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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (20 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Ella asintió.

—Dudo que tengamos tiempo de llamar, de todas formas. De acuerdo, Bulgan. Nos separaremos.

Discutieron la situación rápidamente, sin malgastar las palabras.

Luminara quería quedarse con Barriss, y Obi-Wan con Anakin, pero tenía más sentido que cada pádawan se quedara con uno de los guías, que tenían más experiencia. Los dos Maestros se quedarían junto a sus animales tras el pilar más grande. Aunque la distancia entre las columnas no era mucha, la sensación de soledad era desproporcionadamente grande.

En cuanto Obi-Wan y ella consiguieron que sus animales se tumbaran junto a la columna pardusca, ellos se pusieron a cubierto, sentándose muy juntos en mitad del pilar triangular. Aseguraron las riendas de los suubatar alrededor de la columna pétrea tal como les enseñó Kyakhta. Estaba todo preparado. Luminara sonrió. Su compañero se dio cuenta.

—Veo que hay algo en esta situación que puede resultar gracioso, y si no es personal, me gustaría divertirme yo también.

Luminara apenas podía hacerse entender con el terrible chirrido que ya casi estaba sobre ellos, pero se inclinó hacia adelante.

—Tras años de estudio constante, aprendiendo todas las artes imaginables, y más años cruzando la galaxia de un lado a otro al servicio de la República, mírame ahora: protegiéndome detrás de una piedra cara a cara con el enorme trasero de una especie de caballo alienígena.

Obi-Wan miró las desmedidas posaderas mientras se pegaba aún más a la protectora roca, y se dio cuenta de que, a pesar de lo desesperado de la situación, estaba sonriendo.

El cielo comenzaba a oscurecerse como en un atardecer nublado. De repente se oyó un golpe seco en la otra pared del pilar. Luego hubo otro y otro más, cada vez más rápido. Entonces los pájaros comenzaron a pasar por encima de sus cabezas, y los golpes se repetían contra el lado opuesto de la columna. Luminara se vio a sí misma dándole las gracias a unas pequeñas criaturas que no había visto jamás, porque su capacidad constructora era la que estaba protegiendo a los viajeros y manteniéndoles con vida.

¿Pero por cuánto tiempo? El sonido de los kyren chocando contra la roca creció hasta que el conglomerado de piedra y saliva comenzó a temblar a sus espaldas. ¿Cómo de grande era la bandada? ¿Cuánto tardarían en pasar? ¿Resistiría su pilar y el de sus compañeros la presión ininterrumpida, ejercida por cientos, tal vez miles de kyren estrellándose contra ellos?

Decenas de millones de sombras negras les sobrevolaban a gran velocidad. Entre el caos de pequeños cuerpos, era imposible distinguir a los individuos. La bandada era una masa ciclónica de alas, ojos y bocas abiertas. Algo le golpeó el tobillo derecho, y por muy Jedi que fuera, se sobresaltó. Obi-Wan se adelantó y recogió a una pequeña criatura estremecida. Sus alas y su cuerpo estaban rotos, y dio un par de ligeros estertores antes de morir en las manos extendidas del Jedi.

Era negro oscuro y tenía cuatro alas membranas. Dos que excedían el tamaño de las palmas de Obi-Wan, y salían de las costillas, y otras dos la mitad de grandes que emergían del lomo. No era de extrañar que pudieran mantenerse en el aire tanto tiempo, pensó Luminara. Podían prescindir del par de alas inferiores en caso necesario y depender únicamente de las superiores para propulsarse. En cada ala tenían una mota amarilla que quizá les servía como identificación mientras se hallaban en el aire. En lugar de patas tenía un par de pequeñas plataformas gruesas y peludas que parecían los soportes de un trineo. Pasando tanto tiempo en el aire, no tenían necesidad de locomoción pedestre.

El método de alimentación masiva de los kyren se aclaró finalmente al ver cómo era la boca del animalillo: una abertura amplia con dos filas de dientes. La bandada volaba bajo, y los que se hallaban a baja altura pasaban rasando por encima de las espigas sin detenerse, con la fila de abajo actuando como una pequeña guadaña aérea. En cuanto se saciaban, los de abajo cambiaban posiciones con los de arriba, que esperaban su turno hambrientos. En las alturas media y superior de la bandada, los que ya se habían alimentado podían digerir sin tener que detenerse. La nube de kyren estaba siempre en constante movimiento, no sólo hacia adelante, sino dentro de sí misma.

Apareció otro tambaleándose indefenso por el suelo. Aparte de la peste, la verdad es que eran animales bastante bonitos y causaban un poco de lástima. Luminara se inclinó hacia adelante por encima de Obi-Wan para mirar a la derecha.

— ¡Barriss! ¿Estás bien? ¿Me oyes?

Su llamada se perdió entre las miles de alas. No podían ver nada a través del sólido y continuo torrente volador. No podían oír nada por encima del chirrido constante. Recordó que Barriss estaba con Bulgan. No era que se preocupara por su aprendiz, ya que ésta había demostrado sobradamente en aquella misión que podía cuidarse sola, y lo cierto es que aquella familiar perturbación en la Fuerza indicaba que todo iba bien. Era sólo que le hubiera tranquilizado poder vislumbrar a la joven.

Estuvieron allí sentados contra el pilar jijite durante lo que pareció ser toda la mañana, pero lo cierto es que apenas llegó a una hora. Los suubatar se estrechaban unos contra otros en busca de protección, con las alargadas cabezas apoyadas en el suelo. Los kyren pasaban sobrevolándoles o a los lados, demasiado concentrados en continuar el vuelo como para girar levemente a la derecha o a la izquierda y aprovechar el cereal de debajo de las cabezas de los suubatar.

La columna pétrea que era la única protección de los viajeros y sus animales seguía tambaleándose ante el impacto de los cuerpos suicidas. Todo el espacio aéreo a su alrededor estaba ocupado, repleto de decenas de miles de los suyos, así que los kyren que se estampaban contra el pilar se veían forzados a hacerla a golpe de instinto, y no porque tuvieran vocación de suicidas colectivos. No lo hacían a propósito: es que no tenían otro sitio al que dirigirse. El cielo estaba lleno.

Pasó un rato y el ruido de cuerpos golpeando la columna de piedra comenzó a desvanecerse, aunque la bandada continuaba pasando a ritmos y cantidades regulares. Finalmente el ruido terminó. Y luego los kyren ya sólo pasaban a miles. Y después a cientos. El cielo se volvió a llenar de claridad y el negro dio paso al azul. Se veían algunas nubes. Obi-Wan miró a la derecha y pudo distinguir de nuevo las formas de Barriss y Bulgan, protegidos contra la indómita columna jijite.

Cuando pasaron los últimos rezagados, y se les pudo ver en vuelo frenético intentando no perder la bandada, los viajeros dejaron sus posiciones para reunirse con alegría pero con solemnidad. La tensión les había dejado agotados, pero cualquier sensación de cansancio era superada por el alivio que sentían. Nadie había salido herido, aunque a Anakin le mató la curiosidad y se asomó por la columna, por lo que recibió un pequeño golpe en la frente apenas visible, como recuerdo de su encuentro con los kyren.

Fue una lección muy valiosa. Algunas veces el peligro podía provenir de los pequeños y despreciados en lugar de los poderosos.

La meticulosidad alimenticia de la poderosa bandada era algo digno de contemplar. Las únicas espigas que habían quedado aplastadas eran las que habían caído bajo el peso de los suubatar. Los kyren no habían hendido ni una sola sección de la pradera. Todas las espigas se mantenían en pie, pero ya casi ninguna estaba repleta de grano. Parecía como si el cortacésped más grande y perfecto hubiera pasado por la pradera.

Entonces descubrieron por qué se había detenido el ruido de cuerpos contra la roca antes de que terminaran de pasar los pájaros. Detrás de cada roca había una pequeña montaña de cientos de cadáveres de kyren formando una perfecta línea que señalaba hacia el Norte. Después de un tiempo, habían muerto los suficientes como para formar una barrera protectora escalonada entre cada pilar y el resto de la horda alada. Obi-Wan recogió uno por el ala y se dirigió a Bulgan.

—Me parece que estas enormes bandadas pueden ser una fuente excelente de proteína para los nómadas. ¿Son comestibles?

Bulgan, tuerto o no, y por toda respuesta, hizo un gesto de asco. Le tocaba a Kyakhta explicarlo.

—Incluso si cocinas a los kyren, siguen sabiendo a fango hervido —miró a Obi-Wan—. ¿A los Jedi les gustaría probarlos?

Barriss arrugó la cara haciendo un sonido de repulsa.

—Los Jedi suelen preferir aprender las cosas por sí mismos, pero hay casos en los que se pueden fiar de los conocimientos de otro —se volvió hacia su Maestra con gesto de preocupación—. ¿No es así, Maestra Luminara?

—Así es en este caso —respondió la Jedi sin durlado—. Además, no tengo hambre —se miró a sí misma, y contempló las consecuencias de haber estado sentada bajo una bandada de kyren durante una hora—. Yo lo que necesito es un baño.

Ante esta sincera manifestación, ni Barriss, ni Anakin, ni los guías tuvieron nada que objetar.

El olor era bastante repugnante, pero mientras cabalgaban se miraban unos a otros, y no era una visión agradable precisamente. Al menos lo desechos eran sólo decolorantes y no tóxicos, pensó Luminara. Aun así, el descubrimiento de un pequeño arroyo de agua clara al día siguiente fue demasiado tentador como para dejado pasar.

Los Jedi y sus pádawan se quedaron en ropa interior y se sumergieron en el agua (Anakin, Barriss y Luminara se tiraron al arroyo con alivio. mientras Obi-Wan entraba lentamente y con algo más de dignidad), mientras los guías se afanaban retirando las provisiones de los pacientes suubatar y limpiándoles. Cuando terminaron se unieron a los humanos en el riachuelo, llevando a los animales consigo. Los suubatar podían caminar hasta la parte más profunda manteniendo el morro fuera, y completamente sumergidos en la corriente.

Los bípedos, por su parte, prefirieron no internarse, y se dedicaron a conversar mientras se lavaban. Luminara se lavó en la cálida corriente, y luego se tumbó al sol en la orilla para dejar que el agua acariciara su cuerpo suavemente. Los Jedi estaban entrenados para soportar cualquier condición extrema, pero tampoco eran inmunes a un poco de indulgencia ocasional. Desde luego no era un baño aromático en una suite de lujo de un hotel de Coruscant, pensó distraída mientras algo pequeño, azul e inofensivo le pasaba por los pies, pero después de haberse pasado días encima de un suubatar al sol, el abrazo cálido de la corriente era algo parecido al paraíso.

Se oyeron risas. Obi-Wan estaba entre los dos alwari. Empleando la Fuerza, su compañera dirigía un chorro de agua a los flancos de un par de suubatar que se habían aproximado a la orilla. Las bestias se mostraban encantadas, subiendo y bajando la cabeza mientras el agua hacía temblar sus musculosos flancos.

Algo más alejados, Anakin y Barriss intentaban duplicar la hazaña de Obi-Wan. Pero en lugar de dirigir los chorros de agua a los suubatar, se los echaban el uno al otro. Luminara se sentó con el agua llegándole hasta la cintura, apoyándose en las manos, y sonrió. Si el Maestro Yoda supiera para lo que servían sus sabias enseñanzas.

Algunas veces eres demasiado seria, pensó.

Se volvió a tumbar en el agua y contempló una nubecilla aislada en el cielo azul celeste. Convencida de que sus compañeros estaban distraídos y que nadie podía verla, se puso a comprobar hasta dónde podía llevar el agua elevándola con el pie derecho.

***

La presidenta del Gremio de Comerciantes tenía las suficientes riquezas como para tener a su servicio a legiones de sirvientes, miles de trabajadores y docenas de guardaespaldas. Las múltiples iniciativas comerciales de su pueblo se hallaban presentes en toda la galaxia civilizada, de punta a punta de la República. Era reconocida universalmente, incluso por sus más fervientes competidores, por gozar de una inteligencia y perspicacia inusuales. Por lo general, le bastaban un par de minutos para vencer a un oponente o a un amigo.

El senador Mousul, por ejemplo. Tenía talento, pero era vanidoso; era leal, pero egoísta; había que vigilarle constantemente. No es que Shu Mai pensara que no era de fiar. El senador se jugaba demasiado como para arriesgarse a esas alturas. Shu Mai le había visto tomando la palabra en el Senado, y era un orador irreprochable. Pero fuera del Senado, alejado de su posición de poder político, no era más que otro ansioniano: había que vigilarle.

Lo que realmente importaba era que tenían la misma visión con respecto al futuro de la decrépita República. Y gracias a la posición política del senador y a los recursos financieros del Gremio de Comerciantes, no había nada que pudiera interponerse. Pero aún no era el momento. La República seguía siendo poderosa, y sus instituciones no eran todavía lo suficientemente débiles como para ignorarlas.

En materia de política, Shu Mai tendía a dar la razón al senador, aunque no siempre. Ella respetaba la opinión de su socio de la misma forma que Mousul pensaba que la presidenta del Gremio de Comerciantes escuchaba atentamente sus consejos. Pero de lo que el senador no se daba cuenta a veces era de que, en orden de magnitud, él estaba muy por debajo de ella en aquella relación. Y aunque le encantaba adular los egos de sus colegas, prefería con mucho que fuera ella quien tratara con aquel desconocido cuyos intereses representaba.

El barco en el que se relajaban en aquel momento se deslizaba suavemente por el lago Savvam, un maravilloso elemento acuático que, como todo en Coruscant, era artificial. Era un parque privado para los pudientes, rodeado de árboles y flores alteradas genéticamente para que florecieran todo el año y llenaran el aire de mil aromas distintos. Había algunos cruceros cerca, y unos eran más pequeños que el de Shu Mai y otros más grandes. Ella podría haber superado a todos pero no quiso llamar la atención. Estaban solos a bordo. Los sirvientes orgánicos podían escuchar. Los androides no.

—Nuestros seguidores están impacientes —Mousul se tostaba el pecho al sol, cuyos rayos eran cuidadosamente filtrados por un escudo polarizado que rodeaba el barco—. Tam Uliss me preocupa especialmente. No va a ser tan fácil tratar con él como lo era con el desafortunado Nernrileo.

—La impaciencia es una enfermedad fatal a largo plazo —Shu Mai alcanzó un recipiente espiral de refresco y bebió—. Por lo que me has contado, los eventos de Ansion se desarrollan a un ritmo previsible y razonable. El resto debe aprender a contener sus impulsos.

—Pero no es fácil contener a alguien cuando está emocionado por una nueva idea, ¿sabes?

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