—¿Por qué yo, tía Pol? ¿Por qué yo?
—¿Confiarías en alguien más para resolver este asunto, Garion?
La pregunta lo pilló desprevenido. Ahora, por fin comprendía.
—No —suspiró—, supongo que no. Pero a veces me parece injusto que ni siquiera me hayan consultado.
—A mí tampoco me consultaron, Garion —respondió ella—, pero no tenían por qué hacerlo, ¿verdad? Nacimos con la conciencia de lo que teníamos que hacer. —Ella lo rodeó con sus brazos—. Me siento muy orgullosa de ti, Garion —declaró.
—Supongo que no he salido tan mal —dijo él con sarcasmo—. Al menos sé ponerme cada zapato en el pie que corresponde.
—No te imaginas cuánto me costó que aprendieras a hacerlo —rió ella—. Eras un buen chico, pero siempre te negabas a escuchar lo que te decían los demás. Hasta Rundorig me escuchaba. A menudo tenía dificultades para entender las cosas, pero al menos escuchaba.
—A veces lo echo de menos. Y también a Doroon y a Zubrette. —Garion hizo una pausa—. ¿Al final se casaron?
—Oh, sí, hace años y Zubrette ya tiene varios niños... Cinco, según creo. Solía recibir un mensaje de ellos cada otoño y volví a la hacienda de Faldor para ayudarla con su último parto.
—¿Lo hiciste? —preguntó él, atónito.
—No podía permitir que lo hiciera otra. La verdad es que Zubrette y yo discrepamos sobre algunas cosas, pero yo aún la quiero mucho.
—¿Es feliz?
—Eso creo. Resulta fácil convivir con Rundorig y además tiene suficientes niños para mantenerse ocupada. —Lo miró con aire crítico—. ¿Te encuentras mejor? —le preguntó.
—Sí —respondió él—. Siempre me encuentro mejor cuando estás a mi lado.
—Me alegro.
De repente, Garion recordó algo.
—¿El abuelo te ha explicado lo que decían los oráculos de Ce'Nedra?
—Sí —respondió ella—. La vigilaré. ¿Por qué no bajamos? Las próximas semanas serán muy agitadas, así que debemos aprovechar esta oportunidad de descansar.
Tal como el capitán Kadian había pronosticado, la costa de Peldane estaba envuelta en niebla. Sin embargo, guiados por las antorchas de los muros de Peldane, bordearon la costa hasta que el capitán consideró que habían llegado al punto señalado por Kadian.
—A un kilómetro y medio de aquí en dirección hacia el sur hay una aldea de pescadores, Alteza —le dijo a Seda—. La aldea ha sido abandonada como consecuencia de los disturbios, pero allí hay un muelle... o al menos lo había la última vez que pasé por esta zona. Podremos descargar los caballos allí.
—Excelente, capitán —respondió Seda.
Avanzaron entre la niebla hasta llegar a la aldea abandonada y a su decrépito muelle. En cuanto Chretienne bajó del barco, Garion lo ensilló, lo montó y cabalgó por la costa con la espada de Puño de Hierro apoyada en la vaina de la silla. Cuando había recorrido un par de kilómetros, sintió la familiar señal del Orbe. Entonces dio media vuelta y regresó.
Los demás también habían ensillado sus caballos y los conducían hacia la brumosa aldea de pescadores. Faroles verdes y rojos señalaban el lado de estribor y el de babor del barco que se alejaba y un marinero sentado a horcajadas sobre el bauprés tocaba una melancólica sirena para advertir a otros barcos de su presencia.
Garion desmontó y condujo a su enorme caballo gris hacia donde aguardaban los demás.
—¿Lo has encontrado? —murmuró Ce'Nedra con interés.
Garion ya había notado en otras ocasiones que, por alguna extraña razón, la niebla induce a la gente a hablar en susurros.
—Sí —respondió y luego se volvió hacia su abuelo—. ¿Y bien? —preguntó—. ¿Vamos a dejar el rastro y coger el camino más rápido hacia Kell?
Belgarath se rascó la barba y miró primero a Beldin y luego a Polgara.
—¿Qué opináis? —les preguntó.
—El rastro de Zandramas nos conduce hacia el interior, ¿verdad? —le preguntó Beldin a Garion.
El joven asintió.
—Por lo tanto, aún no tenemos que tomar ninguna decisión —dijo el jorobado—. Mientras Zandramas vaya en la misma dirección que nosotros, la seguiremos. Si más adelante cambia de rumbo, tendremos que optar por un camino u otro.
—Es razonable, padre —asintió Polgara.
—Muy bien, lo haremos así. —El anciano miró alrededor—. Esta niebla debería escondernos tan bien como la oscuridad. Vayamos a buscar el rastro de Zandramas y luego Garion, Pol y yo guiaremos el camino. —Escudriñó el cielo sombrío—. ¿Alguien es capaz de calcular la hora?
—Es media tarde, Belgarath —dijo Durnik después de una rápida consulta con Toth.
—Ahora intentemos descubrir el rastro de Zandramas.
Cabalgaron a lo largo de la costa, siguiendo las huellas de Chretienne, hasta llegar al punto donde la espada de Garion señalaba hacia el interior.
—Creo que contamos con ventaja sobre Zandramas —observó Sadi.
—¿Por qué? —preguntó Seda.
—Ella llegó a la costa en un pequeño bote, de modo que no traía caballos.
—Eso no constituye ningún problema para ella, Sadi —dijo Polgara—. Es una sacerdotisa grolim y puede comunicarse con sus hombres a gran distancia. Estoy segura de que tenía un caballo preparado poco después de llegar a la costa.
—A veces lo olvido —suspiró el eunuco—. Resulta muy conveniente contar con la ayuda de la hechicería, siempre que el enemigo no tenga la misma ventaja.
—Ven conmigo, Garion —dijo Belgarath mientras desmontaba—. Y tú también, Pol. Será mejor que empecemos. —Se volvió hacia Durnik—. Nos mantendremos en contacto —le comunicó al herrero—. Esta niebla podría complicar las cosas.
—De acuerdo —asintió Durnik.
Garion cogió el brazo de Polgara para ayudarla a avanzar sobre la suave arena y siguió a su abuelo hacia la playa, donde la madera arrastrada por las olas señalaba la altitud máxima que había alcanzado el agua.
—Ya es suficiente —decidió el anciano—. Transformémonos aquí. Luego Garion y yo podremos ir delante para explorar el terreno. Pol, tú no pierdas de vista a los demás. No quiero que se extravíen.
—De acuerdo, padre —dijo ella mientras su figura comenzaba a desvanecerse con un resplandor.
Garion formó la imagen del lobo en su mente, se concentró y volvió a sentir aquella extraña sensación de insustancialidad. Como de costumbre, examinó su cuerpo con cuidado. En una ocasión, se había transformado con tanta prisa que había olvidado la cola. Un rabo no significa mucho para un animal de dos patas, pero es absolutamente imprescindible para uno de cuatro.
—¡Deja ya de admirarte! —oyó que le decía Belgarath con la voz de su mente—. ¡Tenemos muchas cosas que hacer!
—Sólo quería asegurarme de que no había olvidado nada, abuelo.
—Vámonos. Con esta niebla no podrás ver mucho, así que usa tu hocico.
Polgara estaba posada sobre la rama blanca de un tronco y se limpiaba las plumas blancas como la nieve con su pico curvo.
Belgarath y Garion saltaron sin esfuerzo el tronco y se perdieron en la oscuridad.
—Va a ser un día muy húmedo —observó Garion en silencio mientras corría junto al enorme lobo plateado.
—No te preocupes. Tu pelaje no se derretirá.
—Lo sé, pero cuando se me mojan las patas siento mucho frío.
—Le diré a Durnik que te haga botitas de piel.
—Eso sería ridículo, abuelo —dijo Garion, indignado.
Aunque apenas acababa de transformarse en lobo, ya pensaba con el sentido del decoro característico de esta especie.
—Hay alguien allí delante —dijo Belgarath tras olfatear el aire—. Avísale a tu tía.
Se separaron y se perdieron entre la alta hierba del terreno pantanoso.
—Tía Pol —llamó Garion con la mente en la silenciosa neblina.
—¿Sí, cariño?
—Dile a Durnik y a los demás que se detengan. Hay extraños en el camino.
—De acuerdo, Garion. Tened cuidado.
Garion se agazapó sobre la hierba y apoyó las patas sobre el suelo con extremo cuidado.
—¿Nunca se disipará? —preguntó una voz disgustada a su izquierda.
—Los lugareños dicen que aquí siempre hay niebla en primavera —respondió otra voz.
—No estamos en primavera.
—Aquí sí. Estamos al sur del ecuador y las estaciones están cambiadas.
—¡Vaya estupidez!
—No fue idea mía. Si quieres elevar una queja, habla con los dioses.
Hubo un largo silencio.
—¿Los sabuesos han encontrado algo? —preguntó la primera voz.
—Es difícil olfatear un rastro después de tres días, incluso para los sabuesos. Además, la humedad de la niebla complica las cosas.
Garion se estremeció.
—¡Abuelo! —exclamó.
—¡No grites!
—Hay dos hombres hablando cerca de aquí y han traído sabuesos con ellos. Creo que también intentan encontrar el rastro de Zandramas.
—Pol —dijo el anciano y su pensamiento resonó como un crujido—. Ven aquí.
—Sí, padre.
Apenas pasaron unos minutos, pero a Garion le parecieron horas. Por fin el joven oyó un suave aleteo entre la brumosa neblina.
—Hay algunos hombres a la izquierda —informó Belgarath—. Creo que podrían ser grolims. Echa un vistazo, pero ten cuidado.
—De acuerdo —respondió ella. Se oyó otro aleteo en la niebla, seguido de otra interminable espera. Luego, la voz de Polgara se oyó con claridad—: Tienes razón, padre —dijo—. Son chandims.
Una maldición rompió la quietud.
—Urvon —dijo Belgarath.
—Y quizá también Nahaz —añadió Polgara.
—Esto complica las cosas —afirmó el anciano—. Volvamos a hablar con los demás. Tal vez debamos tomar una decisión mucho antes de lo que había calculado Beldin.
Se reunieron cerca de la orilla llena de troncos arrastrados por la corriente. A medida que caía la tarde sobre la brumosa costa, la niebla blanquecina cobraba un ligero tono grisáceo.
—No hay otra posibilidad —dijo Beldin tras escuchar el informe de Belgarath— Si los chandims y los sabuesos también siguen el rastro de Zandramas, tarde o temprano acabaremos por encontrarnos.
—Ya nos hemos librado de ellos en otras ocasiones —objetó Seda.
—Es verdad —reconoció Beldin—, ¿pero para qué correr riesgos innecesarios? El rastro de Zandramas ya no es tan importante para nosotros. Lo que realmente necesitamos es llegar a Kell.
Belgarath se paseaba de un sitio a otro.
—Beldin tiene razón —afirmó—. No tiene sentido correr riesgos por algo que ha dejado de interesarnos.
—¡Pero estamos muy cerca! —protestó Ce'Nedra.
—Si nos topamos con chandims y sabuesos no estaremos cerca por mucho tiempo —replicó Beldin.
Sadi se había puesto una capa de viaje occidental y se había cubierto la cabeza con una capucha para protegerse de la humedad de la niebla. Su aspecto había sufrido un cambio drástico.
—¿Qué hará Zandramas cuando descubra que los chandims la persiguen? —preguntó.
—Pondrá a cada grolim y soldado disponible a interceptarles el paso —respondió Polgara.
—Y éstos a su vez traerán más fuerzas para contraatacar, ¿verdad?
—Es una suposición lógica —asintió Durnik.
—Eso significa que las cosas pronto llegarán a su punto culminante, ¿no es cierto? Aunque ninguno de los dos bandos conozca el sitio donde se llevará a cabo el enfrentamiento final.
—¿Adonde quieres llegar, Sadi? —preguntó Seda.
—Si Urvon y Zandramas se persiguen entre sí, no nos prestarán mucha atención a nosotros, ¿verdad? Todo lo que tenemos que hacer es salir de esta zona. Luego podremos dirigirnos a Kell sin que nadie interfiera en nuestros planes.
—¿Qué hay hacia el sur? —le preguntó Beldin a Seda.
—Ninguna población importante —respondió Seda encogiéndose de hombros—. Al menos hasta llegar a Gandahar.
Beldin asintió.
—Sin embargo, hay una ciudad muy cerca en dirección norte, ¿verdad?
—Selda —informó Seda.
—Es probable que Urvon ya esté allí, pero si nos dirigimos al sur podremos evitarlo... y también a Zandramas. Sadi tiene razón. Estarán tan ocupados resolviendo sus propios problemas que no tendrán tiempo de buscarnos.
—¿Alguien quiere añadir algo? —preguntó Belgarath.
—¿Qué tal un fuego? —sugirió Durnik.
—No te entiendo.
—Hay mucha niebla —explicó el herrero— y pronto anochecerá. Los chandims están delante y necesitamos distraer su atención para adelantarnos a ellos. En la playa hay mucha madera y una hoguera en una noche con niebla ilumina todo el cielo. Puede verse a kilómetros de distancia. Si encendemos fuego en distintos puntos, ellos volverán a investigar y nos dejarán libre el camino.
Beldin sonrió y palmeó el hombro del herrero con una mano deforme.
—Has elegido bien, Pol —dijo con una risita—. Este tipo es único.
—Lo sé —murmuró ella—. Lo supe en cuanto lo vi.
Regresaron a la playa de la aldea abandonada.
—¿Quieres que yo encienda la madera, abuelo? —ofreció Garion.
—No —respondió el anciano—. Lo haré yo. Tú y Pol guiad a los demás y avanzad junto a la orilla. Os alcanzaré en un momento.
—¿Necesitas esto? —preguntó Durnik ofreciendo al anciano mecha y eslabón.
Belgarath negó con la cabeza.
—Lo haré de otro modo —anunció—. Quiero ofrecer a los chandims ciertos ruidos además del fuego. De este modo captaremos toda su atención.
El anciano se perdió entre la espesa niebla, en dirección a la playa.
—Ven, Garion —dijo Polgara mientras se ponía la capucha de la capa—. Exploraremos el terreno. Creo que deberíamos darnos prisa.
Los dos hechiceros se apartaron unos metros y volvieron a transformarse.
—Mantén tu mente tan alerta como tus ojos y tus orejas —instruyó en silencio la voz de Polgara—. Con esta niebla, es probable que los chandims investiguen con el pensamiento más que con los ojos.
—Lo haré, tía Pol —respondió él mientras corría hacia el extremo superior de la playa.
La arena que pisaba tenía una textura distinta a la de la hierba o la turba y cedía suavemente bajo sus patas, lo cual le dificultaba el paso. Garion llegó a la conclusión de que no le gustaba correr sobre la arena. Atravesó un par de kilómetros sin incidentes y luego oyó un ruido ensordecedor a sus espaldas. La niebla se iluminó con un resplandor anaranjado y se oyó una detonación, seguida por otra y otra más.
—No seas vulgar, padre —oyó que decía Polgara con tono reprobador—. ¿Qué necesidad hay de ser tan ostentoso?