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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (23 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Sus asaltantes intercambiaron miradas. — ¿Fiesta? —murmuró uno esperanzado.

— ¿Comida? —exclamó otro expectante.

— ¿Me está escuchando alguien? —el gwurran que decía llamarse

Tooqui estaba exhausto después de haberse pasado un buen rato saltando de un lado a otro—. Que soy Tooqui, conocéis Tooqui, Tooqui el que... —echando su botín a un lado con indiferencia, el ladrón se sentó en el suelo de gravilla de la fisura y exhaló profundamente—. ¡Ah, vah! Nadie importa. Banda de gwurran descerebrados estúpidos tontos —alzó un dedo acusador y señaló a Barriss, alzando lo que le quedaba de voz—. ¡Todo tu culpa, forastera cabeza pequeña labios fofos! Tú coges palabras, haces amigos olvidar a Tooqui. Te odio.

Barriss caminó hacia el descorazonado ladrón. Todos los que estaban en lo alto del muro guardaron silencio. El parlanchín Tooqui, en cuanto vio a la enorme extranjera aproximándose, cogió uno de los comipac y retrocedió todo lo que pudo.

— ¡Lejos de Tooqui, piernotas cara de judía! ¡Tooqui pelea! ¡Tooqui mata!

Ella se detuvo y señaló el comipac que el gwurran esgrimía amenazante.

—No con un paquete de pudín energético deshidratado, no creo.

Se puso de rodillas para no parecer tan grande, con la cara casi a la altura de la de Tooqui. Era un riesgo. Para concentrarse en el ladronzuelo tendría que perder de vista a sus camaradas armados con piedras. Si les daba por apedrearla mientras hablaba con él, no iba a poder defenderse. Pero Luminara le había dicho muchas veces que para conseguir algo que mereciera la pena había que arriesgarse.

Lo que ella no sabía era que en ese preciso instante, en la lejana Coruscant, un grupo de individuos extremadamente sobrados de poder y determinación estaba reflexionando sobre el mismo concepto, aunque lo que ellos se jugaban era inconcebiblemente superior.

—No quiero hacerte daño, Tooqui. Quiero que seamos amigos —alzó la vista para mirar a los otros gwurran sobre el muro de la fisura. Algunos seguían teniendo piedras en las pequeñas manos de tres dedos. Intentó con todas sus fuerzas no dejar ver su nerviosismo—. Quiero que todos seamos amigos.

El gwurran dudó, consciente de que sus camaradas seguían con gran interés la confrontación que tenía lugar bajo ellos. — ¿Tú no daño Tooqui? ¿Tú no enfadada con yo? Ella sonrió para tranquilizarle.

—Todo lo contrario, te admiro por lo que has hecho. No creo que ningún otro gwurran sea tan intrépido como para intentar robar a plena luz del día a un grupo de extranjeros altos y fuertes como mis compañeros y yo.

Aunque aún dudaba y seguía vigilándola de cerca, comenzó a soltar el comipac lentamente y a apartarse de la pared.

— ¡Jajá!, eso verdad, sí. Nadie menos Tooqui listo o valiente para hacerla —se acercó a ella—. Tooqui más valiente de los gwurran.

—No lo dudo —respondió ella, conteniendo una sonrisa—. De hecho, te considero bastante amigable.

Él se ofendió enseguida, y se estiró todo lo que pudo, por lo que su cara quedó a la altura del vientre de Barriss.

— ¡Tooqui no amigable! ¡Tooqui el más fiero feroz asesino de todos enemigos gwurran!

—Pues claro que sí —dijo ella acercándose para acariciarle el pelo de la frente de atrás hacia adelante.

Tooqui se echó hacia atrás, pasándose la mano por la cabeza con rabia mientras intentaba aplastarse el revuelto pelillo.

— ¡No haces eso! No tocas Tooqui —con el pelo de nuevo aplastado hacia atrás, la miró con sus ojillos naranjas y saltones—. Tooqui tiene mucha dignidad.

—Lo siento —bajó la mano de la ofensa con la palma hacia arriba—. Y ahora, si vamos a ser amigos, Tooqui, y si te vas a unir a la fiesta, tendrás que devolver lo que cogiste.

El gwurran miró los paquetes indeciso. —Tooqui cuesta mucho robar esto.

—Te doy mi palabra de que no te iba a gustar. Al menos no hasta que lo rehidratemos adecuadamente. Si vuelves conmigo, me encargaré de que seas el primero en probarlo.

— ¿Primero? ¿Tooqui el primero?—Olisqueó con su único agujero de la nariz el paquete que aún tenía en la mano—. Tooqui siempre el primero.

Eso te crees tú, pequeño ladronzuelo, pensó ella.

—Entonces, ¿trato hecho? ¿Te vienes conmigo, somos amigos y damos una fiesta?

El gwurran dudó un momento, y finalmente le devolvió a Barriss el pack que tenía en la mano y luego los otros dos.

—Tooqui acepta unirse —se echó hacia atrás para mirar a sus compañeros—. Todo bien, bien ya. Tooqui ha reducido a la extranjera. Todos gwurran pueden bajar tranquilos. Vamos a ver lo que ofrecen los feos desagradables forasteros a los gwurran.

Barriss contuvo una sonrisa ante la bravuconería mientras el resto de los parlanchines gwurran, ágiles como arañas, se descolgaban por las paredes de la fisura para unirse a ellos. A pesar de las bravuconerías de Tooqui, se olvidaron de él, empujándose unos a otros para acercarse a ella, tocándole los pies, la piel de los antebrazos, y los ropajes protectores. Ella toleró la inocente curiosidad unos minutos, hasta que comenzó a volverse más íntima de lo deseable. Entonces se los quitó de encima y retrocedió por el desfiladero, con los tres comipac colgados al hombro y acompañada por toda la tribu de parlanchines y nerviosos gwurran.

Con dedos firmes continuaban toqueteándola mientras le soltaban una tanda incontrolada de preguntas.

— ¿Humanos de dónde vienen...? ¿Tú por qué tan grandota...? ¿Qué te pasó en el pelo...? ¿Ves bien con ojos pequeños, pequeños y planos, planos...? ¿Esto que brilla bonito en cinturón qué es...?

—No lo toquéis.

Les dio una palmada en los dedos para alejarles del cinturón. La idea de un sable láser en manos de un rebelde, combativo y revoltoso gwurran no era muy tranquilizadora. Entre las paredes del estrecho desfiladero de las colinas, la ruidosa algarabía de los diminutos ansionianos era ensordecedora.

***

— ¡No puede haber desaparecido!

Por décima o vigésima vez, Luminara repasó la lista de posibilidades.

Barriss había salido de la cueva y se había perdido. Había encontrado algo interesante y se había ido a verlo en las colinas. Algo enorme y feroz había bajado del cielo y se la había llevado. Estaba atendiendo necesidades personales en las que tardaba más de lo normal.

La última opción parecía la más probable, pero aun teniendo un desorden gastrointestinal grave, ya debería de haber vuelto. Y si no, tendría que haber utilizado su intercomunicador. Que no lo hubiera hecho abría otra gama de explicaciones posibles. El dispositivo estaba roto, se había quedado sin batería inexplicablemente, se le había caído del cinturón en alguna parte y lo estaba buscando por alguna colina o... se lo habían quitado a la fuerza. Luminara no podía imaginarse qué o quién podía ser responsable de esto último, pero en ausencia de hechos sólidos, tenía que considerar todas las posibilidades.

Percibió movimiento y se giró. Obi-Wan, Anakin y Kyakhta volvían de buscar por las elevaciones que rodeaban su pequeño refugio.

—Ni rastro por ninguna parte —el tono de Anakin mostraba una profunda preocupación—. ¿Es posible que se haya ido corriendo en lugar de caminando?

—Eso dependería de las circunstancias, ¿no?

Luminara intentaba con todas sus fuerzas no mostrarse iracunda ni sarcástica. Sabía que la ausencia de Barriss no tenía nada que ver con Anakin. Pero la pádawan era responsabilidad de Luminara. Si le ocurriera algo...

A Anakin le molestó un poco el tono de Luminara, pero no dijo nada.

No estaba en posición de cuestionar a una Maestra Jedi, por mucho que la reacción de ella fuera irracionalmente abrupta. Aún no podía responder a Luminara Unduli de igual a igual. Pero pronto. Pronto...

Bulgan miró a la Jedi con su ojo bueno.

—Podemos coger los suubatar y peinar la zona en espiral, Maestra Luminara. De esa forma cubriremos mucha más parte del terreno. Quizá se haya caído por un agujero entre las rocas y se haya herido en una pierna.

Luminara asintió distraída y con preocupación. Desde la silla del suubatar podría ver mucho más que buscando a pie. El comentario del alwari implicaba algo bastante inquietante. Si Barriss se había caído en un agujero, y el agujero era grande, y se había quedado inconsciente, podrían no encontrarla nunca.

Entonces oyó una voz que les saludaba.

— ¡Hola! ¡Estoy aquí!

El objeto de las preocupaciones del grupo apareció de repente, saliendo de una hendidura en la roca que ocultaba un pequeño túnel imposible de descubrir, a menos que uno se pusiera justo enfrente de la entrada o se agachara para mirar.

— ¡Barriss! ¿Estás bi...? —la expresión de Luminara fue cambiando mientras se acercaba, cambiando de preocupada a enfadada—. ¿Dónde has estado, pádawan? Te hemos estado buscando por todas partes. ¿Estás herida?

—No, estoy bien —Barriss salió del túnel sacudiéndose el polvo de las manos y estirándose—. Y nuestros nuevos amigos también.

Luminara no fue la única en retroceder un par de pasos sorprendida al ver un auténtico aluvión de pequeños bípedos ruidosos y parlanchines, emergiendo del oculto túnel, que enseguida se pusieron a investigar a los compañeros de Barriss con la misma candidez y falta de discreción que le habían mostrado a ella.

—Suubatar —exclamó uno al ver a las bestias, subiéndose a lomos del que pertenecía a Kyakhta. El guía se aproximó mostrando su irritación.

— ¡Oye, enano! ¡Bájate de ahí! ¡Bájate ahora mismo!

Sentado sobre las patas medianas y traseras del despreocupado suubatar, un gwurran marrón y azul le hacía muecas frenéticamente al iracundo guía.

— ¡Nyngwah, vah, habla—raro calvo forastero! ¿A que no me bajas?

— ¡Pero será...! —Kyakhta iba derecho a por el saltarín pigmeo, pero Luminara le detuvo.

—Déjale en paz, Kyakhta.

—Pero, Maestra Luminara, está...

—He dicho que le dejes en paz. Ven a conocer a esta gente.

— ¿Gente? —murmuró Kyakhta con voz entrecortada, mientras cumplía reacio la orden de la Jedi—. Éstos no son gente. Son mugrientos.

Barriss comenzó a explicarles la razón de su larga ausencia, y Luminara se quedó de una pieza. El relato de la pádawan era breve pero intrigante.

—Y entonces convencí a Tooqui de que devolviera lo que se había llevado, y se vino el resto de la tribu —Barriss miró a su Maestra con indecisión—. Les he prometido una especie de fiesta.

Luminara frunció el ceño.

—Esto no es un viaje de placer, pádawan. ¿Obi-Wan, tú que opinas? El otro Jedi se quedó pensativo. Después de un breve instante, sonrió de forma inesperada.

—Si bien es cierto que la promesa de un pádawan no vincula a su Maestro, eso no significa que tengamos que deshonrarla. No tenemos músicos, y hablo por mí cuando digo que ya he tenido suficientes espectáculos en este viaje, pero creo que podremos enseñarles algunas cosas y dejarles probar un poco de nuestra comida. Quizá acepten aprender cosas de la galaxia en lugar de cantar y bailar. Puede que eso sea suficiente para que podamos denominar "fiesta" a este encuentro.

Pero la verdad era que daba igual lo que hicieran los viajeros. A los gwurran les parecía todo divertidísimo. Tanto si se trataba de una demostración de aparatos tecnológicos, o si les mostraban sus distintos tonos de piel carente de vello, como si se dedicaban a comparar los gruesos dedos humanos con los tres largos dedos ansionianos, la tribu parecía encantada. Sin hacer uso de ningún tipo de tacto, se pusieron a toquetearlo todo, a los viajeros, a los suubatar y a las provisiones. Pero ya no hubo más intentos de robo. Cuando una adolescente intentó hacerse con una caja de plasticina, fue severamente reprobada por los adultos. Luminara apreció el hecho de que, si bien no había una comprensión mutua, lo cierto era que se había establecido una amistad.

O por lo menos entre los humanos y los gwurran. Los petulantes guías alwari observaban los acontecimientos en silencio, tolerantes pero ni mucho menos entusiasmados, hasta el punto de que Luminara decidió preguntarles por sus reticencias.

— ¿Y esa actitud, amigos míos? —les preguntó—. ¿Habéis tenido malas experiencias con esta tribu anteriormente?

—Yo nunca había visto criaturas como éstas —Kyakhta estaba pegado a su suubatar como si le diera miedo que un puñado de gwurran se subieran encima de repente y se lo llevaran—. No sé qué son ni quiero saberlo.

—Los alwari no nos acercamos a este tipo de sitios —añadió Bulgan—. No es de extrañar que mi clan nunca se haya topado con ellos.

—Pues no son tan diferentes a vosotros —señaló ella—. De acuerdo, son más pequeños. Pero eso como mucho implica que no son una amenaza. ¿Y qué pasa porque tengan los ojos un poco más grandes en proporción a su cara y que tengan todo el cuerpo cubierto de pelo, no como los alwari? Hablan un dialecto de vuestro idioma, y por su apariencia y sus actos, no se diferencian mucho de otras tribus que hayamos visto en Cuipernam.

—No son alwari —replicó Bulgan, que normalmente era bastante equitativo—. Son pequeños salvajes ignorantes, eso es lo que son.

—Ah, ya entiendo —se giró para contemplar la diversión que provocaba que Obi-Wan hiciera una demostración de un comipac autococinable. Se oyeron grititos de admiración seguidos de una incesante charla entre la peluda audiencia—. Así que los alwari son un pueblo educado, sofisticado, de miras avanzadas, mientras que estos gwurran son ignorantes y primitivos.

El silencio de los guías fue respuesta suficiente. Luminara asintió mientras les miraba a los ojos.

— ¿No es eso lo que piensa la gente de la ciudad de los alwari? Kyakhta parecía confundido. Bulgan se esforzaba al máximo por comprender el concepto. Luego miró a su amigo y compañero. Si era posible que un alwari pusiera cara de tonto, los dos guías lo consiguieron.

—Sois una buena Maestra, Luminara —Kyakhta se levantó—. En lugar de gritar, dejas que aquellos a los que estás enseñando sigan su propio camino y ritmo hacia el conocimiento —ambos guías dirigieron su mirada más allá de Luminara, contemplando a los frenéticos, pero esencialmente cándidos gwurran desde otro punto de vista—. Quizá tengáis razón. Puede que sólo sean algo curiosos, y no una tribu que vive del saqueo.

—Dadles una oportunidad. Eso es todo lo que se os pide. Igual que Barriss os la dio a vosotros.

—Eso me parece justo.

Los guías se dirigieron hacia el lugar en que Obi-Wan realizaba sus demostraciones para ofrecer su ayuda, y mientras los veía irse Luminara pensó que había puesto su granito de arena para conseguir la tolerancia y entendimiento necesarios para establecer un gobierno planetario justo y sólido.

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