, todavía salía humo de entre los escombros.
—Creo que podemos arriesgarnos a encender fuego —sugirió Durnik al ver el humo.
Polgara echó un vistazo a su alrededor.
—Un desayuno caliente no nos sentaría mal —señaló—. Es probable que pase bastante tiempo antes de que se nos presente otra oportunidad como ésta. Escondámonos allí —añadió—, bajo las ruinas de aquella casa.
—Espera un momento, Durnik, necesito que hagas de traductor —dijo Belgarath mirando a Toth—. Supongo que sabrás llegar a Kell desde aquí, ¿verdad? —le preguntó al gigantesco mudo. Toth se acomodó la manta que llevaba doblada sobre el hombro y asintió con un gesto—. En Melcena nos dijeron que Kell ha sido cerrada —continuó el anciano—. ¿Crees que nos dejarán pasar?
Toth respondió con una serie de ademanes confusos.
—Dice que no habrá ningún problema... siempre y cuando Cyradis siga en Kell —tradujo Durnik. Ella ordenará a las demás videntes que nos dejen pasar.
—¿Entonces está allí? —preguntó Belgarath.
Los gestos se volvieron más rápidos.
—No te he entendido bien —le dijo Durnik a su amigo.
Toth volvió a gesticular, aunque esta vez más despacio.
—Esto es un poco complicado, Belgarath —dijo el herrero con una mueca de preocupación—. Por lo que he podido entender, está allí y no está allí al mismo tiempo... como Zandramas la última vez que la vimos. Pero también está y no está en varios sitios más y en distintos tiempos.
—Buen truco —observó Beldin—. ¿Te ha dicho en qué otros sitios y tiempos está?
—No. Creo que preferiría no hacerlo.
—Debemos respetar su decisión —afirmó Belgarath.
—Eso no aplaca mi curiosidad —señaló Beldin mientras se quitaba varias ramitas de la barba. Luego señaló hacia el cielo—. Voy a subir allí —dijo—. Creo que deberíamos saber hasta dónde se extiende la niebla y con qué nos encontraremos cuando se disipe.
El hechicero abrió los brazos, su cuerpo se desdibujó, y una vez convertido en halcón se alejó de allí volando.
Durnik los condujo hacia la casa en ruinas, en cuya chimenea encendió una pequeña fogata mientras Seda y Sadi registraban la desmoronada aldea.
Los dos hombres regresaron poco después, acompañados por un delgadísimo melcene con una túnica de burócrata.
—Estaba escondido en un sótano —informó Seda.
El burócrata temblaba de forma visible y tenía los ojos desorbitados.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Belgarath.
El melcene lo miró como si no comprendiera.
—Creo que ha sufrido alguna experiencia traumática —observó Seda—. No hemos podido sacarle una sola palabra.
—¿Podrías darle algún tranquilizante? —le preguntó Belgarath a Sadi.
—Yo mismo iba a sugerirlo, venerable anciano. —Sadi abrió su maletín rojo y sacó un pequeño frasco de cristal lleno de un líquido ambarino. Cogió una taza de latón de la mesa, sirvió un poco de agua, añadió unas gotas del líquido ambarino y revolvió con cuidado—. Bebe esto —dijo mientras le entregaba la taza al tembloroso melcene. El individuo cogió la taza agradecido y bebió su contenido con ruidosos sorbos—. Debemos esperar unos minutos hasta que haga efecto —le dijo en voz baja a Belgarath.
Todos miraron al hombre aterrorizado hasta que dejó de temblar.
—¿Te encuentras mejor, amigo? —le preguntó Sadi.
—S-sí —respondió el delgado melcene con un suspiro largo y tembloroso—. Gracias —dijo—. ¿Tenéis algo de comer? Estoy hambriento.
Polgara le ofreció un poco de pan y queso.
—Esto te contentará hasta la hora del desayuno —le aseguró.
—Gracias, señora —respondió mientras empezaba a comer con avidez.
—Tienes aspecto de haber vivido momentos difíciles —dijo Seda.
—Desde luego, ninguno de ellos fue placentero —asintió el burócrata.
—¿Cómo has dicho que te llamabas?
—Nabros. Soy del Departamento de Caminos.
—¿Cuánto tiempo llevas en Peldane?
—Parece una eternidad, pero supongo que sólo han sido veinte años.
—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó el hombrecillo con cara de rata mientras señalaba las casas derruidas.
—Un verdadero desastre —respondió Nabros—. Ya hace varios años que hay disturbios, pero el mes pasado Zandramas invadió Peldane.
—¿Cómo lo hizo? He oído que estaba al oeste del continente.
—Yo también. Quizá le haya dado órdenes a sus generales. Nadie la ha visto desde hace varios años.
—Pareces estar bien informado, Nabros —observó Seda.
El funcionario se encogió de hombros.
—Es de esperar en un miembro de la burocracia —contestó con una sonrisa lánguida—. A veces creo que dedicamos más tiempo a cotillear que a trabajar.
—¿Qué has oído de Zandramas en los últimos tiempos? —preguntó Belgarath.
—Bien —respondió el individuo mientras se restregaba la cara sin afeitar—, poco después de verme obligado a escapar de las oficinas de Selda, vino a verme un amigo del Departamento de Comercio. Dijo que en Hemil se iba a llevar a cabo una especie de coronación. Como ya sabréis, Hemil es la capital de Darshiva. Mi amigo me dijo que iban a nombrar emperador de Mallorea a un archiduque de Melcena.
—Mallorea ya tiene un emperador —protestó Velvet.
—Creo que eso es parte de la idea. Mi amigo del Departamento de Comercio es un tipo bastante listo y se permitió hacer varias conjeturas sobre sus planes. Kal Zakath ha regresado a Mal Zeth después de pasar varios años en Cthol Murgos. Sin embargo, la mayor parte de su ejército sigue en el oeste y no cuenta con tropas numerosas. Mi amigo cree que Zandramas ordenó esta coronación para enfurecer al emperador y obligarlo a actuar con precipitación. Supongo que intenta hacerlo salir de Mal Zeth con una artimaña para luego atacarlo. Si consigue matarlo, el archiduque de Melcena se convertirá en el verdadero emperador.
—¿Qué sentido tiene eso? —preguntó Seda.
—Habrás oído hablar de Urvon, ¿verdad?
—¿El Discípulo?
—El mismo. Ha permanecido en Mal Yaska durante siglos, pero lo que ocurre en esta parte del mundo lo ha obligado a salir. Se trata de Zandramas, ¿comprendes? Ella es una rival directa para él. Lo cierto es que Urvon ha marchado sobre Karanda y ha reunido un ejército descomunal, pues los karands creen que cuenta con ayuda de demonios. Son tonterías, por supuesto, pero los karands creen cualquier cosa. Por eso Zandramas y sus hombres intentan controlar el trono imperial. Ella necesita traer el ejército malloreano de vuelta desde Cthol Murgos para equiparar sus fuerzas a las de Urvon. De lo contrario, éste desbarataría todos sus planes.
El burócrata, súbitamente locuaz, suspiró e inclinó la cabeza.
—Creo que ahora dormirá —le dijo Sadi a Belgarath en un murmullo.
—Muy bien —respondió el anciano—. Ya tengo lo que necesitaba.
—Todavía no —dijo Polgara con firmeza desde el fogón—. Yo también necesito cierta información. —La hechicera caminó con cuidado sobre el sucio suelo de la casa en ruinas y tocó con suavidad la cara del soñoliento burócrata. Este abrió los ojos y la miró con expresión ausente—. ¿Qué sabes de Zandramas? —preguntó ella—. Me gustaría oír toda la historia..., si es que la conoces. ¿Cómo ha conseguido ganar tanto poder?
—Es una larga historia, señora.
—Tenemos tiempo.
El delgado melcene se restregó los ojos y reprimió un bostezo.
—Veamos —murmuró como si hablara para sí—, ¿cuándo comenzó todo? —Suspiró—. Yo llegué a Peldane hace unos veinte años. Era joven y entusiasta. Éste era mi primer trabajo y quería hacerlo bien. En realidad, Peldane no es un mal sitio. Teníamos grolims, por supuesto, pero estaban bastante lejos de Urvon y Mal Yaska y no se tomaban la religión muy en serio. Torak llevaba siglos dormido y Urvon no estaba interesado en lo que ocurría en el interior.
»Sin embargo, en Darshiva las cosas eran diferentes. En el templo de Hemil hubo una conspiración que acabó en un baño de sangre. —Esbozó una pequeña sonrisa—. Supongo que debe de haber sido una de las pocas ocasiones en que los grolims usaron sus cuchillos por una causa justa. Como consecuencia de este conflicto, un nuevo arcipreste consiguió el control del templo, un hombre llamado Naradas.