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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (24 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Y una República duradera también, se dijo a sí misma mientras observaba a Barriss manos a la obra.

—Pero nosotros no somos nómadas.

La pádawan intentaba explicar la naturaleza y el propósito de los Caballeros Jedi a unos cuantos gwurran que prestaban toda su atención, pero se hallaban algo confundidos.

—Claro, claro que lo sois —replicó uno de los de la tribu—. Nos dices lo que hace el pueblo Jedi. Viajar, viajar, siempre, ir de un sitio a otro y luego a otro, siempre en movimiento, nunca quedarse mucho —ella suplicó ayuda a sus compañeros con la mirada—. Eso es un nómada.

—Es cierto que algunos de nosotros no llegamos a echar raíces en ninguna parte —admitió Luminara—. Pero hay otros que viven una larga temporada en un único sitio. Por ejemplo, si obtienes una plaza en el Consejo Jedi, te pasas la mayor parte del tiempo en Coruscant.

— ¿Qué es un Coruscant? —preguntó otro de los gwurran.

—Es otro mundo, como Ansion —le explicó Barriss.

Las criaturas intercambiaron miradas de asombro.

— ¿Y qué es un Ansion? —preguntó finalmente uno con voz ingenua. Barriss suspiró con resignación e intentó explicarles el concepto de múltiples planetas. Hubiera sido más sencillo de noche viendo las estrellas en el firmamento. Era evidente que los horizontes de los gwurran eran mucho más limitados que los de los alwari.

Los viajeros, que deberían haberse puesto en camino de inmediato, se pasaron gran parte del día educando y entreteniendo a los gwurran, que mostraban un deseo apasionado de aprender y explorar nuevos conceptos. Luminara se dio cuenta de que lo que necesitaban no era una visita ocasional sino una enseñanza permanente, para que al menos llegaran al nivel educativo de los nómadas que tanto les disgustaban. Teniendo en cuenta sus desventajas físicas y mentales, estaba claro que necesitaban más ayuda. Cuando volvieran a Cuipernam daría parte de la situación a las autoridades pertinentes. Y si no mostraban demasiado interés, podía contar con asociaciones y organismos de la República especialmente orientados a ayudar a comunidades étnicas aisladas como los gwurran.

Obi-Wan y ella decidieron que, a pesar de la afabilidad que mostraban los pequeños ansionianos, la caída de la noche podía ser demasiado tentadora para aquellos más propensos a las sustracciones de lo ajeno. Lo mejor era no dar ninguna posibilidad y abandonar el lugar mientras el sol siguiera brillando. La cueva del desfiladero era un campamento inmejorable, pero ya se las arreglarían en las praderas abiertas.

Así que se despidieron y prometieron enviar a otros para enseñar y ayudar a los gwurran. Y cuando ya estaban con los últimos preparativos, Luminara sintió unos golpecito s en la pierna. Bajó la vista y vio a uno de los gwurran. Era Tooqui, el ladronzuelo de inusual iniciativa y valor que había llevado a la persistente Barriss hasta su tribu.

— ¿Qué quieres, Tooqui? —le preguntó amablemente—. Sabes que estamos a punto de irnos.

—Tooqui sabe —se golpeó el pecho cubierto de pelo marrón y negro con los dedos—. Tooqui el más valiente de los gwurran, el mejor luchador, el más listo, el más guapo, el más...

—Sí, eres un buen representante de tu tribu, Tooqui —Luminara asintió distraída mientras comprobaba que las provisiones estaban bien atadas al lomo de su suubatar—. Seguro que están todos muy orgullosos de ti.

— ¡Vah! —exclamó él de repente—. ¡Gwurran muy estúpidos! No tienen sueños, ni objetivos, ni metas. Felices viviendo en agujeros de colinas —el pequeño ratero se pavoneó un poco—. Tooqui quiere más. Tooqui tiene que tener más —le dirigió una mirada con sus ojos saltones y anaranjados—. Quiero ir con vosotros.

Ella se detuvo en su tarea y devolvió la mirada a aquellos ojos enormes.

—Tooqui, no puedes venir con nosotros. Lo sabes.

— ¿Saber qué? No sé eso —al gwurran no le imponía en absoluto la enorme Jedi—. Tooqui sólo sabe lo que ve. Y veo que os sobra sitio en grandes suubatar para Tooqui pequeño. Peleo duro y no como mucho. Normalmente.

Ella sonrió.

— ¿Normalmente peleas duro o normalmente no comes mucho? Dio un paso atrás y pateó el suelo con rabia.

— ¡No tomes pelo a Tooqui! ¡Yo no estúpido como estas lombrices de tierra! Tooqui muy, muy listo.

— ¿Lo suficientemente listo como para robamos mientras durmamos?

—le preguntó ella punzante.

La pequeña criatura se puso una mano en la cara y otra en la nuca y dijo todo lo solemnemente que le permitía su apariencia.

—Que Tooqui se queme en el sol si vuelve a coger un grano de cereal sin permiso de sus nuevos amigos. Que sus entrañas se le caigan al suelo y se escapen como gusanos. Que todos sus parientes ardan en la hoguera que limpia los espacios abiertos y...

—Vale, vale —ella reprimió la risa—. Ya lo capto —aunque de alguna forma le dio la impresión de que a Tooqui le daría igual que algunos de sus parientes tuvieran un final un poco desagradable—. Eres valeroso y sincero. Pero aun así no podemos llevarte con nosotros. Barriss ya os ha dicho a ti y a los tuyos que estamos llevando a cabo una misión difícil y peligrosa y que no podemos ocupamos de llevar invitados.

— ¡Tooqui se cuida solo! Ya lo verás, verás. Tooqui no miedo al peligro —volvió a golpearse el pecho—. Tooqui desayuna peligro. Y además es buena mascota.

Ella pestañeó.

— ¿Mascota? Pero Tooqui, tú eres un ser inteligente. No puedes ser una mascota.

— ¿Por qué no? Los gwurran tienen pequeños yiran y a veces omoth como mascotas. Les dan comida gratis, un sitio para vivir, protección de los shanh y otras cosas que se los quieran comer. A mí parece trato bueno, bueno. Si soy inteligente, tú dices, soy inteligente para elegir lo que quiero.

—No es eso —lo último que hubiera esperado del gwurran era que la confundiera con una argumentación sutilmente académica—. Es sólo que... no sería correcto.

—Si yo inteligente para elegir por mí mismo, ¿dónde está lo incorrecto? —sonrió mostrando una versión en miniatura de los agudos dientes de sus guías—. Ésa es la decisión inteligente de Tooqui: yo quiero, quiero ir con nuevos amigos como mascota. Conocer el mundo bola Ansion. Y otros mundos bola, a lo mejor. Aprender mucho y volver y ayudar a los gwurran.

La propuesta no sólo era racional, sino que era innegablemente noble, pensó Luminara, aunque desde luego la criatura tuviera sus propias razones personales. ¿Cómo iba a decirle que no? A los Jedi les enseñaban a utilizar la lógica y la razón con aquellos que se mostraban en desacuerdo con ellos, y no a terminar una discusión con un categórico "porque yo lo digo".

—Los Jedi no pueden tener mascotas —exclamó ella exasperada.

— ¿En qué normativa se dice eso, Maestra?

Barriss intervino en la conversación en el peor momento. Luminara miró a su pádawan.

—Estoy segura de que lo dice en alguna parte. Y en cualquier caso, no estamos preparados para llevar invitados.

—Tooqui se equipa solo —puso una mano en la de Barriss y sonrió con inocencia—. ¿Ves? ¿Mascota buena, sí, sí?

— ¡Por favor! —Luminara se giró para terminar de asegurar sus provisiones al suubatar y gruñó mientras ajustaba una correa—. Si te haces responsable de él, Barriss, entonces supongo que puede venir —se giró para mirarles—. Pero si causas el menor problema, Tooqui, si nos estorbas—o nos impides realizar nuestro trabajo de alguna forma, entonces te irás, irás. Te volverás a las colinas sin discusión, ¿entendido?

Repitiendo el gesto de las manos en la cabeza, el ansioso gwurran respondió sin dudarlo.

—Si causo algún impedimento, que me pudra, pudra en agua estancada. Que todo mi pelo se vuelva morado y yo me dé la vuelta de dentro hacia afuera. Que me coma mis propios pies y...

—Dile que se calle —le dijo Luminara con desesperación a su pádawan—. Y que no se acerque a mí.

—Se portará bien —Barriss se agachó y le dio unas palmaditas en la cabeza—. ¿A que sí, Tooqui?

—Tan bien como sólo un gwurran lo hace —respondió él.

A Luminara aquella respuesta no le resultó demasiado tranquilizadora.

12

O
bi-Wan se mostraba indiferente a las bufonadas del nuevo miembro del grupo, aunque a veces las encontraba divertidas, pero Anakin estaba más entusiasmado. El gwurran era alguien más con quien poder hablar, aunque su vocabulario fuera limitado y tendiera a la repetición. Barriss y él se turnaban el cuidado de Tooqui, el cual apenas lo necesitaba, siendo fiel a su palabra. El nativo empleaba toda su abundante energía ayudando a aligerar a los suubatar de su carga al acampar por la noche, o recogiendo combustible para la hoguera, o aprendiendo a manejar dispositivos sencillos como el encendedor compacto o el hidratador. Aprendía rápido y estaba ansioso por saberlo todo de todo. O todo, todo, como decía él.

A los únicos a los que no les complacía la presencia del recién llegado era a los guías alwari. No es que le trataran mal, porque sabían que eso no les gustaría a los Jedi, pero no variaban su actitud para ayudar en su instrucción ni para hacerse amigos de él. El abismo que existía entre los alwari y los gwurran era inexplicable, pensó Luminara, dado que ambas ramas provenían de los mismos ancestros. Las únicas diferencias físicas radicaban en la altura y en el pelo. Para alguien acostumbrado a tratar diariamente con representantes de especies que variaban mucho más en su apariencia unas de otras, la constante animosidad que mostraban los guías era difícil de comprender. Pero cabía la esperanza de que viajando juntos, los alwari llegaran a sentir alguna simpatía por su pequeño pariente.

En aquel momento, el sol comenzaba a elevarse por el horizonte del Norte, el mismo hacia el que llevaban cabalgando durante días, liso y verde. Una manada de shanh les había estado siguiendo durante un día y una noche, pero al no percibir debilidad alguna ni en los suubatar ni en sus jinetes, se rindió y partió en busca de presas más fáciles.

—Algo se mueve en el horizonte de Este a Oeste —gritó Kyakhta. Aunque aún se estaban desperezando, todos se giraron inmediatamente para mirar en esa dirección.

Obi-Wan había sacado los electrobinoculares y miraba hacia el punto indicado, intentando identificar el movimiento.

— ¿Son los borokii? —preguntó Anakin esperanzado.

El Jedi respondió indeciso, mientras bajaba los binoculares.

—No lo sé. Kyakhta y Bulgan nos lo dirán. Pero me da la impresión de que no lo son. Por lo que nos han contado, los clanes superiores son, al igual que los yiwa y que el resto de los alwari, ganaderos —señaló en dirección al lejano movimiento—. Quienes quiera que sean, parecen un poco más avanzados —espoleó a su animal—. O por lo menos viajan con muchos más objetos materiales. No veo señales de ganado domesticado. Ni dorgum, ni awiquod, sólo animales de tiro. Eso significa que no son los borokii.

La afirmación de Obi-Wan era correcta. La procesión que avanzaba hacia ellos no era el clan superior que buscaban. No sólo no llevaban ganado como el de los yiwa, sino que eran bastante más pomposos. Fue Bulgan el que los identificó al fin, cuando se acercaron lo bastante.

—Es un clan qulun. Los qulun son comerciantes. Tratan libremente tanto con alwari como con los de la ciudad. A nadie le gustan demasiado, pero son necesarios aquí en las llanuras en ausencia de mercados y de comunicaciones. Y suelen tener cosas interesantes a la venta.

— ¿Qué aceptan a cambio? —preguntó Obi-Wan al guía. Bulgan se pasó la lengua por los dientes inferiores.

— ¿Además de dinero? Todo tipo de objetos. Cortes de carne seca de ganado alwari. Frutas y verduras recolectadas en lejanas regiones de Ansion. Preciosos objetos hechos a mano, a menudo por las hembras de los clanes. Sólo lo mejor.

Los Jedi asintieron. En una República repleta de vulgaridades, la comida exótica era un bien muy preciado. Y también la artesanía. Aburridos de los objetos fabricados industrialmente, los pudientes y los curiosos siempre estaban dispuestos a pagar un alto precio por objetos únicos hechos a mano que provenían de mundos lejanos con nombres raros.

— ¿Veis? —Bulgan se estiró un poco en su silla—. Vienen a damos la bienvenida.

Tres jinetes salieron de la columna principal hacia el grupo de viajeros, y éstos les respondieron aminorando la marcha. Si no lo hubieran hecho, los suubatar habrían sobrepasado a los potentes pero inferiores sadain. Llegaron a la altura de las monturas de Barriss y Luminara, y el trío de qulun mostró unas sonrisas brillantes y amplias mientras saludaban con gran entusiasmo. Era un encuentro bastante más pacífico que el que habían mantenido con los yiwa. Nadie exhibía armas ni les miraba con suspicacia. Pero observaban. No se les escapaba ni el menor detalle de los repletos pack de provisiones que llevaban los suubatar en los lomos traseros.

Tooqui cabalgaba con Barriss y recorría de un lado a otro al enorme animal, de la cabeza a la cola, sin parar de hablar en susurros.

—Qué raros éstos. Tooqui nunca ha visto antes. Los gwurran no conocen —echó la cabeza hacia atrás y olfateó el aire de la pradera con su agujerito de la nariz—. No huelen como alwari.

—Y son distintos a ellos —comentó Barriss—. Sus trajes, los arreos de sus sadain, la forma de organizar la procesión, todo es muy distinto a los yiwa. ¿Qué opinas tú, Tooqui?

El gwurran siempre se mostraba ávido de conocimientos.

—Más alimento para la mente de Tooqui. Más cosas nuevas que ver y que aprender.

—Bueno, pero si hablas, hablas sin parar no vas a poder concentrarte en tantas novedades, y yo tampoco. ¿Qué tal si nos callamos un rato? — ¿Tooqui callado? Dos cosas que no van juntas —se sentó un poco más cerca de ella, ocupando un espacio mínimo en la silla—. Pero ama manda y Tooqui obedece —sonrió—. Tooqui buena mascota siempre.

—El sarcasmo no es una cualidad que la gente suela apreciar en sus "mascotas".

—Ellos se lo pierden, pierden.

Pero lo cierto es que el gwurran hizo lo que le pidió y mantuvo la boca cerrada, aunque con evidente esfuerzo, para observar la llegada de los jinetes en silencio.

Dos de ellos podrían haber pasado inadvertidas entre los yiwa, aunque sus vestiduras eran algo más sofisticadas y llamativas. Pero no su líder, que destacaba claramente como tal. Este individuo de proporciones generosas era claramente una pesada carga para su sadain. No tenía la cresta que lucían sus compañeros, o Kyakhta. Pero al verle, Luminara sospechó que esto se debía más al resultado de un afeitado intencionado que a la pérdida natural del pelo, como en el caso de Bulgan. De alguna forma, la calva brillante por sol le diferenciaba tanto como su exceso de peso. Pero con todo y con eso, cabalgaba ágilmente sobre su esforzada montura.

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