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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (28 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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El campamento qulun se hallaba ya en silencio, y la oscuridad era interrumpida por los faroles colocados para poder ver las estructuras de noche. El trueno resonaba sin cesar.

Un vigilante hizo resonar la señal de alarma con su cuerno. Las alarmas se multiplicaron por todo el campamento como un eco. Todos se despertaron, algunos más rápidamente que otros. En el carro de los prisioneros, Luminara intentó hacer una pregunta a través de su mordaza, pero no pudo hacerse entender. Percibía movimiento a su alrededor mientras sus igualmente amordazados compañeros intentaban sentarse. Pero no había duda en cuanto a la perturbación de la realidad. La turbulencia no se hallaba en la Fuerza. Provenía del suelo.

Baiuntu lanzaba órdenes a diestra y siniestra, mientras se subía los pantalones. A su alrededor el campamento sucumbía al caos más desorganizado. No había tiempo para enjaezar a los sadain a los carros, casi ni siquiera lo había para despertar a todo el mundo. Bajo su dirección, los jinetes se reunieron. Había una posibilidad de salvar todo por lo que el clan había trabajado. Esgrimiendo sus armas, cargaron en dirección a la tormenta para intentar disolver la estampida.

Los gritos de los sadain, los jinetes y los lorqual se elevaban por encima de la tormenta creando una cacofonía agonizante que no se había oído jamás en aquella región de las praderas. Un disparo, ni siquiera el de un arma moderna, no era ni mucho menos bastante para derribar a un lorqual asustado. Pero muchos disparos podían causar daño, y más disparos podrían obligar a una de las bestias a variar la trayectoria. Los qulun avanzaban y retrocedían ante la manada, disparando selectivamente y haciendo todo el ruido que podían, y los animales redujeron la velocidad. Sin romper el paso, algunas de las bestias cambiaron de rumbo al ver a los jinetes acercándose, y torcieron un poco hacia el Oeste. Otras se separaron de la manada y se fueron hacia el Este. Separada por la mitad, la manada comenzó a dividirse en dirección a ambos lados del campamento.

Pero una parte de ella, tan encabritada que apenas podía sentir los disparos que recibía por parte de los jinetes, continuó yendo ciegamente hacia adelante. Dos fueron derribados a merced de las costosas armas láser importadas por los qulun. Pero otros dos salieron ilesos y se encontraron de repente en mitad del campamento.

Los cascos gigantescos aplastaban objetos y construcciones, derribando los ligeros tabiques prefabricados, y haciendo que los que se ocultaban tras ellos huyeran gritando bajo la lluviosa noche. Las gigantescas ornamentas se balanceaban de un lado a otro, lanzando por el aire a los qulun y sus animales. Enloquecidos por el miedo, guiados por el rayo y sangrando por los disparos, los lorqual se abrían paso a través del destrozado y caótico campamento.

Ya no había guardias custodiando el carro de los prisioneros. Se habían unido al resto del clan en el salvamento de sus amigos y familiares, desesperados por proteger a las personas y a los animales. Tooqui se dejó caer frente al carro y se metió dentro. En el interior encontró a sus amigos, luchando por incorporarse y liberarse. Parecían estar sanos y salvos. Eso era de esperar. Un qulun que se precie jamás haría daño a su mercancía.

Buscó algo más adecuado que sus deditos para desatar a sus compañeros, y encontró los equipos en un rincón, almacenados y etiquetados con pulcritud en un baúl. Primero cogió un sable láser, pero se lo pensó mejor y se decidió por un pequeño y útil puñal alwari que pertenecía a Bulgan. Él sí sabía utilizar un cuchillo. Comenzó a desatar a Barriss. Cuando le quitó la capucha y ella vio quién había venido a salvarles, no supo qué decir. Lo que tampoco importaba, porque seguía amordazada mientras Tooqui le desataba las muñecas y los tobillos.

—Tooqui dice verdad —cloqueó el gwurran sin parar mientras se afanaba—. Tooqui más valiente de su pueblo. El más fuerte, el más sabio, el más intrépido...

—El más charlatán —le interrumpió Barriss cuando se quitó la mordaza.

La pádawan se dio cuenta de que no podía moverse. Tras días de ataduras sus músculos estaban atrofiados y los miembros le fallaban. Su aprendizaje Jedi le permitió recuperar la circulación más rápido de lo que lo hubiera hecho cualquier profano. Tooqui le dijo dónde estaba su equipo guardado. Entre los dos consiguieron liberar enseguida a Anakin, Obi-Wan y Luminara.

Algo chocó contra el lado izquierdo del carro y casi lo volcó. Por encima del estruendo del viento y la lluvia, se oyó un mugido estentóreo, acompañado por gritos de socorro de angustiados qulun.

— ¿Qué ha sido eso? —preguntó Anakin mientras se frotaba las piernas.

Tenía muchas ganas de sentir el sable láser entre sus manos, pero más aún de sentir el cuello seboso de cierto jefe qulun. No le gustaría nada a Obi-Wan esa forma de pensar, pero había veces en las que Anakin se sentía más que tentado de dejar a un lado las enseñanzas de su Maestro. Y ese momento era uno de ellos. Si le dieran la oportunidad de descuartizar al saco de grasa de Baiuntu, se prestaría con agrado a pensarlo bien... después de hacerla.

—Lorqual —Tooqui estaba deshaciendo el material anudado en los tobillos de Kyakhta—. Para pelear con qulun, Tooqui necesita palo grande —levantó la mirada sonriendo—. Manada lorqual palo grande. Tooqui los espantó hacía aquí.

Kyakhta miró estupefacto al gwurran.

— ¿Provocaste la estampida de toda una manada de lorqual hacia nosotros? ¡Nos podrían haber aplastado!

Como para reafirmar la exclamación del guía, algo chocó violentamente contra el carro por segunda vez.

El gwurran miró al guía.

—Alwari bocazas mejor calladito un rato. Y sentadito quieto, que igual Tooqui tiene accidente y corta dedos pies.

— ¡Mira, enano... ay!, ¿pero qué haces?

Al cabo de un rato todos estuvieron de pie, con sus equipos y su libertad de nuevo consigo. Empuñando el sable láser, Luminara avanzó hacia la salida y echó un vistazo fuera. Los faroles se mecían en los postes y los aterrorizados qulun corrían de un lado para otro, mientras la pertinaz lluvia seguía oscureciéndolo todo. Pero por encima se veía la cabeza de un furioso lorqual perdido.

Fuerza, pensó. Si eso era un lorqual, ¿cómo era una estampida de una manada? Volvió la cabeza y miró al nervioso e intrépido Tooqui entre ellos.

—Pase lo que pase desde este momento, Tooqui, quiero que sepas que Obi-Wan, nuestros pádawan y yo pensamos que eres tremendamente valiente.

—No sólo valiente. ¡Valiente valiente! —El gwurran dio un paso adelante, pero retrocedió cuando uno de los lorqual derribó un enorme depósito de agua en dirección a ellos. Explotó contra el suelo, añadiendo un poco más del líquido elemento a lo que ya caía—. Pero ahora mismo, sólo un poco asustado, asustado.

—Y con razón —Obi-Wan se situó junto a Luminara para escudriñar el entorno—. Deberíamos ir a por los suubatar, si no han muerto o se han perdido con la estampida.

—Los suubatar estarán bien, Maestro Obi-Wan —dijo Bulgan detrás del Jedi—. Son demasiados valiosos para que los qulun los pierdan.

Seguro que han enviado a alguien para que los vigile y los cuide. Y si se mantienen juntos, los suubatar son suficientemente grandes como para rechazar a un lorqual.

El Jedi asintió.

—Entonces tendremos que ocupamos de los guardianes.

—Eso no es ningún problema, Maestro —agazapado tras Obi-Wan, Anakin agarraba con fuerza su sable láser—. Hemos estado tanto tiempo maniatados que me vendría bien un poco de diversión... perdón, de ejercicio.

Barriss miró con desagrado a su compañero.

— ¿No estarás hablando de venganza, verdad, Anakin?

—Claro que no —replicó él de inmediato—. Sólo digo que como alguien se interponga en mi camino, en este momento no estoy de humor como para detenerme y discutir con él amablemente.

Esperaron agazapados en el carro hasta que pudieron salir sin problemas. Llegó el momento de dejarse de charlas. Con Tooqui, Obi-Wan y Luminara a la cabeza, el grupo de ex-prisioneros salió del maltrecho vehículo y comenzó a abrirse paso hacia la parte trasera del campamento qulun. En el camino se encontraron con algunos comerciantes qulun, en su mayoría madres aterrorizadas con sus hijos intentando no cruzarse con los lorqual. No tenían ni tiempo ni ganas de preocuparse por la huida de los prisioneros.

La ira y la confusión les rodeaban, y el caos completaba a la ya de por sí potente tormenta. Aun así, llegaron a la zona de los establos del campamento sin incidentes. Se agacharon junto a un carro de mercancías sellado firmemente contra la tormenta y los intrusos, e inspeccionaron detalladamente el entorno. Los suubatar estaban ahí, pateando el suelo nerviosos. Las provisiones de los viajeros seguían aseguradas a lomos de los animales.

—Yo veo tres centinelas... no, cuatro —le susurró cautelosa a Obi-Wan. Él asintió.

—Eso es lo que yo veo también —alzó un brazo e hizo un gesto silencioso.

Luminara le hizo un gesto a Barriss, y fue por detrás del carro de mercancías. Obi-Wan y Anakin fueron en la otra dirección. Mientras lo hacían, Barriss recordó lo que acababa de decir su compañero pádawan. La expresión de su rostro contradecía sus palabras. Siguiendo de cerca a Obi-Wan, Anakin parecía realmente ansioso por lo que iba a pasar.

Los dos alwari esperaban junto al carro con Tooqui. Mientras se quedaban ahí, mirando la oscuridad turbulenta, Bulgan recordó algo de repente. Se giró para mirar a su diminuto compañero, se puso de rodillas lentamente y colocó las manos y la cabeza en el húmedo suelo, con los ojos mirando al fango, y la cresta erizada por la lluvia apuntando al cielo. Kyakhta se dio cuenta de lo que hacía su amigo y se apresuró a imitarle, aunque gruñó al ponerse de rodillas. Tooqui observaba la escena satisfecho.

—Vale, vale. Levantaos, cabezones —ambos guías se levantaron, limpiándose el barro y el agua—. Tooqui tiene trato que hacer con vosotros —sus ojos relucieron en la luz intermitente—. Ya no llamáis a Tooqui tonto salvaje y Tooqui ya no os llama tontiestúpidos cabezacubos mediolelos...

Secándose el agua del ojo bueno, Bulgan cortó a su salvador en plena reflexión.

—Ya captamos lo que quieres decimos, Tooqui. Está bien —con su afilado codo, dio un golpecito a su compañero en las costillas ansionianas—. ¿No, Kyakhta?

— ¡Ajá!, supongo que sí —murmuró el otro guía a regañadientes.

Su pequeño y peludo compañero se volvió para observar el establo.

—Así mejor. Tooqui habría ido a ayudar a coger suubatar, pero Jedi quieren que me quede con vosotros para que estéis seguros.

Bulgan llegó justo a tiempo para impedir que los largos dedos de Kyakhta se hundieran en el pelito corto y húmedo del gwurran.

***

Unos flexos llenaban de luz artificial los establos, tejiendo elegantes arcos de luminosidad, claramente visibles entre la oscuridad y la humedad. Se colaron por la verja, y Obi-Wan señaló silenciosamente a los dos guardias apostados a cada lado de la estancia. Ambos qulun eran hombres endurecidos por los años como cazadores de depredadores y clanes salvajes. Sus sentidos estaban agudizados y sus capacidades de lucha eran elevadas.

El primero se giró, sorprendiéndose de ver a los dos humanos, pero pudo levantar el rifle y disparar una vez. Obi-Wan rechazó el tiro con una estocada de su sable láser y lo dirigió hacia la oscuridad de la noche. Antes de que el centinela pudiera volver a disparar, el Jedi le había derribado. Al principio, Obi-Wan pensó que su pádawan estaba teniendo problemas con el otro guardia. Pero cuando vio que Anakin estaba peleando con él, frunció el ceño y se dirigió hacia los combatientes. En cuanto vio a su Maestro acercándose, el pádawan acabó con su oponente con un corte rápido en el cuello. El qulun cayó entre el fango del suelo.

Obi-Wan desactivó su sable láser y miró al ansioniano muerto y luego a su aprendiz. Un relámpago iluminó sus rostros y sus cuerpos, pero ni toda esa luz podía reflejar la tensión que había entre ellos.

— ¿Se puede saber qué hacías, pádawan? —la voz del Jedi carecía de tono.

—Nada, Maestro —con gesto inocente, Anakin se guardó el sable láser—. Era más rápido de lo que yo pensaba.

Kenobi contempló a su aprendiz en silencio. Luego asintió.

—Pues ten cuidado, Anakin, porque es probable que tu próximo oponente sea aún más rápido que éste —pasó por delante del pádawan e hizo un gesto cortante—. Vámonos, ya hemos perdido mucho tiempo aquí.

Un silbido agudo hizo aparecer a Luminara y a Barriss.

— ¿Algún problema?

Mientras preguntó esto, Obi-Wan miró a Barriss en lugar de a Luminara. La otra Jedi sacudió la cabeza, con la cara completamente empapada y las gotas colgando de su tatuado labio inferior.

—Eran buenos luchadores. Más preparados que los que nos enviaron en Cuipernam —miró a Barriss. La pádawan mostró un corte que se había hecho en la mano izquierda. La herida sangraba, pero la lluvia la limpiaría y sanaría pronto.

Anakin dio un paso adelante y se quedó mirando la herida.

—Tienes que aprender a guardar las distancias. Sobre todo cuando no sabes qué tipo de armas lleva tu oponente.

—No tengo tan buen ojo como tú —replicó ella bruscamente—. ¿Por qué no me enseñas?

Él se sorprendió.

—No. Ya lo intenté una vez. Había todavía más agua que aquí, ¿recuerdas?

Dijo esto y se dirigió hacia su nervioso suubatar. Ella se lo quedó mirando un poco confundida hasta que finalmente se fue también a por su montura. Ese momento no era precisamente bueno para ponerse a analizar a Anakin Skywalker o su extraña personalidad, decidió la pádawan. Pero se preguntó si realmente habría algún momento para hacerlo.

El grupo montó silenciosamente a los incansables suubatar. Mientras lo hacían, tanto Kyakhta como Bulgan vieron los cuerpos sin vida de los cuatro centinelas.

El animal de Luminara pateó el suelo nervioso con los cascos de sus patas medianas y traseras, mientras ella intentaba controlarlo y mantenerse en la silla. Hace algunas semanas habría acabado en el suelo. Pero el tiempo le había dado experiencia, y la experiencia confianza.

Controlando al fin a la bestia, siguió a los guías mientras éstos espoleaban a las suyas hacia el Norte. Los suubatar se hallaban ahora bajo manos firmes y órdenes adecuadas, y saltaron la valla electrificada del establo sin dificultad. Y por fin estuvieron en la pradera, galopando hacia el Norte bajo la lluvia. En alguna parte delante de ellos estaba el clan que buscaban y la etapa final de su misión.

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