Read La llegada de la tormenta Online
Authors: Alan Dean Foster
Soergg había conseguido retrasarles considerablemente y desbaratar sus planes. Pero cabía esperar que no fuera demasiado tarde. Mientras dejaba que el suubatar la llevara hacia la noche, Luminara rezó por que los representantes de la Unidad mantuvieran su promesa de esperarles para realizar la votación. La experiencia y la sabiduría le decían que semejante votación, una vez realizada, sería casi imposible de revocar.
Tras ellos, un furioso Baiuntu vio lo que había pasado e intentó enviar a una patrulla tras ellos. Pero sus esperanzas de organizar una persecución fueron aplastadas por la visión de todos aquellos qulun que seguían siendo presas del pánico y corrían por el campamento devastado por los lorqual.
— ¡Imbéciles! ¡Poneos en marcha!, ¿a qué estáis esperando?
Su sadain se agitaba nerviosamente de un lado a otro, mientras él luchaba por controlarlo y reunir una partida de hombres a su alrededor. Preocupado por la huida de los prisioneros y del dinero que se iba con ellos, era incapaz de ver a lo que se enfrentaba. Pero su sadain sí que lo veía, así que se encabritó y escapó.
—Miserables...
Sentado en el suelo entre el fango y la hierba, el jefe qulun estaba fuera de sí. ¡Qué noche! Y había empezado tan bien... Se puso en pie y se sacudió el barro de las ropas. Miró a su alrededor y vio que estaba solo. Los extranjeros se habían ido, aunque no alcanzaba a adivinar los medios por los que lo habían conseguido. ¿Les habría retenido lo suficiente como para reclamar el pago anunciado por el hutt? Quedaba una posibilidad. El esfuerzo de haber retenido un tiempo a los Jedi quizá hubiera valido la pena, y en cuanto a la tres veces maldita manada de lorqual, ya se había ido, y sin duda estaba plácidamente reunida en algún lugar al sur del campamento que acababa de destrozar. Y él estaba ahí, en la hierba, enfrentándose a una corta, pero fangosa caminata hasta su cama.
Bueno, él había sacado a su clan de peores situaciones. No por nada tenía una reputación de líder astuto y comerciante inmejorable. Habría otros días, otras oportunidades beneficiosas. Un buen comerciante sabe cuándo resignarse con la pérdida y cuándo esperar un beneficio. Todo dependía de si había retrasado lo suficiente a los viajeros como para satisfacer al comerciante de la ciudad. Se dirigió de nuevo hacia las impasibles luces del campamento.
Algo siseó levemente a su espalda.
Dio otro paso, y la cosa volvió a sisear. Se giró rápidamente, y buscó u pistola láser con los dedos temblorosos, la que había adquirido en la reunión anual de la lejana Piyanzi. Pero sus dedos no pudieron coger nada.
El arma se le había caído de la funda cuando fue derribado del maldito sadain.
Se puso de rodillas, y comenzó a buscar furioso su arma entre la lluvia y el barro. ¡Oh!, ahí estaba, tirada en la hierba no muy lejos del lugar en el que se había caído. Ahora ya por fin se arreglaría todo, aunque quizá no fuera como cuando el sol se había puesto al atardecer. Fue a coger el arma con alivio, y cuando lo hizo un trío de ojos se materializó justo encima. Ojos rojos, flanqueados por otra trinidad asesina, y otra, y otra más. Con los dientes chirriando, cogió el arma con un movimiento rápido. Para ser tan enorme, Baiuntu era rápido, muy rápido.
Pero ni mucho menos tanto como un shanh.
L
a mañana trajo consigo un cambio en el tiempo así como en la apariencia del entorno. Las planicies, limpias por la tempestad de la noche anterior, lucían la frescura como si fuera un impermeable de laca. El sol brillaba suavemente, y unos pequeños herbívoros alados iban de espiga en espiga piando. Hasta los imperturbables suubatar llevaban un trotecillo alegre en su séxtuple paso. Sin duda los jinetes estarían disfrutando más de la mañana si la noche anterior hubieran dormido en lugar de galopar.
Aun así, la sana brisa de la mañana era innegablemente tonificante.
De pie sobre la silla, manteniendo un perfecto equilibrio sobre la montura que se balanceaba bajo él, Obi-Wan realizaba una serie de ejercicios de estiramiento. Los dos pádawan observaban la demostración con admiración. Anakin sabía que si intentaba hacer algo parecido, acabaría en la hierba en cuestión de segundos. Lo que Obi-Wan estaba haciendo requería una perfecta coordinación, una confianza plena en sus habilidades y nervios de acero. Su Maestro era famoso por su conocimiento de los misterios neuromusculares complejos del cuerpo.
Luminara cabalgaba aliado del Jedi, y le miraba de vez en cuando.
Podría haberle seguido en sus movimientos, pero prefería descansar. Centró su atención en la pradera. Tenía una o dos preguntas que hacerles a los guías. Espoleó suavemente a su suubatar y se alejó de Obi-Wan para unirse a los alwari.
Eso dejó a Obi-Wan solo para contemplar el paisaje que se desarrollaba lentamente frente a ellos. Aquel mundo nuevo, como todos, tenía muchas cosas dignas de estudio: geología y clima, así como la flora y la fauna visibles.
Mientras tanto, Anakin seguía observando a su mentor desde la distancia. Nunca era capaz de adivinar en lo que pensaba el Maestro. ¿Cuál era el destino de los Jedi? ¿Ser cada vez más solitarios, reservados y distantes? Miró a la joven que cabalgaba a su lado, y no pudo imaginar a alguien tan lleno de vida como Barriss transformándose en un ser melancólico. Y para ser sinceros, Luminara Unduli era mucho más animosa que Obi-Wan. ¿Entonces era sólo un destino reservado a los hombres, vivir una vida de eterna introspección solemne?
Eso no le iba a pasar a él, pensó. Independientemente de lo que trajera el futuro, decidió que no sentiría la vida de desolación que parecía afligir al Maestro Obi-Wan. Recordó el maravilloso espectáculo de cuenta cuentos que había ofrecido a los yiwa. Quizá estaba siendo demasiado duro con Obi-Wan. Quizá no era culpa suya que no sintiera las mismas cosas que sentía él cuando se quedaba mirando el firmamento durante horas y llamaba en silencio a una estrella solitaria. Sus enseñanzas le habían educado para tener compasión ante las carencias de otros. Hasta un aprendiz podía sentir simpatía por un Maestro, pensó. Desde ese momento, intentaría tener eso en cuenta antes de discutir con Obi-Wan.
Si alguna vez olvido este voto
, concluyó con firmeza, s
erá porque ya no soy la persona que quiero ser.
—Anoche lo hiciste bien.
— ¿Qué? —sonrió a su amable, aunque un tanto exasperante interlocutora, mientras emergía de la profundidad de sus pensamientos—. ¿Hacer bien qué?
Barriss se giró hacia él, mientras cabalgaba estilo amazona.
—Cuando escapábamos de los qulun, y sobre todo durante el desafortunado incidente al recuperar nuestras monturas. Vi lo que hiciste.
Él respondió sin interés.
—Hice lo que el Maestro Obi-Wan me dijo que hiciera. Hice lo que tenía que hacer.
—Es la segunda vez que te veo empuñar un sable láser. Eres muy fuerte —notó una punzada en el corte de la mano. Ese tipo de experiencias le enseñarían a no relajarse y bajar la guardia, se dijo firmemente, incluso si el oponente parecía inferior a simple vista.
—He practicado mucho —su suubatar alzó las patas delanteras, luego las medianas y finalmente las traseras para sortear una piedra—. Hay gente que dice que se puede definir a un Jedi por sus habilidades con el sable láser. Quiero que mi habilidad se respete. El respeto impide el combate.
Ella sonrió.
—Al verte, cualquiera diría que podrías pelear con el Maestro Yoda. Él parpadeó.
— ¿Con el Maestro Yoda? ¿Es una broma?
La sonrisa desapareció del rostro de la pádawan.
— ¿Y por qué iba a bromear con algo así? El Maestro Yoda es conocido por ser el mejor luchador de sable láser de la historia. No me dirás ahora que nunca te has adiestrado en combate con él.
—Pues claro que he tenido. Y estoy de acuerdo con que es un buen instructor... de técnica. Aunque tenga que subirse a una plataforma para que sus aprendices puedan verle. Su destreza es digna de ver, sobre todo teniendo en cuenta su falta de alcance —la sinceridad comenzó a perfilarse en su voz—. Pero todo eso es teoría, Barriss. Suposiciones. Aunque lo enseñe el Maestro Yoda. No es pelear de verdad.
Esta vez, en lugar de responder inmediatamente, Barriss se lo pensó un momento.
— ¿Qué te hace pensar que el Maestro Yoda no ha utilizado nunca un sable láser en un combate real?
Él casi se echa a reír a carcajadas, pero se lo pensó dos veces. Obi-Wan y Luminara podían oír, y preguntarle por la causa de tanta hilaridad, y la explicación de Anakin no le iba a gustar nada a su Maestro, que reverenciaba al Gran Maestro, como todos los demás. Seguro que le diría que algunas cosas no pueden ser objeto de risa.
Pero no por eso iba a ignorar la pregunta de su compañera.
—Venga ya, Barriss. ¿En serio te imaginas al Maestro Yoda en un duelo en serio fuera del adiestramiento? ¿Te imaginas semejante conflicto? —las imágenes que se le venían a la cabeza eran cada una más graciosa que la anterior—. ¿A quién se podría enfrentar? ¿A alguien como Tooqui, quizá?
—El tamaño de un Jedi o la potencia de su sable láser no son lo importante, lo que cuenta es el tamaño de su corazón.
Anakin asintió.
—Vale, dame a mí tamaño y potencia y quédate con el corazón.
Su afirmación rayaba la blasfemia, pero sentía curiosidad por ver la reacción de la pádawan.
Sin embargo, la respuesta de la chica fue mucho más calmada de lo esperado.
—Deberías avergonzarte de lo que has dicho, Anakin Skywalker. ¿Cómo te atreves a cuestionar la capacidad del Maestro Yoda?
—No cuestiono su capacidad —replicó Anakin de inmediato—. No lo hago porque he asistido a sus enseñanzas. No hay nadie más rápido ni más ágil con un sable láser... dentro del Templo. Yo lo único que digo es que las técnicas de adiestramiento empleadas no son las mismas que se utilizan en la batalla. Además el Maestro Yoda es... bueno, no es joven. Yen lo que se refiere a cuestionar, un buen Jedi ha de cuestionarlo todo. Aprender por uno mismo es lo mejor.
—Es bueno que pienses así —dijo ella—. De esa forma nunca tendrás que preocuparte por cometer un error.
—Todos cometemos errores —respondió él—. Eso es lo que se pretende evitar cuestionando las cosas —se palmeó el pecho suavemente—. Yo me cuestiono todo lo que se me plantea. Y ahora mismo hay muchos sistemas cuestionando la forma de gobernar de la República. Ansion es uno de ellos, y el resto le vigilan de cerca.
Ella le miró con curiosidad.
— ¿Tú también lo haces, Anakin? ¿Tú también dudas del gobierno de la República?
—Si no lo hiciera, sería el único —señaló más allá de la cabeza de su montura—. Hasta el Maestro Obi-Wan tiene sus reservas. Sobre la corrupción, sobre la dirección que está tomando el gobierno, y sobre la que no está tomando porque cada vez está más empantanado en el fango burocrático... Claro que lo cuestiono. ¿Tú no?
Ella se irguió en la silla y sacudió la cabeza suavemente.
—No tengo tiempo que perder en conflictos políticos. Estoy demasiado ocupada con mi tarea como pádawan, intentando ganarme mi paso a Jedi. Y la labor es suficiente para cualquiera. O al menos eso creo —le miró fijamente—. Qué suerte tienes de ocupar tus pensamientos con problemas del estado galáctico.
Y con otras cosas, quiso decirle él, pero no lo hizo. Aunque el hecho de compartir adversidades había provocado que sintiera una gran admiración por su compañera y por sus habilidades, aún no confiaba en ella plenamente. Sabía que cualquier cosa que le dijera se la contaría a su Maestra. Y Luminara se lo diría a Obi-Wan. Imposible confiar, pensó. Había cosas que era mejor guardárselas.
Cada vez que tenía una disputa dialéctica con alguien, Anakin se reafirmaba en la creencia de que era diferente. Distinto de Barriss, tanto como de Luminara o de Obi-Wan. Su madre siempre se lo había dicho. Deseó poder hablar con ella en ese momento, pedir su sabio consejo sobre diferentes cosas, sobre todo lo que amenazaba con consumirle. Y pensar, reflexionó mientras cabalgaba, que hubo un tiempo en el que la gente pensaba que una separación duradera era estar en lados opuestos del mismo planeta. Pero eso fue hace mucho tiempo, en una época tan antigua que era casi imposible imaginársela, cuando la gente contaba las distancias en unidades de medida y no de tiempo.
Se detuvieron a pasar la noche junto a uno de los innumerables arroyos que atravesaban las praderas. No parecía que los qulun de Baiuntu les estuvieran persiguiendo. O los estragos de la estampida nocturna de lorqual habían sido demasiado graves, o habían decidido no dar caza a los prisioneros que podían atacar sin ser vistos.
—Hay otra posibilidad —señaló Kyakhta cuando hablaron del tema—. Cuanto más nos acerquemos al clan superior, menos se arriesgará a interferir un clan inferior como los qulun.
—Lo que importa es que parece que estamos a salvo —Obi-Wan miraba el atardecer—. Pero hoy haremos guardia. Sólo para aseguramos.
Anakin se alegró cuando le llegó el turno de vigilancia. Era tarde, más de medianoche en el horario ansioniano, cuando Barriss vino a despertarle. Sólo tuvo que tocarle.
—Sin novedad en el frente —susurró ella para no despertar a los otros. Mientras él se levantaba y se ponía el manto, ella se introdujo con cansancio en el saco de dormir—. No se ve nada ahí fuera, pero no deja de haber ruidos. Este planeta está lleno de sonidos nocturnos furtivos que viven entre la hierba.
Anakin no estaba seguro, pero juraría que la chica se durmió incluso antes de cerrar los ojos.
La ubicación del puesto de vigía había sido cuidadosamente escogida por los guías alwari. Era el punto más elevado junto al campamento, aunque tampoco demasiado, apenas un montecillo sobre el suelo. Aun así, ofrecía una ventaja visual a tiro de piedra de la orilla del arroyo. Encontró un sitio firme y cómodo en el que colocarse, y se preparó a pasar su turno de tres horas.
La tarea de vigilancia le habría parecido a cualquiera insoportablemente aburrida. Pero a Anakin no. Creció en un hogar uniparental, sin hermanos, y estaba acostumbrado a estar solo. Desde muy pequeño, su única compañía habían sido las máquinas. Se preguntó con indolencia qué habría sido de aquel androide de protocolo que había creado a partir de viejos repuestos. Respecto a cierto comerciante alado y charlatán llamado Watto, no tenía ni idea de lo que estaría haciendo. Sacudió la cabeza para alejar ese recuerdo. Si alguien tenía derecho a ser un poco raro de vez en cuando, ése era Anakin Skywalker. ¿Habría alguien más que tuviera a un toydariano gordo y codicioso como lo más parecido a una figura paterna?