La mujer retrocede hacia la puerta de la fábrica.
—Cálmese. ¿Está loco? Sólo era una proposición.
Lucas da media vuelta y corre hasta la librería. Allí se apoya en la pared de la casa y espera que se calme su corazón.
Una joven entra en la librería y se detiene ante Lucas, y sonríe.
—¿No me reconoces, Lucas?
—¿Tendría que reconocerla?
—Agnès.
Lucas reflexiona.
—No me acuerdo, lo siento, señorita.
—Sin embargo, somos viejos amigos. Una vez fui a tu casa a escuchar música. Es cierto que entonces sólo tenía seis años. Tú querías hacerme un columpio.
—Sí, lo recuerdo. Fue tu tía Léonie quien te envió.
—Sí, eso es. Ya murió. Ahora es el director de la fábrica quien me envía a comprar libros de ilustraciones para los niños de la guardería infantil.
—¿Trabajas en la fábrica? Deberías seguir yendo al colegio.
Agnès enrojece.
—Ya tengo quince años. Dejé el colegio el año pasado. No; trabajo en la fábrica, soy puericultora. Los niños me llaman señorita.
Lucas se ríe.
—Y yo también te he llamado señorita.
Ella le tiende un billete a Lucas.
—Dame unos libros y también hojas y lápices de colores para dibujar.
Agnès vuelve a menudo. Busca libros en las estanterías durante largo rato, se sienta entre los niños, lee y dibuja con ellos.
La primera vez que Mathias la ve, le dice a Lucas:
—Es una mujer muy bella.
—¿Una mujer? No es más que una niña.
—Tiene pechos, ya no es ninguna niña.
Lucas mira los pechos de Agnès, realzados por un jersey rojo:
—Tienes razón, Mathias, tiene pechos. No me había fijado.
—¿Y en su pelo tampoco? Tiene un pelo precioso. Mira, mira cómo le brilla con la luz.
Lucas mira el largo pelo rubio de Agnès, que brilla con la luz. Mathias sigue:
—Y mira sus pestañas, qué negras.
—Es que lleva khol.
—Y su boca.
—Lleva pintalabios. A su edad, no debería maquillarse.
Lucas ríe:
—Y tú, a tu edad, no deberías mirar ya a las chicas.
—A las niñas de mi clase no las miro. Son tontas y feas.
Agnès se levanta, sube por la doble escalera para coger un libro. Su falda es muy corta y se le ven las ligas y las medias negras, en las cuales se le ha corrido un punto. Cuando se da cuenta, moja el índice con saliva e intenta detener la carrera. Para hacerlo debe inclinarse, y entonces se le ve también la braguita blanca decorada con flores rosas, una braguita de niña.
Una tarde, se queda hasta que cierran la tienda. Le dice a Lucas:
—Ya le ayudo a limpiar.
—Es Mathias quien limpia. Lo hace muy bien.
Mathias le dice a Agnès:
—Si me ayudas, acabaré mucho más deprisa y podré hacerte crepes con mermelada, si te gustan.
Agnès dice:
—A todo el mundo le gustan las crepes con mermelada.
Lucas sube a su habitación. Un poco más tarde, Mathias le llama:
—Ven a comer, Lucas.
Comen en la cocina crepes con mermelada, beben té. Lucas no habla. Agnès y Mathias se ríen mucho. Después de la cena, Mathias dice:
—Hay que acompañar a Agnès. Es de noche.
Agnès dice:
—Puedo volver sola. No tengo miedo por la noche.
Lucas dice:
—Ven. Te acompaño.
Ante la casa de Agnès, ella pregunta:
—¿No quieres entrar?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no eres más que una niña, Agnès.
—No, ya no soy una niña. Soy una mujer. No serías el primero en venir a mi habitación. Mis padres no están. Trabajan. Y aunque estuvieran... Yo tengo mi propia habitación, y hago lo que quiero.
—Buenas noches, Agnès. Tengo que irme.
—Ya se adónde vas. Allá, más lejos, a la callejuela, con las chicas de los soldados.
—Exacto. Pero eso no te concierne.
Al día siguiente, Lucas dice a Mathias:
—Antes de invitar a alguien a comer en nuestra casa, podrías pedirme permiso.
—¿Acaso no te gusta Agnès? Es una lástima. Ella está enamorada de ti. Se nota. Por ti viene tan a menudo.
—Te imaginas cosas, Mathias.
—¿No te gustaría casarte con ella?
—¿Casarme? ¡Qué idea! Desde luego que no.
—¿Por qué? ¿Esperas aún a Yasmine? Ella no volverá.
Lucas dice entonces:
—No quiero casarme con nadie.
Es primavera. La puerta que da al jardín está abierta. Mathias se ocupa de las plantas y de los animales. Tiene un conejo blanco, varios gatos y el perro negro que le regaló Joseph. Espera también con impaciencia el nacimiento de los pollitos de una clueca en el corral.
Lucas mira la sala donde los niños, inclinados sobre sus libros, están absortos en la lectura.
Un niño pequeño levanta los ojos y sonríe a Lucas. Tiene el pelo rubio, los ojos azules, y es la primera vez que viene.
Lucas no puede apartar los ojos de ese niño. Se sienta detrás del mostrador, abre un libro y sigue mirando al niño desconocido. Un dolor agudo y súbito atraviesa su mano izquierda, posada sobre el libro. Un compás está clavado en el dorso de esa mano. Medio paralizado por la intensidad del dolor, Lucas se vuelve lentamente hacia Mathias:
—¿Por qué has hecho eso?
Mathias susurra, entre dientes:
—¡No quiero que lo mires!
—No miro a nadie.
—¡Sí! ¡No mientas! Te he visto mirarlo. ¡No quiero que lo mires de esa manera!
Lucas retira el compás, y se aprieta el pañuelo sobre la herida.
—Subo para desinfectarme la herida.
Cuando vuelve a bajar los niños ya no están, Mathias ha bajado la persiana metálica de la puerta.
—Les he dicho que hoy cerrábamos más temprano.
Lucas coge a Mathias entre sus brazos y lo lleva al piso, y lo acuesta en su cama.
—¿Qué te pasa, Mathias?
—¿Por qué mirabas a ese niño rubio?
—Me recordaba a alguien.
—¿A alguien a quien amabas?
—Sí, a mi hermano.
—No debes amar a nadie más que a mí, ni siquiera a tu hermano.
Lucas se calla, y el niño sigue:
—No sirve de nada ser inteligente. Mejor sería ser guapo y rubio. Si tú te casaras podrías tener niños como el niño rubio, como tu hermano. Tendrías niños que serían tuyos de verdad, guapos y rubios, y no inválidos. Yo no soy tu hijo. Soy el hijo de Yasmine.
Lucas dice:
—Tú eres mi hijo. Yo no quiero ningún otro niño.
Le enseña la mano vendada:
—Me has hecho daño, ¿sabes?
El niño dice:
—Y tú también me has hecho daño, pero tú no lo sabes.
—Yo no quería hacerte daño. Es necesario que sepas una cosa, Mathias: la única persona en todo el mundo que cuenta para mí eres tú.
—No te creo. Sólo Yasmine me amaba de verdad, y ella está muerta. Ya te lo he dicho muchas veces.
—Yasmine no ha muerto. Sólo se fue.
—No se habría ido sin mí, de modo que está muerta.
El niño dice también:
—Hay que suprimir la sala de lectura. ¿Cómo se te ha ocurrido abrir una sala de lectura?
—Lo he hecho por ti. Pensaba que harías amigos.
—Yo no quiero amigos. Y nunca te he pedido una sala de lectura. Por el contrario, te pido que la cierres.
Lucas dice:
—La cerraré. Les diré a los niños mañana por la noche que como hace buen tiempo, pueden ir a leer y a dibujar fuera.
El niño rubio vuelve al día siguiente. Lucas no lo mira. Fija sus ojos en las líneas y las palabras de un libro. Mathias dice:
—¿No te atreves a mirarlo? Sin embargo, tienes muchas ganas. Desde hace cinco minutos no has pasado las páginas de tu libro.
Lucas cierra el libro y esconde el rostro entre las manos.
Agnès entra en la librería. Mathias corre a su encuentro, ella le besa. Mathias pregunta:
—¿Por qué habías dejado de venir?
—Es que no tenía tiempo. He seguido unos cursos en la ciudad vecina para convertirme en educadora. Sólo vengo de vez en cuando.
—¿Pero ahora te quedarás aquí en nuestra ciudad?
—Sí.
—¿Vendrás a comer crepes a nuestra casa esta noche?
—Me gustaría mucho, pero debo ocuparme de mi hermanito pequeño. Nuestros padres trabajan.
Mathias dice:
—Trae también a tu hermano pequeño. Habrá bastantes crepes. Subo a preparar la masa.
—Y yo te ordenaré la tienda.
Mathias sube al piso y Lucas les dice a los niños:
—Podéis llevaros los libros que están encima de la mesa. Las hojas de papel también, y cada uno una caja de lápices de colores. No hace falta que os encerréis aquí mientras hace buen tiempo. Id a leer y a dibujar en los jardines o los parques. Si os falta algo, podéis venir a pedírmelo.
Los niños salen y al final sólo queda el niño rubio sentado en su sitio, tranquilamente. Lucas le pregunta bajito:
—¿Y tú? ¿No te vas?
El niño no responde, y Lucas se vuelve hacia Agnès:
—No sabía que era tu hermano. No sabía nada de él.
—Es muy tímido. Se llama Samuel. Soy yo quien le he aconsejado que viniese aquí, ahora que ya empieza a saber leer. Es el último, el más pequeño. Mi hermano Simon trabaja ya en la fábrica desde hace cinco años. Es camionero.
El niño rubio se levanta y coge la mano de su hermana:
—¿Vamos a comer crepes a casa del señor?
Agnès dice:
—Sí, subamos. Tenemos que ayudar a Mathias.
Suben por la escalera que lleva al piso. En la cocina, Mathias prepara la masa de las crepes. Agnès dice:
—Mathias, te presento a mi hermanito pequeño. Se llama Samuel. Podríais haceros amigos, tenéis más o menos la misma edad.
Los ojos de Mathias se abren mucho, suelta la cuchara de madera y sale de la cocina. Agnès se vuelve hacia Lucas:
—¿Qué pasa?
—Mathias habrá ido a buscar algo a su habitación. Empieza a hacer las crepes, Agnès, ya vuelvo.
Lucas entra en la habitación de Mathias. El niño está echado encima de su edredón y dice:
—Déjame tranquilo. Quiero dormir.
—Tú les has invitado, Mathias. Es una cuestión de cortesía.
—Yo he invitado a Agnès. No sabía que su hermano era él.
—Ni yo tampoco lo sabía. Haz un esfuerzo por Agnès, Mathias. Te gusta, ¿verdad?
—Y a ti te gusta su hermano. Cuando os he visto entrar en la cocina he entendido lo que es una verdadera familia. Unos padres rubios y guapos, con su niño rubio y guapo. Yo no tengo familia. Yo no tengo madre ni padre, yo no soy rubio, soy feo e inválido.
Lucas lo aprieta contra sí.
—Mathias, mi pequeño. Tú eres toda mi vida.
Mathias sonríe.
—Bueno, vamos a comer.
En la cocina la mesa ya está puesta y en medio hay una enorme pila de crepes.
Agnès habla mucho, se levanta a menudo para servir el té. Se ocupa igual de bien de su hermanito y de Mathias.
—¿Queréis mermelada? ¿Queso? ¿Chocolate?
Lucas observa a Mathias. Come poco, mira al niño rubio sin apartar los ojos. El niño rubio come mucho, sonríe a Lucas cuando sus ojos se encuentran, sonríe a su hermana cuando ella le tiende algo, pero cuando sus ojos azules se encuentran con la negra mirada de Mathias, baja los suyos.
Agnès lava los platos con Mathias. Lucas sube a su habitación. Mathias le llama más tarde:
—Hay que acompañar a Agnès y a su hermano.
Agnès dice:
—De verdad, no nos da miedo volver solos.
Mathias insiste:
—Es una cuestión de cortesía. Acompáñalos.
Lucas los acompaña. Les desea buenas noches y va a sentarse en un banco en el parque del insomne.
El insomne dice:
—Son las tres y media. A las once, el niño ha encendido fuego en su habitación. Me he permitido interpelarlo, aunque no entra dentro de mis costumbres. Temía un incendio. Le he preguntado al niño qué hacía, y me ha respondido que no me inquietase, que simplemente quemaba unos deberes mal hechos en un cubo de hierro, ante la ventana. Le he preguntado por qué no quemaba sus papeles en el fogón de la cocina, y me ha contestado que no tenía ganas de ir a la cocina para eso. Después se ha apagado el fuego y ya no he visto más al niño, ni he oído ruido alguno.
Lucas sube por la escalera, entra en su habitación y después en la del niño. Ante la ventana hay un cubo de hierro blanco que contiene unos papeles consumidos. La cama del niño está vacía. Encima de la almohada hay un cuaderno azul, cerrado. En la etiqueta blanca está escrito: EL CUADERNO DE MATHIAS. Lucas abre el cuaderno. No hay más que páginas vacías y los restos de unas hojas arrancadas. Lucas aparta la cortina color rojo oscuro. Al lado de los esqueletos de la madre y del bebé está colgado el cuerpecillo de Mathias, ya azul.
El insomne oye un largo aullido. Baja a la calle, llama a casa de Lucas. No hay respuesta. El viejo sube la escalera, entra en la habitación de Lucas, ve otra puerta, la abre. Lucas esta echado sobre la cama, apretando el cuerpo del niño contra su pecho.
—¿Lucas?
Lucas no responde, sus ojos abiertos miran al techo.
El insomne baja a la calle, va a llamar a casa de Peter. Peter abre una ventana:
—¿Qué ocurre, Michael?
—Lucas te necesita. Ha pasado una gran desgracia. Ven.
—Vete, Michael. Yo me ocuparé de todo.
Sube a casa de Lucas. Ve el cubo de hierro, los dos cuerpos echados sobre la cama. Separa la cortina, descubre los esqueletos y, en el mismo gancho, un trozo de cuerda cortado con navaja. Vuelve hacia la cama, aparta suavemente el cuerpo del niño y da dos bofetadas a Lucas:
—¡Despierta!
Lucas aprieta los ojos. Peter lo sacude:
—¡Dime lo que ha pasado!
Lucas dice:
—Es Yasmine. Ella me lo ha quitado.
Peter dice duramente:
—No repitas jamás esa frase delante de otra persona que no sea yo, Lucas. ¿Me has entendido? ¡Mírame!
Lucas mira a Peter:
—Sí, lo he entendido. ¿Y ahora qué debo hacer, Peter?
—Nada. Quédate acostado. Te traeré unos calmantes. Yo me ocuparé también de las formalidades.
Lucas abraza el cuerpo de Mathias:
—Gracias, Peter. No necesito calmantes.
—¿No? Entonces intenta llorar, al menos. ¿Dónde están tus llaves?
—No lo sé. Quizá se han quedado en la puerta de entrada.
—Te encierro. No tienes que salir en este estado. Ya volveré.