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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (21 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Shu Mai elevó el vaso para mirar el líquido al trasluz. Era de color dorado.

—Ése es tu trabajo, amigo mío. Yo controlo al Gremio y tú mantienes a raya los intereses políticos y comerciales del lugar. Actuaremos cuando sea el momento. Antes no.

Mousul sintió algo de aprensión ante lo que pareció ser una orden, pero por fuera sonrió y asintió. Por ahora, ella estaba al mando. Que soñara con sus visiones de grandiosidad personal. Pero cuando Ansion se escindiera y Mousul fuera nombrado gobernador del sector, las posiciones cambiarían. Entonces sería Shu Mai y su Gremio los que vinieran a pedirle favores. En ese momento, sus ojos se encontraron con los de ella.

—Esos Jedi lo complican todo. Independientemente de lo que piensen Uliss y el resto, no se podrá llevar a cabo una votación legítima hasta que terminemos con ellos. He estado en contacto con nuestro agente en Ansion y me ha asegurado que los visitantes serán neutralizados.

—Espero que así sea —Shu Mai suspiró mientras se recostaba en la tumbona—. Ojala pudiéramos atraer a los Jedi a nuestra forma de pensar. Sería todo increíblemente más fácil.

—Eso no ocurrirá —Mousul removía con el dedo su bebida para mezclar los narcóticos que contenía—. No se les puede doblegar.

La presidenta del Gremio de Comerciantes se encogió de hombros.

—A lo mejor no son tan inflexibles como tú piensas.

Mousul parpadeó asombrado.

— ¿Qué quieres decir?

—El tiempo será el que lo diga todo. Mientras tanto, los acontecimientos de Ansion se desarrollarán a su ritmo y nosotros esperaremos y convenceremos al resto de que haga lo mismo.

Dio un trago a su bebida sin narcóticos.

Mousul gruñó y guardó silencio. Un hombre de negocios de la brusquedad de Tam Uliss no era nada comprensivo. Era cierto que la vida era transitoria y no podían empujar precipitadamente la puerta de las grandes oportunidades para que se abriera. Un movimiento prematuro podría significar perderlo todo. Si Uliss y el resto conseguían mantener la calma, el futuro sería suyo.

Debajo de los dos conspiradores que se tostaban al benigno sol de Coruscant, miles de seres menos afortunados bullían en los enormes edificios de doscientas plantas cuya azotea era el lago Savvam.

***

Si no hubiera sido por aquello de que tenían una misión que cumplir, a los viajeros les hubiera encantado permanecer en el tranquilo y bucólico campamento un día y una noche más. Pero como siempre, el tiempo y el deber apremiaban.

La ruta que les habían propuesto los yiwa les llevó a una pequeña cordillera que se extendía sin interrupciones por todo el horizonte en dirección norte. Kyakhta y Bulgan no sabían los nombres de las elevaciones, pero había una o dos dignas de ser llamadas montañas. La inclinación del terreno era poco pronunciada, con apenas un par de cuestas que antes fueron cuencas de ríos, pero que no eran obstáculo para las patas maravillosamente largas de los suubatar. Aun así, para ahorrar tiempo y esfuerzo a los animales, los viajeros decidieron abrir la marcha por uno de los pequeños valles que se abría entre las colinas. Ninguna de las vertientes tenía un ángulo especialmente elevado. Luminara pensó que la erosión debía de haber reducido aquellas montañas hacía mucho tiempo.

Iba al lado de Kyakhta y se dio cuenta de que el guía estaba más alerta de lo normal.

— ¿Hay algo que te preocupe, Kyakhta?

—No, Maestra Luminara. Pero a los alwari no nos gusta este tipo de paisaje, preferimos las llanuras lisas, las planicies y los espacios abiertos. Hemos nacido en las amplias praderas y no nos encontramos cómodos en sitios cerrados —señaló la cuesta—. Mi mente me dice que hay pocos sitios en los que esconderse ahí arriba, mis ojos me dicen que no hay peligro que temer, pero mi corazón está lleno de preocupaciones que me inculcaron desde niño, cuando mi cresta era apenas una línea de pelusilla. Las viejas sospechas nunca mueren.

Miró en la misma dirección e intentó animar al guía.

—Si te ayuda, yo tampoco veo ninguna fuente de peligro. Y eso era porque no podía verse. Sólo sentirse.

El eterno viento de Ansion se dejaba caer entre las colinas ondulantes, reforzado por las estribaciones de cañones y barrancos. Tampoco era un ciclón, pero era lo suficientemente fuerte como para que los viajeros se cubrieran la boca y la nariz con un paño protector.

Bulgan se incorporó de repente en el asiento. Sin duda había visto algo, pensó Obi-Wan.

El Jedi no pudo preguntar qué había sido.

— ¡Chawix! —exclamó Bulgan. Agarró las riendas de su suubatar y comenzó a mirar alrededor frenéticamente. Al oír el grito de alerta de su amigo, Kyakhta giró su suubatar rápidamente hacia una cavidad que acababan de pasar.

— ¡Cabalgad hacia aquí, deprisa!

Incapaz de ver ningún peligro, Luminara siguió a Kyakhta y apenas tuvo tiempo de ordenar al suubatar que se agachara para desmontar. El guía apareció frente a ella.

—Quedaos aquí, Maestra Luminara —se volvió para mirar atrás y entonces se pudo ver algo que cruzaba rápidamente la abertura de la cueva—. Creo que aquí estaremos seguros, pero si salís os exponéis a que os intercepte una ráfaga de viento.

— ¿Y eso qué tiene de malo?

Se retiró de la cara el pañuelo y miró fuera. No se vía nada excepto el estrecho paso por el que habían estado avanzando y la cuesta de la colina al otro lado.

—Podríais interceptar una ráfaga de viento que llevara una chawix. Obi-Wan se aproximó junto a su compañero para estudiar la aparentemente inofensiva cañada.

— ¿Qué clase de animal es una chawix?

—No es un animal —explicó el guía—. Es una planta.

Kyakhta se giró y se agachó. A medida que se aproximaba a la entrada de la abertura y a las primeras piedrecillas de la soleada garganta, se tumbó bocabajo y les indicó que le siguieran.

Tumbados en el suelo pudieron ver cómo se aproximaban, primero unas pocas, y luego unas docenas de una especie de matorrales con ramas enredadas que les pasaban de largo. Ligeros y propulsados por el constante viento de la cañada, a veces golpeaban el suelo, pero se volvían a elevar y avanzaban una considerable distancia antes de volver a caer de nuevo y volver a subir.

—No es bueno que te coja una chawix.

Bulgan se colocó al lado de los Jedi con los dos pádawan siguiéndole de cerca.

—Ya veo que puede ser algo incómodo —pensó Barriss en voz alta.

Se mostraba interesada, pero no encantada. Arrastrarse por el fango no era uno de sus pasatiempos preferidos—. Pero no veo la razón para asustarse.

—Es probable que lo que les preocupa a nuestros amigos es que una de esas cosas golpee a un suubatar en la cara —Anakin se protegió los ojos del polvo y de la luz mientras observaba los matojos pasar por delante de su refugio rocoso—. Me parece que tienen espinas.

Mientras el grupo contemplaba la escena, un membibi salió de su guarida al otro lado y comenzó a subir la colina hacia otra entrada. El pequeño insectívoro cuadrúpedo carecía de pelo, tenía la piel blanquecina, una larga cola y un morro alargado y protuberante, y apenas levantaba un palmo del suelo.

Una chawix volaba girando impulsada por el viento y aterrizó justo encima del escurridizo membibi. Luminara supuso que en ese momento volvería a elevarse, igual que se elevaba de la superficie rocosa. Pero no lo hizo.

Al notar la proximidad de la carne, extendió una docena o más de espinas del tamaño de un dedo, como un felino sacando las garras. El membibi soltó un grito al sentir la perforación de las púas y cayó de lado, dando patadas. En pocos minutos estaba muerto. La chawix, asegurando su posición con las espinas clavadas en profundidad en la carne del animalillo, comenzó a alimentarse del membibi muerto. Los viajeros pudieron ver desde el otro lado cómo se iban oscureciendo las pálidas púas hundidas al alimentarse de la carne licuada de la víctima.

—Así que la chawix es una planta carnívora que se sirve del viento de Ansion para ir de un lado a otro— Obi-Wan se retiró al fondo de la cavidad pero mantenía toda su atención en el desfiladero—. No creo que un par de anteojos protectores sirvieran de mucho.

—El membibi ha muerto casi instantáneamente —dijo Luminara.

Bulgan gruñó.

—Las espinas contienen un veneno nervioso muy potente. Membibi o persona, a la chawix le da igual. Y al veneno también.

—Primero los kyren y ahora las chawix. Dos ejemplos de formas de vida que se basan en las constantes corrientes de aire para alimentarse —ella sacudió la cabeza—. Ahora entiendo por qué un día tranquilo en las llanuras de Ansion es un día de fiesta para los alwari.

—En las ciudades estaríamos más seguros —admitió Kyakhta—.

Pero no seríamos libres. Y tampoco seríamos alwari.

Bulgan estuvo de acuerdo.

—Prefiero ser libre entre los peligros de la pradera que vivir hacinado en un cuchitril en Cuipernam, y las ciudades también tienen su peligro.

Su amigo silbó a modo de confirmación.

—No hay hutt en las planicies abiertas. Me encantaría ver a Soergg enfrentándose a unas cuantas docenas de chawix voladoras.

Bulgan asintió enérgicamente.

—Ese enorme saco de grasa alimentaría a un bosque entero de chawix. ¡Crecerían hasta convertirse en árboles!

—Ese Soergg el hutt —les preguntó Luminara—, el que os envió a capturar a Barriss… ¿Os llegó a decir para qué la quería?

Los dos alwari se miraron.

—Nuestras mentes funcionaban de otro modo en aquel tiempo, pero no, no creo que mencionara en ningún momento la razón.

Bulgan confirmó la respuesta de su amigo.

—Yo pensaba que quería pedir un rescate. Normalmente para eso se secuestra a alguien, ¿no?

—No siempre —se giró a la derecha—. ¿Obi-Wan? El otro Jedi parecía aún más pensativo de lo habitual.

—Sabemos que hay elementos a los que les gustaría vernos fracasar en esta misión, y a los que les complacería ver la secesión de Ansion y su aliados de la República. Primero os atacan a vosotras dos, y luego les ordenan a ellos que secuestren a Barriss.

—No tenía que ser ella necesariamente —Bulgan señaló a la pádawan de Luminara—. Nos dijeron que nos lleváramos a cualquiera de vuestros aprendices.

Obi-Wan hizo un gesto de impaciencia.

—Para el caso es lo mismo. Un hutt no se atrevería a desafiar a la Orden a menos que el beneficio fuera considerable. Lo que nos lleva a la interesante pregunta de quién pagó al tal Soergg para que llevara a cabo el secuestro, y probablemente también el primer ataque.

—No tenemos pruebas de que el hutt esté involucrado en eso también —señaló Luminara—. Pero sería bastante lógico.

Él asintió.

—Han intentado detenemos dos veces, por lo que se hace obvio que lo volverán a intentar. Tendremos que estar muy alerta cuando regresemos a Cuipernam.

—Ahora que sacas el tema de la persona que contrató al hutt, Obi-Wan… —Luminara vio a la última chawix pasar de largo por la entrada de la hendidura mientras rebuscaba entre sus recuerdos—. Hay muchas facciones poderosas entre los secesionistas. Algunos son más radicales que otros. Si pudiéramos encontrar al que contrató al hutt, podríamos plantear el caso ante el Senado, y de esta forma pararles los pies.

Obi-Wan suspiró.

—Tienes más confianza en el Senado que yo, Luminara. Primero designarían un consejo para estudiar el caso. Luego el consejo crearía un informe. El informe se presentaría ante el comité. Entonces el comité emitiría un comentario basado en el informe. Y el comentario sería pospuesto hasta que el Senado tuviera tiempo de realizar una votación sobre el informe. Las recomendaciones se basarían en el resultado de la votación, a menos que se decidiera volver a enviar el informe al comité para estudiarlo más a fondo —le dirigió una mirada—. Para entonces, a Ansion y a sus aliados ya les habría dado tiempo de escindirse de la República, formar su propio gobierno, tener una guerra civil, disolverlo, y formar otro. Habría que vivir tanto como el Maestro Yoda para ver el resultado final.

Anakin escuchaba al Jedi dándole la razón en silencio. Presentar algo al Senado no servía para nada. Para eso los Jedi eran los mejores: para hacer las cosas de una vez sin tener que preocuparse de obtener la aprobación del interminable e inútil debate del Senado. Un buen sable láser era mucho mejor que cualquier sarta de palabrería confusa.

Se apartó un poco del grupo y se apoyó contra la pared de la cavidad, mirando distraído a las letales plantas que seguían pasando. Ahora había menos. Pronto podrían volver a ponerse en marcha. Barriss le vio ahí solo y se acercó, abordándole.

— ¿No te parecen interesantes unas plantas carnívoras voladoras? La verdad es que no hay nadie que se aburra tan pronto con maravillas de otros planetas, Anakin.

Él la miró.

—No es eso, Barriss. Tengo otras cosas en la cabeza —se incorporó alejándose de la pared—. Supongo que estoy impaciente por acabar de una vez con esta misión —señaló con la cabeza al desfiladero—. Por ejemplo, si tuviéramos un deslizador no tendríamos que preocupamos de cosas como las chawix. De los kyren puede, pero no de las chawix —se llevó una mano a la espalda—. Y no me dolería tanto el trasero.

Ella sonrió.

— ¿No te adaptas a la silla?

—Hay pocas cosas en este mundo a las que me adapte. Me gustaría estar en otra parte.

—Curioso mundo esa Otra Parte. He oído hablar mucho de él. La expresión del joven cambió.

—Te estás burlando de mí.

—No, no lo hago —insistió ella, aunque su tono y su expresión eran confusos—. Es sólo que a veces pareces demasiado centrado en ti mismo como para ser un Jedi. Demasiado concentrado en lo que te conviene y lo que es bueno a Anakin Skywalker, en oposición a lo que es bueno para sus colegas y para la República.

—La República —señaló hacia los Jedi que conversaban con los guías—. Tendrías que ver cómo habla el Maestro Obi-Wan a veces de la República. De lo que le está pasando, de lo que sucede en el gobierno.

— ¿Te refieres al tema del movimiento secesionista?

—A eso y a otras cosas. No me malinterpretes. El Maestro Obi-Wan es un auténtico Jedi. Cualquiera puede darse cuenta. Cree en todo lo que los Jedi creen y por lo que luchan. Pero tal y como yo lo veo, eso es una cosa, y creer en el gobierno actual es otra.

—Los gobiernos están siempre cambiando. Son un organismo mutable —mientras hablaba, la pádawan observaba fascinada cómo una chawix acababa con el último de los membibi—. Y como organismo viviente, siempre está creciendo y madurando.

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