Read La llegada de la tormenta Online

Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (30 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
7.04Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Excepto por la ausencia de paredes, no había mucha diferencia entre retirarse a la parte de atrás de una tienda de repuestos y estar de pie solo en una pradera extraña, bajo el cielo alienígena. Una de las dos lunas de Ansion estaba alta en el cielo y la otra comenzaba a subir, como un par de destellos curvos y plateados brillando contra un fondo de terciopelo negro. Estaban enmarcadas entre un montón de estrellas que brillaban como diamantes. Tantos planetas, tantas preguntas... y muchas de éstas centradas en el mundo en el que se encontraba él en aquel momento.

Algo crujió entre las altas espigas. Fijó los ojos en la dirección del sonido, pero no vio nada. Como Barriss le había dicho antes de irse a dormir, el planeta estaba lleno de pequeños sonidos nocturnos. Comunidades enteras de formas de vida inferiores vivían bajo las ondas de espigas sin dejarse ver jamás por la luz del día. El caos que provocaría una estampida de lorqual entre ellas era inimaginable.

O quizá tampoco era para tanto, se dijo a sí mismo. En los espacios abiertos, la naturaleza adaptaba las necesidades de los pequeños y de los grandes. La tribu de Tooqui era un buen ejemplo de ello. Que intrépido, el pequeño Tooqui. Molesto y preguntón, desde luego, pero tan valiente como, como orgulloso. Anakin admiraba en gran medida esta cualidad en los otros, ya que era lo único que le había ayudado a sobrevivir.

Pasó otra hora hasta que volvió a escuchar crujidos. Cada día tenían un par de encuentros con nuevas especies nativas, que se añadían a su catálogo de formas de vida ansionianas. Pero el registro de formas de vida nocturnas era, obviamente, más reducido. En vista de que no tenía otra cosa que hacer, decidió ir a averiguar lo que provocaba el ruidito en la hierba. Fuera lo que fuese, estaba convenientemente cerca.

Se dirigió a la izquierda y agachándose se adentró entre las altas espigas. El crujido volvió a oírse, esta vez más cerca. Un pequeño grupo de criaturas recolectando grano al amparo de la oscuridad nocturna, pensó él. Sería interesante ver cómo eran. Al menos uno de ellos parecía ser de tamaño considerable, casi tan grande como Tooqui.

Sorprendido en mitad del acecho, el shanh salió de su escondrijo. No rugió. Al igual que muchas otras de las criaturas de Ansion, siseaba. Pero el siseo de un shanh no era como el de un alwari inteligente, o el de las criaturas que poblaban las vastas planicies. Era un soplo de aire siniestro y profundo. La furia hecha sonido.

Unas garras delanteras y medias se abalanzaron sobre el pecho de Anakin, derribándolo al suelo. En un instante, los enormes colmillos del shanh harían presa del cuello del joven. No había tiempo para pensar, para decidir lo que hacer, para ponderar la mejor actuación.

Mientras los dientes del shanh descendían, Anakin rodó enérgicamente a la derecha. La mandíbula de dientes serrados del animal se clavó en el fango, en lugar de su cuello. El musculoso carnívoro se volvió furioso hacia su presa, con las seis patas tensas, el agujero de la nariz abierto de par en par, y los ojos rojos y convexos flotando como pequeñas y pálidas lunas contra la masa oscura de los brutales hombros de la bestia.

Echándose hacia atrás como un cangrejo, Anakin intentó orientar la Fuerza mientras cogía el sable láser. Lo sacó del cinturón y lo activó... y una garra se lo zafó de la mano de inmediato. El arma aterrizó cerca, justo sobre su interruptor, desactivándose. Eso era lo que ocurría, pensó, cuando se intentaba hacer dos cosas a la vez sin saber cómo. Un verdadero Jedi debía saberlo. Otra dolorosa deuda de todo lo que le quedaba por aprender.

Pero si no hacía algo rápido, sus días de aprendizaje tendrían un final prematuro.

Se puso en pie lentamente, desarmado. Siseando expectante, el shanh le miraba sin parpadear. Al contrario que el pádawan, la bestia no estaba limitada por la necesidad de pensar. Con los músculos tensos bajo el pelo tupido y corto, saltó.

Despojado de su única arma material, Anakin recurrió a lo único que le quedaba. Se concentró como no lo había hecho nunca, y elevó una mano con los dedos estirados.

Su control sobre la Fuerza no era suficiente aún como para empujar al shanh, pero sí como para desviar su mortal trayectoria hacia un lado. El animal pasó de largo, pero le golpeó con las garras delanteras y medias. Anakin se apartó pero quedó herido en un hombro. No gritó.

La sangre caía a borbotones de la herida abierta, que era dolorosa y sucia, pero no profunda. Furioso y confundido, el shanh aterrizó sobre sus seis patas y giró para cargar de nuevo. Mientras lo hacía, Anakin se dirigió a por su sable láser. Sus dedos se cerraron alrededor del cilindro metálico mientras yacía bocabajo. Comenzó a volverse para enfrentarse al siseante adversario. El shanh era un macho grande: potente, rápido, y hambriento. Sabía que sólo le daría tiempo a asestar un golpe. Pero con el sable láser, eso sería suficiente, y cuando fue a darse la vuelta, algo aterrizó con fuerza en su muñeca derecha, presionándola contra el suelo. Casi ciego de dolor, miró hacia arriba y alcanzó a ver un segundo par de ojos rojos y brillantes. A un par de palmos de distancia de los suyos, los ojos se entrecerraron mientras se clavaban en los suyos. El corazón del pádawan se paró por un segundo.

La hembra del shanh se había unido al espectáculo.

Un peso enorme se dejó caer sobre la espalda de Anakin. Todo estaba sucediendo muy deprisa. Utilizar la Fuerza contra un shanh era una cosa, pero ahora había dos. Si intentaba zafarse del macho que tenía sobre la espalda, la hembra le arrancaría la cara de un mordisco. En cambio, si la empujaba a ella para liberar la mano que asía el sable láser, el macho le desgarraría la espalda o engancharía sus mandíbulas alrededor de su cuello. Incluso mientras pensaba esto, se dio cuenta de que estaba malgastando el tiempo.

El macho emitió un siseo creciente, un sonido atormentado como no le había oído nunca. Al mismo tiempo, el pádawan dejó de sentir su peso sobre la espalda. Se había librado del shanh por alguna razón que se le escapaba. Con un adversario menos, recurrió a la Fuerza. Gruñendo de sorpresa, la hembra salió despedida unos cuantos metros. Anakin activó el sable láser.

Antes de que pudiera hacer algo con él, la hembra, aún sorprendida, pero en guardia, volvió a atacar. Justo en mitad del salto, un arco de luz se cruzó con su cuello. Hubo un siseo de dolor, olor a carne quemada, y cayó de bruces sobre el joven, que se zafó del peso utilizando su fuerza.

El enorme macho shanh estaba ahí cerca, tumbado, y le salía humo de la cabeza. Junto a él había una forma que le era familiar. Aunque no era muy alta, a ojos del conmocionado Anakin, la figura adquirió proporciones gigantescas. La desproporcionada figura se desvaneció en una sonrisa dirigida a él.

—Los sonidos pequeños suelen esconder fuentes grandes —vestida únicamente con su túnica, Luminara Unduli desactivó el sable láser y lo dejó caer a un lado—. Un buen vigía tiene que escuchar con algo más que los oídos, Anakin Skywalker. La realidad tiene mil máscaras.

El jadeante Anakin se puso en pie e inclinó la cabeza. —Gracias por darme la vida, Maestra Luminara.

Ella aceptó el agradecimiento con una inclinación idéntica casi imperceptible.

—Tu vida es tuya, Anakin, y yo no soy quién para dada o quitada —el pádawan creyó percibir un brillo en los ojos de la mujer—. Sólo te he ayudado a conservada —se acercó y le echó un brazo al hombro del sorprendido Anakin. Pero la sensación fue increíblemente reconfortante.

Le trajo recuerdos de algo casi olvidado—. Ven conmigo, yo haré el resto de tu guardia.

—Pero no os toca hasta dentro de una hora —protestó él. Una vez más, ella le dedicó una sonrisa cálida.

—Por alguna extraña razón se me ha quitado el sueño de repente. No pasa nada, pádawan. Considéralo como otra experiencia educativa. Algo de lo que aprender. ¿O no? —era una pregunta retórica, pero él reconoció su importancia—. Cuando uno escucha el sonido de un sable láser activándose en mitad de la noche en un lugar extraño, en un planeta desconocido, sabe que no se ha encendido por diversión. Creo que llegué justo a tiempo.

El joven se sentía mejor a cada paso, y asintió.

—Si alguien quiere saber algo sobre tácticas de ataque con un shanh al acecho, creo que podré contarle alguna cosa.

—Probablemente más de lo que quiera saber —ya estaban de vuelta en el campamento. Ella retiró el brazo de su hombro—. Duerme un rato, Anakin. No te preocupes por mí. Estoy acostumbrada a este tipo de cosas.

Hubiera sido un tanto arrogante protestar. Se fue a su lecho, y se tumbó sin meterse dentro. No muy lejos dormían Kyakhta y Bulgan. Otra figura se movió ligeramente, despierta pero sin levantarse. Luminara se aproximó a ella, susurrándole unas palabras a Obi-Wan, que escuchó atentamente, asintió una vez, y volvió a tumbarse. Anakin esperaba una reprimenda. Pero su Maestro se mostró lo bastante sabio, o comprensivo, como para no decir nada. Lo cierto es que tampoco había mucho que decir.

Pero eso no impidió que Barriss le mirara desde su saco. No dijo nada, sólo se lo quedó mirando. Él aguantó todo lo que pudo, que fue poco menos que un minuto.

—Venga, vale —susurró—. Habla, no te calles.

— ¿Decir qué? —preguntó ella inocentemente. Su expresión y su tono eran bastante impertinentes.

—Ya sabes —él peleaba irritado con su saco—. Que he sido negligente en mi tarea. Que estaba soñando despierto en mitad de la noche. Que no estaba prestando atención a lo que hacía. Di lo que quieras. —Sólo me estaba preguntando si estarías bien.

Él recordó su hombro. Su enfado consigo mismo había conseguido ocultar el dolor un momento, pero ahora volvía con toda su fuerza. Pero le alegraba la sensación, y se abrió a ella, dándole la bienvenida. Se lo merecía. Y se merecía también cualquier reproche que le dirigiera Barriss.

Pero ésa no parecía ser la intención de la chica.

—Me pregunto si al Maestro Yoda, que sólo sabe sobre la técnica del sable láser, le habrían pillado con la guardia baja como a ti.

Le sonrió y se dio la vuelta para seguir con su sueño interrumpido. Un remordimiento se abrió paso en la mente de Anakin, pero no dejó que creciera. Estaba claro que la pádawan estaba en lo cierto. Más que en lo cierto. Le había dado algo más en lo que pensar, algo más que tener en cuenta. Se tumbó boca arriba, acosado por el dolor del hombro, y miró a las estrellas con otra perspectiva, distinta a la que había tenido antes del ataque.

El control sobre la Fuerza era algo más que mover objetos de un lado a otro. Uno tenía que ser consciente de ella constantemente, y no sólo en momentos de peligro. No era una armadura que protegiera inconscientemente a los que sabían algo de ella. Respondía únicamente a un esfuerzo voluntario, a un estado de alerta. Ése era el problema. Él sólo estaba alerta a veces.

Pero juró que no volvería a pasar. Desde ese momento, estaría siempre con la Fuerza, en lugar de esperar y convocada de vez en cuando. De nuevo, el destino le mostraba todo lo que le quedaba por aprender.

Pero él, afortunadamente, aprendía rápido.

15

N
o se reunieron en el entorno usual del Consejo de la ciudad, sino en los jardines del domicilio de Kandah, que como delegada de la Unidad, iba a participar en la moción de secesión. Rodeado por los cuatro costados de las dos plantas del edificio, el patio estaba repleto de vida, con flores y fuentes. Al igual que la casa, todo era fruto de los beneficios obtenidos por la familia de Kandah tras años dedicados al comercio. Esos beneficios hubieran sido mucho mayores, pensó ella mientras contemplaba a sus colegas representantes paseando por los senderos, si no hubieran estado sujetos a los impuestos arbitrarios y excesivos de la República.

Pero si todo iba bien, los obstáculos para obtener aún más riqueza pronto serían eliminados.

El patio estaba diseñado para servir de retiro frente al ruido y la actividad de la ciudad. Hoy ofrecía una privacidad distinta con la reunión de representantes y sus asistentes. Estos últimos se fueron marchando, hasta que sólo quedaron los altos cargos, que apuraban sus bebidas y sus preguntas hasta que por fin pudieron reunirse junto a una fuente traslúcida que emanaba agua perfumada.

—Aún es pronto —dijo Garil Volune, uno de los delegados humanos—. No han estado fuera tanto tiempo.

—Seamos realistas, Volune —dijo uno de los ansionianos—. Ya tendrían que haber vuelto —señaló a la calle principal, que discurría más allá del patio y de la mansión—. Deberían de haber vuelto hace días.

—Los Jedi no nos abandonarían —insistió otro delegado—. No es su estilo. Incluso si fallan a la hora de convencer a los alwari, volverían para comunicárnoslo.

El delegado Fargane, el más alto y cultivado de los cuatro representantes ansionianos, sacudió la cabeza con enfado.

—Tienen intercomunicadores. Ya tendrían que haberse puesto en contacto con nosotros. Y si han fracasado o no, a mí me da igual. Yo sólo pido un poco de consideración por parte de aquellos que solicitan mi voto —un siseo de irritación emanó de su agujero de la nariz—. Puedo admitir estar equivocado,
pero jamás toleraré que se me ignore.

Por encima de todos ellos, Tolut ofreció una opinión alternativa.

—Puede que tengan algún problema con los intercomunicadores. Volune le miró sin poder creérselo. Al pequeño delegado humano no le imponía en absoluto el enorme armalal. — ¿Todos ellos? ¿Los cuatro?

Tolut hizo un gesto de irritación. A él tampoco le complacía la continua falta de comunicaciones por parte de los visitantes Jedi.

—No sabemos si todos llevaban intercomunicadores. A lo mejor sólo tenían dos. Dos sí pueden estropearse.

—Los intercomunicadores no se estropean así como así —Kandah respiró hondo—. Si estos Jedi son tan competentes como se dice, se supone que llevarían repuestos. Y seguimos sin saber de ellos.

—Lo más seguro es que hayan fallado en su misión, estén demasiado avergonzados para admitido ante vosotros y hayan abandonado Ansion para informar de su fracaso a sus superiores.

Todo el mundo se volvió para mirar en dirección al orador. Tun Dameerd, otro delegado, le respondió:

—Al contrario que nosotros, tú no eres miembro del Parlamento de Ansion, Ogomoor, y estás aquí únicamente en calidad de invitado. No tienes derecho a opinar sobre las negociaciones en curso.

— ¿Qué negociaciones? —Ogomoor ignoró la advertencia, y dejando a un lado su copa, extendió la mano—. Estos Jedi vinieron aquí y os pidieron que retrasarais la moción de secesión para poder regatear con los alwari y que todos los habitantes del planeta sigan viviendo bajo la opresión asfixiante de la República. Y vosotros accedisteis encantados a darles esa oportunidad —describió un amplio círculo para dirigirse a todos y cada uno de los delegados—. ¿Y cuál ha sido el resultado? Más retraso, más confusión, más de lo que siempre ha recibido Ansion de la República. Si eso no es prueba suficiente de que es hora de cambiar, no sé lo que es —volvió a coger el vaso con indiferencia—. Pero por supuesto tenéis razón al decir que yo soy un mero observador. Aunque sepa que hay muchos esperando ansiosos el resultado del voto final. Un resultado positivo.

BOOK: La llegada de la tormenta
7.04Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Colmillos Plateados by Carl Bowen
Passion's Promise by Danielle Steel
Living History by Unknown
Manhattan Nocturne by Colin Harrison
Avoiding Amy Jackson by N. A. Alcorn