Read La llegada de la tormenta Online
Authors: Alan Dean Foster
—Haz que corra la voz entre todos los matones, criminales, delincuentes y bajos fondos de Cuipernam. Mil créditos de la República para el que me traiga a la pádawan viva o la cabeza de un Jedi muerto. ¡Corre! Todavía hay una posibilidad de interceptada antes de que se reúna con sus compañeros.
—Tus palabras son órdenes, bossban.
Sentía demasiado alivio como para temer un tiro por la espalda, salió rápidamente de la habitación sin ceremonias, con el intercomunicador ya en la mano y activado.
Tras él, los geril sellaron concienzudamente los agujeros de su nariz al ver que su jefe descargaba su disgusto de forma especialmente asquerosa y maloliente.
Lo que Ogomoor no sabía era que ahora su imponente jefe tenía que informar del fracaso a alguien aún más importante. Soergg no temía a ese individuo, pero le respetaba. Casi tanto como respetaba los créditos que le estaban ingresando en su cuenta por los servicios prestados a la causa secesionista ansioniana.
¿Quién estaba detrás del que hacía los pagos?, se preguntaba a menudo. No es que fuera especialmente importante. Lo importante eran los créditos, el dinero. A los hutt no les interesaba especialmente la política, a no ser que vieran afectados intereses directos. A Soergg le daba exactamente igual que Ansion y los planetas a los que estaba unido por tratados y pactos permaneciera en la República o se escindiera.
O que pasara otra cosa en su lugar, algo nunca visto ni imaginado.
A
nadie le sorprendió que fuera Luminara la primera en encontrar a Barriss y a sus nuevos aliados. Se encontraron en el medio de un pequeño mercadillo. Los dos alwari observaban con interés la escena de la Maestra y la pádawan abrazadas efusivamente. Ocupados en su quehacer comercial diario, el resto de la multitud, compradores y vendedores, ignoraba la escena.
— ¿Y quiénes son estos dos indígenas tan aguerridos?
Luminara observó a los alwari con interés. Kyakhta sintió los ojos de la Jedi quemándoles los suyos. Sin saber por qué, se puso a mover los pies nervioso.
—Son mis secuestradores, Maestra —al ver la expresión de Luminara, Barriss no pudo contener la risa—. No seáis demasiado dura con ellos. Ambos sufrían deformaciones mentales, yo les curé y a cambio me ayudaron a escapar.
—A escapar temporalmente, tengo que recordarte, Barriss —dijo Bulgan, mirando a su alrededor por encima de las cabezas de vendedores y clientes en busca de una señal de asalto inminente—. Mientras disfrutáis de este feliz momento, apostaría hasta el último de mis créditos a que Soergg ya ha enviado una partida de matones a por nosotros.
—Entonces nos vamos ahora mismo —Luminara sacó el intercomunicador de su cinturón, habló por él brevemente, esperó una respuesta, habló de nuevo y lo puso en su sitio—. Obi-Wan y Anakin están en camino —dijo—. Nos reuniremos en la fuente de la esquina de esta plaza.
Rodeó los hombros de su pádawan con el brazo y la llevó en esa dirección.
—Me alegra que hayas tenido la oportunidad de llevar tus conocimientos de curación a la práctica. En el futuro, espero que puedas encontrar sujetos con los que practicar que no sean tus secuestradores. Debería enfadarme contigo por haber bajado la guardia de esa forma, pero no puedo evitar alegrarme de que estés sana y salva.
Sólo tuvieron que esperar un poco en las escaleras de la fuente lorqual hasta que un movimiento de ropajes entre la multitud anunció la llegada de Obi-Wan. Anakin le seguía de cerca. Ambos saludaron a Barriss al estilo Jedi: ceremonioso pero con afecto.
Bulgan seguía los procedimientos en silencio. Sólo cuando hubieron terminado las formalidades se atrevió a preguntar, apartando un pekz de alas verdes con la mano.
— ¿Qué vais a hacer ahora? Luminara se volvió hacia él.
—Hemos afianzado un acuerdo con la Unidad de Comunidades para conseguir la paz con los nómadas, si los alwari consienten en compartir un porcentaje de sus tierras con el pueblo de la ciudad. A cambio, los ciudadanos proporcionarán a los alwari todo tipo de bienes y servicios avanzados, y no intentarán alterar o inmiscuirse en el modo de vida tradicional alwari. Se respetarán los unos a los otros y el Senado se mantendrá todo lo alejado que pueda de los asuntos de Ansion, que a su vez permanecerá en la República, lo que asegurará su independencia política y económica del Gremio de Comerciantes. Entre otros —su voz bajó de tono—, Ansion no se convertirá en un segundo Naboo.
Kyakhta se rascó la nuca con cuidado de no irritar el explosivo que seguía ahí.
—Me suena complicado.
—Y lo es —admitió Obi-Wan—. Más complicado de lo habitual. Así son las cosas hoy en día.
— ¿Creéis que los alwari accederán a la propuesta?
Barriss miraba a sus amigos y a la multitud simultáneamente. Los dos nómadas se miraron.
—Depende del planteamiento —dijo Kyakhta finalmente—. Si podéis conseguir que el más poderoso de los clanes superiores, los borokii acceda, el resto le seguirá. Siempre ha sido así entre los alwari.
Luminara asintió con gesto pensativo.
—Entonces hemos de conseguir que sus representantes vengan a Cuipernam para hablar con ellos en persona.
Bulgan comenzó a reírse, pero se detuvo al ver que la Jedi hablaba en serio.
—Ningún jefe borokii se acercará a menos de cien huus de Cuipernam, ni de ninguna otra ciudad de la Unidad. No se fían del pueblo de la ciudad, ni de sus representantes. Y ahora hablo como tasbir de Hatagai Sur. Aunque bien es cierto —añadió con tristeza —que ahora mismo soy un descastado.
Luminara se acercó a Obi-Wan y le dijo algo que inmediatamente hizo sonreír y asentir al Jedi. Se volvió a Barriss y sus nuevos amigos.
—Si no tenéis clan —dijo —no tenéis a dónde ir. Y entonces, no hay ninguna responsabilidad con vuestro hogar.
— ¡Ajá!, qué cierto es eso —exclamó Kyakhta apenado—. Un descastado carece de raíces, como el arbusto soplador irgkul.
—Entonces —prosiguió la Jedi, guiñándole un ojo a Barriss —sois libres para trabajar para nosotros y llevamos hasta los borokii.
— ¡Oh!, supongo que nosotros... —Kyakhta hizo una pausa, parpadeó y volvió a mirar a los Jedi. Al hacerla, su boca comenzó a abrirse cada vez más enseñando la blancura de sus dientes—. ¿Queréis decir que... que tomaríais a dos descastados como nosotros como guías? ¿Incluso después de lo que le hicimos a la pádawan?
—Eso pertenece al pasado —les dijo Luminara—. Además, si Barriss dice que no fue culpa vuestra y que estáis curados, yo acepto su conclusión.
— ¡Guías de Jedi! ¡Nosotros!
Bulgan no podía creer el cambio que había tenido su suerte en un solo día: de trabajar para un suelta—babas como el bossban Soergg a escoltar a Caballeros Jedi.
El siempre alerta Anakin se acercó a Obi-Wan.
—Maestro, ¿creéis sensato depositar nuestra confianza y nuestras necesidades en estos dos?
—No percibo peligro en ellos —dijo Obi-Wan.
—Barriss tampoco lo hizo —señaló Anakin sagaz —y la secuestraron.
—Eso fue antes de que les curara. Yo creo que estaremos protegidos por su gratitud. Y nos ofrecen una ventaja que no hubiéramos podido conseguir del pueblo de la ciudad. Siendo alwari, encontrarán el camino correcto y harán las presentaciones necesarias tan bien o mejor que cualquiera que podamos contratar en Cuipernam.
Anakin musitó.
— ¿Es que al final todas las relaciones entre seres se reducen a la política, sea del tipo que sea, Maestro?
—Así lo consideran muchos. De ahí mis continuos intentos de enseñarte los principios básicos de la diplomacia. ¿Quién sabe? Quizá algún día puedan serte útiles tanto personal como profesionalmente.
Esa idea bastó para apaciguar al pádawan, y para orientarle hacia un pensamiento completamente distinto. Mientras tanto, los Jedi hablaban de los detalles con sus nuevos guías mientras caminaban por la plaza repleta. —Lo primero —declaró Luminara —es quitaras esos maliciosos dispositivos de la cabeza.
—Yo conozco a un curandero que puede hacerla en cuestión de minutos, y no tendrá miedo ahora que han sido desactivados —Kyakhta sonrió a Barriss mostrándole el brillo de sus dientes—. Es un buen cirujano pero jamás se habría planteado atendernos... antes. Al hacerlo podría provocar la ira del bossban Soergg.
—Bien —Luminara esquivó a un trío de mielp, que caminaban encorvados bajo el peso de unas bolsas casi tan grandes como ellos—. Después alquilaremos un deslizador y entonces...
— ¡No! —le previno Bulgan—. Nada de deslizadores. Cuantos menos ejemplos de tecnología galáctica llevemos, mejor. Todos los alwari son tradicionalistas radicales. Como ya sabéis, este conflicto entre los de la ciudad y los nómadas se basa principalmente en las diferencias entre el costumbrismo y los nuevos estilos de vida. Si queréis ganaros la confianza de los borokii, demostrarles desde el primer momento que no estáis del lado de los ciudadanos, tendréis que acercaros a ellos mostrando respeto por las viejas tradiciones.
Obi-Wan asintió amablemente.
—Muy bien, nada de deslizadores. ¿Entonces cómo viajaremos?
—Para atravesar las grandes praderas, hay muchas monturas adecuadas.
Anakin hizo una mueca. — ¡Animales!
Siempre se había sentido mucho más cómodo trabajando con máquinas. Si le daban el suficiente tiempo y el acceso a herramientas y repuestos, podría construir un vehículo adecuado. Pero los nativos insistían: nada de deslizadores.
—El mejor es el suubatar —el entusiasmo de Kyakhta era evidente—. Si podéis permitíroslo, son el medio de transporte preferido por la clase alta alwari. Llegar a un campamento a lomos de uno es señal de que el jinete es una persona importante. Por no mencionar con buen gusto.
Luminara reflexionó.
—El Consejo Jedi prefiere que viajemos modestamente. Los medios de intercambio con los que contamos son limitados.
—Creo que podremos arreglárnoslas —le dijo Obi-Wan—. Teniendo en cuenta que tenemos órdenes de solucionar el conflicto cuanto antes, no creo que nadie ponga objeciones a que incurramos en ciertos gastos para conseguirlo. Cuanto antes abandonemos Cuipernam en busca de los borokii, más posibilidades de éxito tendremos y estaremos todos más seguros.
—Cabalgar un suubatar es como cabalgar el viento.
Bulgan se tropezó ansioso con un crowlyn que dormitaba, que tras limpiarse la enorme mandíbula miró al alwari y se volvió a dormir.
Anakin se encogió de hombros.
—Yo soy campeón de vainas. Me temo que ningún vehículo orgánico, por muy noble que se le considere, me va a impresionar.
Pero se equivocaba.
***
Si hay algo, que la tecnología avanzada ha eliminado en el transporte moderno, es el olor. Pero su presencia era manifiesta en el mercado de transportes, donde podía encontrarse una increíble variedad de criaturas domesticadas como cabalgaduras. Mientras que los dos Jedi se dirigían con los guías a encontrar a los animales adecuados, la pareja de pádawan e quedó de guardia.
—Ya me he disculpado con mi Maestra por dejarme secuestrar. Barriss miraba de un lado para otro constantemente mientras hablaba, viendo a cada vendedor y comprador, a cada comerciante y animal como una amenaza en potencia.
Anakin también se mostraba alerta, teniendo en cuenta que ya se había dejado engañar una vez por la aparente tranquilidad que le rodeaba. Estaba de pie junto a su compañera, deseando que ella fuera otra persona, pero respetando su demostrado valor y talento.
—No tienes por qué sentirte avergonzada. Yo también he hecho muchas estupideces en mi vida.
—Yo no he dicho que fuera una estupidez —se alejó de él. Anakin dudó por un momento.
—Oye, lo siento. Parece que hemos empezado con mal pie. Todo lo que puedo decir en mi defensa es que tengo muchas cosas en la cabeza.
—Eres un pádawan de Jedi. Pues claro que tienes muchas cosas en la cabeza.
Vio acercarse a un conductor seuvhat dirigiéndose rápidamente en dirección a ellos, y puso la mano en su sable láser. Cuando el vehículo giró, retiró la mano del arma.
—Quiero decir que estoy preocupado —Anakin le puso una mano en el hombro, esperando que su gesto no fuera malinterpretado. Pero no tenía de qué preocuparse—. Si no lo hubiera estado, si hubiera hecho bien mi trabajo, hubiera prestado más atención a la tienda en la que entraste. Hubiera podido impedir que te secuestraran.
—Fue culpa mía, no tuya. Pensaba en una sola cosa... Por otra parte —añadió enérgicamente—, si los acontecimientos se hubieran desarrollado de otra forma, no hubiera podido ayudar a esos pobres alwari, y ahora estaríamos buscando a unos guías que nos llevaran hasta ese clan. Como dice el Maestro Yoda, hay muchos caminos en la vida, así que lo mejor es contentarse con el que finalmente escogemos.
—Ah, sí, el Maestro Yoda.
El pádawan se sumió en sus pensamientos.
Al mismo tiempo que vigilaba a la multitud en busca de una señal de peligro, Barriss le echaba un vistazo de vez en cuando a su compañero. Era inescrutable este Anakin Skywalker. La Fuerza hervía en su interior. La Fuerza y otras cosas. Ella ya se había dado cuenta de que era mucho más complicado que cualquiera de sus otros compañeros del Templo. Y eso era inusual. Una vez escogido, el camino de un Jedi era directo y sin complicaciones. Pero eso no era lo que se percibía en Anakin Skywalker.
—Has dicho que estabas preocupado —le dijo al fin—. Yo percibo que es una preocupación lo que te hace infeliz.
— ¿Ah, sí?
Ella no pudo distinguir si su tono era sarcástico o simplemente amable. A sus espaldas, los Jedi y los guías seguían regateando por las monturas. Anakin deseaba que acabaran de una vez. Estaba cansado de aquel sitio, cansado de la misión. ¿Qué importaba si Ansion y unas docenas de sus planetas aliados se separaban de la República? Teniendo en cuenta el estado actual del gobierno galáctico y del Senado, con su confusión y su corrupción demostradas, ¿a quién podía extrañarle que quisieran separarse? Podría servir como una llamada de alerta para el resto de la República, —un llamamiento para aclarar las cosas o enfrentarse a un futuro peor.
Unos pensamientos muy profundos para un pádawan. Sonrió. Obi-Wan se equivocaba. A veces pienso en las otras cosas y no sólo en mí mismo.
—Pues sí —continuó Barriss. El joven no le intimidaba en absoluto—. ¿Qué te preocupa tanto, Anakin Skywalker? ¿Por qué siempre estás tan pensativo?