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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (4 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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Para su sorpresa, él mostró un gesto contrariado.

— ¿No he hablado más que de mí? Lo siento —señaló a las dos figuras que caminaban ante ellos por la bulliciosa calle—. El Maestro Obi-Wan siempre dice que tengo un problema con la impaciencia. Quiero saberlo y hacerlo todo ahora, ya. Ayer. Y tampoco se me da bien disimular que preferiría estar en otra parte. Esta misión no me entusiasma.

Ella hizo un gesto hacia el callejón que habían dejado atrás lleno de cuerpos apilados.

—Llevas aquí menos de un día y ya has estado en un combate mano a mano a vida o muerte. Tu definición sobre el entusiasmo debe de ser especialmente ecléctica.

Él hizo amago de reírse.

—Y tú tienes un sentido del humor muy especial. Creo que nos vamos a llevar bien.

Llegaron al distrito comercial del otro lado de la plaza y se mezclaron con la multitud de humanos y de alienígenas. Barriss no estaba tan segura. Qué clase de confianza en sí mismo exhibía este pádawan de estatura considerable y ojos azules. A lo mejor era cierto eso de querer saberlo todo. Su actitud era como si ya lo supiera. ¿O acaso estaba confundiendo arrogancia con confianza?

Él se separó de ella de repente y se detuvo ante un puesto que vendía frutos secos y verduras de la región de Kander, al norte de Cuipernam. Cuando regresó sin comprar nada, ella le miró desconcertada.

— ¿Y eso a qué ha venido? ¿Has visto algo con buen aspecto pero al acercarte ha resultado no tenerlo?

— ¿Eh? —de repente parecía preocupado—. No, no tiene nada que ver con la comida —volvió a mirar el puesto ambulante, mientras se apresuraban para alcanzar a sus Maestros—. ¿No lo has visto? Aquel chico, el del chaleco y los pantalones largos, estaba discutiendo con su madre. Estaba gritando a su madre —sacudió la cabeza con un gesto de dolor—. Algún día se arrepentirá de ello. No se lo he dicho así directamente, pero creo que lo ha entendido —se sumergió en sus pensamientos—. La gente está tan ocupada con sus vidas que a menudo olvida lo que realmente importa.

Pero qué pádawan más extraño, pensó ella, y qué joven más extraño aún. Tenían más o menos la misma edad, aunque en algunas cosas le resultaba mucho más infantil, y en otras mucho más maduro. Se preguntó si tendría tiempo suficiente para conocerle mejor. Se preguntó si alguien tenía tiempo suficiente para conocerle mejor. Ella desde luego no lo había tenido en los breves encuentros que mantuvieron en el Templo Jedi. En ese momento retumbó un trueno. Y por alguna razón supo que lo que le daba miedo era lo que se avecinaba mucho más que lluvia.

3

O
gomoor no estaba contento, precisamente. Caminaba lo más despacio posible por el elevado corredor de los cuarteles del bossban, intentando ignorar las miradas de reojo que le dedicaban criados, sirvientes y trabajadores atareados que iban de un lado para otro. Aunque su cargo como consejero del bossban era muy superior al de todos ellos, hasta el último en rango mostraba más aplomo y alegría que él. Hasta el pequeño smotl verde azulado conocido como Ib-Dunn, cargado hasta arriba de papeles más grandes que él, dedicó una mirada de compasión al consejero, mientras éste pasaba por encima de él sin perjudicarle en absoluto.

Ogomoor sabía que tenían razones para compadecerle aquel día.

Fueran buenas o malas, el trabajo de Ogomoor era informar al bossban Soergg el hutt de las noticias más relevantes. Y dado que las que ahora portaba eran todo menos placenteras, Ogomoor se había pasado toda la mañana rezando devotamente para que intercediera por él alguna enfermedad febril y extremadamente contagiosa. Pero tanto él como el bossban estaban en perfecto estado de revista.

Sus compañeros especulaban sobre el resultado del encuentro que iba a mantener con Soergg, pero ni uno de ellos le dedicó un gesto de apoyo más allá de una mirada de auténtica compasión. Era increíble lo rápido que se propagaban las noticias, sobre todo las malas, entre los rangos inferiores, pensó en uno de los momentos en los que no estaba auto compadeciéndose.

Al doblar una esquina, se encontró de pie frente a la entrada del despacho y santuario del bossban. Dos yuzzem armados hasta los dientes flanqueaban la puerta. Le miraron con desdén como si ya estuviera muerto y enterrado. Encogiéndose, se anunció por el interfono. Terminemos esto de una vez, decidió.

El bossban Soergg el hutt era una masa de carne fláccida, grisácea y pesada que sólo otro hutt podía encontrar atractiva. Estaba de espaldas a la puerta con las manos cruzadas sobre la barriga, mirando por la amplia ventana polarizada que daba la parte sur de Cuipernam. En un lado se hallaban tres de sus concubinas jugando al bako. No estaban encadenadas en aquel momento. Una de ellas era humana, otra broguna y la otra provenía de una especie que Ogomoor no había podido averiguar. El consejero tenía dificultades para imaginar lo que Soergg hacía con ellas. Cuando la broguna le dirigió una mirada de tristeza con sus cuatro ojos, Ogomoor supo que estaba en serias dificultades.

Soergg se giró con dificultad, alejándose de la ventana. Un pequeño androide custodio se apresuró a acomodarse al movimiento, cumpliendo su tarea de forma eficaz y poco entusiasta, ya que su trabajo consistía en ir limpiando el rastro baboso del hutt. Con las manos sobre su descomunal panza, el hutt observó a Ogomoor con ojos saltones y acuosos.

—Has fallado.

—Yo no, Su Omnipotencia —Ogomoor se inclinó tanto como era posible dada la cercanía de las babas del hutt—. Encargué la misión a los mejores, aquellos que me fueron recomendados. El fallo fue suyo y de los que les recomendaron. Estos despreciables ya han recibido su merecido. Yo, por mi parte, no soy más que vuestro humilde servidor.

— ¡Urrp! —el eructo del bossban le sorprendió en primera línea de fuego, y sin la posibilidad de esquivado educadamente, Ogomoor tuvo que sufrir toda la fuerza del gas. La fétida emisión le hizo tambalearse, pero se mantuvo en su sitio sin moverse—. Quizá no fue culpa de nadie.

Ante esta atípica y sorprendente exhibición de comprensión por parte de Soergg, Ogomoor comprendió de inmediato que era una trampa. Intentó adivinar con cautela cuáles eran sus verdaderas intenciones.

—Si ha habido un fallo, ¿cómo es posible que no sea culpa de nadie, oh, Grandiosidad?

Hizo un gesto tímido con la mano.

—Esos idiotas que fallaron tenían instrucciones de enfrentarse a una Jedi y su pádawan. No a dos. La fuerza Jedi crece de forma exponencial. Luchar con uno es como luchar con dos, enfrentarse con dos es más parecido a pelear con ocho, y con ocho...

Un temblor dibujó surcos en toda la carne del hutt. Ogomoor estaba impresionado. Aunque nunca había visto a uno de aquellos legendarios Jedi en persona, cualquier cosa que hiciera estremecerse a Soergg era algo que más valía evitar.

—La llegada de los otros dos se esperaba para dentro de dos días.

—Soergg murmuraba para sí ahora y las palabras emergían del vasto abismo de su estómago como gas metano en la superficie de una poza de descomposición—. Se podría pensar que percibieron la confrontación que se avecinaba y adelantaron su llegada. Este cambio de planes es sospechoso, y debe ser puesto en conocimiento de otros.

— ¿Qué otros? —preguntó Ogomoor, arrepintiéndose de inmediato de haberlo hecho.

Soergg le miró atentamente.

— ¿Y a ti qué te importa, subordinado?

—Eh, nada, la verdad —Ogomoor quería esconderse en sus propias botas.

—Es mejor para ti, créeme. Con sólo mencionar ciertos nombres o ciertas organizaciones te quedarías helado. Regocíjate en tu ignorancia y un rango inferior.

— ¡Oh!, lo hago, Su Corpulencia, ya lo creo —pero en secreto deseaba conocer de quién o de qué hablaba el bossban. La expectativa de posibles riquezas superaba con mucho cualquier temor que pudiera sentir.

—La situación empeoró —comenzó a decir el hutt —porque los Jedi entrenados son capaces de percibir perturbaciones amenazadoras a su alrededor. Dada esta capacidad, son infernalmente difíciles de sorprender. A ciertas personas no les va a gustar nada este giro en los acontecimientos. Habrá gastos adicionales.

Esta vez Ogomoor se quedó callado.

Los movimientos de los hutt son lentos, pero sus mentes son rápidas.

—Aunque tu boca está cerrada, veo a tu cerebro trabajando. Los detalles de esta historia son para que yo los sepa y a ti se te olviden.

Percibiendo la irritación del bossban, Ogomoor prefirió no preguntarle cómo iba a olvidar algo que no sabía.

—Quizá no tenga importancia. Los representantes de la Unidad cada vez se muestran más insatisfechos con la continua indecisión de los funcionarios de la República en lo que se refiere a la reclamación territorial de los nómadas. Tengo entendido que, al igual que con muchos otros remas, la opinión del Senado está dividida.

—Sí, sí, lo sé —gruñó Soergg—. Parece que toda la galaxia está gobernada por la confusión en lugar del consenso —una mueca monstruosa cruzó su curtido rostro—. El caos no es bueno para los negocios. Ésa es la razón por la que los hutt se han aliado con esas fuerzas que trabajan para el cambio. Por la estabilidad, la amiga del capitalista —agitó un dedo hacia su ayudante—. Con un poco de suerte, los Jedi necesitarán tiempo para llegar a hacer algo. Todavía queda mucho debate por delante antes de solucionar el enfrentamiento entre las gentes de la ciudad y los nómadas. Eso nos proporciona tiempo y la posibilidad de finalizar este negocio de forma satisfactoria. Debe concluir de forma satisfactoria. No se puede permitir que unos Jedi influyan en la opinión de los representantes de la Unidad. La votación sobre la secesión de Ansion debe seguir adelante.

La baba se le derramaba por la barbilla inexistente mientras se relamía con su enorme lengua. El androide custodio se apresuraba a recoger la asquerosa flema antes de que manchara el suelo.

—No te puedes imaginar —añadió el hutt en un tono peligrosamente bajo —el alcance de la repercusión que tendría fallar en esta misión. Aquellos que nos han encargado el cumplimiento de sus deseos son conocidos por castigar los fallos de formas que no podemos ni adivinar.

La imaginación de Ogomoor no tenía límites.

—Lo haré lo mejor que pueda, como siempre, bossban, pero es que cuatro Jedi...

—Dos Jedi y dos pádawan —le corrigió Soergg. Parecía nostálgico de repente. Por lo menos, todo lo nostálgico que puede parecer un hutt—. Esos patéticos estúpidos que tuviste que contratar son un ejemplo de la calidad típica que se puede encontrar en planetas pequeños como Ansion. Lo que necesitamos para este trabajo es un auténtico profesional, alguien cuyo oficio y experiencia estén más allá de las fronteras legales de la galaxia. Un auténtico cazador de recompensas, por ejemplo. Por desgracia es algo que no encontraremos aquí en Ansion —se quedó callado un largo rato—. ¡Bien! —exclamó al fin—. Por lo menos vamos a sacar algo positivo de este error. Gracias a esos Jedi, quedan pocos supervivientes para reclamar su recompensa.

—Si ya no me necesitáis, oh Grandiosidad, tengo mucho trabajo —Ogomoor comenzó a retroceder hacia la puerta—, el cargamento de piel de tweare de Aviprine está al caer...

—No tan rápido —el consejero se detuvo de mala gana—. Espero que sepas estar a la altura, Ogomoor. El buen comerciante es aquel que no pierde una oportunidad. Es el momento de que pongas en práctica es astucia por la que se conoce a los de tu tribu. El asunto de impedir a los Jedi que interfieran tiene prioridad absoluta, incluido el cargamento de pieles tweare. Espero que me mantengas informado con regularidad. Cualquier cosa que necesites la requisas, yo te daré la autorización necesaria. Los intrusos han de ser detenidos o las consecuencias serán terribles. ¿Me he explicado bien?

—Por supuesto —Ogomoor se inclinó.

El hutt se hinchó como un sapo orgulloso. —Como siempre.

—Lo que es una gran satisfacción para todos nosotros, oh, Patrón de Patrones.

Ogomoor salió por fin de la sala con su rango y sus miembros intactos y decidió ignorar los cuchicheos políglotas que le seguían a su paso hacia sus dependencias.

No había nada por lo que preocuparse, se dijo a sí mismo. Tampoco era para tanto. Todo lo que tenía que hacer para conservar la confianza y el aprecio del patrón era supervisar la desaparición de los dos Caballeros Jedi y sus pádawan. Cualquier nativo ignorante podría llevar a cabo esa a aunque tuviera sólo la mitad del cerebro, que es precisamente lo que quedaría de él tras enfrentarse a un Jedi furioso, pensó Ogomoor distraídamente. ¿Qué había dicho el saco relleno de grasa asquerosa? ¿Algo sobre la dificultad de pillar a un Jedi desprevenido? ¿Seguro que no había forma de contrarrestar semejante talento?

O, mejor aún, ¿no habría una forma de esquivarlo?

***

—No salió bien.

Soergg se desparramó ante la videopantalla. El hutt sentía bastante respeto por la pequeña bípeda a cuyo holograma se dirigía. No por su personalidad, sino por los inmensos logros de Shu Mai en el campo del comercio.

— ¿Qué pasó? —preguntó cortante la presidenta del Gremio de Comerciantes.

—El segundo Jedi y su pádawan llegaron antes de lo esperado e impidieron la ejecución de las primeras —Soergg se inclinó aún más sobre el visor—. La información que se me proporcionó era insuficiente. Perdimos muchos mercenarios. He incurrido en gastos.

Shu Mai no mostró clemencia.

—A mí no me eches la culpa de tus fallos. Tenías la información más actualizada disponible. ¿O acaso crees que seguir los movimientos de un Jedi es como seguir a una cortesana por la pista de baile? No publican sus venidas —estaba visiblemente molesta—. Y ahora yo tengo que comunicar esta desagradable información a otra instancia. ¿Qué se supone que vas a hacer para solucionar tu imperdonable error?

—Estamos trabajando en el tema. Los Jedi no podrán impedir la secesión de Ansion.

—Ansion es el hogar que elegiste —le recordó Shu Mai al hutt—. ¿Te igual que permanezca o no en la República?

Soergg hizo un ruido desagradable.

—El hogar de un hutt está donde estén sus intereses económicos.

La presidenta del Gremio de Comerciantes asintió.

—Ni los miembros de la Federación de Comercio son tan ruines.

—Bonitas palabras, viniendo de alguien cuya organización ocultó la contaminación de niobarium de Vorian Cuatro.

Con un gesto de sorpresa Shu Mai replicó:

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