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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (31 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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— ¿El bossban, por ejemplo? —Volune le miró sarcástico. Ogomoor ni se inmutó.

—Naturalmente, Soergg desea que llegue el día en que él y los suyos puedan hacer negocios en esta parte de la galaxia de forma abierta, sin inclinarse bajo la carga de las reglas y normativas caducas de la República.

—No sabía que los hutt se pudieran inclinar —ironizó Dameerd.

Los delegados rieron discretamente, pero no todos, según comprobó Ogomoor. El bossban y él contaban con aliados entre los presentes.

—Ríete si quieres —dijo Kandah fríamente—, pero los negocios de mi familia y de los que apoyaron mi elección a este cargo han sufrido lo indecible bajo la indiferencia y pasividad de la República. ¡ Yo digo que ya es hora de que hagamos algo! Ya hemos esperado demasiado. ¡Convoquemos a votación!

Fargane alzó la copa.

—Kandah tiene razón. Yo me contento con la esperanza de vivir lo suficiente para verlo.

Volune se mordió el labio y sacudió la cabeza.

—Estoy de acuerdo en que la República está algo perdida. También sé que ignoran desde hace demasiado tiempo nuestras peticiones de alivio de los impuestos y leyes opresivos. Pero también es cierto que el Senado ha respondido a nuestras quejas —miró a sus colegas—. ¿Acaso no pensáis todos que si los Jedi consiguen firmar el tratado de paz entre la Unidad de Comunidades y los nómadas, Ansion estará mejor bajo el gobierno de la República que fuera de él?

La discusión que siguió a la pregunta fue acalorada y breve. Una vez más, Kandah tomó la palabra.

—Por supuesto que estamos de acuerdo —ignoró el gesto de sorpresa en el rostro de Ogomoor—. Si no lo estuviéramos, habríamos procedido a la votación el mismo día que llegaron los Jedi. Pero no hay posibilidades de paz con los alwari. No hay acuerdo. Y cada día que pasa, nuestra confianza en el apoyo de los malarianos y los keitumitas disminuye. Es vital que nos
decidamos
ya sobre este tema.

Se hizo el silencio, hasta que Volune ofreció una alternativa.

—De cualquier modo, hoy no vamos a votar. No hemos puesto en marcha los procedimientos necesarios. Yo estoy dispuesto, no sin reservas, como representante de mis votantes, a fijar una fecha para la moción de secesión —miró al ansioniano que tenía a la derecha—. ¿Satisfaría eso al venerable Fargane?

El anciano hizo una pausa y luego asintió.

—Sí.

Volune se volvió hacia el resto.

—Entonces establezcamos un día y una hora, de forma irrevocable. Si los Jedi vuelven antes, les escucharemos. En caso contrario, seguiremos adelante con la votación, y serán ellos los únicos responsables de su negligente falta de respuesta.

La propuesta era demasiado razonable como para que ni el propio Tolut tuviera algo que objetar. Por su parte, Ogomoor sabía que el bossban Soergg y sus seguidores estarían complacidos. La fecha elegida era un poco lejana, pero tampoco era un futuro remoto. Tolut podría plantear problemas, pero su voto podía ignorarse. Tras la reunión de aquel día, Ogomoor podría informar de que Kandah, Fargane, y al menos otro delegado, votarían en favor de la secesión. El voto del resto no era seguro. Quizá se produjera algún traslado de ciertas cantidades considerables de créditos a cuentas bancarias ilocalizables antes de la votación, para garantizar la retirada de Ansion de la República.

Y, mientras tanto, el bossban y él no tendrían que preocuparse de nada más. Porque tras numerosos intentos, por fin el gulun Baiuntu parecía estar haciendo bien su trabajo.

***

La mañana se abrió lentamente ante los rápidos viajeros mientras Kyalhta se reunía con ellos. El guía se había adelantado un poco y ahora volvía al galope, visiblemente nervioso, con los saltones ojos brillándole. — ¡Encontrados! —anunció triunfal mientras giraba al suubatar.

Extendió su brazo protésico para señalar—. Están justo detrás de aquel monte.

—Por fin —murmuró Luminara—. ¿Estás seguro de que son los borokii?

Los alwari gesticularon afirmativamente.

—No cabe duda, Maestra Luminara. Han emplazado el campamento ceremonial, con los penachos al viento. Es el clan superior de los borokii, el más influyente de todos los clanes alwari.

Lo cierto es que fue una visión mucho más impresionante de lo que ninguno esperaba. Con la experiencia que tenían de los yiwa y los qulun, los viajeros creían poder hacerse una idea de lo que les esperaba. Pero ninguno de aquellos encuentros previos les había preparado para lo que alegró su vista, cuando los suubatar alcanzaron la cima de la colina.

Ante ellos se extendían no docenas de estructuras portátiles erigidas, sino cientos. Había varias instalaciones generadoras de energía que probablemente requerirían de decenas de animales de tiro para su transporte, pensó Luminara. Miles de borokii de todas las edades se afanaban en el enorme y elaborado campamento. Y más allá, varios miles de animales pacían tranquilos en zonas controladas por jinetes de sadain. El tintineo de sus pasivos mugidos, una especie de
ronroneos
, se elevaba por encima de los sonidos del campamento. Aquí residía el poder supremo de los alwari, tal y como les habían dicho. Donde quiera que fueran los borokii, el resto de los alwari les seguía.

—Son surepp —explicó Bulgan en respuesta a las preguntas sobre el ganado—. Los machos son los azules con la melena oscura y los cuernos en espiral. Y las hembras son las verdes, un poco más grandes pero sin melena.

Luminara se incorporó en su silla y dejó que su vista se recreara en el impresionante panorama.

—Nunca había visto un animal con tres ojos alineados verticalmente, en lugar de la colocación horizontal normal.

—El ojo de arriba vigila a los depredadores aéreos, el segundo controla a los otros surepp y el inferior busca comida por el suelo y advierte de los obstáculos —Bulgan se giró en su silla, con el lado de la cara, que tenía el ojo bueno, ligeramente inclinado hacia adelante como siempre—. Los surepp no se pierden nada.

—Ya veo. Supongo que eso está muy bien permaneciendo inmóvil, pero deben tener un perímetro de visión muy deficiente.

El guía asintió.

—Así es, pero lo cierto es que tampoco les hace falta. Cuando estás completamente rodeado de surepp, no necesitas ver lo que tienes aliado. Pero sí lo que tienes arriba y abajo.

— ¿Y qué pasa con los que se ven alejados al extremo exterior de la manada?

—Pueden girar la cabeza para ver a los lados, y utilizar su sentido del olfato. Tienen visión lateral, aunque no tan buena como la de un dorgum o un awiquod. Como son tan numerosos, los surepp son presas más difíciles para los depredadores que los dorgum o los awiquod, que son más proclives a apartarse de la manada —espoleó suavemente a su montura, y el suubatar comenzó a caminar—. Ésa es la razón por la que los prefieren los clanes poderosos, como los borokii.

— ¿Qué proporcionan los surepp? —preguntó Barriss.

—De todo. Leche, carne, pieles, lana. Antes se empleaban los cuernos

Y los dientes para hacer utensilios. Hoy en día, esas herramientas se importan, y el material animal se utiliza para crear artesanía —sonrió—. Ya veréis algunas muestras cuando estemos en el campamento.

Kyakhta, que iba a la cabeza, levantó su prótesis señalando hacia adelante.

—Vienen jinetes.

No era sorprendente que fuera un grupo de seis, ya que los viajeros habían constatado que ese número era de gran importancia para los ansionianos. Iban más ricamente ataviados que los yiwa o los qulun, y sus ligeras armaduras brillaban al sol. Dos de los guardias enarbolaban sendas varas importadas de compuesto de carbonita sobre las cuales chasqueaban los estandartes borokii en la brisa de la mañana. Además de los usuales puñales largos, dos de ellos llevaban pistolas láser malarianas. Estaba claro que por lo menos parte de lo que habían oído sobre los borokii era cierto. Tenían riquezas y sabían cómo empleadas.

La curiosidad superó a su reservado carácter, y el líder de los jinetes avanzó con su adornado sadain hasta llegar a los suubatar. Teniendo en cuenta la considerable diferencia de altura de ambas monturas, tuvo que levantar la vista para mirar a los visitantes. Hay que decir que no parecía en absoluto intimidado. Incluso parecía amigable, pensó Luminara, al menos de momento. Lo cierto es que eran los únicos que podían permitirse la magnanimidad.

—Saludos, extranjeros y amigos —el borokii se tapó los ojos con una mano mientras se llevaba la otra al pecho—. Soy Bayaar de los situng borokii. Bienvenidos a nuestro campamento. ¿Qué deseáis del clan?

Mientras Obi-Wan explicaba sus propósitos, Luminara continuó estudiando a los guardias. Buscó signos de hostilidad, pero lo único que encontró fue confianza y una gran maestría. Al contrario que los yiwa, por ejemplo, este pueblo no albergaba sospechas ni tenía miedo de los extraños. Su ausencia de temor estaba respaldada por miles de guerreros. Eso tampoco significaba que las amenazas potenciales les dejaran indiferentes. El líder escuchaba cortésmente a Obi-Wan, mientras los guardias mantenían la pose marcial en sus sillas. Pero sus ojos no dejaban de moverse.

Bayaar no tuvo que volver al campamento para darle una respuesta a Obi-Wan.

—Este asunto no es algo que entre en mis cometidos. Yo soy un vigilante, un centinela, y los centinelas no toman semejantes decisiones.

Obi-Wan le dedicó una de sus sonrisas comprensivas y asintió.

—Yo también soy una especie de centinela, así que entiendo lo que queréis decir.

—Comunicaremos la noticia de vuestra llegada al Consejo de Ancianos, así como las razones que os traen aquí. Mientras tanto, seguidme, por favor, y disfrutad de la hospitalidad borokii.

Una vez dicho esto, hizo girar a su montura y descendió la suave cuesta hacia el bullicioso campamento. El resto de la guardia se dividió para flanquear a la caravana de visitantes. Pero era una escolta de honor, no de precaución, advirtió Luminara. Tampoco hubieran tenido mucho que hacer, teniendo en cuenta la disparidad de las monturas de ambos grupos.

Las diferencias entre el campamento borokii y lo que los viajeros se habían encontrado hasta el momento eran llamativas e inmediatamente visibles. Aunque era completamente móvil, la comunidad estaba dispuesta como un asentamiento permanente, con calles temporales, y áreas designadas como residenciales, comerciales o industriales. Estas últimas reunían en una enorme cantidad de cadáveres de surepp para su exportación. Algo tenía que sustentar todas aquellas estructuras importadas y la alta tecnología que se encontraba en todas partes, pensó Luminara.

Atrajeron muchas miradas, pero ni un comentario desagradable. Una vez más se hizo patente la falta de hostilidad, en contraste con el recibimiento que les habían dado los yiwa. Dado el poder y la reputación de los borokii, sumados al tamaño de la comunidad, tampoco era de extrañar. Estaba claro que eran un pueblo que se sentía seguro, y merecían la denominación de clan superior.

Aun así, intercambió una mirada cómplice con Obi-Wan cuando Bayaar se detuvo ante lo que identificó como la casa de los invitados. La última en la que habían estado no les había resultado muy cómoda.

Consciente de sus preocupaciones, Kyakhta se apresuró a tranquilizar a los Jedi.

—Éstos no son los desconfiados yiwa o los hipócritas qulun. Los borokii son demasiado fuertes como para temer a los extraños, y tienen la suficiente seguridad como para darles la bienvenida. Y tienen una gran reputación como anfitriones —señaló la construcción—. Aquí estaremos seguros.

En respuesta, Luminara hizo arrodillarse a su montura. Se bajó, y uno de los guardias de Bayaar tomó las riendas de la bestia y la dirigió calle abajo. Otros guardias se encargaron del resto de los animales.

— ¿Qué pasará con nuestras cosas? —preguntó Anakin en voz alta.

—Nadie tocará vuestras pertenencias —Bayaar no pareció ofenderse por la pregunta. Después de todo, no sólo eran extranjeros, sino alienígenas. Era de suponer que no estuvieran familiarizados con las costumbres borokii. Intentó adivinar cuál de los dos Jedi era el líder de la expedición, pero, como no pudo, optó por dirigirse a los dos a la vez.

Ahora que sabía el propósito que traía a los viajeros hasta el clan, trató de mantener un tono neutral en su voz, aunque tampoco sentía una animosidad especial por las intenciones de los extranjeros.

—Comunicaré vuestra petición al Consejo de Ancianos. Mientras tanto, poneos cómodos. Se os servirá comida y bebida.

— ¿Creéis que el Consejo nos dará audiencia?

Luminara estaba bastante impresionada con la dignidad de la que hacía gala el guerrero—centinela, que había demostrado hasta el momento tanto orgullo como curiosidad. Tampoco era como para considerarle un aliado, pero por lo menos parecía cortés.

—No puedo decíroslo. Sólo soy un centinela.

Se puso las manos en los ojos y en el pecho, y se marchó, dejando a los visitantes a la espera de una respuesta formal. Luminara deseó que no se demorara mucho en volver. Todos los consejos de cualquier tipo tenían una enervante tendencia a tardar en llegar a un consenso. Con un poco de suerte los borokii, acostumbrados a estar en continuo movimiento, serían más diligentes.

Todo lo que experimentaron en las siguientes horas fue una demostración del poder del clan. La comida era más sabrosa, la bebida era mejor, y la decoración de la casa era mucho más ostentosa que todo lo que habían visto en Ansion hasta el momento. Lo cierto es que se estaban tranquilizando. Tras los precarios encuentros con los yiwa y los qulun, era un alivio poder relajarse en un entorno agradable, sabiendo que no había amenazas de ataque. Tanto Kyakhta como Bulgan estaban totalmente convencidos de ello, aunque Tooqui seguía mostrándose reservado. Pero los guías no tenían ni idea de la respuesta que iban a obtener del Consejo de Ancianos borokii.

Bayaar volvió por la tarde. La rapidez de su regreso era motivo de ánimo, pero no sus palabras. Eran demasiado ambiguas. —El Consejo os recibirá —les informó el centinela.

La expresión de Barriss se convirtió en una amplia sonrisa. —Perfecto, entonces.

Mientras hablaba, Bayaar se giró para mirarla.

—No estoy muy seguro de lo que queréis decir con eso, pero creo que os adelantáis a los acontecimientos. Cuando digo que el Consejo os recibirá, es porque lo hará para daros la bienvenida. No hacerlo sería una falta grave. Pero eso es todo.

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