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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (26 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Por desgracia, la reserva se agotó al llegar a la puerta. Anakin la llegó a golpear, pero en ese momento sus piernas dejaron de sostenerle. Las puertas temblaron, pero se mantuvieron firmes. Él se retiró un poco y cogió su sable láser, dibujando con la hoja un confuso círculo en el aire hasta que finalmente sus ojos se cerraron y se vino abajo. Ahora ella era la única consciente de la habitación.

Empezó a entender claramente la razón por la que Baiuntu y su asistente se habían expuesto al perfume inmovilizador. La mejor forma de envenenar a alguien es compartir con él el veneno. Lo que en cualquier caso sugería que el narcótico no era letal. Baiuntu podía compartir con sus víctimas el sueño, pero no la muerte.

Ahora lo vio todo claro. Les habían dejado indefensos y aturdidos, ¿pero con qué propósito, con qué fin? Seguro que en breve aparecerían otros qulun y abrirían la sala para que la niebla se disipara, y asistirían a su jefe y a la hembra inconsciente. Pero lo que iban a hacer con los invitados era un misterio. Y los misterios no se pueden discernir, y además estaba muy cansada, cansadísima, y en aquel momento no podía haber nada mejor, nada podía importar más que dormir un rato.

Una parte de su cerebro le gritaba que se mantuviera despierta y alerta. Luchando contra los efectos del perfume, consiguió alzar la cabeza de los cojines. Fue un gesto definitivo y desafiante. Hasta el entrenamiento de un Jedi puede ser superado. Quizá no por la fuerza. Pero un sable láser no tenía nada que hacer contra la irresistible fragancia del delicioso y penetrante paluruvu...

13

¡
A
hí está el asqueroso dyzat! ¡Cógelo! Tooqui no sabía por qué le perseguían los dos qulun, pero tampoco se quedó a averiguarlo. Ambos miembros del clan lucían armas extrañas, y aunque no sabía lo que podían hacer o no, decidió enseguida que no iba a esperar a ver qué pasaba.

Pero algo malo tenía que haber sucedido. Si el ama Barriss estuviera bien, jamás hubiera permitido que dos iracundos qulun le dieran caza de esa forma. La última vez que la había visto, estaba en compañía de sus interesantes amigos relajándose con el jefe qulun. Todos parecían llevarse bien, bien. ¿Qué había pasado para que eso cambiara?

Era cierto que los comerciantes eran qulun y no alwari. Pero seguían siendo un pueblo de las praderas y no de las colinas. Quizá no fueran mucho mejores que esos vagabundos babosos de los alwari, los muy odiosos cría-dorgum.

De estar en lo cierto, lo más probable es que el ama Barriss estuviera en peligro. Sus Maestros y ella podían ser muy poderosos, pero no eran dioses. No eran tan fuertes como Miywondl, el viento, o Kapchenaga, el trueno. Sólo eran personas. Mayores que los gwurran, quizá algo más listos, pero personas al fin y al cabo. Podían romperse y morirse. Y los qulun eran personas también, lo que significaba que conocían muchas formas de matar.

Pero si había habido asesinato, entonces tendría que haber oído algo.

Por lo que había visto, el ama Barriss y sus compañeros no eran de los que se rendían sin pelear. ¿Les habían engañado? En las noches oscuras de los cañones se contaban muchas historias sobre los trucos con los que engañaban los comerciantes a sus inocentes visitantes.

Algo brillante y caliente le pasó por la cresta. Aceleró, corriendo lo más rápido que podía. Los qulun tenían las piernas más largas, pero estaban acostumbrados a cabalgar y vender, y si había algo que los gwurran supieran hacer, e hicieran bien, era correr. Muchas caras aparecían de las chozas para observarle y algunos incluso intentaron atraparle alertados por la conmoción, pero los esquivó a todos, como si estuviera jugando al blo-bi con sus comparientes. Pero esto no era un juego. El calor brillante pasó cerca de nuevo, pero esta vez no le alcanzó y se perdió en la oscuridad de la noche por encima de su cabeza.

Y entonces se encontró corriendo campo a través, con las piernas a pleno rendimiento mientras avanzaba por la pradera abierta. Las altas hierbas le frenaban un poco, pero también le ayudaban a ocultarse. Pensó que estaba a salvo, hasta que oyó los cascos de un sadain golpeando el suelo tras él.

— ¡Por aquí! —gritó un qulun—. ¡He visto al dyzat por aquí!

Él quiso girarse para gritarles ¡no soy un dyzat!, pero era lo bastante listo como para saber que semejante aclaración podía costarle la vida. Buscaba en el suelo frenéticamente un sitio en el que ocultarse, pero allí no estaban sus colinas ni sus grietas ni sus salientes para esconderse. Las voces de los perseguidores qulun se oían cada vez más cerca, y en cualquier momento le darían alcance. Llevaban luces que despertaban el sueño de la noche. Más magia mecánica adquirida de los comerciantes de las ciudades. Se preguntó si viviría lo bastante como para posar la vista sobre uno de aquellos sitios mágicos y misteriosos, llenos de gente, que sólo unos pocos gwurran habían visitado alguna vez.

Y en aquel momento vio el agujero de los kholot. La entrada era lo bastante grande como para deslizarse dentro. Jadeando, se escurrió por la madriguera y se arrastró por el pasadizo descendiente. ¿Le buscarían los qulun bajo la tierra además de sobre ella? El túnel se amplió ligeramente, lo que le permitió arrastrarse un poco más rápido. Entonces se abrió en un espacio oval de unas tres veces su tamaño y supo que había llegado al final. Los gritos de la patrulla qulun resonaban silenciados bajo la tierra como si estuvieran más lejos de lo que realmente estaban. Hubiera sido el escondite perfecto de no ser por un pequeño detalle.

Ya estaba habitado por una familia de kholot.

Se quedó helado. Los kholot comían hierbas, granos y hojas y no gwurran. O por lo menos, eso esperaba. Tenían la cara aplastada y estaban cubiertos de pelo verde oliva. Los dos adultos le miraban con hostilidad. Afortunadamente no tenían cachorros, ya que de ser así, no habría llegado tan lejos. Eran prácticamente de su tamaño, pero por desgracia, tenían los dientes mucho más grandes, con unos incisivos anchos y potentes para cortar la tierra. Si aquellos animales de morro chato lo deseaban podían también cortarle la cara.

Dejó de respirar mientras se acercaban gruñendo, e intentó no temblar mucho mientras le olisqueaban por todas partes. Cerró los ojos e intentó imaginarse que era un pedazo de excremento de dorgum que se había caído accidentalmente en la madriguera. Los sonidos de los cascos de los sadain y sus jinetes qulun le seguían llegando desde arriba. No sabía cuánto tiempo iba a aguantar quieto.

Con un último olisqueo despreciativo, que en otro momento el aterrorizado Tooqui se habría tomado como un insulto, los dos kholot le empujaron a un lado y se dirigieron hacia la salida del túnel. Esa reacción era más que extraña. ¿Acaso olía tan mal como para obligarles a abandonar su madriguera? Entonces se acordó de la casa de los invitados en el clan qulun, y de los extraños aromas y esencias. Era obvio que se le habían quedado impregnados en el pelo lo suficiente como para echar a los kholot, y además evitar que le mordieran. Si huele mal, peor sabrá, parecían haber decidido los dos animalillos.

Hubo un grito seguido de un sonido agudo y un aullido de dolor de uno de los kholot. Uno de los qulun les había confundido al salir de la madriguera con el objeto de la persecución, pero en cuanto se dieron cuenta del error, el otro qulun se carcajeó del alegre gatillo de su camarada. Tooqui se acercó a la entrada del túnel y pegó la cabeza para oír mejor.

—Ya basta. Es tarde, y estoy cansado. Me da igual lo que diga Baiuntu.

—Lo mismo digo —declaró el otro qulun firmemente, controlando a su sadain—. Le decimos que lo hemos cogido y lo hemos matado, y se acabó.

—Aquí solo, sin comida ni bebida no tiene mucho que hacer. La pradera acabará con él.

Esta confiada conversación tuvo lugar entre el sonido de los cascos de sus monturas alejándose lentamente. Aun así, Tooqui se quedó en la madriguera hasta que tuvo la seguridad de que podía salir sin peligro.

Cuando lo hizo, sucio y cansado, pero vivo, no había ni rastro de sus perseguidores. Encontró una roca en la que se encaramó para ver por encima de las altas espigas. Los qulun estaban levantando el campamento en mitad de la noche. Debían de estar muy ansiosos por algo para hacer eso, porque por lo que Tooqui sabía, jamás se había visto a los nómadas levantando el campamento en plena noche.

¿Estaría viva el ama Barriss? ¿Y sus amigos? Y si no lo estaban, ¿a él qué más le daba? Estaba solo y no tenía ni comida ni bebida ni armas, y además se hallaba a varios días de distancia de la comunidad de gwurran más cercana. Estremeciéndose de frío, echó un vistazo a su alrededor. Las llanuras abiertas no eran sitio para un gwurran inquieto. Todos los sonidos le sobresaltaban, y cada movimiento le asustaba. ¿Y si había shanh cerca merodeando la caravana de comerciantes? Si captaban su olor, duraría menos que un birru de alas de cuerda en un vendaval.

Y aunque quisiera ayudar no podía hacer nada. Lo mejor era que comenzara a dirigirse a casa de inmediato. Con un poco de suerte encontraría agua y algo de comer, y si nada se lo comía a él, podría llegar a la región de los gwurran en unos días. Tendría una historia increíble que contar. Los más jóvenes le mirarían con admiración, y los más mayores tendrían que reconocer, aunque fuera a regañadientes, sus importantes logros. Y sería grande, grande entre los suyos el resto de su vida.

Pero, pero estaba el tema del ama Barriss, que en lugar de dispararle como ladrón se había hecho su amiga, y había intercedido por él cuando expresó su deseo de ir con ellos y abandonar las tierras gwurran. ¿Y no era eso lo que estaba haciendo? Evidentemente, cuando hizo la petición no se le ocurrió nada como aquello. Nadie, ni siquiera la humana Barriss podía culparle por irse a casa tan rápido como le llevaran sus pies de dedos largos.

Tengo que saber, decidió al fin. Por lo menos tenía que saber. Si el ama Barriss y el resto habían muerto, podía irse a casa con la conciencia tranquila. Si, por el contrario, seguían vivos...

Si seguían vivos, tuvo la ligera sospecha de que su vida se iba a complicar aún más. Pero eso a él debería gustarle. ¿Acaso no les había dicho eso a los humanos? Que era el más valiente, el más fiero, el más listo y el más, más de todos los gwurran. Se preguntó si alguno se lo había creído. Seguro que los dos descastados guarros feos alwari, Kyakhta y Bulgan, no. ¡Imagínate qué cara pondrían, si seguían vivos, se dijo Tooqui, cuando Tooqui, el mismo Tooqui del que se habían burlado y al que habían humillado, apareciera a rescatar sus patéticos traseros rabicortos! La imagen le llenó, si bien no de coraje, por lo menos de inquietud.

¡Tooqui les iba a enseñar! Se lo iba a enseñar a todos. Por fin decidido, se preparó para seguir al itinerante clan qulun. Les acecharía en la sombra, esperando a ver lo que hubiera que ver, esperando a saber lo que hubiera que saber. Era justo como él había dicho. ¡Era el más intrépido, el más inteligente y el que más recursos tenía de todos los gwurran!

Solo y desarmado contra un clan entero de qulun, y con una sensación debilitadora de vulnerabilidad como compañera, se dio cuenta de que tendría que ser aún más que eso.

***

Luminara pudo darse cuenta de que su cabeza seguía pegada a los hombros, pero eso era lo único bueno de lo que pudo estar segura cuando recuperó la consciencia. Tenía los brazos fuertemente atados a la espalda, también sus piernas estaban aseguradas a la altura de los muslos, las rodillas y los tobillos. Apenas podía detectar la luz del sol a través de la tela suave y permeable que le cubría la cabeza. Podía respirar, pero a través de la nariz, porque la boca se la habían amordazado sabiamente para que no pudiera emitir sonido más elocuente que algún gruñido.

Aun así, un gruñido podía ser suficiente para provocar gruñidos de respuesta por parte de sus compañeros. Reconoció a Obi-Wan y a Barriss, pero no estaba segura de reconocer a Anakin, ya que aquellos sonidos agudos debían de proceder de Kyakhta y Bulgan. Tras evaluar los distintos tonos, pudo por fin convencerse de que Anakin también se encontraba entre los prisioneros.

Una voz que no se veía amortiguada por mordaza alguna silenció los gruñidos colectivos.

—Buenos días, mis honorables invitados. Tengo que daros las gracias por lo que va a ser una noche realmente rentable. Para mí, no para vosotros —dijo Baiuntu en tono alegre—. El clan de los borokii que buscáis se encuentra a unos cuantos días al norte de aquí, pero no llegaréis a reuniros con ellos. En lugar de eso, vamos a iniciar un viaje de placer a la ciudad de Dashbalar, en la que mi clan suele hacer buenos negocios —Luminara podía oír pavoneándose de arriba a abajo frente a ellos, desfilando pomposamente ante unos prisioneros que no podían verle—. Seguro que os estáis preguntando lo que os va a pasar. Mejor que os vayáis relajando. ¡Ajá!, no se me ocurriría haceros ningún daño. Si lo hiciera violaría todas las normas qulun de hospitalidad —Luminara pudo percibir una mueca de sonrisa—. Las noticias vuelan en las praderas. Se cuenta que habrá una gran recompensa para el que retrase el regreso a Cuipernam de ciertos visitantes extranjeros al menos dos partes de un ciclo de cría. Dichos visitantes fueron descritos con detalle. Así que podéis imaginaros la grata sorpresa que supuso para mí veras aparecer preguntándonos por los borokii. Para mí fue un gran placer que aceptarais mi hospitalidad. Ahora podréis disfrutarla en toda su intensidad —la Jedi sintió que se aproximaba. Su olor corporal se hizo más presente, y su tono se ensombreció—. Me han dicho que no os haga ningún daño, solamente tengo que retrasar vuestro regreso a la ciudad. Pero os advierto una cosa: no me enfadéis intentando hacer algo que pudiera perjudicar mis beneficios. Mientras viajemos estaréis bien. Pero varios de mis mejores hombres os vigilarán constantemente. En cuanto perciban la primera señal de truquitos Jedi, el culpable recibirá un tiro. Sí, nosotros, los ignorantes de las praderas, sabemos lo que es la Fuerza. No me hagáis hacer algo que lamentemos todos – Luminara percibió aquella mueca de sonrisa de nuevo—. Eso le haría mucho daño a nuestra reputación como comerciantes.

Muy cerca, pudo oír a Anakin gruñendo incomprensiblemente a través de la mordaza y el pañuelo.

—Bueno, bueno —protestó Baiuntu—. No entiendo nada de lo que dices, pero creo que esencialmente está bastante claro. Soy un experto en esencias, como ya os habréis percatado. Cuando sea el momento de daros de beber y de comer, lo haremos de uno en uno. Creedme, respeto las habilidades de los Jedi tanto como cualquiera. Ni mi gente ni yo os vamos a dar la más mínima oportunidad. Y con ese fin, he hecho destruir irreparablemente los intercomunicadores que llevabais con vosotros. Así que aunque pudierais liberaros, no podríais llamar para pedir la ayuda de la gente de la ciudad —la Jedi escuchó sus pasos alejándose para salir de la habitación—. Muy pronto esta casa de invitados, la última que queda en pie en el campamento, será desmontada y preparada para su transporte. A vosotros os hemos reservado otro medio de transporte. Siento mucho que no podáis disfrutar del paisaje, pero por lo menos podréis olerlo. Disfrutad de la fresca brisa de la pradera, mis valiosos invitados. Y, por favor, no montéis ningún numerito de escape. Me lo tomaría personalmente.

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