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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (16 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Obi-Wan y ella cabalgaban arropados en la serenidad que caracteriza a los Jedi adultos, pero sus pádawan no estaban tan cómodos. El incidente con los gairk les había dejado un poco nerviosos, y a pesar de lo confortables que eran sus altas sillas a lomos de los suubatar, seguían viendo todo lo que se movía como una amenaza en potencia. Luminara contemplaba las reacciones de Barriss casi divertida, pero se guardaba de hacer comentarios. No había nada comparable a la experiencia práctica de enseñar a un pádawan cuándo saltar y cuándo relajarse.

Y en cuanto a Anakin, a veces parecía ansioso por que se produjera otro ataque, como ávido de una oportunidad para probarse a sí mismo. Obi-Wan le había hablado de su excelente manejo del sable láser. Pero lo que realmente era importante era saber cuándo no era necesario usarlo. Aun así, le costaba criticado. Se le veía tan deseoso de impresionar, de agradar.

La bandada de ongun-nur fue una inmejorable lección. Llegaron planeando desde el Oeste, oscureciendo el cielo con sus enormes alas en forma de globo. Era normal pensar que aquellas enormes criaturas voladoras, con sus largos y curvados picos y los brillantes ojos azules, podían representar una amenaza. Al verlos comenzar a descender, Anakin sacó el sable láser pero sin activarlo, y Barriss se aseguró de que tenía el arma a mano.

La bandada se acercó cada vez más, y no daban la impresión de ir a girar para esquivar a los suubatar. El dedo índice de Anakin acariciaba nervioso el botón de encendido de su sable láser. Barriss no pudo más y cabalgó hasta ponerse aliado de su Maestra.

—Maestra Luminara, ¿no deberíamos hacer algo? —dijo señalando a la bandada—. Esas cosas, sean lo que sean, vienen directamente hacia nosotros.

Luminara señaló con la cabeza, pero no a los ongun-nur, sino a Kyakhta.

—Mira a nuestros guías, Barriss. ¿A ti te parecen asustados?

—No, Maestra, pero eso no significa que no lo estén.

—Tienes que estudiar más a fondo a otros seres, querida. Observa a los seres inteligentes de otros planetas y fíjate bien en cómo reaccionan ante un posible peligro. Fíate de tus sentidos. Mantente siempre alerta. Pero tampoco saques conclusiones precipitadas —alzó una mano para señalar a los pájaros, que ya casi estaban sobre ellos—. Sólo porque algo sea grande y su apariencia te intimide no hay razón para pensar que es peligroso. Mira cómo se los lleva el viento.

Era cierto. Barriss se dio cuenta de que a pesar de su gran tamaño, no volaban, flotaban. Se acercaban rápidamente a la caravana, pero no con intenciones de atacar, sino con la esperanza de poder quitarse a tiempo. En el último momento, las enormes criaturas voladoras pudieron alterar su trayectoria de descenso justo lo suficiente como para pasar rasantes sobre los viajeros. Y pasaron tan cerca que Anakin y Barriss se vieron obligados a agacharse involuntariamente. La pádawan observó que las alas de las aves eran finas como el papel, y sus grandes cuerpos estaban llenos de aire en lugar de músculo. Los ongun-nur iban hacia donde les llevaba el viento, incapaces de volar contra él. Lo más probable era que al ver a los suubatar y a sus jinetes dirigiéndose hacia ellos, los miembros de la bandada hubieran sentido más miedo que ninguno de los de la caravana.

Fue una aparición muy instructiva, y Barriss aprendió la lección, almacenándola como siempre en la memoria. Desde ese momento, comenzó a prestar más atención a la reacción de los guías que a cualquier fenómeno que se manifestara en el cielo o en la tierra. Pero precisamente por eso, se sintió justificada al alertarse cuando Kyakhta y Bulgan se detuvieron y se incorporaron en sus monturas.

Estaban en la cima de un monte, mirando un pequeño valle que se había formado en la pradera. En el centro de la depresión se había formado un lago considerablemente grande pero poco profundo, que, a excepción del centro, estaba repleto de unos peculiares juncos azulados. En un extremo del lago, había asentado un campamento. Una improvisada cerca contenía una manada de dorgum domesticados y enormes awiquod. El humo salía por las chimeneas de las chozas hechas de materiales prefabricados de importación. Cada una tenía un tejado de material solar anamórfico que convertía directamente en energía la abundante luz solar de Ansion.

Luminara y Obi-Wan se adelantaron con sus suubatar hasta flanquear a Kyakhta y Bulgan. Los guías se estiraban hacia adelante para contemplar el campamento por encima de las cabezas de sus monturas.

— ¿Son borokii? —preguntó Luminara esperanzada.

—Por el tipo de campamento yo diría que son yiwa —le respondió Kyakhta—del qiemo adrangar. No es un clan minoritario, como los eijin o los gaxun, pero tampoco es uno de los principales, como los borokii o los januul.

— ¿Por qué hay hogueras si tienen energía? —preguntó Obi-Wan escudriñando las chozas solares.

—Tradición —Bulgan giró su contrahecha figura para mirar al hombre con el ojo bueno—. Ya es hora de que aprendáis, Jedi, lo importante que es para los alwari… y para el éxito de la misión.

Obi-Wan aceptó la corrección agradecido. La rectificación de un error por parte de otros era algo que contribuía a la sabiduría de uno; por lo tanto no era algo ante lo que hubiera que ofenderse, sino todo lo contrario.

Kyakhta señaló hacia abajo.

—Vienen a recibimos. Los yiwa son un clan orgulloso. Siempre están en movimiento, más que la mayoría de las otras tribus. Quizá sepan algo de los borokii… espero que nos lo cuenten.

— ¿Y por qué no habrían de hacerlo? —preguntó Luminara directamente.

Bulgan parpadeó con el ojo bueno.

—Los yiwa son muy irascibles, se ofenden enseguida.

—Entonces nos comportaremos como mejor podamos —dijo Obi-Wan girándose en la silla—. ¿A que sí, Anakin?

El pádawan frunció el ceño.

— ¿Pero por qué me miráis todos a mí?

Los yiwa se acercaron subiendo la ligera cuesta a lomos de unos sadain. Estos animales de monta tenían cuatro patas, y eran fuertes y robustos. Tenían cuatro ojos en las redondas caras y, en contraste con los suubatar, lucían unas largas orejas que se elevaban ligeramente en la parte superior. Al contrario que el ágil suubatar, el sadain se empleaba como animal de tiro por su resistencia, y no por su velocidad al recorrer grandes distancias. Aquellas impresionantes orejas eran casi transparentes, y Obi-Wan pensó, contemplando la luz del sol traspasando las membranas venosas, que probablemente serían de gran ayuda para detectar a los temibles shanh y a otros depredadores potenciales de los rebaños de los yiwa.

El grupo de bienvenida redujo la marcha. Eran unos doce, e iban ataviados con todo tipo de objetos bárbaros. Las campanillas hechas a mano y los colmillos pulidos que provenían de alguna de las menos benignas faunas de Ansion se alternaban con brillantes y abalorios modernos importados de mundos ajenos a la República. Los jinetes llevaban las crestas teñidas con gran variedad de colores y gamas, y la calva de ambos lados de las mismas lucían tatuajes de complicados dibujos ansionianos tradicionales. Su aspecto era el vivo reflejo de lo establecido y lo moderno, que es justo lo que uno esperaría en un mundo como Ansion.

Dos de ellos llevaban intercomunicadores que indudablemente les mantenían en contacto ininterrumpido con el campamento, y había otros que portaban armas que parecían de todo menos primitivas.

Aprovechando que su montura era mucho más elevada, Kyakhta se acercó un par de pasos y se identificó, así como a sus compañeros. Los yiwa le escucharon impertérritos. Cuando terminó, uno de los yiwa, que llevaba una capa hecha con pieles rayadas de shanh, hizo avanzar también a su sadain. Sus saltones ojos, de un color entre el rojo y el marrón, dirigían alternativamente una mirada recelosa a los alwari y a los forasteros. Luminara pensó que el primer comentario iba a estar dirigido a ella o a sus compañeros humanos, pero se equivocó. El adiestramiento intensivo de dialectos más frecuentes que les impartieron antes de partir hacia Ansion demostró no haber sido tan inútil. El dialecto yiwa era cerrado, pero se podía entender.

—Soy Mazong Yiwa. ¿Qué hacen unos descastados cabalgando suubatar?

Kyakhta tragó saliva. A Obi-Wan le chocó la facilidad con la que el guía se dejó impresionar.

—Solicitamos tu comprensión, noble Mazong. A pesar de no tener culpa ninguna, mi amigo y yo —señaló a Bulgan—nos hemos visto obligados a recorrer la senda de los descastados. Hemos sufrido enormemente, hasta que, hace poco, hemos recuperado la salud, si bien no el clan, gracias a estos sabios y generosos forasteros. Son representantes de la República de la galaxia y vienen a negociar con los borokii.

Mazong se inclinó a la derecha y escupió deliberadamente a los pies del suubatar de Kyakhta. El gigantesco animal no se inmutó. Anakin comenzó a ponerse nervioso pero, al ver que su Maestro parecía sereno, hizo lo que pudo por aparentar lo mismo.

—Seguimos sin saber por qué razón fuisteis expulsados. ¿Por qué tendríamos que creeros o invitaros a disfrutar de nuestra hospitalidad?

—Si no a nosotros —respondió Bulgan—, entonces a nuestros amigos. Son Caballeros Jedi.

Hubo un revuelo entre el grupo de bienvenida. Luminara recordó lo que les habían dicho en Cuipernam. Los alwari podían ser nómadas y llevar un estilo de vida al modo tradicional, pero eso no quería decir que fueran primitivos o que rechazaran las comodidades modernas. Los intercomunicadores, la energía solar de las viviendas, así como las pistolas láser y las armas que portaban eran prueba suficiente de ello.

La mirada de Mazong se paseó por entre los humanos. Mientras lo hacía, se llevó una mano a la frente para taparse el sol. Dada la naturaleza saliente y convexa de sus ojos, los ansionianos no podían entrecerrar los párpados. De hecho, Luminara se había dado cuenta en el mercado de que si algún humano u otra criatura capaz de ello lo hacía lo suficientemente cerca de un ansioniano, éste se disgustaba en gran medida. El hecho de pensar en un párpado cerrado a medias era para ellos como para un humano unas uñas rascando una pieza de metal.

—He oído hablar de los Jedi —las manos del líder de los yiwa permanecían en el enorme y flexible círculo de metal que traspasaba el agujero de la nariz de su sadain—. Se dice que son personas honradas. No como muchos de aquellos para los que trabajan.

Ninguno de los humanos hizo amago de replicar al provocativo comentario, así que Mazong gruñó asintiendo.

— ¿Y si buscáis a un clan superior por qué molestáis a los yiwa con vuestra presencia?

El clan se agitaba tras su líder con impaciencia.

—Ya sabéis que los borokii se desplazan a menudo, y cuál sería su reacción si les siguieran unas máquinas.

Kyakhta mantenía a su suubatar quieto en el sitio. Mazong se rió, y muchos de los suyos sonrieron.

—Las derribarían a tiros, y también a los que vinieran a buscarlas.

— ¡Ajá! —Bulgan se mostró de acuerdo—. Por eso les estamos buscando al modo tradicional —señaló el asentamiento junto al lago—. Parece un buen campamento, pero como siempre, es temporal. Así es siempre para los yiwa, así como para el resto de los alwari. ¿Os habéis encontrado en alguno de vuestros recientes desplazamientos con los borokii?

Una hembra magníficamente adornada se adelantó al trote hasta llegar a Mazong y le susurró algo en la cavidad auditiva. Él asintió y se volvió a los visitantes.

—Éste no es lugar para conversar. Venid al campamento. Comeremos, hablaremos y veremos qué podemos hacer por vosotros —más allá de los guías estaba Luminara—. Azul, buen color —le dijo—. Quién sabe si quien está tras él también lo es.

Se giró y puso a su sadain al galope. Los miembros de su clan le siguieron gritando y agitando sus armas.

Los visitantes se pusieron en marcha algo más despacio. —No sé si esto promete, Maestra.

Barriss estaba acostumbrada a la insulsa apariencia de los ansionianos urbanistas, y el salvaje aspecto de los yiwa la había impresionado.

—Todo lo contrario, pádawan. Un buen comerciante sabe que si es capaz de poner un pie dentro antes de que los servomotores cierren la puerta del todo, ya tiene la mitad de la venta hecha.

Les llevaron a una plaza central transitoria creada por la ubicación de unas seis chozas puestas en semicírculo de cara al lago. Por todas partes aparecían niños riendo y saltando que acompañaban al grupo, y los jóvenes del clan se mantenían aparte, contemplando con envidia manifiesta a los dos pádawan. Anakin hizo todo lo que pudo por aplastar la sensación de superioridad. Era un problema muy frecuente en él que a Obi-Wan le costaba sudor y lágrimas rectificar.

Se llevaron a los suubatar entre expresiones de admiración por semejantes monturas. Luminara expresó cierta preocupación por las provisiones, pero Kyakhta la tranquilizó.

—Ahora somos invitados, Maestra. Si alguien nos robara, rompería flagrantemente la antigua tradición de hospitalidad, y probablemente sería expulsado del clan… o pasto de los shanh. No os preocupéis por vuestras pertenencias.

Ella le puso una mano en el hombro.

—Perdóname por no confiar en ti, Kyakhta. Sé que habrías dicho algo si hubiera razones para preocuparse.

Los llevaron a la orilla del lago. Habían retirado parte de los juncos, para contar con una vista algo más amplia de la tranquila superficie del lago. Unas bolitas de pelo negro se movían de acá para allá entre los juncos que quedaban en la orilla, haciendo un ruido como de pequeñas alarmas sonando. Habían colocado en el suelo unas esteras finamente bordadas así como unos grandes cojines. Los adultos volvieron —a sus obligaciones, y los niños de crestas incipientes contemplaban la escena en silencio guardando una distancia respetuosa. Mazong y sus dos consejeras se sentaron en el suelo con las piernas cruzadas frente a los invitados. Se les sirvió comida y bebida. Luminara dio un sorbo al líquido verde oscuro que le pusieron delante, e inmediatamente se puso a toser al notar el fuerte sabor del brebaje en su garganta. Barriss se acercó a ella rápidamente con preocupación.

Mazong sonrió, y su sonrisa se hizo más amplia hasta que tuvo que taparse la cara para que no se le oyeran las carcajadas. Sus consejeras hicieron tres cuartos de lo mismo. Por fin se había roto el hielo. Por mucho que supieran que la Jedi había aguantado perfectamente el fuerte sabor de la bebida, apreciaban el falso gesto como una invitación a la cordialidad.

Pero eso no quería decir tampoco que se hubiera ganado de repente su amistad y su confianza.

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