Era un sujeto pequeño y rechoncho que llevaba un abrigo gris. De momento Vincent apenas se fijó en él, pero después de observarle unos minutos comenzó a sospechar que él también vigilaba Scalon.
Para asegurarse más, abandonó a Scanlon y se puso a espiar al del abrigo gris. Scanlon había entrado en el hotel. Al cabo de un cuarto de hora de espera, vigilando siempre al desconocido del abrigo Vincent vio con satisfacción que Scanlon salía de nuevo a la calle y, seguido de su otro perseguidor, se dirigía a un restaurante. Así, siguiendo a uno, Vincent seguía a los dos.
El del abrigo gris entró en el restaurante, Vincent fue a colocarse en un rincón, a unos seis metros de Scanlon, pero oculto por una percha de abrigos.
Encargó la cena y aguardó. Durante un rato no vio al hombre del abrigo gris, de pronto le vio, ya sin abrigo, atravesando el comedor.
¡Caramba! —exclamó Vincent para sí—. Se ha sentado en la misma mesa de Scanlon. Oigamos qué dicen. —Las palabras de los dos hombres llegaron tenuemente hasta él.
—Bien, bien… —empezó el del abrigo gris.
Scanlon miró asombrado al hombre que acababa de sentarse ante él.
—Parece que no me recuerda —siguió éste.
—No —replicó Scanlon. Era la primera vez que Vincent le oía hablar. Su voz lo pareció dura y discordante.
—Usted es Bob Scanlon, ¿verdad? —preguntó el desconocido—. Es viajante de una fábrica de zapatos de San Francisco, ¿no?
—Sí —asintió Scanlon.
—¿Y no me recuerda?
—No.
—Soy Steve Cronin, de Boston. También vendía zapatos. Le conocí a usted en una reunión de zapateros en Chicago, hace cinco años. Desde hace cuatro estoy en Nueva York. ¡Buen tiempo aquel que pasamos en Chicago! ¿Se acuerda?
Y tendió la mano a Scanlon, quien la estrechó de mala gana.
—No le importa que cene en su misma mesa, ¿verdad? —preguntó el llamado Steve Cronin.
—No, claro —gruñó Scanlon—. No le recuerdo bien, pero es tan difícil recordar a todos los compañeros que uno ha encontrado en su vida.
—Yo tengo muy buena memoria —replicó Cronin—. Siempre me acuerdo de las gentes que he visto y cuándo las he visto. Es curioso, al verle entrar en el restaurante, le he reconocido enseguida.
Vincent sonrió para sí. Cronin había visto entrar a Scanlon en el restaurante, pero no desde adentro, sino desde la calle.
La conversación versó sobre el calzado. Cronin era locuaz, pero hablaba por hablar, sin definir nada. Scanlon se limitaba a gruñir y sólo de cuando en cuando contestaba a alguna pregunta.
Cuando terminó la cena, Cronin se levantó el primero.
—Tengo que acudir a una cita —dijo mirando el reloj—. Le veré más tarde, compañero.
Y sin añadir una palabra más, abandonó el restaurante. Cinco minutos más tarde, Scanlon salió también, metiéndose por una calle lateral. Vincent le seguía a poca distancia, por la acera opuesta. Notó que los movimientos de Scanlon eran más nerviosos que nunca.
Cuando el viajante de calzado se metió en una amplia avenida y avivó el paso, Vincent tuvo una idea que proclamaba su inteligencia.
«Ese pájaro se dirige al hotel —se dijo—. Da este rodeo porque quiere asegurarse de que Cronin no le sigue, por lo tanto, no desea que Cronin sepa dónde se hospeda. Pero Steve ya lo sabe y es demasiado listo para seguir a Scanlon en estos momentos. Seamos, pues, listos también.»
Esperó a que el viajante se adelantara una manzana. Entonces detuvo un taxi y dio la dirección del Metrolite. Subió a su habitación convencido de que antes de veinte minutos el ocupante de la habitación 1417 llegaría al hotel.
En la oscuridad de su habitación, Vincent se sentó en una silla junto a la entornada puerta por donde podía vigilar el iluminado corredor sin que ninguna de las personas que por él pasaran, pudiera ver que la puerta no estaba cerrada completamente.
Cinco minutos, largos como horas, habían transcurrido desde su regreso al hotel. Un leve malestar parecía predecir que algo malo iba a ocurrir.
En aquel momento sonaron en el comedor unos pasos suaves. No eran los de Scanlon; esto Vincent lo sabia por el ruido. Los pasos seguían aproximándose y, a menos que torciesen hacia la izquierda, era indudable que se dirigían a la habitación contigua.
Vincent contuvo una exclamación de asombro al ver al hombre que apareció en su campo visual. ¡Era Steve Cronin!
El hombre se detuvo para dirigir una mirada al montante de la puerta de Scanlon y Vincent pudo advertir la sonrisa que apareció en su rostro, mientras se retiraba un poco con las manos en los bolsillos del pantalón.
«Un hombre muy fuerte —pensó Vincent—. Parece un lobo y, seguramente es tan feroz como un animal de esos, pero su corazón es el de un cobarde, estoy seguro.»
Satisfecho con la inspección del cuarto de Scanlon, Steve Cronin torció por el pasillo de la izquierda. Vincent respiró nuevamente y siguió aguardando.
Era necesario no traicionar su presencia allí. El regreso de Scanlon seguramente produciría algún efecto inesperado.
Pasaron los minutos largos como siglos, y por fin sonaron en el corredor las pisadas de Scanlon que poco después se detenían ante la puerta de su cuarto.
La llave giró en la cerradura y, en el mismo instante, reapareció en escena Steve Cronin. Se había acercado silenciosamente y sorprendió al viajante de zapatos al llamarle.
—¡Scanlon!
Vincent no podía ver a este último porque ya había entrado en la habitación, pero en cambio pudo oír la exclamación que lanzó.
—¿Qué quiere usted? —preguntó con voz temblorosa.
—Quisiera hablarle —contestó con amabilidad Steve Cronin—. He venido a verlo.
—Creí que tenía una cita.
—Ya asistí a ella; pero el sujeto a quien tenía que ver no estaba.
—¿Cómo ha sabido que me hospedaba aquí?
—Usted me lo dijo.
—Yo no le dije nada.
Hubo una pausa. Los dos hombres estaban fuera del campo visual de Vincent. Fue Steve Cronin quien rompió el silencio.
—Somos viejos amigos, Scanlon —dijo—. He tenido una gran alegría en volverle a ver. Usted mismo me dijo que paraba aquí; seguramente lo ha olvidado. Creo que podré ayudarle a realizar alguna venta. Sólo le entretendré unos minutos.
—No necesito que me ayude nadie —replicó con firmeza Scanlon.
Vincent sonrió. Por muy lobo que fuese Steve Cronin, había encontrado a una oveja luchadora.
—¿Por qué discutir aquí, en pleno corredor? —preguntó con suavidad Steve.
—Porque no siento ninguna simpatía por usted —replicó Scanlon.
—¿No?
—No.
—¿Por qué?
—Tengo mis razones Puede marcharse. No tengo ganas de perder el tiempo con usted.
—Pues me quedaré hasta que me diga por qué no le soy simpático.
Vincent oyó un ruido indicador de que Scanlon trataba de cerrar la puerta en las narices de Steve Cronin.
—Despacio, Scanlon, despacio —ordenó suavemente Steve—. Tengo que entrar.
Se oyó un portazo y frases precipitadas, Entonces salió Vincent al pasillo y acercóse a la puerta de la habitación contigua.
El montante estaba entreabierto, pero los dos hombres hablaban en voz baja e ininteligible. Vincent aguzó el oído mientras vigilaba el corredor, dispuesto a precipitarse en su habitación a la más leve alarma.
Por fin, al cabo de un rato de inútil escucha, notó que los dos hombres debían de haberse acercado a la puerta, pues a pesar de que seguían hablando en voz baja, lograba ya oír lo que decían, Era Scanlon quien hablaba.
—Muy bien, Cronin, si es que se llama usted así, dígame de una vez qué es lo que quiere.
—Ya lo sabe usted, Scanlon. He venido a buscar el disco.
—¿Qué disco? ¿De qué está hablando?
—Del disco chino. De la moneda. Usted lo tiene.
—No le entiendo, Cronin.
—No se haga el tonto y sea razonable. Se lo compraré, pida por él lo que quiera.
La contestación de Scanlon fue un murmullo. Las voces volvieron a hacerse ininteligibles y Vincent regresó a su cuarto con la esperanza de poder oír algo por la ventana, que quedaba junto a la de Scanlon. Sin embargo, ningún sonido llegó hasta él.
Quitóse los zapatos, la chaqueta, el chaleco, el cuello y se tumbó en la cama.
Durante unos minutos reflexionó acerca de lo que debía hacer. Mientras permanecía pensativo le pareció oír un sordo ruido en la habitación contigua.
¿Qué habría sido? ¿Una mesa derribada? ¿El chocar de un cuerpo contra el suelo?
Miró por la rendija de la puerta y, en seguida, salió al pasillo para escuchar.
Al dirigir la vista a la puerta del 1417 vio que el tirador giraba lentamente.
De un salto Vincent regresó a su cuarto y al mirar otra vez al pasillo vio que lo cruzaba Steve Cronin. Con furtivas miradas a ambos lados, el hombre del abrigo gris dirigióse hacia la escalera.
Con los nervios en tensión, Vincent apoyó la mano en el tirador de la puerta del cuarto de Scanlon. Cronin la había cerrado silenciosamente; por lo tanto, no debía de estar cerrada con llave. Vincent miró cautelosamente en todas direcciones y no viendo a nadie entró en el aposento.
Una tenue luz, reflejo de los anuncios luminosos que nublan el cielo de Manhattan, penetraba por la abierta ventana. Al mirar hacia la derecha se estremeció. Un hombre aparecía tendido en el suelo con una mano cogida a la mesa donde estaba el teléfono.
Era el cuerpo de Scanlon. Vincent estaba seguro de que ya había muerto, junto al cadáver se veía un objeto blanco. Sin necesidad de tocarlo, Vincent vio que era una almohada.
Instintivamente comprendió lo ocurrido. El sordo ruido que escuchara minutos antes fue sin duda un disparo o la caída de Scanlon al suelo. Steve Cronin le había obligado a penetrar en el cuarto de baño, que se veía abierto a poca distancia del muerto, y le había pegado un tiro, ahogando con la almohada el estampido del disparo.
Se había cometido un asesinato, y Vincent se encontraba solo en la habitación del crimen, junto al cadáver del asesinado. Comprendió que debía abandonar enseguida aquel lugar, pero algo le mantenía allí a pesar de todo.
Se dirigió al cuarto de baño. De pronto notó algo bajo un pie. Era un objeto plano y delgado. Se inclinó para examinarlo. A pesar de la oscuridad notó que se trataba de algo redondo metido en una rendija del suelo, junto a la puerta del cuarto de baile.
No tenía la menor idea de qué podía ser. Demasiado preocupado con el crimen, no se entretuvo en contemplarlo mejor y se lo guardó en un bolsillo del pantalón.
Podía ser una pista, una pista que condujese a la captura del criminal.
Súbitamente recordó Vincent que la mejor pista para capturar a un criminal es encontrarle junto al cadáver de su víctima y él estaba al lado de un muerto y vestido de una manera bastante sospechosa.
Pensó que debía regresar inmediatamente a su cuarto antes de que alguien descubriese el asesinato y a él en la habitación del muerto. Sin embargo, su deber de ciudadano era dar algún aviso de lo sucedido a Scanlon.
Tuvo una idea. Se acercó a la mesa del teléfono y lo hizo caer al suelo.
Luego corrió a su aposento sin que nadie le viese.
¿Cuánto tiempo podía transcurrir antes de que subiesen a investigar la habitación de Scanlon? Poco, pues al caer el teléfono marcaría la llamada en la centralita del hotel y al no obtener respuesta, la telefonista enviaría a alguien a enterarse del motivo de la insistente llamada.
Vincent se metió en la cama y permaneció con el oído alerta. Pasó bastante rato hasta que, por fin, se oyeron pasos en el corredor. Alguien abrió la puerta de la habitación vecina; se oyeron varias voces y, por último, sonaron unos fuertes golpes en la puerta de su cuarto.
Fingiéndose adormilado, abrió Vincent la puerta. Entonces vio que la del aposento de Scanlon estaba abierta también y que la luz estaba encendida.
El hombre que estaba ante Vincent era, indudablemente, el detective de la casa.
—¿Qué pasa? —preguntó Vincent con voz torpe.
—Han matado a un hombre ahí al lado —explicó el detective—. ¿Ha oído algún disparo hace poco?
Vincent negó con la cabeza.
—Lo único que he oído han sido los golpes que ha dado usted en la puerta. Estaba durmiendo.
El detective movió la cabeza.
—Debieron de ahogar el estampido —murmuró—. El ocupante de la habitación 1415 tampoco oyó nada. Bueno, más tarde le interrogaremos. ¿Quiere usted cambiar de habitación? Haremos mucho ruido y seguramente no le dejaríamos dormir.
—Bueno —asintió Vincent.
—Llame usted a un botones para que le ayude a trasladarse.
Los agentes de la brigada de investigación criminal habían llegado ya, cuando Vincent salió al pasillo para dirigirse a su nuevo alojamiento. Seguía fingiéndose adormilado, pero en cuanto quedó solo en el nuevo cuarto, desapareció hasta el menor rastro de cansancio.
Le preocupaba un poco el temor de verse mezclado en el crimen; pero un pensamiento más importante le asaltó de pronto. Se dirigió a la silla donde estaba su traje y buscó en los bolsillos del pantalón. Encontró lo que buscaba y lo acercó a la luz.
Una exclamación se le escapó al ver lo que tenía en la palma de la mano.
Era un disco de un metal grisáceo más pequeño y delgado que un medio dólar y en cuyo centro aparecía una roja y borrosa letra del alfabeto chino.
Unas horas después del asesinato de Scanlon, un hombre caminaba apresuradamente por una calle cercana a Broadway. Había algo en su paso y movimientos, indicador de la ansiedad que le dominaba.
A pesar de que la noche era casi oscura, llevaba el cuello del abrigo subido hasta las orejas. Su propósito era, sin duda, evitar que le viesen para no despertar sospechas. En esto último logró un completo éxito, pues pasó junto a un policía sin que este le dirigiese una sola mirada.
Al llegar a mitad de la manzana, aminoró el paso y se detuvo junto a un estanco para mirar cautelosamente en todas direcciones. En seguida cruzó el arroyo, abrió una puerta y se metió en el oscuro portal de una vieja casa.
Apenas se cerró la puerta tras él, una sombra pareció precipitarse en el arroyo.
Algo extraño cruzó la calle y fue absorbido por el portal de la vieja casa.
Parecía como si una sombra se hubiera destacado de un edificio para ir a fijarse en otro.