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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (10 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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El ansioniano negó con la cabeza.

—El único movimiento que conoce Bulgan es el de los intestinos —pensó un momento—. Kyakhta no contento —susurró.

Luego se acercó reacio a las muñecas de Barriss y les pasó un desbloqueador. El lazo opaco que las unía se disolvió súbitamente, deshaciéndose en celulosa, catalizador yagua. Ella se frotó firmemente las muñecas con alivio. A medida que le volvía la circulación le hizo un gesto a Bulgan para que se aproximara.

—Ven, Bulgan.

Le ordenó amablemente. Lo hizo con la cabeza gacha, arrastrando los pies como un niño ante su madre. Un niño muy fuerte y muy peligroso, se dijo a sí misma. No tuvo que pedirle que inclinara la cabeza. Con la alumna tan arqueada, el pobre la había puesto a su alcance. Extendió las manos con las palmas hacia abajo y masajeó suavemente su cabeza, con cuidado de no taparle las aberturas auditivas. Su carne era cálida al tacto, la temperatura ansioniana era algo superior a la de los humanos. Ella cerró los ojos y comenzó a concentrarse.

Un temblor comenzó a recorrerla a medida que localizaba el punto en el que centrarse. Era un dolor permanente y agonizante que con esfuerzo consiguió hacer suyo. Comenzó a fluir a través del dolor, rodeándolo con el bálsamo que era su propio yo. Dentro de las neuronas dañadas que eran la causa del problema, la Fuerza convocó una sutil reubicación de los tejidos, una alteración imperceptible pero fisiológicamente crítica.

Permaneció allí, tocándole en silencio durante varios largos minutos sanador y paciente unidos por un misterioso e inescrutable lazo sólo comprensible para otro iniciado en las artes de curación Jedi. Cuando sintió que todo estaba normal y era natural salió del vulnerable estado en el que había sumido a ambos.

Abrió los ojos y se encontró cara a cara con su guardián. Pero ahora había algo distinto en él. Un cambio de postura sutil pero perceptible, un brillo en el ojo en lugar de la opacidad anterior. Él se incorporó todo lo que le permitió su columna dañada de por vida y miró a su alrededor.

— ¿Cómo te sientes? —le preguntó ella finalmente al ver que no hablaba.

— ¿Sentir? Bulgan se siente... se siente bien. Muy bien —alzó los puños de tres dedos hacia el techo—. ¡Realmente excepcionalmente extraordinariamente bien! ¡Ajajá, oh, oh!

El bailecillo que se puso a ejecutar, alzando los brazos con alegría hacia lo alto, elevó el ánimo de la pádawan.

Luego se detuvo, bajó los brazos y le dijo en un tono notablemente distinto que el que había utilizado antes:

—Pero sigues siendo mi prisionera, pádawan —ella se sentó y él hizo una mueca enseñando su dentadura ansioniana—. Por lo menos lo que queda de minuto.

— ¿Quieres decir que…?

Su intención se hizo obvia cuando se acercó a ella con un ritmo al andar que antes no tenía y pasó el desbloqueador por sus tobillos. Las esposas se disolvieron súbitamente y ella se levantó. Los miembros entumecidos le hicieron tambalearse, y se habría caído si él no la hubiera cogido entre sus fuertes brazos.

Y en ese momento la puerta se abrió con un clic y Kyakhta apareció en la habitación.

Decir que el alwari se sorprendió con la visión que le revelaban sus ojos sería una perogrullada propia de un funcionario de hacienda. Ver a la pádawan Jedi liberada de sus ataduras era bastante inquietante. Pero el hecho de que estuviera medio abrazada a su compañero ya constituía un enigma inexplicable. Si Bulgan no decía exactamente lo que tenía que decir en ese momento, Kyakhta se daría la vuelta y les volvería a encerrar a ambos.

Pero afortunadamente, el inocentón Bulgan hasta hacía un momento, tenía ahora la capacidad cerebral de decirlo.

—Ella me arregló —le dijo sencillamente a su compañero, señalándose a la cabeza—. Me arregló esto. También puede arreglarte a ti.

—No prometo nada —les advirtió Barriss.

— ¿Arreglar qué? —Kyakhta dio un paso atrás nervioso—. Yo no roto. ¿Qué quieres decir con arreglarme?

—Esto —Bulgan volvió a tocarse la cabeza recién arreglada—. A mí ya no me duele. Sé que a ti te pasa lo mismo, mi buen amigo. Deja que ejerza su curación Jedi sobre ti.

Dio otro paso atrás. La puerta estaba a su alcance. Era fácil retroceder hacia el pasillo, dar un portazo y cerrar el candado. Pero, ¿qué le había pasado a Bulgan en su ausencia?, se preguntó Kyakhta. No había estado fuera mucho tiempo. Sólo en unos pocos minutos, y su buen, honrado y tonto compañero de exilio y desgracias hablaba como un maldito consejero de la ciudad. No, se corrigió. No como un consejero.

Como un auténtico nómada alwari: independiente, seguro y libre. Tres dedos se aproximaron a la puerta. La Jedi no intentó impedírselo, aunque sintió que tendría que haberlo hecho.

— ¿Qué es toda esta tontería de curación Jedi?

—Ella me lo hizo. Me arregló la cabeza, la mente. ¡Ya no me duele, Kyakhta! Puedo pensar claramente de nuevo. Mis pensamientos no habían sido tan claros desde que era niño y me caí de aquel suubatar —bajó la voz—. Esa caída, esa mala caída al galope, que rompió mi espalda y me hizo perder el ojo... y dañó mi mente.

—Pero yo... —Kyakhta no tenía palabras. Viendo la evidencia, contemplando del rostro de su amigo, se vio obligado a aceptar una realidad que parecía inconcebible.

Pero había otra realidad que aceptar, y rápido. Con las manos libres, la Jedi se acercaba a él lentamente.

—Déjame ayudarte, Kyakhta. Te prometo lo mismo que a Bulgan.

Tanto si puedo ayudarte como si no, seguiré siendo vuestra prisionera.

Eso era cierto, pensó Kyakhta. A pesar de estar liberada de las esposas, su amigo y él seguían estando al mando. Sólo ellos sabían salir del edificio en el que estaba la celda. Sólo ellos podían pasar por los puestos de guardia y dejar atrás a los vigilantes. Un Jedi podría pasar sin mayor fuerzo, pero una pádawan en pleno entrenamiento...

Era indiscutible que había obrado maravillas con Bulgan. ¿Podía eliminar el mismo dolor que le había afectado toda su vida adulta?, ¿eliminar las ondas regulares de agonía que le atravesaban diariamente el cerebro? ¿Acaso no merecía la pena intentarlo por lo menos?

—Vale —le dijo, y añadió a modo de advertencia—, pero si es un truco, no llegarás sana y salva al bossban.

Ella no prestó atención a la amenaza y le puso las manos en las sienes, acercándole la cabeza. Sus dedos estaban fríos y quizá eran demasiados, pero su tacto era inofensivo. Era incluso calmante.

Un rato después, el alwari parpadeaba con la misma perplejidad que había mostrado su compañero momentos antes. Al contrario que Bulgan, no echó los brazos al aire ni se puso a bailar en círculos. En lugar de eso, hizo una profunda inclinación. Para ser un ansioniano, era un gesto especialmente grácil y flexible.

—Te debo mi cordura, pádawan. Si no hubieras intercedido, ahora sé que el dolor con el que he vivido se hubiera convertido en locura, y me hubiera llevado a la muerte.

Se volvió a su compañero de desgracias y rodeó sus anchos hombro con sus largos brazos, y la calva y la cresta se unieron en un gesto ardiente de exaltación mutua.

La reconfortante visión de los dos ansionianos que había sido capaz de curar hizo bien al corazón de Barriss, pero eso no la iba a sacar de allí ni le iba devolver a sus amigos.

—Mi nombre es Barriss Offee, mi Maestra es la Jedi Luminara Unduli, y cuanto antes la encontremos será mejor para mí, y sospecho que más seguro para vosotros. Por que estoy segura de que a vuestro jefe no le va a gustar el cambio que vais a hacer en sus planes.

— ¡El bossban Soergg! —exclamó Bulgan. En cuanto las palabras salieron de su boca, miró inquisitivamente a su compañero. Pero a Kyakhta no le afectó la revelación.

—Ahora ya no importa, Bulgan. Acabo de notificar nuestro éxito a su cuartel general. Será otro el que le notifique el cambio de planes. Nosotros nos lo hemos jugado todo con esta hembra. Ahora será ella la que tendrá que libramos de Soergg, en lugar de tener nosotros que llevarla hasta él —miró expectante a la Jedi—. ¿Puedes hacerla? Nos ponemos bajo tu protección, sin la cual lo más probable es que siendo dos descastados como somos, mañana seamos pasto de los shanh antes de que salga el sol.

—Sacadme de aquí de una pieza —les aseguró con una sonrisa confiada—, y os prometo la gratitud de dos Caballeros Jedi y otro pádawan. Además de la mía —se acercó con resolución a la puerta abierta—. Supongo que ésa es la mejor garantía que se puede dar en la galaxia.

—Es curioso —murmuró Bulgan mientras seguía a su compañero y a la pádawan a la salida—, pensar claramente puede mejorar en gran medida la perspectiva vital de uno. Por primera vez en mucho, mucho tiempo me veo a mí mismo como una persona, y no como una fuente constante de bromas y humor cruel.

—Yo nunca te vi así, amigo mío —le dijo Kyakhta suavemente mientras ascendían la espiral de la escalera.

—Sí lo hacías —le replicó Bulgan—, pero no te culpo por ello. No era culpa tuya. Estaba todo en la mente.

—Un momento —se sentía un poco desnuda sin su cinturón reglamentario, y alcanzó a Kyakhta—, ¿dónde están mis cosas?

—En el almacén. Iremos a buscarlas antes de irnos.

Había un guardia en la puerta. Un dorun sentado en un asiento intencionadamente dentado para acomodar su espalda. Tenía un monitor ovalado en sus tentáculos gemelos. Sus globos oculares se giraron hacia Kyakhta al verle aparecer por la escalera.

— ¿Qué tal eztá la prizionera?

Kyakhta se encogió de hombros con gesto aburrido y Bulgan apareció tras él. Barriss permaneció oculta en la escalera.

—Tranquila. Lo cual es bastante extraño, por lo que me han dicho, para ser una humanoide.

—Rezignada a zu deztino, digo yo.

El dorun volvió a centrarse en su monitor. Ninguno de sus ojos camaleónicos vieron que Bulgan alzaba una silla, pero ambos se pusieron en blanco cuando el alwari se la estampó en la cabeza.

— ¡Rápido!

Kyakhta introdujo una combinación en el teclado, y se abrió un cajón del que extrajo el cinturón de Barriss. Su sable láser permanecía en su sitio, comprobó aliviada. Mientras se lo colocaba en las caderas, se fijó en que Kyakhta pulsaba un pequeño dispositivo que llevaba colgado en la cintura. — ¿Qué es eso?

—Tenemos que informar de nuestra posición periódicamente —explicó el alwari con gesto preocupado —o moriremos —dijo frotándose la nuca—. El bossban Soergg puso dispositivos explosivos en nuestros cuellos para asegurar que cumplíamos sus órdenes.

Barriss hizo un ruido bastante soez para ser una pádawan.

—Típico de los hutt. Pero no podemos dejar que nos siga. Déjame ver. Kyakhta y Bulgan se acercaron obedientes. Barriss sacó un escáner de su cinturón y lo pasó cuidadosamente por el punto indicado en la nuca de Kyakhta. No era difícil localizar el dispositivo insertado. Había un bulto perceptible bajo la piel a la derecha de la cresta.

Comprobó la lectura del escáner e introdujo una secuencia, pasando el compacto instrumento por segunda vez sobre la nuca del alwari, repitiendo luego el procedimiento con Bulgan. Después se dirigió satisfecha a la salida Kyakhta la seguía, frotándose una vez más el bulto con los dedos.

—El explosivo sigue ahí.

Con la mente limpia o no, no era difícil comprender que la presencia del aparato le hiciera sentir incómodo.

Barriss estudió la calle. Por lo que podía ver, el tráfico parecía normal —Los puedo sacar, pero tendría que hacerla con mucha precisión y no tengo los instrumentos necesarios. Sólo los he desactivado, ahora son inofensivos. Pero será mejor que nos demos prisa. Es probable que la desactivación dé lugar a que el que esté monitorizándolos informe a vuestro bossban de que algo va mal. Es probable que haya una respuesta inmediata.

—Entonces, vamos.

Bulgan se adelantó y empujó la puerta saliendo a la calle sin dudarlo.

Kyakhta y la ex-prisionera le siguieron.

—A la plaza Central, yo creo. A la tienda donde me encontrasteis

—Barriss seguía a Kyakhta que iba en primer lugar—. Mis compañeros se dividirán para buscarme y partirán de ese punto —cogió el intercomunicador de circuito cerrado de su cinturón—. En cuanto nos alejemos lo suficiente de aquí, les comunicaré nuestro destino y que estoy bien —sonrió—. Y de vuestro cambio de planes también.

—Di mejor cambio de mente —todo lo que antes era familiar para Bulgan, lo percibía ahora con otros ojos. Pero le seguía molestando el pequeño y peligroso aparato, aunque fuera inofensivo gracias a la pádawan—. Tenemos que deshacemos de esto cuanto antes.

—Lo haremos —le aseguró Barriss mientras doblaban una esquina para llegar a una avenida mucho más bulliciosa. La presencia de tanto seres alrededor le hizo sentir mucho más tranquila—. Hasta entonces, lo único que hay que hacer es decide a los conocidos que tengan cuidado con lo que dicen porque tienes una personalidad muy explosiva

Antes de la curación de Barriss, Bulgan simplemente no habría pillado la broma, pero ahora tanto él como su amigo tenían el placer de reírse a carcajadas.

Un placer que se les había negado durante demasiado tiempo.

***

Más tarde o más temprano, pensó Ogomoor distraídamente, el bossban Soergg se hartaría de que su consejero sólo fuera portador de malas noticias. Y cuando eso ocurriera, Ogomoor sabía que más le valía correr, o permanecer fuera del alcance de la potente y gigantesca cola del hutt. —Se ha escapado —Soergg descansaba en el diván de sus aposentos.

Estaba en mitad de la siesta cuando Ogomoor sintió que el deber de la urgencia le obligaba a despertarle—. Ha desaparecido. Y esos dos idiotas con ella. —No nos consta que estén con ella, Grandiosidad. Sólo sabemos que no está y ellos tampoco. El guardia dice que fue atacado por la espalda, probablemente por uno de ellos. ¿Por qué iban a querer de repente irse con ella?

— ¿Quién sabe? —el hutt gruñó al arrastrar su cuerpo fofo del diván y bajar al suelo. En seguida, un par de pequeños sirvientes geril comenzaron la odiosa tarea de limpiar el rastro baboso. Soergg les ignoró según se acercaba a su subordinado—. Me huele a truco Jedi.

— ¿Y los dispositivos que supuestamente garantizaban la lealtad de los dos secuestradores...?

Ogomoor dejó la pregunta en el aire.

— ¡Agh! Los activé en cuanto me dijiste lo que había pasado. Una de dos, o esos imbéciles ya no tienen cabeza, o es otra artimaña Jedi.

Los geril seguían colgados de su gigantesco cuerpo, continuando su tarea ininterrumpidamente, y Soergg se inclinó hacia adelante. Haciendo gala de un coraje que no tenía, Ogomoor se hizo fuerte. Sabía que su propia cabeza seguía unida a sus hombros únicamente por lo valioso que le resultaba al hutt.

BOOK: La llegada de la tormenta
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