—Sí, me gustaría verla.
Peter abre la puerta de la habitación:
—Clara, nos ha venido a visitar un amigo.
Claus entra en la habitación. Clara está sentada en una mecedora ante la ventana, con una manta sobre las rodillas y un chal en los hombros. Sujeta un libro en la mano, pero no lee. Su mirada se pierde por la ventana. Se mece.
Claus dice:
—Buenas tardes, Clara.
Clara no le mira, y recita con tono monótono:
—Llueve, como siempre. Lluvia fina y fría, cae sobre las casas, sobre los árboles, sobre las tumbas. Cuando «ellos» vienen a verme, la lluvia chorrea por sus rostros destrozados. «Ellos» me miran y el frío se hace más intenso. Mis muros ya no me protegen. Nunca me han protegido. Su solidez no es más que una ilusión, su blancura está mancillada.
Su voz cambia, bruscamente:
—¡Tengo hambre, Peter! ¿Cuándo comemos? Contigo siempre llegan tarde todas las comidas.
Peter vuelve a la cocina y Claus dice:
—Soy yo, Clara.
—¿Eres tú?
Mira a Claus, le tiende los brazos. Él se arrodilla a sus pies, le abraza las piernas y apoya la cabeza en sus rodillas. Clara le acaricia los cabellos. Claus coge la mano de Clara, la aprieta contra su mejilla, contra sus labios. Es una mano reseca, flaca, cubierta de manchas de vejez.
Ella dice:
—Me has dejado sola mucho tiempo, demasiado tiempo, Thomas.
Las lágrimas corren por sus mejillas. Claus se las seca con el pañuelo:
—No soy Thomas. ¿No tienes ningún recuerdo de Lucas?
Clara cierra los ojos, sacude la cabeza:
—No has cambiado nada, Thomas. Has envejecido un poco, pero sigues siendo el mismo. Bésame.
Ella sonríe, descubriendo una boca desdentada.
Claus retrocede y se levanta. Se va a la ventana, mira hacia la calle. La plaza principal está vacía, oscura, bajo la lluvia. Sólo el Gran Hotel destaca de la oscuridad con su entrada iluminada.
Clara se mece de nuevo:
—Váyase. ¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi habitación? ¿Por qué no viene Peter? Tengo que comer y acostarme. Es tarde.
Claus sale de la habitación de Clara, encuentra a Peter en la cocina:
—Clara tiene hambre.
Peter lleva la bandeja a Clara. Cuando vuelve, dice:
—Ella se interesa mucho por la alimentación. Le subo una bandeja tres veces al día. Por suerte duerme mucho gracias a los medicamentos.
—Es una carga muy pesada para usted.
Peter sirve un poco de guiso con pasta:
—No, no, en absoluto. Ella no me molesta. Me trata como si fuese su criado, pero me da igual. Coma, Claus.
—No tengo hambre. ¿Y no sale nunca?
—¿Clara? No. No tiene ganas, y de todos modos, se perdería. Lee mucho y le gusta mirar el cielo.
—¿Y el insomne? Supongo que vivía ahí enfrente, donde ahora se encuentra el hotel.
Peter se levanta.
—Sí, exactamente. Yo tampoco tengo hambre. Vamos, salgamos.
Caminan por la calle. Peter señala una casa:
—Yo vivía aquí en aquella época. En el primer piso. Si no está cansado, puedo enseñarle también la casa donde vivía Clara.
—No estoy cansado.
Peter se para ante una casita pequeña de planta baja, en la calle de la estación.
—Era aquí. Pronto demolerán esta casa, como casi todas las casas de esta calle. Son demasiado viejas e insalubres.
Claus tiene un escalofrío.
—Volvamos. Estoy aterido.
Se separan delante de la entrada del hotel. Claus dice:
—He ido varias veces al cementerio, pero no he encontrado la tumba de mi abuela.
—Ya se la enseñaré mañana. Venga a la librería a las dieciocho horas. Todavía será de día.
En una parte abandonada del cementerio, Peter apoya su paraguas en el suelo:
—Ahí está la tumba.
—¿Cómo puede saberlo con certeza? No hay otra cosa que malas hierbas, no hay cruz ni nada. Podría equivocarse.
—¿Equivocarme? Si supiera cuántas veces vine a buscar a su hermano Lucas... Y después, más tarde, cuando él ya no estaba. Este lugar se convirtió para mí en el fin de un paseo casi cotidiano.
Vuelven a la ciudad. Peter se ocupa de Clara y después beben aguardiente en la habitación que fue de Lucas. La lluvia cae en el alféizar de la ventana, entra en la habitación. Peter va a buscar una bayeta para secar el agua.
—Hábleme de usted, Claus.
—No tengo nada que decir.
—¿Es más fácil la vida allá?
Claus se encoge de hombros.
—Es una sociedad basada en el dinero, no hay lugar para las cuestiones que conciernen a la vida. He vivido treinta años en una soledad mortal.
—¿No ha tenido nunca una mujer o un hijo?
Claus ríe.
—Mujeres sí. Muchas mujeres. Pero hijos, no.
Después de un silencio, pregunta:
—¿Qué ha hecho con los esqueletos, Peter?
—Los volví a poner en su lugar. ¿Quiere verlos?
—No hay que molestar a Clara.
—No atravesaremos su habitación. Hay otra puerta. ¿No se acuerda?
—¿Cómo iba a acordarme?
—Habría podido darse cuenta al pasar por delante. Es la primera puerta a la izquierda, al llegar al rellano de la escalera.
—No, no me he dado cuenta.
—Es cierto que esa puerta se confunde con el tapizado de la pared.
Entran en un espacio pequeño que una cortina gruesa separa de la habitación de Clara. Peter ilumina con una linterna los esqueletos.
Claus dice, muy bajito:
—Hay tres.
Peter dice:
—Puede hablar con toda normalidad. Clara no se despertará. Toma unos sedantes muy potentes. Olvidé decirle que Lucas desenterró el cuerpo de Mathias dos años después de su entierro. Me explicó que era más sencillo para él, que estaba cansado de pasar las noches en el cementerio para hacer compañía al niño.
Peter ilumina un jergón que hay debajo de los esqueletos.
—Ahí era donde dormía.
Claus toca el jergón, la manta militar gris que lo cubre.
—Está tibio.
—¿Qué se imagina, Claus?
—Me gustaría dormir aquí sólo por una noche, ¿le importa, Peter?
—Está usted en su casa.
Proceso verbal elaborado por las autoridades de la ciudad de K. Para la embajada de D.
Objeto: petición de repatriación de su ciudadano Claus T., encarcelado actualmente en la prisión de la ciudad de K.
Claus T., de cincuenta años de edad, en posesión de un pasaporte válido, provisto de un visado de treinta días como turista, llegó a nuestra ciudad el 2 del mes de abril del año en curso. Alquiló una habitación en el único hotel de nuestra ciudad, el Gran Hotel, situado en la plaza principal.
Claus T. pasó tres semanas en el hotel, comportándose como un turista, paseando por la ciudad, visitando los lugares históricos y tomando sus comidas en el restaurante del hotel o en uno de los restaurantes más populares de la ciudad.
Claus T. iba a menudo a la librería de enfrente del hotel para comprar papel y lápices. Conociendo la lengua del país, charlaba mucho con la librera, la señora B., y también con otras personas en lugares públicos.
Tres semanas después, Claus T. preguntó a la señora B. si podía alquilarle las dos habitaciones que había encima de la librería, por meses. Como ofrecía un precio elevado, la señora B. le cedió su piso de dos habitaciones y ella fue a alojarse con su hija, que vive no lejos de allí.
Claus T. pidió la prolongación de su visado en tres ocasiones, cosa que consiguió sin dificultad. Por el contrario, su cuarta petición de prolongación le fue denegada en el mes de agosto. Claus T. no hizo ningún caso de esa negativa y, a consecuencia de una negligencia de nuestros empleados, las cosas siguieron así hasta el mes de octubre. El 30 de octubre, en el curso de un control de identidad de rutina, nuestros agentes de policía locales constataron que los papeles de Claus T. ya no estaban en regla.
En ese momento, Claus T. ya no tenía dinero. Debía dos meses de alquiler a la señora B., no comía casi, iba de bar en bar tocando la armónica. Los borrachos le pagaban la bebida y la señora B. le llevaba todos los días un poco de sopa.
A raíz de su interrogatorio, Claus T. aseguró que había nacido en nuestro país, que había pasado su infancia en nuestra ciudad, en casa de su abuela, y declaró querer quedarse aquí hasta el regreso de su hermano Lucas T. Ese tal Lucas T. no figura en ningún registro de la ciudad de K. Claus T. tampoco.
Rogamos que nos abonen la factura adjunta (multa, gastos de la investigación, alquiler de la señora B.) y repatríen a Claus T. bajo su responsabilidad.
Firmado, por las autoridades de la ciudad de K: I.S.
Post-scriptum:
Naturalmente, por razones de seguridad, hemos examinado el manuscrito en poder de Claus T. Mediante ese manuscrito asegura que se puede probar la existencia de su hermano Lucas, que escribió en persona la mayor parte, y Claus sólo añadió las últimas páginas, el capítulo número ocho. Ahora bien; la escritura procede de la misma mano desde el principio hasta el fin, y las hojas de papel no presentan señal alguna de envejecimiento. La totalidad de ese texto fue escrito de una sola vez, por la misma persona, en un lapso de tiempo que no puede remontarse a más de seis meses, es decir, por el mismo Claus T. durante su estancia en nuestra ciudad.
En lo que concierne al contenido del texto, no puede tratarse más que de una ficción, ya que ni los acontecimientos descritos ni los personajes que allí figuran han existido jamás en la ciudad de K, a excepción, sin embargo, de una persona, la supuesta abuela de Claus T., de la cual hemos encontrado la pista. Esa mujer, en efecto, poseía una casa en el emplazamiento del actual campo de deportes. Muerta sin herederos hace treinta y cinco años, figura en nuestros registros con el nombre de Maria Z., de casada V.
Es posible que durante la guerra se le hubiese confiado la custodia de uno o de varios niños.