Read La llegada de la tormenta Online
Authors: Alan Dean Foster
—No hay nada seguro a priori, cariño —su mano se separó del fuerte hombro—. Yo sé lo que hago. De lo que no estoy segura es de lo que harán los surepp.
Dio un par de pasos hacia atrás, aspiró hondo y miró a Bayaar.
Él no tenía por qué disuadir a la extranjera. Ya había hecho todo lo que había podido para advertirle del peligro al que había decidido enfrentarse. Alzó una mano y señaló a la derecha. El operador de esa sección de la valla asintió y desactivó la verja. Se oyó un
siseo
suave.
—Hemos apagado la barrera en esta sección —les dijo a los visitantes—. Si de verdad queréis seguir adelante, tenéis que hacerla ahora.
—Lo sé —respondió Luminara.
Cruzó la valla, tomó aliento y saltó al lomo del surepp que tenía más cerca.
P
or encima del clamor de la aldea y del mugido comunal de las apretujadas bestias, pudo oírse claramente cómo todos los borokii presentes aguantaban la respiración. Su asombro era comparable al de los dos pádawan, aunque éstos temían lo que podía pasar.
Demostrando tener la fuerza de un levantador de pesos, la agilidad de un gimnasta y el entrenamiento de un auténtico Jedi, Luminara avanzaba rápidamente sobre el rebaño. Anakin contemplaba la escena con admiración. Posándose en los lanudos lomos sólo lo justo para impulsarse de nuevo, Luminara volaba sobre los animales, acercándose cada vez más al centro. Alguna de las bestias levantaba la cabeza sorprendida, pero al no ver nada sospechoso volvía a bajada para seguir pastando.
Sus amigos observaban la escena con sus macrobinoculares, pero Kyakhta, Bulgan, Tooqui, Bayaar y el resto de los borokii se conformaban con aguzar la vista.
Incapaz de aguantar la incertidumbre, el centinela se acercó al extranjero llamado Obi-Wan.
— ¿Qué tal lo está haciendo? —preguntó—. Supongo que sigue viva por vuestra falta de reacción.
—Se mueve rápido —dijo Obi-Wan sin dejar de mirar por los prismáticos—. Atrás y adelante. Tan veloz que no podría verla sin este dispositivo.
Tras lo que parecieron horas, pero en realidad eran minutos de tenso silencio, el Jedi murmuró excitado.
— ¡Ya está! —su voz se elevó a pesar de sus esfuerzos por controlarla—. ¡La tiene!
— ¿Tan pronto? —Bayaar estaba absolutamente atónito—. Se mueve realmente rápido vuestra hembra.
—No es mi hembra —se apresuró Obi-Wan a corregirle—. Somos compañeros, iguales. Como vos y vuestros guerreros.
—Ah —murmuró Bayaar sin entender muy bien al alienígena.
—Sí, lo cierto es que es rápida —añadió Obi-Wan—. Ya está de vuelta.
De repente, dio un respingo. Se quitó los macrobinoculares de los ojos un instante, y volvió a colocarlos.
— ¿Qué? ¿Qué pasa? —Bayaar se volvió hacia el rebaño e intentó escudriñar lo que pasaba. Su visión nocturna era excelente, pero no era rival para el otro espectador—. Ha pasado algo.
—Ha resbalado —la voz del extranjero ya no era tan neutral—. Ha resbalado y ha caído. Ya no puedo... no la veo.
Un mugido creciente les llegó desde el lugar en que Luminara había desaparecido. Incluso sin el aparato pudo ver que varios animales comenzaban a agitarse. Y aliado de éstos, otras bestias comenzaban a despertar.
No había tiempo para discutir las alternativas. Tenían que hacer algo antes de que el caos se dispersara.
—Vamos a por ella —les dijo a los pádawan.
Pudo ver las ansiosas expresiones de las caras de ambos, pero no había tiempo para tranquilizarles.
—Concentraos —les ordenó—. Concentraos tanto como podáis. Más que nunca. Y no os separéis.
Tomó a Barriss de la mano derecha y a Anakin de la izquierda y los guió a través de la barrera.
Presionados, empujados por la orientación de la Fuerza de tres individuos entrenados, los surepp les dejaron pasar. Mugiendo y siseando, se hicieron a un lado abriendo un camino para los extranjeros. Los animales les contemplaban furiosos con sus tres ojos. Pero algo les mantenía a raya, había algo que les impedía sepultar a aquellos intrusos bajo sus afilados cascos.
Obi-Wan sabía que si uno de ellos perdía el ánimo, si algún pádawan se asustaba y abandonaba la concentración, los otros dos no bastarían para protegerles del rebaño cada vez más inquieto. Intentó centrar algo de su propia Fuerza en los dos aprendices. Pero mientras se adentraban más y más en el rebaño, algo extraño sucedió.
Barriss se mantenía concentrada, pero la potencia de Anakin aumentó aún más. Era como si al sentir la proximidad del peligro mortal, la Fuerza del joven creciera en su interior. Obi-Wan no alcanzaba a entender lo que ocurría, pero en aquel momento no podía detenerse a examinar el fenómeno. Sólo una cosa importaba.
Encontraron a Luminara inconsciente en el suelo, y un hilo de sangre le caía por la frente. Obi-Wan comprobó de inmediato que la herida era superficial. Pero no tenía forma de saber los daños internos que había provocado la caída. Los músculos de la mano con la que agarraba la de Barriss temblaron. Vio la preocupación en el rostro de la joven. Pero Barriss Offee era digna estudiante de su Maestra. Como sanadora, podría pensarse que lo primero que haría sería echarse al suelo para curar a luminara. Pero como aprendiz de Jedi, sabía que lo que realmente importaba ahora no era la curación individual, sino mantener la Fuerza entre Ellos y los siseantes animales que los rodeaban.
Haciendo gala de una fuerza mental y física inusitada, Anakin cogió o brazos a la Jedi inconsciente. Y comenzaron a desandar el camino juntos. Cada vez eran más las bestias alertadas de la presencia de intrusos en mitad del rebaño. Aunque no había señales de peligro, y no se había producido ningún ataque, los surepp estaban muy intranquilos.
Cada vez era más difícil mantener a raya a los animales. El sudor caía por el rostro de Obi-Wan. Aunque contaba con la ayuda de Barriss y Anakin, la Fuerza se centraba en él, y de él dependía que la energía continuara ejerciendo de barrera. Por fin pudo ver que se acercaban a la verja. E1 buen Bayaar les miraba ansioso, queriendo animar a los extranjeros pero sin atreverse a darles un grito de apoyo. Detrás de él, el resto de los borokii, que se habían acercado a mirar, susurraban entre ellos.
Algo golpeó a Obi-Wan en un costado que casi le hizo caer. Por un momento, perdió la concentración debido al impacto del flanco de un surepp. Barriss le dirigió una mirada alarmada, pero la tranquilidad sustituyó a la confusión en el semblante de Anakin. Luminara se agitó entre sus brazos. Si le diera por gritar...
Entonces el exhausto Obi-Wan cruzó la barrera y Anakin pasó a la Jedi por encima, que fue recogida por los expectantes Kyakhta y Bulgan, con Tooqui prestando toda la ayuda que podía. La depositaron boca arriba cuidadosamente en el suelo. Barriss se colocó a su lado de inmediato, presionando sus sensibles dedos sobre la frente de su Maestra, y utilizando un poco de su capa para retirar la sangre de la cara de Luminara.
Bajo los sabios cuidados de la pádawan, la inconsciente Jedi emitió un suave gemido.
Tras ellos, se oyó un gemido. Hubo un sonido de hueso contra carne. Anakin Skywalker, medio tropezando, medio volando por encima de la verja, aterrizó en el suelo bocabajo, casi llevándose a Tooqui por delante. Obi-Wan le dirigió una mirada ansiosa, y un crujido estático llenó el aire de la noche. Los surepp retrocedían ante las descargas de la verja. — ¿Te has roto algo? —preguntó Obi-Wan solícito.
Anakin se levantó a duras penas.
—La dignidad, Maestro —señaló con la cabeza a la Jedi—. ¿Cómo está?
Barriss le miró.
—No percibo daños internos, pero no estoy segura del todo. Luminara abrió los ojos. Parpadeó un par de veces.
—Ayúdame a levantarme.
—Maestra Luminara —comenzó a decir Barriss—, no creo que sea muy recomendable que...
—Tampoco era muy recomendable adentrarme en el rebaño —gimió Luminara mientras se incorporaba. Con Obi-Wan a un lado y Anakin al otro, pronto se encontró de pie entre ambos—. Pero había que hacerla —le hizo un gesto de disculpa a Bayaar—. Lo siento, he perdido el cuchillo.
— ¿Qué ha pasado? —le preguntó Obi-Wan.
—No se parece en nada a una carrera de entrenamiento en el Templo.
Cada lomo era distinto, pero tampoco tenía tiempo de mirar dónde ponía los pies. Tenía que correr sin demorarme, y confiar. Todo fue bien hasta que aterricé en un animal que estaba mojado. Quizá había estado lavándose. Me resbalé, y antes de poder hacer nada, me caí al suelo y me di en la cabeza —sonrió por primera vez mirando a sus amigos—. Gracias por venir, por mí.
—Tú no podías hacer otra cosa que lo que acabas de hacer —le dijo Obi-Wan—. Y nosotros tampoco teníamos más alternativa que ir a buscarte.
—Y yo que pensaba que los Jedi eran los Maestros de la alternativa —murmuró Anakin—. Qué decepción.
Los ojos de Barriss se abrieron al reparar en algo. —y todavía tenemos que encontrar la forma de ir a por la lana, si queremos que los ancianos borokii hablen con nosotros.
Luminara bajó la mano que tenía en la frente, y su labio inferior y tatuado se curvó hacia arriba ligeramente.
—Olvidas algo, pádawan. Yo volvía. —Se desanimó un poco—. A no ser que se me haya caído...
Buscó ansiosa entre sus ropas. Luego volvió a sonreír.
Entre sus dedos se hallaba la guedeja de lana del surepp albino. Era del color de la nieve sucia.
Se volvió hacia Bayaar y le mostró el aparentemente insignificante trofeo que tanto les había costado conseguir.
—Ya has visto lo que ha pasado —le dijo al centinela. Tras él se amontonaban otros borokii, ansiosos por ver la prueba del gran reto—. Hemos hecho lo que se nos pedía. ¿Nos recibirá ahora el Consejo de Ancianos?
El centinela asintió.
—No veo por qué no. Recordaré este momento siempre y se lo relataré a mis nietos, y así lo haréis vos también.
—Los Jedi no tienen descendencia.
Rodeada de sus amigos, se dispuso a cruzar el campamento borokii en dirección a la casa de los invitados.
Bayaar les observó mientras se alejaban. Eran realmente poderosos, estos extranjeros. Cuánto talento tenían, por no mencionar el control de la Fuerza. Por lo tanto, sería un poco raro sentir compasión por ellos.
Pero a él le daban un poco de lástima.
Cada vez caminaba más erguida y con pasos más largos, mientras cruzaban el campamento. Los curiosos borokii que se afanaban en sus tareas nocturnas se detenían para observarles. Anakin, Barriss, Obi-Wan, Kyakhta, Bulgan y Tooqui se arremolinaban a su alrededor para darle palmaditas de ánimo, o caricias exóticas a la manera alwari que no eran en absoluto indiscretas. Mientras tanto, Tooqui expresaba lo mejor que podía su alivio cogiéndose de una de las piernas desnudas de la Jedi, una posición que además evitaba que los otros tropezaran con él. Limitado por su cargo y manteniéndose al margen del grupo, Bayaar hizo lo que pudo por ofrecerle un felicitación al estilo borokii.
—Toma —le dijo ella, jadeando y tragando aire mientras se detenían al fin ante la casa de los invitados, y le dio el mantoncito de lana—. Llévale esto a los ancianos. Diles de quién procede y cómo ha llegado a ti.
Le dio la espalda al solemne y respetuoso centinela y cruzó la entrada, para caer en los brazos de sus amigos.
—La Fuerza es una maravilla, pero no te puedes bañar en ella. Seguro que el surepp asado tiene un sabor delicioso, pero cuando está vivo huele como cualquier animal herbívoro del rebaño. Tanto si nos reciben como si no. tengo que bañarme antes de poder siquiera presentarme ante el más joven de los ancianos.
Sus amigos le ayudaron a subir las escaleras, y numerosos borokii se congregaron fuera al saber lo que había ocurrido y para ver a los alienígenas. Sus comentarios susurrados estaban llenos de admiración, y sus insistentes miradas no eran en absoluto molestas. Bulgan portaba solemnemente las ropas de la Jedi. La admiración que sentían Kyakhta y él por la alienígena ya era considerable antes del incidente, pero ahora no conocía límites.
Los borokii no acababan de asimilar el concepto de relajación sumergiéndose en una bañera o en un lugar lleno de agua, pero estaban más que dispuestos a satisfacer las demandas de sus visitantes. Y no era una petición muy costosa. Barriss se dedicó a atender a su Maestra, mientras el inquisitivo Tooqui se quedaba con ellas molestando un poco. El resto del grupo se dispuso a comer algo y a descansar.
La conversación animada y las risas llenaron la casa de los invitados de los borokii, y los preparativos que siguieron a la hora de irse a la cama fueron más entusiastas de lo habitual. La herida de Luminara no era grave, y se curó enseguida. Con un poco de suerte, mañana se reunirían con el Consejo de Ancianos de los borokii y darían por terminada su misión en Ansion. Éstas eran las esperanzas que se llevaron todos consigo a su cama borokii, seca y confortable. Hasta la energía inagotable que parecía fluir por el cuerpecillo de Tooqui cesó, y el gwurran se hundió en un profundo sueño sin apenas dar las buenas noches a nadie.
Tumbado sobre su acolchado lecho, Obi-Wan contemplaba la figura durmiente de Luminara, reflexionando sobre lo que había logrado la Jedi. Él no hubiera podido hacerlo. Su talento personal residía en otra parte. La visión de la mujer saltando ligera de un surepp a otro sin detenerse lo suficiente como para alarmarlos, y sabiendo que un resbalón podría significar la muerte por mucho entrenamiento Jedi que tuviera a sus espaldas, había despertado en él el tipo de admiración que sólo inspiraban los miembros del Consejo Jedi. Tenía muchas ganas de preguntarle cómo había hecho para realizar ciertos movimientos que parecían imposibles.
Pero mejor esperar a mañana, se dijo a sí mismo. Aquella noche era para saborear los logros del día y para anticipar los del siguiente. Ya habría tiempo después para ocuparlos con otros pensamientos, otros asuntos.
Anakin, mientras, se relajaba como no lo había hecho en semanas. Si la hazaña de la Maestra Luminara daba los resultados que Obi-Wan esperaba, y por fin se encontraban con el Consejo de Ancianos de los borokii, podrían volver por lo menos a Cuipernam, y de allí a la civilización. Algo que deseaba profundamente, porque cualquier cosa que le alejara de Ansion le acercaría a donde realmente quería estar.
Con los expectantes deseos de acabar la misión agolpándose en su cabeza, se permitió el lujo de abandonarse a un sueño relajado y profundo por primera vez en muchos días.