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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (14 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Acabó con determinación lo que le quedaba de té y puso la taza a un lado. El trabajo de un Jedi nunca terminaba, tanto si se trataba de hacer entrar en razón a recalcitrantes consejos planetarios como el de Ansion, luchar por la unidad de la República, o aconsejar a almas necesitadas. Cargas suficientes para una sola persona. Ella estaba a la altura de las exigencias, y también lo estaba Obi-Wan Kenobi. Algún día se podría decir lo mismo de Barriss Offee. Pero con respecto a Anakin, aún estaba por ver.

Potencial, había dicho Barriss. ¿Había alguna palabra más llena de conflictos? En relación a la futura felicidad de Anakin, ¿dónde estaba escrito que ser un buen Jedi diera la felicidad? Satisfacción, sí. Aceptación, por descontado. ¿Pero “felicidad”? ¿Era ella feliz?

Había que centrarse en el deber, se dijo firmemente. Y lo primero que tenía que hacer no era satisfacer la curiosidad de su aprendiz, ni tratar de entender al complicado pádawan Anakin Skywalker, ni tampoco apoyar los objetivos e ideales de la República. No, lo primero ahora era intentar dormir bien en ausencia de una buena cama. Se tumbó sobre un costado, se cubrió hasta el cuello con la manta termo sensible, cerró los ojos y se dejó llevar por un sueño profundo y reparador, en el que, hasta un Jedi, podía permitirse por un momento dejar a un lado las responsabilidades.

***

El consejero estaba impresionado, pero no era optimista. El plan del bossban Soergg era muy inteligente, pero el éxito no estaba garantizado. Aun así, tenía ciertos puntos dignos de admiración, y así lo expresó, aunque se guardó para sí las críticas. El plan basaba su éxito en ciertas suposiciones sobre los nómadas. Y si había algo que Ogomoor sabía seguro de los nómadas, es que no se podía saber nada de ellos.

Pero de todas formas, tampoco implicaba arriesgar su vida, un aspecto que aplaudía de corazón, aunque en silencio. Se puso manos a la obra de inmediato. Había muchas posibilidades de fracasar, ya que dependían completamente del asesoramiento de forasteros. Pero como Soergg parecía fiarse de su criterio, Ogomoor no tuvo más remedio que seguir adelante, y por supuesto, si funcionaba, el bossban obtendría todo lo que quería, sin arriesgar nada a cambio. Eso era lo bueno. Y lo que era todavía mejor era que, cuando la verdad saliera a la luz, el abismo que mediaba entre los ciudadanos y los nómadas crecería aún más, y en ese momento nadie podría detener a Ansion en su secesión de la República, con todas las consecuencias que el bossban estaba tan ansioso por ver.

Personalmente, Ogomoor no veía la importancia de una salida o de la otra. Para él era lo mismo estar dentro o fuera de la República. A él lo único que le importaba era el tamaño y la integridad de su nómina.

Con un poco de suerte, si todo salía bien, obtendrían los resultados esperados en una o dos semanas.

***

Las aguas eran profundas, claras y la cuenca ancha, pero a Luminara no le parecían peligrosas. Sentado sobre su montura a su lado, Kyakhta dejó que la cabeza del animal descendiera la considerable distancia que había hasta el suelo para mordisquear unos bocados de la moteada hierba zeka, así como un par de roedores coleac. Los huesos de estos últimos resonaron al ser masticados, como en respuesta a las palabras del guía.

—El río Torosogt —anunció orgulloso—. Vamos bien de tiempo.

Cuando lo crucemos, estaremos realmente en tierras alwari. No habrá más ciudades de ahora en adelante. Nada de Unidades arrogantes y prejuiciosas.

— ¿Cuánto tardaremos en llegar hasta los borokii? —le preguntó ella. Las pupilas negras la observaron desde las órbitas perfiladas y protuberantes.

—Es imposible saberlo. Tienen un territorio tradicional de asentamiento, pero como cualquier clan, siempre están en movimiento.

—Qué pena que no hayamos podido encontrarles con un androide de búsqueda y situar un seguidor aéreo sobre ellos —dijo Anakin desde atrás.

Los dientes brillantes de Kyakhta sonrieron al pádawan.

—Los alwari retienen muchas de las viejas tradiciones, pero también están preparados para utilizar nuevos elementos que no contradigan la costumbre. Como siempre han tenido armas, les encanta utilizar las más avanzadas, y las emplearían para derribar cualquier dispositivo enviado para monitorizarles.

—Ah —Anakin aceptó la explicación sin rechistar. ¿Cuándo aprenderé a ver más allá de lo obvio?, se preguntó, lo cual podía ser un rasgo admirable para un corredor de vainas, pero tampoco le iba a convertir en un Jedi.

La partida siguió adelante, mientras la bestia de Kyakhta escupía huesecillos al caminar.

—Ya veis el problema al que se enfrentan los emisarios de la Unidad. ¿Cómo hacer tratados y comerciar con los alwari si los clanes no se quedan en el mismo sitio lo suficiente como para hablar con ellos? Pero son esos mismos derechos tradicionales de los nómadas los que protege la República. No es de extrañar que las ciudades estén considerando unirse a esta propuesta de secesión. Si consiguen que Ansion se escinda de la República, entonces podrán tratar con los alwari como les venga en gana.

—Y aun así los alwari piensan que quizá estemos aquí para apoyar las reclamaciones de la Unidad —respondió Luminara.

Kyakhta le dedicó una mirada de una inteligencia que hubiera sido inusitada antes de la curación de Barriss.

— ¿Acaso vuestra misión aquí no es que Ansion permanezca en la República?

—Por supuesto —respondió ella sin dudarlo.

—Entonces los alwari tienen todo el derecho a cuestionar los medios que utilicéis para conseguirlo. Son conscientes de que ellos y sus intereses no son vuestra prioridad.

—Lo mismo piensan los delegados de la Unidad —suspiró ella con cansancio—. ¿Lo ves, Kyakhta? Ambas partes tienen en común la sospecha de nuestras motivaciones. Lo que no es una base sólida para la comprensión mutua, pero es un comienzo.

La cuesta abajo por las últimas praderas hasta la orilla del río no era lo suficientemente pronunciada como para detener a un bebé a gatas, y mucho menos a un suubatar. El grupo se detuvo en la orilla mientras Kyakhta y Bulgan estudiaban la corriente para buscar el mejor sitio para cruzar. Entonces, Bulgan se adelantó y Kyakhta se giró para acercarse a sus compañeros.

—El Torosogt es profundo, pero Bulgan cree haber encontrado un banco de arena superficial por el que cruzar andando la mayor parte. A partir de ahí, nadaremos.

Luminara se echó hacia adelante en su montura.

—Bueno, supongo que un baño no le hará mal a nadie.

—No, no —Kyakhta sonrió y se apresuró a corregir el malentendido—. Nosotros no nadaremos. Los suubatar nos llevarán —ignorando la considerable distancia que había hasta el suelo, se agachó para señalar las patas medianas de su cabalgadura —. ¿Veis? El pelo del suubatar es corto, pero le llega hasta los pies y hasta le cubre los dedos. Con seis patas y esos largos dedos, los suubatar son muy buenos nadadores.

Luminara tuvo que admitir que no se le había ocurrido imaginarse a las bestias nadando. Pero lo que había dicho Kyakhta era cierto, seis patas sin duda serían una fuente óptima de propulsión.

Tuvo tiempo de recrear la imagen mientras Bulgan avanzaba. En mitad del río se paró, se giró y saludó. Tenía el agua por las rodillas a pesar de la altura del suubatar. Luminara se preguntó cómo de profundo sería el río en ambas orillas del "superficial" banco de arena. Le dijo a su cabalgadura un "¡Ilup!" perfectamente pronunciado, y avanzó junto a Kyakhta.

El agua subió gradualmente hasta los estribos. Su montura era algo más elevada que la de Bulgan, así que no se mojó. Barriss y Anakin no tenían tanta suerte. Podía oír quejándose en voz baja tras ella. Y respecto a Obi-Wan, cuando el agua le llegó a los pies, simplemente cruzó las piernas sobre la silla. Cualquiera que le viese pensaría que llevaba cabalgando suubatar toda la vida.

Bulgan esperaba a que el grupo le alcanzara antes de continuar. Hubo una ligera sensación de caída, un saltito hacia arriba y se dio cuenta de que los suubatar ya no estaban caminando. Sus movimientos natatorios eran aún más suaves que el notable galope. Mientras avanzaban, las bestias mantenían la cabeza alargada y estrecha justo en la superficie. Tampoco es que no les costara ningún esfuerzo. Los jadeos de su único agujero de la nariz eran claramente audibles.

El agua contra sus piernas era fría y cortante. Miró hacia abajo y vio un banco de retronadadores de varias patas, en la corriente que dejaba la montura. Los pequeños seres acuáticos del tamaño de un dedo tenían sus numerosas aletas plegadas para conservar la energía.

Ya estaba fijándose en la orilla opuesta cuando la cabalgadura de Bulgan se desvió violentamente a la derecha. Los dos alwari soltaron sendas maldiciones y empuñaron sus armas. La mano de Luminara se dirigió automáticamente a su sable láser, pero por mucho que miraba, no pudo ver nada parecido a un enemigo.

Entonces, su bestia se hundió rápidamente a un lado. Si no hubiera tenido los pies firmemente asentados en los estribos, se habría caido de la montura directamente al agua. Aun estando concentrada, seguía pendiente de todo lo que pasaba a su alrededor, especialmente los gritos de Kyakhta, que decían algo concreto pero inexplicable: "¡Gairk!" ¿Pero qué era un gairk?, se preguntó.

En ese momento, una cara contrahecha verde oliva emergió demasiado cerca de su pie izquierdo, y su curiosidad se vio satisfecha al fin.

Lleno de bultos y protuberancias, la boca del gairk no se parecía a nada que hubiera visto antes. No tenía nada de simétrico. Los labios bulbosos y carnosos parecían pasearse por toda la cara de piel pedregosa. Desde detrás de los labios surgía un par de ojos saltones y enormes verdes grisáceos. Alzó el sable láser y lo descargó sobre la monstruosidad inflada de las profundidades, pero ésta ya se había sumergido bajo la superficie antes de poder golpearla. Otra de las horribles criaturas emergió a poca distancia.

Se encontró hundiéndose no en el agua sino en un alboroto creciente.

El rumor de los sables láser era interrumpido por los gemidos de los suubatar que pataleaban, los gritos de sus compañeros y el crujido intermitente de las recién adquiridas pistolas láser de sus guías. Debería de haber estado más asustada, o al menos sentir una aprensión más profunda. Y lo más peculiar de todo es que los gairk carecían de dientes.

¿Pero si no eran carnívoros, entonces por qué atacaban a la caravana? ¿Acaso tenían otro mecanismo menos evidente para cazar y devorar a su presa? Lo cierto es que pudo ver, cuando su bestia alzó las garras de las pezuñas delanteras para atacar a un gairk que se cruzó en su camino, que con la boca tan grande que tenían podían tragar a un humano de una sola vez. Pero no podía distinguir un aparato mandibular, ni espolones afilados, ni espinas potencialmente venenosas. Pero Kyakhta y Bulgan seguían actuando como si fueran todo colmillos y garras.

Entonces oyó un grito. Se giró en la silla sin preocuparse por su propia seguridad, y miró al suubatar de Barriss. Seguía estando tras ella, en la misma posición que tenían al emprender el cruce del río. Sólo había una diferencia.

La silla del animal estaba vacía.

Barriss emergió a poca distancia, fácilmente visible en los remolinos de la corriente porque agitaba su sable láser activado. Kyakhta maldijo violentamente. A Luminara le sorprendió que la pádawan se estuviera hundiendo con más rapidez que la que ejercía la corriente. Se lo dijo a Bulgan.

— ¡Son los gairk! —le dijo el alwari desesperado—. La están hundiendo.

La expresión de Luminara cambió.

— ¿Hundiéndola? ¿Con qué? No tienen extremidades.

A modo de respuesta, el guía abrió la boca para formar una enorme O. Un escalofrío recorrió a Luminara al comprender, y no era precisamente por el agua helada.

***

En el momento en que vio que Barriss era derribada de la montura y se arrastraba corriente abajo, Anakin se lanzó tras ella. No lo pensó. La acción era completamente refleja. Sabía que si las circunstancias hubieran sido inversas, ella sería la que estaría nadando para salvarle. Cuando vio que ella se alejaba de él inexorablemente, redobló sus fuerzas. Era buen nadador, había entrenado mucho cuando se encontraba confinado en los meses de invierno. En breves instantes, se acercó lo suficiente como para hablar con ella.

— ¿Estás bien? —le dijo—. ¿Cómo estás, Barriss?

—Bueno —replicó ella—, empapada.

— ¿Puedes nadar conmigo a la orilla?

Elevó una mano y señaló hacia el otro extremo del río, donde los otros ya comenzaban a salir a la orilla.

—Creo que no —le dijo—. Qué situación más horrible —ante su gesto de incomprensión, ella señaló hacia abajo con la mano libre—. Horrible.

Él cogió aire y se sumergió. El agua era clara y cristalina y no obstruía en absoluto su visión. Vio las piernas de la pádawan pateando con fuerza, pero no avanzaba. Debajo tenía un gairk con la boca abierta de par en par y las branquias hinchadas. Succionaba agua en una corriente constante y la expulsaba por las branquias para atraerla corriente abajo. Volvió a la superficie y le hizo un gesto para tranquilizarla.

—Aguanta. Yo me ocuparé.

Tomó aire de nuevo y se hundió en el agua, nadando derecho hacia abajo, hacia la criatura, pasando junto a las piernas de la joven.

La cosa no intentó esquivarle. Tampoco tenía que hacerlo porque él se encontró de repente interceptado por la corriente. Miró hacia atrás y vio que le rodeaban no una, sino tres criaturas. Las mandíbulas irregulares no se parecían en nada, pero cuando los tres unían las cabezas las bocas encajaban como las piezas de un rompecabezas. Ahora le estaban intentando succionar entre los tres. Se les unió otro más. Se sintió irremediablemente arrastrado hacia el enorme orificio oscuro. Le sorprendió como a Luminara que no tuvieran dientes. Pero no los necesitaban. Al unir las mandíbulas creaban una succión más poderosa, y así inhalaban a su presa.

La técnica era sencilla. Sacaban a los viajeros de encima de los consumados nadadores que son los suubatar, los arrastraban corriente abajo para que no pudieran pedir ayuda y se los comían a sus anchas. Pero ni Barriss ni él eran indefensos rumiantes. La necesidad de aire se hacía apremiante. Por mucho que lo intentaba, era incapaz de liberarse de la potencia de la cuádruple succión. ¿Qué era lo que siempre decía Obi-Wan? Si no puedes desafiar a la tormenta, déjate llevar por ella.

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