Read La tiranía de la comunicación Online
Authors: Ignacio Ramonet
Este hecho hace que sea necesario reflexionar sobre la información. ¿Cómo funciona? ¿A qué estructuras responde? Y estas estructuras de funcionamiento, estas figuras de expresión, esta retórica, ¿han sido siempre así?
La revista francesa Télérama publicó recientemente un sondeo que demuestra que, desde hace tiempo, existe una desconfianza, una distancia crítica que los ciudadanos sienten, cada vez más, respecto a algunos media. Y en particular, desde hace algunos años, sobre todo desde la guerra del Golfo, respecto a la prensa escrita y la televisión, por la forma en que funcionan respecto a cierto tipo de acontecimientos.
La radio conserva, hasta el momento, un cierto margen de confianza, a pesar de todo. Sobre la prensa escrita se ha hecho un gran trabajo de educación, en particular en los centros escolares, y si uno se toma la molestia de estudiarla a menudo descubre un puñado de horrores. Con respecto a la televisión, y a pesar de lo que se dice, también se ha aprendido, cada vez más, a analizar las imágenes y se acaban por desvelar críticamente...
Y además, existen los magnetoscopios que graban. Mientras que la radio es el único media que no deja huellas. Esto no quiere decir que no existan los magnetófonos, pero ¿quién graba los diarios hablados de las distintas cadenas y emisoras? La impresión general es que el trabajo de la radio resulta globalmente más profesional. Pero cuando se mira de cerca se encuentran tantos motivos de recelo como en los otros dos.
Esta desconfianza respecto a los media es relativamente nueva. El citado sondeo de Télérama se viene haciendo desde hace veinte años y si se analiza su evolución se observa que prácticamente desde su creación hasta finales de los años ochenta no existía globalmente desconfianza hacia los media. A la pregunta «Si respecto a un mismo acontecimiento la prensa escrita, la radio y la televisión, dicen cosas diferentes, ¿a cuál de los media cree usted más?», las respuestas más numerosas eran regularmente para la televisión.
Por otra parte, todavía no hace mucho tiempo que la prensa escrita estaba dotada de una capacidad para revelar las disfunciones de la política lo que, en ocasiones, resultaba totalmente espectacular. El asunto Watergate demuestra muy bien cómo dos periodistas menores, Woodward y Bernstein, de un periódico ciertamente serio pero en absoluto dominante en su país, el Washington Post, pudieron hacer caer al hombre más poderoso de la tierra, el presidente de Estados Unidos. Por eso subsistía la capacidad de la prensa para ser radical en su voluntad de decir la verdad o de contar hechos extremadamente duros para los gobiernos. La mayor parte de los periódicos, en todo el mundo y en particular en los grandes países desarrollados y democráticos, intentaron imitar ese tono, ese estilo periodístico, puesto de relieve durante el asunto Watergate. Durante mucho tiempo se admitió la idea de que los periodistas, armados de la verdad, podían oponerse a sus dirigentes, y se recobraba el espíritu de las películas de Capra de los años treinta, o el espíritu del cuarto poder. ¡Cuántas películas se han hecho con un periodista como protagonista principal! Cabe incluso recordar que Superman es un periodista, y Tintín también.
¿Por qué se ha hundido todo esto? ¿Por qué se pasó, a mediados de los años setenta, de una especie de glorificación del periodista, convertido en el héroe de la sociedad moderna, a la situación actual en que el periodista se lleva la palma de la infamia? ¿Por qué fases se ha discurrido?
Creo que han intervenido consideraciones de diferentes órdenes. Hay aspectos de orden tecnológico, de orden político, de orden económico y de orden retórico. El momento de inflexión de este fenómeno, de este cambio en la filosofía de la información, se sitúa en ese año de todos los acontecimientos que es 1989. Al menos se percibe entonces.
Aunque es posible que comenzara antes, que se hubieran dado ya elementos anunciadores.
Por otra parte, esta nueva concepción de la información hace que hoy exista un concepto cada vez más importante y al mismo tiempo cada vez más equívoco, el de la verdad. ¿Dónde está la verdad? Se podrá decir: yo vi lo que pasó en Rumania, vi esas batallas, esos combates, etc. ¿Cómo es posible? Pues porque esta concepción de la información plantea un camino que conduce a un efecto equívoco. En el momento en que asisto a una escena que suscita mi emoción ¿dónde está la verdad? ¿En las circunstancias objetivas que rodean a esta escena como acontecimiento y como hecho material, o en el sentimiento que experimento?
¿Qué es lo verdadero? ¿Las circunstancias que hacen que se produzca ese acontecimiento o las lágrimas que caen de mis ojos y que son, realmente, materiales y concretas? Y, además, como mis lágrimas son verdaderas yo creo que lo que he visto es verdadero. Y resulta evidente que se trata de una confusión que la emoción puede crear a menudo y contra la cual es muy difícil protegerse.
Este universo que ha creado tal nivel de confusión concede a la televisión el papel de piloto en materia informativa. Obliga a los otros media a seguirla o a tomar distancia, pero, en todo caso, a situarse respecto a la televisión.
Ya hacia finales de los anos ochenta la televisión, que era el media dominante en materia de diversión y ocio, se convirtió también en el primero en materia de información. La mayoría de las personas se informan, esencialmente, por medio de la televisión. La televisión tomó, pues, la dirección de los media y ejerce su hegemonía, con todas las confusiones que provoca respecto al concepto de actualidad.
¿Cuál es la actualidad hoy? Es lo que la televisión dice que es actualidad. Y aquí aparece otra confusión respecto a la verdad. ¿Cómo podría definirse la verdad? Hoy la verdad se define en el momento en que la prensa, la radio y la televisión dicen lo mismo respecto a un acontecimiento. Y sin embargo, la prensa, la radio y la televisión pueden decir lo mismo sin que sea verdad. Fue el caso de Rumania.
¿Qué medios tengo para averiguar que se falsea la verdad? No puedo comparar unos media con otros. Y si todos dicen lo mismo no estoy en condiciones de llegar, por mí mismo, a descubrir lo que pasa.
Esta supremacía de la televisión está basada no sólo en el directo y en el tiempo real, sino también en el hecho de que impone como gran información la información que tiene, esencialmente su vertiente visible. Cuando un gran acontecimiento no ofrece un capital de imágenes se crea una especie de confusión difícil de desvelar.
Estoy pensando en el genocidio en Ruanda, en 1994, cuando los hutus exterminaron a una gran parte de los tutsis. Oímos hablar de este genocidio. Muy poco, en realidad, porque se estaba celebrando el Festival de Cannes. Pero después se descubrió que se trataba de un genocidio. Y empezaron a avanzarse cifras. Y luego la televisión empezó a mostrar imágenes.
Por tanto, en principio, se oye hablar de un mega-acontecimiento. Un genocidio; no se dan más que tres o cuatro en un siglo. Es, por lo menos, un acontecimiento considerable. Y más tarde se muestran las imágenes. Imágenes de gentes que sufren, de familias, de personas, de niños, de viejos, que caminan, que son víctimas de epidemias, se les ve morir, cómo los entierran. Todo masivamente. Y, como consecuencia, se genera un sentimiento de piedad. Se monta una operación por parte de Francia denominada «operación turquesa», que se hace teóricamente para proteger a las poblaciones. Genocidio, víctimas, protección. Parece que todo eso va encadenado.
Sin embargo, el problema es que el genocidio tuvo lugar pero, en realidad, del propio genocidio no tuvimos imágenes. Lo que, por otra parte, demuestra que los grandes acontecimientos no producen necesariamente imágenes. Del genocidio de Ruanda no hay prácticamente ninguna. Es un gran acontecimiento que tuvo lugar en ausencia de las cámaras. Existen algunas imágenes que se han podido encontrar, filmadas desde muy lejos o de individuos dando machetazos. Pero aparte de eso, se pudo exterminar entre 500.000 y 1 millón de personas en ausencia de cámaras.
Las únicas imágenes son de gentes que sufren y marchan, en una especie de éxodo de tipo bíblico, apocalíptico, que son víctimas de una versión de las siete plagas de Egipto. Y, evidentemente, se tiende a pensar que son las víctimas del genocidio. Pero, como se sabe, eran, por el contrario, los autores del genocidio.
Este tipo de información no puede decir una cosa y su contraria, no puede decir: ha habido víctimas, he aquí los verdugos. Los verdugos son víctimas. No hay forma de entenderlo. Porque, además, hay tropas francesas que en principio para sus conciudadanos son amigos. Y resulta que defienden a los autores del genocidio. Esto no se puede decir. Como consecuencia, lo que se ve resulta extremadamente confuso.
Frente a un acontecimiento tan importante como ése, la información está muy lejos de ser clara. Se encuentra viciada por la idea de que si un acontecimiento se produce hay que mostrarlo. Y se llega a hacer creer que hoy no puede existir un acontecimiento sin que sea grabado y pueda ser seguido, en directo y en tiempo real.
Esa es toda la ideología de la CNN, la nueva ideología de la información en continuo y en tiempo directo, que la radio y la televisión han adoptado. Esa idea de que el mundo tiene cámaras en todas partes y que cualquier cosa que se produzca debe ser grabada. Y si no se graba, no es importante. Lo que hace que, en esa línea, un informe de UNICEF, un informe de la Organización Internacional del Trabajo o un informe de Amnistía Internacional sean mucho menos importantes que cualquier acontecimiento que dispone de un capital de imágenes.
Esta deriva de la información ha tenido consecuencias en otros terrenos y, en particular, en el de la prensa escrita, que hoy trata de reaccionar. Pero hay que ser conscientes de que, incluso cuando existe la mejor voluntad y un sentido crítico agudizado, estamos frente al media que domina los media. La información televisada funciona según un cierto número de principios (que no pueden observarse si no se ha seguido esta evolución, y esta evolución no es perceptible, no está hecha para ser percibida). Principios que crean confusiones incluso entre los demócratas más sinceros, y que crean una dificultad indiscutible para articular la ecuación: información = libertad = democracia.
Todo esto plantea la cuestión de la objetividad y de los criterios que determinan la veracidad de los hechos. La búsqueda de objetividad es la propia base de] oficio de periodista, y no debe deducirse que criticar la ecuación «ver es comprender» tendría que conducir, inevitablemente, a elaborar un discurso de propaganda o un discurso de opinión. Lo contrario de esta información espectáculo no es, necesariamente, una información de propaganda o una información puramente ideológica. La tradición, y la propia historia del periodismo, tal y como se ha desarrollado - lo que se llama el periodismo americano; es decir, con la tradición de distinguir los hechos de los comentarios - es la base que permite al lector poder diferenciar bien los hechos establecidos en principio de las opiniones.
En principio, un discurso de propaganda es un discurso que intenta o bien construir hechos o bien ocultarlos. Lo que hay que comprender bien es que está en otra esfera informacional. Tomemos, por ejemplo, una cuestión tan elemental como la de la censura. Se podría decir que un discurso de propaganda es un tipo de discurso de censura. O bien el discurso de censura es un discurso que consiste, esencialmente, en suprimir, amputar, prohibir un cierto número de aspectos de éstos, o el conjunto de los hechos, ocultarlos, esconderlos. Razonar de esta forma es creer que, en la información, estamos en un universo donde los elementos son constantes.
Pero hoy la censura no funciona mediante este principio, salvo en las dictaduras. Pero ya se sabe que esos regímenes, al menos en el período actual, se encuentran en vías de extinción. En los sistemas en que nos encontramos, que son aparentemente democráticos, existen pocos ejemplos de funcionamiento de la censura en los que, de una manera palmaria, se dediquen a ocultar, cortar, suprimir, prohibir los hechos. No se prohíbe a los periodistas decir lo que quieran. No se prohíben los periódicos en los países democráticos europeos. La censura no funciona así. Si nos atuviéramos a este dato se podría decir que vivimos felizmente, y por primera vez desde hace mucho tiempo, en una sociedad política en la que la censura habría desaparecido.
Pero todos sabemos que la censura funciona. ¿Sobre qué criterios? Con criterios inversos (ésta es, al menos, mi idea). Es decir, que la censura no funciona hoy suprimiendo, amputando, prohibiendo, cortando. Funciona al contrario: funciona por demasía, por acumulación, por asfixia. ¿Cómo ocultan hoy la información? Por un gran aporte de ésta: la información se oculta porque hay demasiada para consumir y, por tanto, no se percibe la que falta.
Una de las grandes diferencias entre el universo en el que vivimos y el que le precedió inmediatamente, hace apenas algunos decenios, es que la información fue durante mucho tiempo, durante siglos, una materia extremadamente escasa. Tan escasa que precisamente se podía decir que quien tenía la información tenía el poder. Finalmente, el poder es el control de la información, es el control de la circulación de la comunicación.
Aunque esta situación que se ha mantenido constante durante mucho tiempo (y se puede considerar que todavía hoy existe en un determinado número de países), ya no es sin embargo dominante. ¿Cuál es la característica de la información hoy? Que es superabundante. Ya no es, en absoluto, escasa. La información es uno de los elementos más abundantes de nuestro planeta. Están el aire, el agua de los océanos y la información. Nada es más abundante. ¿Y quiere esto decir que las falsas informaciones, o la censura han desaparecido? Evidentemente no. Tan sólo han cambiado de naturaleza. Nadie las controla. O no se las controla de la misma manera.
Tomemos la guerra del Golfo por ejemplo. Hoy ya sabemos que constituyó una gran manipulación, una fantástica operación de censura y un discurso, en consecuencia, de propaganda. Ésta no se realizó mediante el principio autoritario de la prohibición, la supresión, la no cobertura. No se dijo: «Va a haber una guerra y no os la vamos a enseñar.» Al contrario, se dijo: «La vais a ver en directo.» Y se dio tal cantidad de imágenes, que todo el mundo creyó que veía la guerra. Y después se dio cuenta de que no la veía, que las imágenes eran señuelos, o que se habían grabado antes. Y de hecho, la guerra desaparecía hasta el punto de que Baudrillard pudo escribir un libro: La Guerre du Golfe na pas eu lieu (La guerra del Golfo no se ha producido).