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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (37 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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—Un logro —Luminara sólo estaba dispuesta a concederle eso—. Un trabajo bien hecho. Las cosas "grandes" lo son gracias al paso del tiempo. Todo el mundo piensa que las cosas que consigue son dignas de inmortalizar, pero el tiempo lo acaba poniendo todo en su sitio. Con el paso de los siglos, la mayoría de los "logros" son desterrados, y al cabo de milenios ya nadie se acuerda de ellos —al ver la expresión de su pádawan, intentó parecer más animada—. Lo que no quiere decir que lo que hemos hecho no sea importante.
Nuestra
historia es ayer, y ayer es lo que importa. Además, ninguno somos historiadores. ¿Quién puede decir lo que será crucial o lo que no, en el discurrir de la civilización? Desde luego, no un Jedi. Quizá el Consejo o los sabios historiadores. Lo que importa es que hemos hecho lo que teníamos que hacer y que muy pocos seres han muerto por ello.

Barriss aceptó el discurso un momento, y luego sonrió.

—Digan lo que digan sobre lo que hemos hecho en Ansion, yo opino que mantener a raya no a uno, sino a dos ejércitos sin matar a nadie es algo especial. Estuvisteis increíble, Maestra. No tuve mucho tiempo para mirar, pero de vez en cuando vislumbraba algo. Y no he visto nunca a nadie tan calmado y valiente bajo tanta presión.

— ¿Calmada? ¿Valiente? —Luminara rió—. Hubo momentos en los que me moría de miedo, pádawan. Pero el truco es no mostrarlo. Tienes que acordarte en todo momento de en qué cajón mental guardaste el coraje, para poder ponértelo cuando lo necesites.

—Lo recordaré, Maestra.

Luminara sabía que así sería. Una buena aprendiz Barriss. Algo pesimista a veces, pero una estudiante inmejorable. No como Anakin Skywalker. Un gran potencial, pero de gran inseguridad. Le había estado observando en la batalla. De todos los profanos que conocía, sería el único que escogería para luchar mano a mano. Pero lo que le
preocupaba
era lo que haría el joven después de la batalla. Era mucho más que un enigma y ésa no era sólo su opinión. Obi-Wan se lo había expresado en más de una ocasión. Pero también había insistido en que el joven tenía dentro de sí un enorme potencial para llegar a ser grande algún día.

Bueno, tal y como le había dicho a Barriss, esas cosas se sabían con el tiempo. Afortunadamente, Skywalker no era su responsabilidad. Probablemente ella no hubiera tenido la paciencia que demostraba el Jedi con él. Un Maestro poco frecuente para un aprendiz inusual, pensó. Espoleó a su suubatar para que apretara el paso.

***

El estómago del delegado Fargane no era lo único que gruñía. El delegado estaba cansado. Cansado y enfadado. Echaba de menos su hogar en el lejano Hurkaset y a sus parientes, y el negocio familiar no había ido muy bien desde que él dejó de ofrecer sus sabios consejos. Y todo era por culpa de aquellos estirados representantes del Senado de la República. Aquellos Jedi. Antes de que llegaran a Ansion, Ranjiyn había afirmado que su reputación les precedía. Pues,
ajá
, por lo que a él correspondía, su reputación se había hecho añicos. Les habían dado el estatus de salvadores potenciales de la paz y ellos se habían perdido en las praderas eternas de Ansion.

Ya era hora de tomar una decisión. Aunque aún no estaba seguro de su voto, una cosa sí sabía: habían retrasado la votación demasiado. Y así se lo transmitió a sus colegas.

—Están por ahí en alguna parte —insistió el delegado Tolut—. Quizá deberíamos esperar un poco más.

El enorme armalat miraba pensativo por la ventana del tercer piso hacia el Norte. También su paciencia comenzaba a agotarse. Durante su único encuentro con los Jedi había quedado profundamente impresionado. Pero las destrezas de salón no eran un sustituto sustancial. ¿Dónde estaban, y lo que era más importante, dónde estaba el tratado que solucionaría los antiguos problemas entre nómadas y ciudadanos?

—Yo os diré dónde están —todos se giraron para mirar al orador. Como observador oficial de la coalición de comerciantes de Cuipemam, Ogomoor no tenía poder para influir en las decisiones del Consejo de la Unidad. Sólo podía dar su opinión. Pero los días pasaban uno tras otro sin noticias de los Jedi, y sus opiniones cada vez adquirían más peso—. Se han ido.

El delegado humano frunció el ceño.

— ¿Quieres decir que ya no están en Ansion?

El consejero de Soergg hizo un gesto de indiferencia.

— ¿Quién sabe? Lo que yo digo es que con nosotros no están. Hay otros puertos además de Cuipemam, y una buena nave aterriza en cualquier parte. Quizá hayan vuelto a Coruscant, o puede que hayan muerto. De cualquier forma, no han conseguido lo que propusieron: que los alwari aceptaran una nueva vía de entendimiento social en Ansion. ¿Cuánto más vais a tardar? Independientemente del resultado de la votación, esta incertidumbre es pésima para los negocios.

—Ahí tengo que darte toda la razón —refunfuñó Fargane. Ranjiyn miró despectiva al delegado.

—Estoy de acuerdo en que hay que tomar una decisión. El futuro de Ansion depende de los que estamos aquí.

Tolut intentó intervenir.

— ¿No podemos darles un poco más de tiempo a estos bienintencionados visitantes?

— ¿Quién dice que tengan buena intención? Ellos sirven a otros poderes. Al Consejo Jedi, al Senado de la República, quizá a otros. Hacen lo que se les ordena. Y no me sorprendería que les hubieran ordenado irse sin decimos nada. Sería una maniobra típica del Senado —alzó la voz con rabia—. ¡No me gusta que se me trate así!

—Bien, esperemos hasta el fin de semana —insistió Ranjiyn—. Si para entonces no hemos oído nada de ellos, votaremos.

— ¡Bien! —dijo Volune—. Una decisión por fin. Estoy de acuerdo con Fargane en que ya hemos perdido demasiado el tiempo con este tema, pero esperaré hasta el fin de semana —miró al delegado, ojos ansionianos frente a ojos humanos—. ¿Fargane?

El representante hizo un ruido de disgusto.

—Más tiempo perdido.
¡Ajá!
, que así sea. Pero no más tarde —advirtió—. ¿Tolut?

El armalat se giró desde la ventana.

—Los Jedi son buenos, en mi opinión. Pero quién sabe lo que les han dicho que hagan o lo que les ha pasado. Se están excediendo —su descomunal cabeza asintió—. A finales de la semana. De acuerdo.

Así que estaba decidido. Ni más retrasos ni más excusas. Con Jedi o sin ellos, con tratado o sin él, todos tenían que dar la cara ante sus votantes, que les pedían desde hacía tiempo una decisión definitiva sobre la secesión. Y también habían recibido mensajes desde otros planetas, de los malarianos y los keiturnitas, preocupados por su futuro como aliados de Ansion.

Ogomoor estaba encantado. El final de la semana estaba mucho más lejos de lo que hubiera deseado Soergg, pero tampoco era el solsticio. Su jefe y aquel para el que trabajaba estarían muy satisfechos.

El consejero estaba muy satisfecho.

18

O
gomoor acababa de darle su ración de buenas noticias económicas al bossban y se dirigía hacia afuera de la sala para volver a su despacho cuando Soergg eructó tras él.

— ¡No es posible! —le gritó el hutt al androide de comunicaciones, cuya tarea era revolotear junto a la cabeza del hutt durante las horas de trabajo.

Ogomoor, que no era tonto, sacó varias conclusiones simultáneas del grito de su amo. La primera era que cuando alguien exclama violentamente que algo no es posible, lo más probable es que sea un hecho consumado. La segunda era que las cosas que no son posibles y que se convierten en hechos consumados suelen acarrear consecuencias negativas. Y la tercera era que ya no había razón para escaparse de la sala, porque seguramente le harían volver de inmediato.

Todo esto se le pasó al consejero por la cabeza en un momento, lo justo como para prepararse mentalmente. Soergg continuó escuchando lo que le decía el que estuviera al otro lado de la transmisión. Los ojos se le salían de las órbitas y las venas del cuello le palpitaban. Tenía que estar realmente enfadado para que esas tuberías sangrientas hicieran el tremendo esfuerzo de salir a la superficie a través de toda la grasa, pensó Ogomoor.

Escuchaba con paciencia y desagrado. Era obvio que no eran buenas noticias. Las malas noticias volaban por la jerarquía de las muchas empresas del hutt, así que él solía ser el primero en compartirlas. De vez en cuando, Soergg le preguntaba algo a la voz. Poco a poco sus comentarios se volvían más frecuentes y soeces.

Cuando la transmisión acabó por fin, el furioso bossban golpeó al mecánico emisor de malas noticias. La manaza destrozó al inocente androide contra la pared. Crujió una vez antes de que sus pedazos cayeran al suelo. Ogomoor tragó saliva. Que el hutt estuviera tan enfadado como para sacrificar el costoso equipamiento en aras de su ira no era buena señal para sus subordinados orgánicos y rompibles. El consejero procuró mantenerse fuera del alcance de su amo.

Soergg no estaba de humor como para medir sus palabras, ni siquiera tras el sacrificio de su amada tecnología. — ¡Los malditos Jedi han vuelto!

— ¿Que han vuelto? —Ogomoor se quedó pálido—. ¿A dónde?

Los ojos enormes y amarillos del hutt se lo quedaron mirando, y él se alegró de no estar más cerca. — ¡Aquí, imbécil!

El ayudante miró a su amo absolutamente perplejo. — ¿Aquí? ¿A Cuipernam?

—No —gruñó Soergg amenazador—. A mi dormitorio —gritó una orden y otro androide de comunicaciones salió del armario donde estaban almacenados a pares—. Están en el hotel donde se quedaron por primera vez a su llegada. ¡Por lo menos seguimos teniendo un informador competente! Ve allí. Coge lo que necesites. Contrata a quien haga falta. Puede que tengamos suerte y estén demasiado cansados para hacer preguntas y se retiren para descansar hasta mañana. En caso contrario, si les da por ir hacia el Consejo, detenles. Haz lo que sea. Pero que no lleguen allí.
Que no interfieran bajo ningún concepto en la votación de la delegación de la Unidad
. Ahora no. No cuando estamos tan cerca de conseguir todo lo que nos ha costado tanto —el hutt hizo un esfuerzo por calmarse mientras miraba el cronómetro del recién activado androide—. Mantenlos a raya hasta la puesta de sol. Tras la puesta de sol se habrá realizado la votación y dará igual lo que hagan, pero antes del atardecer ninguno de ellos debe aproximarse al Consejo.

—Sí, bossban. Habéis dicho que haga lo que sea —dudó—. Si tengo que dar ciertos pasos, quizá tenga que hacerla frente al populacho.

— ¡
No me importa el populacho!
Ya veremos qué hacemos con las opiniones públicas adversas más tarde. No es la reacción local la que me preocupa —gruñó y se aproximó al consejero—. ¿Entiendes?

—Sí, bossban —replicó sombrío.

— ¿Y qué haces ahí parado rezumando fluidos mentales? Vete ya.

Ahora
.

Y Ogomoor se fue.

***

El encargado era un dbariano, todo tentáculos, costras y nervios, que estaba muy sorprendido de volver a verles, sanos y salvos. Bastaba con decir que sus extensiones de volvieron azul pálido.

¿Que si había habitaciones para tan distinguidos invitados? ¿Acaso no se comía elloomas empezando por la cabeza? ¿Y no podría el encargado notificar a la delegación de la Unidad que los Jedi habían regresado con un tratado firmado no sólo por los borokii sino por los januul?

El dbariano hizo algo parecido a fruncir el ceño.

— ¿Cómo? ¿Que la delegación aún no sabe de esta importante noticia?

Cansada, pero feliz, Luminara asintió.

—Nuestros intercomunicadores se perdieron durante la expedición, y ni los borokii ni los januul los utilizan —sonrió—. Tradición.

—Pero... —las cromoforas del dbariano emitían destellos marrones, lo que era señal de su asombro—. La delegación de la Unidad va a votar sobre la secesión de la República.
Hoy.

— ¿Hoy? —intervino Anakin—. Pero si aún no han oído nuestro informe. No es posible que procedan a la votación sin habernos oído antes.

Obi-Wan pensaba rápido.

—El furor secesionista es profundo entre algunas facciones ansionianas, y sabemos que hay potencias alienígenas que las alientan. Los enemigos de la República podrían haber utilizado nuestra aparente desaparición para presionar la votación —miró al encargado—. Has dicho que iban a votar hoy.
¿A qué hora?

—Eso no lo sé, distinguidos invitados. No es algo que necesite conocer un posadero. Pero toda la ciudad sabe lo de la votación. Lo anunciaron públicamente, no es ningún secreto. Creo... creo que dijeron que por la tarde. Sí —dijo con seguridad—, justo antes del atardecer.

Los Jedi se relajaron.

—Entonces hay tiempo —señaló los aparatos expuestos tras el encargado—. Necesitaré que me prestéis un intercomunicador hasta que podamos sustituir los nuestros.

—Por supuesto, distinguido invitado —cogió uno y, tras asegurarse de que estaba cargado, se lo pasó. Obi-Wan recitó el código de activación y solicitó de inmediato comunicarse con la delegada Ranjiyn.

No hubo respuesta. Lo intentó de nuevo, y una tercera vez. Luminara miró inquisitiva a su compañero.

— ¿Qué pasa, Obi-Wan?

—Lo he intentado con la secuencia personal de contacto de la delegada Ranjiyn, y luego la de Tolut, y por último la de Fargane. La respuesta fue un mensaje automático en las tres llamadas. "Comunicaciones Unidas Ouruvot lamenta comunicarle que todas las transmisiones urbanas han sido interrumpidas temporalmente por un fallo técnico" —se giró para examinar la entrada del hotel—. Me temo que los que no quieren que llevemos nuestro informe a la Unidad saben que estamos aquí. Lo presiento.

Sus compañeros se pusieron alerta de inmediato. Kyakhta y Bulgan comprobaron sus armas y Tooqui vigilaba todo lo que se movía. Mientras tanto, el encargado intentaba llamar por los dispositivos del establecimiento, pero siempre recibía la misma respuesta automática.

— ¿Estáis diciendo, distinguidos invitados, que alguien ha ordenado el cierre de todas las comunicaciones urbanas de Cuipernam sólo para impediros hablar con la delegación? —sus cromoforas se tornaron rosa pálido.

—Por lo menos hasta que acabe la votación —Obi-Wan se dirigía ya hacia la puerta—. No os preocupéis, posadero. Presiento que antes de que caiga la noche volverá a haber línea —miró a Luminara, que le seguía de cerca—. Tenemos tiempo, pero hemos de actuar rápidamente.

Sus ansiosos pádawan les pisaban los talones, seguidos por los guías alwari a la retaguardia. Salieron del hotel y se adentraron en la avenida principal.

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