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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (22 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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—Como organismo viviente, muere y es reemplazado. Creer en la República no es lo mismo que creer en el Senado.

—Ah, esa enorme casa de locos arrogantes llenos de sí mismos. Anakin la miró sorprendido.

—Yo creía que no estabas de acuerdo conmigo.

— ¿Sobre la República y lo que representa? No. Pero el Senado, una vez más, es diferente. Los políticos no son Jedi y los Jedi no son políticos. Nosotros trabajamos para el Consejo, nos guiamos por sus directrices y, a menos que eso cambie, me temo que no vaya compartir tu cinismo con respecto al estado de la República.

Tu infancia y la mía fueron distintas. Tú no has visto lo que yo he visto —sus miradas se cruzaron—. Tú no tienes la sensación de pérdida que tengo yo.

—No, eso es cierto —admitió ella enseguida—. No la tengo —su tono cambió de argumentativo a curioso—. ¿Cómo es conocer a una madre? ¿Cómo es crecer con ella?

Él comenzó a caminar hacia el grupo y al pasar a su lado dijo.

—Es una sensación de pérdida que no se puede describir. Sólo sé que duele. Es mejor que no la tengas, Barriss. No es nada personal, pero es algo íntimo. Hasta los Jedi tienen derecho a un poco de intimidad. Incluso los pádawan —intentó sonreír—. Pero eso pasó hace mucho tiempo. Vayamos a ver si nuestros guías consideran que ya es seguro continuar el viaje.

Barriss tenía más preguntas, pero él tenía razón. Pasaban juntos mucho tiempo, y tanto Jedi como pádawan necesitaban un poco de intimidad. Por mucha curiosidad o preocupación que albergara, Anakin no había hecho nada que pusiera en duda su competencia. En lo que respectaba a las enseñanzas Jedi, era el compañero pádawan más fiable y atento que había tenido nunca, aunque fuera algo cabezota. Lo que a ella le inquietaba eran los problemas personales del joven, sus abismos interiores que apenas dejaba aflorar en ocasiones a la superficie, de forma que otros lo percibieran.

No quería enfrentarse a él, ni acusarle. Quería ayudar. Pero para poder ser útil, él tenía que abrirse, y si no era a ella, entonces a Obi-Wan. Estaba claro que había mucho más en su cabeza que la voluntad de hacer las cosas bien o llegar a ser un Caballero Jedi.

Quizá con el tiempo llegara a confiar más en ella, pero hasta ese momento, intentaría vigilar sus cambiantes estados de ánimo y estar ahí en caso de que necesitara hablar con alguien que no fuera su Maestro. Mientras tanto, él seguía siendo un enigma. Se acercó al resto del grupo. Lo que estaba claro era que el joven era único. y esa condición le daba algo en lo que apoyarse. Pero si alguna vez quería llegar a ser nombrado Caballero Jedi, tendría que solucionar sus dudas internas.

Nunca había conocido algo parecido a un Jedi con preocupaciones.

Aunque también es cierto que tampoco había conocido a uno criado por su madre.

11

L
a pausa de las chawix no duró mucho, sólo lo suficiente como para comer algo rápido, beber un poco y descansar antes de volver a prepararse para partir. Y cuando Barriss se preparaba para volver a montar su suubatar, fue cuando vio a una pequeña criatura rebuscando entre las provisiones que el animal llevaba en el segundo lomo. Aquella visión fue tan sorprendente que se quedó helada.

Se parecía mucho a cualquier otro ansioniano. Tenía los ojos brillantes y convexos, la constitución bípeda y los largos dedos de las manos y los pies eran idénticos. Pero en lugar de la estrecha cresta que iba de la cabeza hasta el final de la espalda para acabar en una pequeña cola, el intruso tenía todo el cuerpo cubierto de un pelo corto, denso y de color marrón y beige con manchas amarillas. Pero en lugar de tener un rabito corto, tenía una cola larga como el brazo de la chica.

Pero lo más curioso de todo es que la criatura apenas le llegaba a la cintura.

— ¡Oye, para! —gritó en un ansioniano rudimentario.

Con los brazos cargados con tres comipac flexienvasados, el sorprendido intruso miró hacia arriba en respuesta al grito.

Emitiendo un chirrido desafiante, se giró y desapareció por detrás del indiferente suubatar. Ella se apresuró a ir por el otro lado. Si la criatura se quedaba donde estaba, quedaría acorralada contra la pared de la cavidad, y si fallaba al interceptada saldría corriendo al desfiladero donde sería visible, y podrían seguida por las cuestas que bordeaban la garganta.

Al rodear la cabeza de su montura, ésta levantó el morro para olisquearla distraídamente, y luego cerró los ojos y volvió a su posición de descanso. Esperaba ver al ladronzuelo arrinconado contra la pared del fondo o corriendo hacia el desfiladero. Pero en su lugar lo que vio fue un par de piernas desapareciendo tras una roca saliente que había al final de la cueva.

Echó un vistazo rápido atrás y vio a sus compañeros charlando y preparándose para partir. Si el ladroncillo creía que podía esconderse en un agujero, estaba muy equivocado. Ella no se rendía tan fácilmente. Se puso de rodillas y siguió a la criatura. Si podía atrapar esos piececillos, podría arrastrar al intruso de vuelta a la cueva.

Pero el agujero tenía salida, y se abría a la colina. La luz se filtraba desde arriba. En ese momento dudó. Acorralar al ladrón en un receso sin salida era una cosa, pero perseguirlo por un cañón de extensión desconocida era otra bastante diferente. Sin embargo, necesitaban hasta la última de sus provisiones. Y cada segundo de duda ponía más distancia entre el ladrón y ella.

Convencida de no dejar escapar al ladrón, se puso en pie y comenzó a correr tras él. Si el rocoso pasadizo se ramificaba en varias salidas, no tendría más remedio que dar la persecución por terminada y volver, derrotada, con sus compañeros. Por otra parte, si no tenía salida, habría arrinconado al peludo ladronzuelo.

El estrecho desfiladero había sido creado por el paso del agua, y ayudaba bastante, ya que no tenía salidas alternativas. Aunque el intruso era bastante ágil, las provisiones con las que cargaba le impedían ir muy rápido. Ella nunca dejó de tenerle a la vista. Lo cierto era que ya casi estaba a punto de alcanzarle cuando de repente él se dio la vuelta para enfrentarse a ella. Dando saltitos de arriba a abajo, comenzó a despotricar con una serie de furiosos grititos que ella luchaba por descifrar. El dialecto era mucho más difícil de traducir que el comparativamente más sofisticado de la ciudad, del idioma que hablaban Kyakhta y Bulgan e incluso que la ruda variante de los yiwa.

— ¡Volver, volver, irte, irte, dejar en paz, dejar en paz!

Además de estas directas exclamaciones, el ser también soltaba una ráfaga de frases que estaban más allá de las capacidades interpretativas de Barriss, pero cogía el concepto general gracias a los gestos soeces que las acompañaban. La chica sabía que ninguna de ellas era muy halagadoras, pero lo cierto es que las imprecaciones y los insultos le daban igual.

Lo que no le dio igual fue ver que los compañeros del ladrón repetían como el eco sus comentarios y gritos desde lo alto del pasaje. Le gritaban epítetos de una inventiva excepcional mientras él se afirmaba en su posición y adoptaba un gesto de triunfo inequívoco.

La visión de las criaturas era tan inesperada como asombrosa.

A pesar de su pequeña estatura, sus ojos proporcionalmente algo más grandes y el pelo que les cubría por completo, eran innegablemente parecidos a los ansionianos. El ladronzuelo y sus compañeros representaban claramente una rama distinta de la especie de Kyakhta y Bulgan, una rama genética pigmea. Ya había reconocido su dialecto como una variante de la norma ansioniana. Se fijó en que ninguno tenía el dibujo del pelo igual.

El ladrón había llegado a un punto sin salida, de acuerdo. Pero ella también, y ella no era la que tenía una banda de aliados. Se dio cuenta de que sus compañeros no sólo no sabían que estaba en peligro, sino que no sabían ni dónde estaba. A la Maestra Luminara no le iba a gustar. Comenzó a coger el sable láser con precaución mientras deseaba fervientemente ser capaz de aguantar en persona el disgusto de su Maestra.

— ¡Ajajajeje! —el ladrón saltaba de arriba a abajo con una energía y un entusiasmo inagotables—. ¡Tooqui tonta, tonta! ¡Ahora bien atrapada, espalda calva tontorrona! ¡Ojos hundidos! ¡Peste a jarabe! ¿Ahora, ahora qué haces?

Bueno, pensó ella, eso dependía totalmente de lo que hicieran sus camaradas. Si comenzaba a retroceder sobre sus pasos por el desfiladero, ¿la seguirían en su huida desde arriba? ¿O perderían el interés en cuanto pudieran lanzarse al reparto del botín de su amigo?

La respuesta vino en forma de una lluvia de piedras. Ninguna era especialmente grande, pero sólo tenían que darle con una del tamaño de un puño entre los ojos para dejarla sin conocimiento. Su respuesta fue puro reflejo derivado de su entrenamiento. Alzó una mano y se concentró muy profundamente.

Las piedras daban contra las paredes del desfiladero. Chocaban contra el suelo a sus pies. Pero ninguna entraba en contacto con ella. Estaba demasiado ocupada desviando los proyectiles como para preguntarse cuánto tiempo podría mantener la atención. El sudor comenzó a gotearle la frente, pero no podía desaprovechar la energía para llamar pidiendo ayuda. Y además, teniendo en cuenta las curvas del estrecho paso y la distancia a la que se había alejado, era poco probable que sus amigos la oyeran.

Estaba sola.

Aparte del peligro real por el que estaba pasando, había algo más, una sensación extraña. Era la primera vez que sufría un ataque por su cuenta, sin contar el secuestro en la tienda de Cuipernam. Pero eso apenas había involucrado nada más amenazante que un gas somnífero, era un ataque casi benigno. Esto era totalmente distinto. Las criaturas que aullaban y gesticulaban por encima de su cabeza estaban haciendo todo lo posible por partirle la cabeza.

¿Es que no se iban a cansar nunca?, se preguntó. El esfuerzo comenzaba a ser demasiado, y empezó a marearse. Si ellos veían, o percibían, que se debilitaba, lo más probable es que redoblaran sus esfuerzos.

Si se venía abajo, era del todo posible que nadie la encontrara.

Habría que explicar de alguna forma su desaparición en ausencia de un cadáver. Aquellos a los que conocía y con los que había estudiado sufrirían, pensando en lo que le podría haber pasado en aquel planeta lejano y problemático.

Justo cuando pensaba que iba a superar sus posibilidades, el bombardeo disminuyó hasta cesar del todo. Por encima de ella, las criaturas reunidas pasaron de atacarla a ella a gritarse unas a otras. Alguno de ellos la señaló en medio de la caótica conversación y en esos momentos, ella intentó proyectar una apariencia de seguridad y hasta de indiferencia. El dolor de cabeza ya se le estaba pasando. Vio que uno de sus asaltantes se lanzaba sobre otro. Entre ellos comenzaron una pelea que era todo dedos y pequeños puños furiosos. Al parecer eran un tanto rebeldes.

Echó la cabeza hacia atrás y se dirigió hacia ellos esperando recordar lo suficiente del idioma, y manteniendo un ojo puesto en la roca.

— ¡Escuchadme! —los sorprendidos individuos dejaron inmediatamente de pelearse. Unas cuantas docenas de ojos grandes se volvieron para mirarla—. ¡No tenemos necesidad de pelearnos! Mis amigos y yo no queremos haceros ningún daño. No somos de este planeta, de Ansion, somos humanos y queremos ser vuestros amigos. ¿Entendéis? Amigos.

Se giró un poco y señaló lentamente el sitio por el que había venido.

—Dos de mis compañeros son Caballeros Jedi. Otro de ellos y yo somos sus pádawan, sus aprendices. También llevamos dos guías alwari.

Debería haberse quedado en identificarse a sí misma. En cuanto mencionó a los guías, el grupo volvió a gritar y a saltar (aunque no tan excitados como antes). Ella luchaba por comprender el significado de aquellos chillidos.

— ¡Odio alwari...! ¡Alwari malo, malo, malo...! ¡Aquí alwari no...!

¡Alwari matar...! ¡Alwari fuera, fuera...!

Unos cuantos se agacharon para coger piedras. Ella alzó las manos.

— ¡No, por favor, escuchadme! ¡Los dos alwari que viajan con nosotros no sólo son de otra parte del planeta, sino que son descastados! Están totalmente bajo nuestro control y no os harán daño. ¡ Sólo queremos ser amigos!

No soltaron las piedras pero bajaron las manos. Las criaturas retornaron sus peleas una vez más. De no ser por su desinhibida beligerancia, lo cierto es que eran bastante atractivos, pensó, con esa diversidad de pelo. Un individuo de pelo gris, evidentemente un anciano, se asomó por el muro para dirigirse a ella.

—Tú rara persona, tú eres. ¿Caballero Jedi qué es?

— ¿Humano qué es? —preguntó otro de repente.

De repente se vio bombardeada por una batería de preguntas, no de piedras. Teniendo en cuenta su limitado vocabulario, lo hizo lo mejor que pudo para satisfacer la curiosidad de todos.

Mientras tanto, el curioso ladronzuelo que había comenzado la confrontación estaba de espaldas a la pared del desfiladero, agarrando todavía el molesto botín entre sus manos.

— ¡Ajá!, ¿y yo qué? ¿Y Tooqui qué? —intentó alzar uno de los grandes comipac sobre su cabeza, pero lo único que consiguió fue que se le cayera en el pie. Sus camaradas le ignoraban, ya que ahora estaban mucho más interesados en preguntarle cosas a la alta forastera. Dejó los bultos en el suelo y comenzó a saltar con furia amenazando con sus puños de largos dedos a los que estaban en lo alto de la pared—. ¡Escuchadme! ¡Hablad conmigo, y no con esta fea de ojos hundidos! ¡Ja, ja, que os estoy hablando, idiotas ruidosos! ¡Soy yo, Tooqui! ¡Escuchadme!

Pero sus compañeros ignoraban su furia incontrolada y él botaba de un lado para otro.

Mientras tanto, Barriss seguía respondiendo a todos los inquisitivos compañeros del ladrón que podía entender, a pesar de sus limitados conocimientos del idioma. Le dijeron que se llamaban gwurran, que vivían en las cavidades y desfiladeros de aquellas colinas y que odiaban a los nómadas alwari.

—No todos los nómadas son malos —les dijo Barriss—. Los alwari son como cualquier otro pueblo. Los hay buenos y los hay malos. En mi especie, los humanos, pasa lo mismo. En todas partes hay buenos y malos. —Los nómadas matan gwurran —le informó uno de los individuos—. Gwurran tienen que vivir aquí, en colinas, para sobrevivir.

—Nuestros nómadas no —le aseguró ella—. Como ya os he dicho, vienen de muy, muy lejos. Estoy segura de que nunca han hecho daño a un gwurran en su vida, ni siquiera creo que hayan visto uno —mientras decía esto, Barriss deseó con todas sus fuerzas que fuera cierto. Era difícil imaginar al reflexivo Kyakhta o al amable Bulgan mostrando hostilidad contra un primo hermano, incluso en su condición evolutiva anterior—. ¿Por qué no venís a verlo por vosotros mismos? Volved conmigo y conoced a mis amigos. Daremos una fiesta. Podréis probar comida interesante.

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