La llegada de la tormenta (34 page)

Read La llegada de la tormenta Online

Authors: Alan Dean Foster

BOOK: La llegada de la tormenta
10.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

***

Aunque la charla trivial discurría más animadamente en aquella reunión que en la anterior, los conspiradores seguían luciendo sus preocupaciones como si fueran joyas. La tensión podía cortarse con cuchillo en el vehículo, a pesar del ambiente aparentemente alegre, un vehículo con capacidad para llevar cómodamente a cincuenta pasajeros, pero que en aquel momento apenas iba lleno a la mitad, incluyendo a los androides de servicio.

A sus pies, la descomunal ciudad—planeta de Coruscant brillaba con tonos dorados al sol de la mañana, mientras la estrella se alzaba sobre el lejano e irregular horizonte de torres y cúpulas. A ninguno de los pasajeros les complacía el momento en el que se había convocado la reunión, pero ninguno pudo negarse a asistir. Había disensiones en el movimiento que requerían una solución inmediata. La mayoría de los participantes pensaban que ya no había tiempo para hablar. Los que estaban a favor de seguir adelante de
inmediato
se habían salido con la suya de un modo casi brusco. Para ellos no era cuestión de acelerar las cosas. Simplemente, por lo que a ellos respectaba, el tiempo de espera había terminado.

Y ésa parecía ser la opinión general en el compartimento de acero transparente. El entrechocar de las copas de los individuos lujosamente ataviados que brindaban entre sí por el cercano triunfo, daba a entender que la moción de secesión ya había sido firmada y aprobada. Las bromas sobre la cara que pondrían ciertos políticos conocidos y abiertamente impopulares al saber la declaración que se produciría en breve, hacían surgir la risa entre los asistentes.

Pero había unos cuantos que no terminaban de unirse a la impetuosa celebración. Y entre ellos destacaba Shu Mai, que mostraba una expresión humilde y un gesto conciliador. Contemplaba distraída a través del panel de acero transparente el paisaje interminable de residencias y fábricas, jardines e instalaciones urbanas que se deslizaba bajo ellos. El cielo estaba repleto de naves similares pero mucho menos notables, que transportaban de un lado a otro a seres que se dirigían a su domicilio o a su trabajo. Sólo en Coruscant residían miles de millones, y en la galaxia se repartían billones de ellos, y el destino de todos dependía en mayor o menor grado de la decisión que estaban a punto de tomar los que viajaban en aquel vehículo.

Ella sabía que se trataba de una gran responsabilidad. Demasiada para un individuo. Pero ella estaba preparada. Como presidenta del Gremio de Comerciantes, era su obligación tomar semejantes decisiones. Tarde o temprano, todos los seres vivos tenían que enfrentarse a su destino. La mayoría le daban la espalda. Ella intentaba acoger al suyo con los brazos abiertos.

Alguien tenía que dar un paso adelante y decir lo que había que decir.

La celebración de la victoria se estaba descontrolando, sobre todo teniendo en cuenta que aún no había habido victoria. Se abrió paso hasta el final de la cabina, y se subió a un pequeño escalón. No era una plataforma en condiciones, pero tampoco se estaba dirigiendo al Gremio.

— ¡Aún es pronto! —exclamó Shu Mai lo bastante alto como para que su voz se elevara por encima del murmullo.

La conversación se apagó de inmediato. Todos se giraron para mirarla.

—Demasiado pronto —añadió en un tono más suave pero frío como el acero—para revelar nuestras intenciones, y a nosotros mismos.

—Perdonadme, Shu Mai —dijo un humanoide delgado pero bien formado que representaba a tres planetas—. No sólo no es demasiado pronto, sino que,
sssst
, ya es la hora. Ya hemos esperado bastante este momento.

Un murmullo de aprobación generalizado siguió a esta declaración. Shu Mai no se sintió intimidada. Nunca lo hacía. Los que se acobardaban fácilmente no llegaban a ser presidentes del Gremio de Comerciantes.

—Todo por lo que hemos trabajado hasta ahora está en juego. Toda la preparación, los planes medidos con fineza, están comenzando a dar su fruto. Nada podría destrozar nuestro sueño excepto una aparición prematura.

—Nada podría hacemos perder el caprichoso apoyo de aquellos planetas que aún dudan, excepto retrasamos todavía más —gritó alguien desde el fondo de la reunión. El murmullo de aprobación se dejó oír de nuevo, esta vez con más fuerza.

Shu Mai alzó ambas manos pidiendo silencio. Le concedieron su atención porque era de los suyos: la respetaban no por su insistencia, sino por el papel que tenía en el Gremio. En el exterior pudo verse un deslizador policial acercándose para inspeccionar el interior del lujoso vehículo. El transporte aéreo estaba Sellado y aislado de la vigilancia exterior mediante la tecnología más avanzada, pero aun así Shu Mai esperó a que el otro se perdiera de vista para continuar.

—Amigos míos, todos me conocéis. Sabéis que tanto yo como el resto del Gremio sentimos una profunda devoción por la causa. Desde hace ya muchos años, hemos trabajado juntos, planeado juntos, mantenido el secreto juntos para que el Senado no conociera nuestras intenciones. Los animales más sabios son los que saben esperar a que la fruta madure para comérsela. Si la arrancas demasiado pronto puedes envenenarte.

Una figura musculosa se abrió paso hasta llegar a Shu Mai, que se encontró cara a cara con Tam Uliss.

—Pero si esperas demasiado, la fruta se pudre —el industrial no sonreía—. Tenemos que hacerlo.
Siento
que ahora es el momento.

Shu Mai se bajó del altillo.

— ¿Ahora basas tus decisiones en tus
sentimientos
, amigo mío?

—No de la Fuerza, no, pero conozco a la gente —señaló a la multitud congregada a su espalda—. Conozco a esta gente. Han esperado y han trabajado muy duro para que llegara la hora. Y yo también.

—Yo sería la última en negarle a alguien su momento —replicó Shu Mai con suavidad—. Sólo quiero asegurarme de que sea el correcto —a su derecha, el senador Mousul asintió sombrío. Shu Mai llevó su mirada más allá de Tam Uliss y elevó la voz de nuevo—. Tenemos que esperar a que Ansion declare la secesión. Ese planeta sigue siendo la clave. La repulsa generalizada por la corrupción y la burocracia de la República va en aumento, pero hasta el explosivo más sensible requiere de una chispa que lo haga explotar. La retirada de Ansion ejercerá como detonador, y sus intrincadas alianzas arrastrarán tras él a los malarianos y a los keitumitas. Será la excusa perfecta para actuar.

—El movimiento ya es lo suficientemente fuerte —objetó el industrial—.
Podríamos
esperar a Ansion y al resto, desde luego. Pero al hacerla podríamos perder otros apoyos vitales. Si nosotros empezamos, Ansion nos seguirá dócilmente.

— ¿Estás seguro de eso, amigo? ¿No te cabe duda? Mientras nosotros estamos aquí charlando, hay varios Jedi en Ansion —el murmullo de confusión que siguió a este comentario hizo patente que ninguno de los presentes estaba al tanto de lo que sucedía en el planeta clave—. Jedi trabajando para que Ansion, y, por consiguiente, los malarianos y los keitumitas permanezcan en la República.

Uliss entrecerró los ojos.

—El senador Mousul y vos me dijisteis que ya se estaban ocupando de ellos.

—Y así es —le aseguró Shu Mai—. Pero cuando hay Jedi de por medio nada es seguro hasta que se ha completado. En cuanto el senador reciba noticias de que los Jedi han sido suprimidos y que los delegados de la Unidad de Comunidades de Ansion han votado en favor de la secesión, actuaremos. No antes. Necesitamos que Ansion y los otros declaren su retirada para poder llevar a cabo con seguridad el resto del plan.

—No —insistió alguien entre el grupo—, no más esperas. ¡Basta de esperar! ¿Qué más da esta semana o la que viene? ¡Yo digo que nos movamos ya! Ansion y el resto nos seguirán. ¡Con Jedi o sin ellos!

— ¿"Con Jedi o sin ellos"? —la repetición de Shu Mai de la proclamación del insistente orador se ahogó en un mar de gritos de apoyo y exclamaciones de aprobación—. Muy bien: dado que la mayoría está a favor de entrar en acción, no tengo más opciones que concederle el deseo —hubo expresiones de júbilo en varios idiomas—. Sólo os pido que esperemos unos pocos días más.

— ¿Unos pocos días? —replicó alguien—. ¿Y qué más da un día más o menos? ¡Estamos ante un punto de inflexión en la historia de la República!

La ansiosa voz del senador Mousul se alzó por encima del clamor. —Si como decís no importa un día más o menos, entonces podemos esperar.

Enfrentándose a sus inexpresivos co-conspiradores, Uliss sonrió condescendiente.

—Dado que unos pocos días no marcan diferencia alguna, os los concedemos. Pero —añadió subiendo la voz para hacerse oír entre las protestas de sus seguidores—solamente unos pocos. Si pasa ese periodo y Ansion no ha votado aún, actuaremos tal y como llevamos preparando tanto tiempo —clavó la mirada en Shu Mai— y los que no se unan a nosotros lamentarán quedarse atrás.

No llegaba a ser una amenaza... pero casi. La respuesta de la presidenta del Gremio de Comerciantes fue una de sus sonrisas.

—Podría pedir una votación sobre esto aquí y ahora, pero no soy ni ciega ni sorda. Veo y oigo por dónde sopla el viento. Que no se diga que no soy capaz de escuchar. Estamos de acuerdo, entonces. Unos cuantos días más serán suficientes —alzó la mirada por encima del industrial para contemplar al expectante grupo—. Me hago cargo de vuestros deseos, amigos míos, y haré todo lo posible por que nuestros planes salgan a pedir de boca.

Los silbidos dieron paso al júbilo. Shu Mai asintió complacida. Estaba acostumbrada a la aprobación general, y sabía que gozaría de ella aún más en el futuro. Mucho más.

Mientras tanto, el senador Mousul y ella tenían mucho que hacer. Tam Uliss no había hecho sino garantizarlo.

***

Era difícil creer que tras todo lo que habían pasado hubiera llegado al fin el momento, si no de la verdad, por lo menos de debatirla. Sus vestiduras estaban diseñadas para repeler la suciedad, pero no para soportar días a lomos de un suubatar gigante, por no mencionar todo lo demás.

Aun así, con la ayuda de Bayaar y otros miembros del clan, hicieron lo posible por parecer presentables ante el Consejo. Cuando llegara el momento de la audiencia, Luminara estaba segura de que causarían la impresión de los itinerantes Jedi más imponentes que habían permitido las circunstancias.

Decorada con penachos, bordados de complicada elaboración y colgantes importados de metal trabajado, la sala de audiencias de los borokii esperaba su presencia. Los ancianos ya estaban dentro, esperando a escuchar lo que los alienígenas que habían conseguido la lana del surepp albino tenían que decides. Los guardias de honor que flanqueaban la entrada. Habían sido seleccionados entre los mejores guerreros, pero estaban en posición de descanso. Tras la extraordinaria exhibición de habilidades de a noche anterior, ni siquiera al más valiente se le pasaba por la cabeza desafiar los rápidos reflejos de los extranjeros.

Luminara se detuvo ante la entrada, y se dirigió a los tres guías.

—Vosotros tenéis que esperar aquí. No sois representantes del Senado la República, y no podemos permitimos distracciones durante el encuentro.

Kyakhta y Bulgan asintieron comprensivos. El gwurran también lo comprendió, pero eso no le impidió tener algo que objetar.

— ¡Tooqui no distrae! Tooqui calladito, dice nada, nada, boca cerrada como grieta en la roca, casi tan silencioso como...

—Como nada, Tooqui —dijo ella poniendo el dedo sobre la boca sin labios de la criatura—. Ésta es nuestra misión y es nuestro momento. Ya te lo contaremos cuando salgamos.

El gwurran cruzó los brazos y resopló con su agujerito de la nariz.

—Los humanos ya no necesitan a Tooqui cuando salgan. ¡La caraplato de humanos más fácil de leer que entrañas de gogomar!

— ¿Has oído? —le susurró Anakin a la expectante Barriss—. Tienes cara de criadillas de gogomar.

—Vaya, gracias —le respondió ella mientras entraban en la estructura—. Tú tampoco es que seas una belleza.

Se suponía que ella bromeaba también, pero prefirió no haber visto el gesto que se dibujó en el rostro del joven.

El Consejo se componía de doce ancianos de ambos sexos. Estaban sentados en un semicírculo ligeramente elevado frente a la entrada. Salvo alguna excepción, todas las crestas eran blancas o grises, menos alguna que tenía puntos o rayas negras. Mientras los extranjeros se iban sentando, un miembro de muy avanzada edad elevó una mano a modo de saludo, con los tres dedos estirados.

—Os damos la bienvenida al Consejo del clan, y escucharemos lo que tengáis que decir. Se harán preguntas. Es de esperar que reciban respuestas.

Así de sencillo, así de directo. Obi-Wan hizo las presentaciones repitiendo lo que ya les habían contado a los yiwa, a los qulun y a los gwurnm, explicando la razón de su estancia en Ansion y por qué era tan importante que los alwari estuvieran de acuerdo con la propuesta del Senado. Les contó que no sólo era el futuro de Ansion lo que estaba en juego, sino el de toda la República. No había necesidad de adornar las palabras, lo que tampoco era el estilo Jedi. Semejantes florituras eran más propias de diplomáticos profesionales. Obi-Wan era un gran orador, pero no le gustaba nada hablar por hablar.

Cuando terminó, dio un paso atrás y se colocó junto a Luminara en un asiento dispuesto para ello. Como mandaban las jerarquías, Anakin y Barriss estaban detrás de sus Maestros.

Su exposición provocó una gran cantidad de comentarios silenciosos pero enérgicos. Uno de los miembros, una hembra anciana formuló una pregunta más propia de un qulun.

—Entendemos los beneficios que podrían obtener los alwari de la propuesta. ¿Pero qué obtendría el Senado?

—La garantía de que las leyes serán respetadas y de que Ansion permanecerá en la República —respondió Luminara sin dudado—. Si Ansion se va, arrastrará a los malarianos y a los keitumitas. El pacto conservará a la República íntegra.

—Pero Ansion no es un planeta poderoso —señaló otro de los ancianos—. ¿A qué viene tanto interés en nuestras disputas internas, los problemas fronterizos con la Unidad y demás?

—Una grieta pequeña puede provocar el hundimiento de una gran presa —le dijo Obi-Wan—. Es cierto que Ansion no es un planeta poderoso por sí mismo, pero se encuentra en mitad de una red de múltiples alianzas, que es necesario conservar en la estructura de la República.

—No hemos oído hablar de toda esta historia de la secesión que parece preocupar tanto a la gente de la ciudad —comentó otro miembro del Consejo.

Other books

Florence and Giles by John Harding
The Becoming Trilogy Box Set (Books 1-3) by Raven, Jess, Black, Paula
Once Was a Time by Leila Sales
City Wars by Dennis Palumbo