La práctica de la Inteligencia Emocional (2 page)

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Authors: Daniel Goleman

Tags: #Autoayuda, Ciencia

BOOK: La práctica de la Inteligencia Emocional
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Estas nuevas normas pueden ayudarnos a predecir quién va a fracasar y quién, por el contrario, llegará a convertirse en un trabajador '"estrella". Y poco importa, en este sentido, cuál sea el campo laboral en el que nos movamos porque estas normas determinan también nuestro potencial para acceder a otros posibles trabajos futuros.

Pero el hecho es que estas normas tienen muy poco que ver con lo que, en la escuela, nos dijeron que era importante porque, desde esta nueva perspectiva, las habilidades académicas son prácticamente irrelevantes.[Este nuevo criterio parte de la base de que ya disponemos de suficiente capacidad intelectual y destreza técnica para llevar a cabo nuestro trabajo y, por el contrario, centra su atención en cualidades personales como la iniciativa, la empatía, la adaptabilidad o la capacidad de persuasión.

Y ésta no parece ser una moda pasajera ni la nueva panacea de los ejecutivos del momento porque los datos que confirman esta tendencia se basan en investigaciones realizadas sobre decenas de miles de trabajadores de todo tipo, investigaciones que evidencian, con suma precisión, los rasgos que caracterizan a los trabajadores "estrella" y también ponen de manifiesto las cualidades humanas que más contribuyen a la excelencia en el mundo laboral, especialmente en el campo de la gestión empresarial.

Si usted trabaja en una gran empresa es muy probable —aunque no lo sepa— que esté siendo evaluado en función de este tipo de capacidades. Asimismo, aunque nadie se lo advierta explícitamente, cuando vaya a solicitar un empleo es casi seguro que será sometido al escrutinio de esta nueva lente. Así pues, independientemente de cuál sea su situación laboral, el conocimiento de estas capacidades puede resultar esencial para el éxito de su carrera profesional.

En el caso de que usted forme parte del equipo directivo, tendrá que determinar si su empresa promueve o desalienta este tipo de competencias porque, en el primero de los casos, la organización será más eficaz y productiva. De ese modo conseguirá sacar el máximo partido a la inteligencia grupal o. por decirlo de otro modo, a la interacción sinèrgica de los talentos más adecuados de cada uno de los participantes.

En el caso de que usted forme parte de una pequeña empresa o incluso de que sea un trabajador autónomo, también deberá tener en cuenta que el rendimiento depende en buena medida de este tipo de capacidades, aunque nadie le haya hablado de ellas en la escuela. Pero, en cualquiera de los casos, su carrera dependerá, en mayor o menor grado, de su dominio en este campo.

En una época que adolece de todo tipo de garantía y seguridad laboral y en la que el mismo concepto de "trabajo" está viéndose rápidamente reemplazado por el de
"habilidades portátiles",
éstas son las cualidades que determinarán nuestra permanencia en el puesto de trabajo y nuestra flexibilidad para adaptarnos al nuevo mercado laboral. Y aunque durante décadas nos hayamos referido a este tipo de habilidades con una gran diversidad de términos, como "carácter", "personalidad", "competencias" o "habilidades blandas", en la actualidad disponemos de una comprensión más detallada de estos talentos y de un nuevo nombre para ellas:
"inteligencia emocional".

Una forma distinta de ser inteligente

«En la escuela de ingeniería tenía la nota promedio más baja que jamás se había dado —me confesó el director adjunto de una empresa de consulting— pero cuando me alisté en el ejército y fui a la academia de oficiales, me convertí en el primero de mi promoción. Todo depende del tipo de relación que mantengamos con nosotros mismos, del modo en que nos relacionemos con los demás, de nuestra capacidad de liderazgo y de nuestra habilidad para trabajar en equipo. Éstos son los elementos que, a mi juicio, determinan la realidad del mundo laboral.»

Lo que realmente importa, dicho en otras palabras, es una forma distinta de ser inteligente. En mi anterior libro,
Inteligencia emocional,
me centré fundamentalmente en el tema de la educación y dediqué un breve capítulo a las implicaciones de la inteligencia emocional en el mundo laboral y en la vida de las organizaciones empresariales.

Para mí constituyó una verdadera sorpresa —a la par que una enorme satisfacción— la corriente de interés suscitada por el libro en el mundo empresarial. De pronto me vi desbordado por un aluvión de cartas, faxes, e— mails y llamadas telefónicas pidiéndome opinión e invitándome a dar conferencias, de modo que no tardé en verme inmerso en una auténtica odisea en la que tuve que hablar con miles de personas —desde directores generales hasta secretarias— sobre las implicaciones de la inteligencia emocional en el mundo del trabajo.

Así fue como, una y otra vez, tuve la oportunidad de escuchar la misma letanía. Hay quienes, como el asesor del que hablábamos al comienzo de esta sección, insisten en que lo más importante para el éxito no es la especialización técnica ni la preparación intelectual sino la inteligencia emocional. Mi libro —en su opinión— daba pie a que se planteara el coste de la incompetencia emocional y se cuestionara la visión que sostiene que la especialización es la mejor de las capacidades, a la vez que proporcionaba un nuevo abordaje para acometer los cambios requeridos en el entorno laboral.

Todos ellos hablaban con gran sinceridad de cuestiones que normalmente quedan fuera del alcance del radar de los técnicos de relaciones públicas de las empresas. Fueron muchos los que relataron de forma detallada las cosas que
no
funcionaban, relatos que se recogen en este libro sin revelar la identidad de la persona o de la empresa en cuestión. Y también hubo muchos, por último, que aportaron experiencias positivas que confirmaban la utilidad práctica de la inteligencia emocional en el mundo del trabajo.

Así fue como comenzó una investigación de dos años que ha culminado en la publicación del presente libro, un esfuerzo que, dicho sea de paso, me ha obligado a recurrir a diferentes aspectos de mi vida profesional. Para empezar, me he servido del estilo periodístico para poder adentrarme en los hechos y exponer mejor mis conclusiones. También he tenido que regresar a mis raíces profesionales como psicólogo académico y acometer una revisión exhaustiva de la investigación relacionada que pudiera aclarar el papel desempeñado por la inteligencia emocional en el funcionamiento óptimo tanto de los individuos como de los equipos y las organizaciones. Y. finalmente, he realizado —o encargado— nuevos análisis científicos de los datos procedentes de estudios realizados en centenares de empresas para tratar de establecer un parámetro exacto que nos permita cuantificar el valor de inteligencia emocional.

Esta investigación me ha recordado una investigación en la que participé primeramente como estudiante universitario y luego formando ya parte del profesorado de la Universidad de Harvard. Aquella investigación constituyó uno de los primeros desafíos a la mística del Cociente Intelectual (CI), la falsa pero extendida creencia de que el éxito depende exclusivamente de la capacidad intelectual. Aquel trabajo fue el antecedente de lo que hoy en día ha terminado convirtiéndose una mini—industria dedicada al estudio de las competencias que hacen que una persona triunfe en el trabajo en todo tipo de organizaciones. Y los resultados son sorprendentes porque, según parece, el CI desempeña un papel secundario con respecto de la inteligencia emocional a la hora de determinar el rendimiento laboral óptimo.

Las conclusiones de las investigaciones realizadas independientemente por decenas de expertos en cerca de quinientas empresas, agencias gubernamentales y organizaciones no lucrativas de todo el mundo, parecen coincidir en subrayar el papel determinante que juega la inteligencia emocional en el desempeño óptimo de cualquier tipo de trabajo, conclusiones que son especialmente convincentes porque evitan los sesgos y limitaciones inherentes al trabajo con un solo individuo o grupo.

Pero, a decir verdad, estas ideas no son nuevas, porque el tipo de relación que mantienen las personas consigo mismas y con quienes les rodean constituye un tema central de muchas teorías clásicas de la gestión empresarial. Lo que resulta novedoso, en nuestro caso, son los datos, unos datos acumulados durante veinticinco años de estudios empíricos que confirman, con una precisión desconocida hasta la fecha, la importancia de la inteligencia emocional para el éxito profesional.

También debo decir que, en las décadas posteriores a mi propia investigación en el campo de la psicobiología, he tratado de mantenerme al tanto de los nuevos hallazgos científicos, algo que me ha permitido elaborar un modelo neurobiológico acerca del funcionamiento de la inteligencia emocional. Y, aunque muchos hombres de negocios se muestren tradicionalmente escépticos ante los datos presentados por la psicología "blanda" y desconfíen de las teorías de moda que acaban esfumándose tan rápidamente como aparecen, la neurociencia nos permite explicar por qué resulta tan decisiva la inteligencia emocional.

Los centros cerebrales primitivos de la emoción albergan las habilidades necesarias tanto para gobernamos adecuadamente a nosotros mismos como para desarrollar nuestras aptitudes sociales, habilidades, todas ellas, que constituyen una parte muy importante del legado evolutivo que ha permitido la supervivencia y adaptación del ser humano.

Según afirma la neurociencia, el cerebro emocional aprende de un modo diferente al cerebro pensante, una apreciación que ha sido fundamental para el desarrollo de este libro y que me ha llevado a desafiar la práctica totalidad del saber convencional en los campos de la formación y el desarrollo empresarial.

Pero no soy el único en haber lanzado este guante porque en los últimos dos años he copresidido el Consortium for Research on Emotional Intelligence in the Workplace, un grupo de investigadores procedentes de diferentes escuelas de gestión empresarial, el gobierno federal y el mundo de la industria. Nuestra investigación ha revelado la existencia de carencias muy lamentables en el modo en que las empresas forman a la gente en habilidades que van desde la escucha y el liderazgo hasta la elaboración de un equipo y el modo de abordar un cambio.

La mayor parte de los programas de formación se ajustan a un determinado modelo académico, pero éste es un error garrafal que acarrea un coste de millones de horas y miles de millones de dólares. Lo que más necesitamos, en este sentido, es un modo completamente nuevo de fomentar el desarrollo de la inteligencia emocional

Algunos errores

En la medida en que he recorrido el mundo dando conferencias y asesorando a personas del entorno empresarial, he constatado la existencia de ciertos errores muy extendidos acerca de la inteligencia emocional. Convendría, pues, antes de proseguir, citar algunos de ellos. Debemos señalar, en primer lugar, que la inteligencia emocional no significa sólo "ser amable", porque hay momentos estratégicos en los que no se requiere precisamente la amabilidad sino, por el contrario, afrontar abiertamente una realidad incómoda que no puede eludirse por más tiempo.

En segundo lugar, la inteligencia emocional tampoco quiere decir que debamos dar rienda suelta a nuestros sentimientos y "dejar al descubierto todas nuestras intimidades" sino que se refiere a la capacidad de expresar nuestros propios sentimientos del modo más adecuado y eficaz, posibilitando la colaboración en la consecución de un objetivo común.

También debemos subrayar que las mujeres no son emocionalmente más inteligentes que los hombres ni viceversa porque, en este sentido, cada persona posee su propio perfil de fortalezas y debilidades. Algunos de nosotros, por ejemplo, podemos ser muy empáticos pero carecer de la habilidad necesaria para controlar nuestra propia ansiedad mientras que otros, por su parte, pueden ser conscientes de los más mínimos cambios de su estado de ánimo sin dejar por ello, no obstante, de ser socialmente incompetentes.

Es cierto que, en tanto que colectivos diferenciados, las mujeres y los hombres tienden a compartir un perfil específico de género que configura un conjunto singular de fortalezas y debilidades en el campo de la inteligencia emocional. Cierto análisis realizado sobre miles de hombres y mujeres puso de relieve que, por término medio, éstas suelen ser más conscientes de sus emociones, mostrar mayor empatía y ser interpersonalmente más diestras que aquéllos. Los hombres, por su parte, suelen mostrar un mayor optimismo y confianza en sí mismos, una mayor capacidad de adaptación y también más habilidades para hacer frente al estrés.

Sin embargo, en términos generales hay que hablar más de similitudes que de diferencias. Ciertos hombres son tan empáticos como las mujeres interpersonalmente más sensibles, mientras que algunas mujeres, por su parte, parecen soportar el estrés tan bien como los más flexibles de los hombres. De hecho, una estimación global de las fortalezas y debilidades de la inteligencia emocional de los hombres y de las mujeres no muestra la existencia de diferencias significativas entre ambos sexos.'

Hay que decir, por último, que el grado de desarrollo de la inteligencia emocional no está determinado genéticamente y tampoco se desarrolla exclusivamente en nuestra infancia. A diferencia de lo que ocurre con el CI, que apenas varía después de cumplir los diez años, la inteligencia emocional constituye un proceso de aprendizaje mucho más lento que prosigue durante toda la vida y que nos permite ir aprendiendo de nuestras experiencias. De hecho, los estudios que han tratado de rastrear el proceso evolutivo de la inteligencia emocional a lo largo de los años parecen señalar que las personas desarrollan progresivamente mejor este tipo de aptitudes en la medida en que se vuelven más capaces de manejar sus propias emociones e impulsos, de motivarse a sí mismos y de perfeccionar su empatía y sus habilidades sociales. Y no convendría olvidar que madurez es la palabra con la que tradicionalmente nos hemos referido al desarrollo de la inteligencia emocional.

Inteligencia emocional: la prioridad perdida

Cada vez es mayor el número de empresas cuya filosofía reconoce la importancia del desarrollo de las habilidades relacionadas con la inteligencia emocional. Según explicaba un directivo de Telia, la empresa sueca de telecomunicaciones: «ya no se trata de competir en tomo a un determinado producto sino que también debemos tener en cuenta el modo en que tratamos a las personas» y, por su parte. Linda Keaan, vicepresidente» de desarrollo ejecutivo de Citibank, me comentaba que «la inteligencia emocional se ha convertido en la premisa fundamental de cualquier programa de formación en gestión empresarial».

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