La prueba (5 page)

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Authors: Agota Kristof

Tags: #Drama, #Belico

BOOK: La prueba
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—Quiero que ande como todo el mundo.

Los ojos de Yasmine se llenan de lágrimas.

—Yo lo acepto tal y como es.

Cuando el niño está lavado y vestido, Lucas lo coge de la mano.

—Vamos a dar un largo paseo, Mathias. Cuando te canses, yo te llevaré.

Yasmine pregunta:

—¿Y atravesarás toda la ciudad con él, hasta el hospital?

—¿Por qué no?

—La gente te mirará. Podrías encontrarte con mi tía.

Lucas no responde.

Yasmine dice:

—Si quieren quedárselo, no les dejarás, ¿verdad, Lucas?

Lucas responde:

—¡Vaya pregunta!

Al volver del hospital, Lucas dice solamente:

—Tú tenías razón, Yasmine.

Se encierra en su habitación, escucha sus discos, y cuando el niño aporrea su puerta, no le abre.

Por la noche, cuando Yasmine acuesta al niño, Lucas entra en la habitación de la abuela. Como todas las noches, se sienta junto a la cuna y le cuenta un cuento a Mathias. Cuando el cuento ha terminado, dice:

—La cuna se te quedará pequeña pronto. Tendré que hacerte una cama.

El niño dice:

—Dejaremos la cuna para el perro y el gato.

—Sí, la dejaremos para ellos. Te haré también un estante para los libros que ya tienes, y para todos los que te voy a comprar.

El niño dice:

—Cuéntame otro cuento.

—Tengo que ir a trabajar.

—De noche no se trabaja.

—Yo siempre tengo trabajo. Tengo que ganar mucho dinero.

—¿Para qué tanto dinero?

—Para comprar todo lo que necesitamos, los tres.

—¿Ropa y zapatos?

—Sí. Y también juguetes, libros y discos.

—Si es para juguetes y libros, vale. Ve a trabajar.

Lucas dice:

—Y tú a dormir, para crecer.

El niño dice:

—Yo no creceré, ya lo sabes. Lo ha dicho el médico.

—Le has entendido mal, Mathias. Sí que crecerás. Menos rápido que los otros niños, pero crecerás.

El niño pregunta:

—¿Y por qué menos rápido?

—Porque todo el mundo es diferente. Tú serás más bajito que los demás, pero más inteligente. La altura no tiene importancia, sólo cuenta la inteligencia.

Lucas sale de la casa. Pero en lugar de ir a la ciudad, baja al río, se sienta en la hierba húmeda y contempla el agua negra y fangosa.

3

Lucas le dice a Victor:

—Estos libros de niños se parecen todos, y las historias que cuentan son estúpidas. Es inaceptable para un niño de cuatro años.

Victor se encoge de hombros.

—¿Y qué quieres pues? Los libros para adultos son iguales. Mira. Unas cuantas novelas escritas a la mayor gloria del régimen. Se diría que no hay más escritores en nuestro país.

Lucas dice:

—Sí, conozco esas novelas. No valen ni lo que pesa el papel. ¿Qué se hizo de los libros de antes?

—Están prohibidos. Desaparecidos. Retirados de circulación. A lo mejor los encuentras en la biblioteca, si es que existe todavía.

—¿Hay una biblioteca en nuestra ciudad? Nunca había oído hablar de ella. ¿Dónde está?

—En la primera calle a la izquierda, saliendo del castillo. No puedo decirte el nombre de la calle porque cambia todo el tiempo. Bautizan y rebautizan las calles sin cesar.

—Ya la encontraré.

La calle indicada por Victor está vacía. Lucas espera. Un viejo sale de una casa. Lucas le pregunta:

—¿Sabe usted dónde se encuentra la biblioteca?

El viejo señala una casa vieja y gris, muy deteriorada.

—Es ahí. Pero no por mucho tiempo, creo. Me parece que están de traslado. Cada semana llega un camión para llevarse los libros.

Lucas entra en la casa gris. Sigue un largo pasillo oscuro, que termina en una puerta con cristales sobre la cual una placa oxidada indica: «Biblioteca pública».

Lucas llama. Una voz de mujer responde:

—¡Entre!

Lucas entra en una sala amplia, iluminada por el sol poniente. Una mujer de pelo gris está sentada detrás de un escritorio. Lleva gafas. Le pregunta:

—¿Qué desea?

—Me gustaría llevarme algún libro.

La mujer se quita las gafas y mira a Lucas.

—¿Llevarse libros? Desde que estoy aquí, no ha venido nunca nadie a llevarse libros.

—¿Está aquí desde hace mucho tiempo?

—Dos años. Estoy encargada de poner orden. Debo seleccionar las obras y eliminar las que están en el índice.

—¿Y qué pasa después? ¿Qué hace?

—Las pongo en cajas y se las llevan y las destruyen.

—¿Hay muchos libros en el índice?

—Casi todos.

Lucas mira las grandes cajas llenas de libros.

—Qué trabajo tan triste el suyo.

Ella pregunta:

—¿Le gustan los libros?

—He leído todos los del señor cura. Tiene muchos, pero no todos son interesantes.

Ella sonríe.

—Ya me lo imagino.

—También he leído los que se encuentran en las tiendas. Todavía son menos interesantes.

Ella sonríe más.

—¿Qué tipo de libros le gustaría leer?

—Libros que estén en el índice.

Ella se vuelve a poner las gafas y dice:

—Eso es imposible. Lo siento. ¡Váyase!

Lucas no se mueve. Ella repite:

—Le he dicho que se vaya.

Lucas dice:

—Se parece usted a mi madre.

—Aunque más joven, espero.

—No. Mi madre era más joven que usted cuando murió.

—Perdóneme. Lo siento muchísimo.

—Mi madre todavía tenía el pelo negro. Usted en cambio tiene el pelo gris, y lleva gafas.

La mujer se levanta.

—Son las cinco. Voy a cerrar.

En la calle, Lucas le dice:

—La acompaño. Déjeme que le lleve el cesto de la compra. Parece que pesa mucho.

Caminan en silencio. Cerca de la estación, delante de una casita baja, ella se detiene:

—Yo vivo aquí. Gracias. ¿Cómo se llama?

—Lucas.

—Gracias, Lucas.

Ella coge de nuevo el cesto, y Lucas le pregunta:

—¿Qué lleva ahí dentro?

—Un poco de carbón.

Al día siguiente, a última hora de la tarde, Lucas vuelve a la biblioteca. La mujer del pelo gris está sentada en su escritorio. Lucas dice:

—Ayer olvidó dejarme un libro en préstamo.

—Ya le expliqué que eso era imposible.

Lucas coge un libro de una de las grandes cajas.

—Déjeme coger uno solo. Éste.

Ella eleva la voz:

—Ni siquiera ha mirado el título. ¡Vuelva a poner ese libro en la caja y váyase!

Lucas pone de nuevo el libro en la caja.

—No se moleste. No le cogeré ningún libro. Esperaré a que cierre.

—¡No va a esperar en absoluto! ¡Salga de aquí, provocador! ¿No le da vergüenza, a su edad?

Ella solloza.

—¿Cuándo dejarán de espiarme, de observarme, de sospechar?

Lucas sale de la biblioteca y se sienta en la escalera de la casa de enfrente, y espera. Poco después de las cinco llega la mujer, sonriente.

—Perdóneme. Tengo mucho miedo. Siempre. De todo el mundo.

Lucas dice:

—Ya no le pediré libros. Sólo he venido porque usted se parece mucho a mi madre.

Saca una foto de su bolsillo:

—Mire.

Ella mira la foto.

—No veo ningún parecido. Su madre es joven, bella, elegante.

Lucas dice:

—¿Por qué lleva usted zapatos planos, y ese traje sin color? ¿Por qué se comporta como si fuese una vieja?

Ella responde:

—Tengo treinta y cinco años.

—Mi madre tenía la misma edad en la foto. Al menos, podría teñirse el pelo.

—Se me puso el pelo blanco en el transcurso de una sola noche. La noche que «ellos» colgaron a mi marido por alta traición. Hace tres años.

Tiende su cesto a Lucas.

—Acompáñeme.

Ante la casa, Lucas pregunta:

—¿Puedo entrar?

—Nadie entra jamás en mi casa.

—¿Por qué?

—Porque no conozco a nadie en esta ciudad.

—Ahora me conoce a mí.

Ella sonríe.

—Bueno. Entre, Lucas.

En la cocina, Lucas dice:

—No sé su nombre. No me apetece llamarla «señora».

—Me llamo Clara. Puede llevar el cesto a mi habitación, y vaciarlo al lado del hornillo. Prepararé té.

Lucas echa el carbón en una caja de madera. Va hacia la ventana. Allí ve un pequeño jardín abandonado, y más lejos, el balasto de una vía férrea invadida por las malas hierbas.

Clara entra en la habitación.

—Se me ha olvidado comprar azúcar.

Pone un plato en la mesa y se acerca a Lucas.

—Aquí se está tranquilo. Los trenes ya no pasan.

Lucas dice:

—Es una casa muy bonita.

—Es una vivienda de funcionario. Pertenecía a unas personas que se exiliaron.

—¿Los muebles también?

—Los de esta habitación, sí. Los de la otra son míos. La cama, el escritorio, la biblioteca son míos.

Lucas le pregunta:

—¿Puedo ver su habitación?

—En otra ocasión, quizá. Venga a tomar el té.

Lucas bebe un poco de té amargo y después dice:

—Tengo que irme, tengo trabajo. Pero podría volver más tarde.

Ella dice:

—No, no vuelva. Me acuesto muy temprano para ahorrar carbón.

Cuando Lucas llega a casa, Yasmine y Mathias están en la cocina. Yasmine dice:

—El pequeño no quería acostarse sin ti. Ya he dado de comer a los animales y he ordeñado las cabras.

Lucas le cuenta un cuento a Mathias, y después pasa a ver al cura. Al final, vuelve a la pequeña casita de la calle de la estación. Ya no hay luz.

Lucas espera en la calle. Clara sale de la biblioteca, pero no lleva el cesto. Le dice a Lucas:

—¿No irá a esperarme aquí todos los días?

—¿Por qué? ¿Le molesta?

—Sí. Es ridículo e inútil.

Lucas dice:

—Me gustaría acompañarla.

—No llevo el cesto. Además, no vuelvo directamente a casa. Tengo que hacer unos recados.

Lucas pregunta:

—¿Podré ir a verla más tarde?

—¡No!

—¿Por qué? Hoy es viernes. No trabaja mañana. No está obligada a acostarse tan temprano.

Clara dice:

—¡Ya basta! No se ocupe más de mí ni de la hora a la que me acuesto. Deje de esperarme y seguirme como un perrito.

—¿Ya no la veré hasta el lunes?

Ella suspira, menea la cabeza.

—Ni el lunes ni ningún otro día. Deje de molestarme, Lucas, por favor. ¿Qué es lo que quiere de mí?

Lucas dice:

—Me gusta mucho verla. Aunque lleve el traje viejo y tenga el pelo gris.

—¡Pequeño insolente!

Clara se vuelve en redondo y se va en dirección a la plaza principal. Lucas la sigue.

Clara entra en una tienda de confección, después en una tienda de zapatos. Lucas espera mucho tiempo. A continuación, ella entra en un colmado. Lleva los dos brazos cargados cuando emprende el camino de vuelta a la plaza principal. Lucas la atrapa.

—Déjeme que la ayude.

Clara dice, sin detenerse:

—¡No insista! ¡Váyase! ¡Y que no le vuelva a ver más!

—Bien, Clara. No me volverá a ver más.

Lucas vuelve. Yasmine le dice:

—Mathias ya está acostado.

—¿Ya? ¿Por qué?

—Creo que está enfadado.

Lucas entra en la habitación de la abuela.

—¿Duermes ya, Mathias?

El niño no responde. Lucas sale de la habitación. Yasmine pregunta:

—¿Volverás tarde esta noche?

—Hoy es viernes.

Ella dice:

—El huerto y los animales ya dan lo suficiente. Deberías dejar de tocar en los bares, Lucas. Las pocas monedas que ganas allí no merecen perder toda la noche.

Lucas no responde. Hace su trabajo nocturno y va a la rectoría.

El cura dice:

—Hace mucho tiempo que no jugamos al ajedrez.

—Estoy muy ocupado en este momento.

Se va a la ciudad, entra en un bar, toca la armónica, bebe. Bebe en todas las tabernas de la ciudad y vuelve a casa de Clara.

En la ventana de la cocina, la luz se filtra entre las dos cortinas bajadas. Lucas da la vuelta a la manzana, pasa por los raíles del ferrocarril y entra en el jardín de Clara. Allí, las cortinas son más delgadas y Lucas distingue dos siluetas en la habitación donde entró el día anterior. Un hombre va y viene por la habitación, y Clara está apoyada en la estufa. El hombre se acerca a ella, se aleja, se acerca otra vez. Habla. Lucas oye su voz, pero no entiende lo que dice.

Las dos siluetas se confunden. Eso dura mucho tiempo. Se separan. Se enciende la luz en el dormitorio. Ya no hay nadie en el salón.

Cuando Lucas pasa a la otra ventana, la luz se apaga.

Lucas vuelve a la parte delantera de la casa. Escondido en las sombras, espera.

De madrugada sale un hombre de casa de Clara y se aleja a pasos rápidos. Lucas le sigue. El hombre entra en una de las casas de la plaza principal. De vuelta, Lucas entra en la cocina para beber agua. Yasmine sale de la habitación de la abuela.

—Te he esperado toda la noche. Son las seis de la mañana. ¿Dónde estabas?

—En la calle.

—¿Qué te preocupa, Lucas?

Ella tiende la mano para acariciarle el rostro. Lucas aparta la mano, sale de la cocina y se encierra en su habitación.

El sábado por la tarde, Lucas va de una taberna a otra. La gente está borracha y es generosa.

De pronto, a través del humo, Lucas la ve. Está sentada, sola, junto a la entrada, y bebe vino tinto. Lucas se sienta a su mesa.

—¡Clara! ¿Qué hace aquí?

—No podía dormir. Tenía ganas de ver gente.

—¿Esta gente?

—Cualquiera. No puedo quedarme en casa sola, siempre sola.

—Ayer por la noche no estaba sola.

Clara no responde, se sirve un poco de vino y bebe. Lucas le retira el vaso de las manos.

—¡Ya basta!

Ella se ríe.

—No. Nunca basta. Quiero beber y beber más y más.

—¡Pero no aquí! ¡Con éstos no!

Lucas sujeta la muñeca de Clara. Ella le mira, murmura:

—Te buscaba.

—Pero no querías volverme a ver.

Ella no responde, vuelve la cabeza.

Los clientes reclaman música.

Lucas echa una moneda encima de la mesa.

—¡Ven!

Coge a Clara por el brazo, la guía hacia la salida.

Comentarios y risas groseras les acompañan.

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