La tiranía de la comunicación (7 page)

BOOK: La tiranía de la comunicación
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Dos limitaciones principales

El telediario tiene que superar dos limitaciones principales de orden estructural:

1) no puede rebasar demasiado los treinta minutos de duración (veinte en Estados Unidos), ya que el esfuerzo de atención del telespectador es limitado.

2) tiene que forzar al telespectador a verlo completo, con todas sus secciones, por diferentes que sean (política nacional, internacional, economía, deportes, cultura, etc), mientras que un lector de periódico siempre tiene la posibilidad de saltarse lo que no le interesa y comenzar a informarse por donde quiera.

Estas limitaciones imponen al teleperiodista la necesidad de ser breve pero interesante; tiene que hacerse entender y ser capaz de captar el interés; ser sencillo y espectacular, didáctico y atractivo; tiene que elaborar su texto teniendo en cuenta el mínimo denominador común de la audiencia en materia cultural, para que le entienda el mayor número posible de telespectadores.

Como puede suponerse, se trata de un auténtico reto, ya que treinta minutos de telediario equivalen, en texto escrito, a una sola página del diario El País, por ejemplo. De ahí la necesidad de abordar tan sólo un número muy reducido de acontecimientos y de tratarlos únicamente de forma muy escueta, superficial.

Simplificación y síntesis

Generalmente, las informaciones están sintetizadas al máximo, reduciéndose a una pequeña retahíla de frases-clave, con el fin de insistir mucho en el hecho dominante de la jornada y en el ánimo que se trata de inspirar. El telediario dice la noticia y, al mismo tiempo, nos dice lo que hay que pensar de esa noticia.

En ese sentido, se trata claramente de un prét-á-penser que, mediante el carácter espectacular de las imágenes reproducidas y el énfasis del presentador, se nos ofrece bajo la apariencia de un espectáculo atractivo, fruto de una sabia dramaturgia.

Así lo ha reconocido, por ejemplo, uno de los presentadores mas célebres de los telediarios franceses, Roger Gicquel: «La elección de las informaciones se hace en función de una eventual composición dramática con eventuales noticias de impacto. Es esa dramaturgia, inherente a la información, la que yo exploto.»

Triunfo de las leyes del espectáculo

Insensiblemente, las leyes del espectáculo mandan sobre las exigencias y el rigor de la información. Las soft news (sucesos, deportes, alegres notas finales, anécdotas...) son, a menudo, mas importantes que las hard news (temas políticos, económicos o sociales de verdadera gravedad). Y la fragmentación sutil de la actualidad en un mosaico de hechos separados de su contexto tiene como objetivo principal distraer, divertir en función de lo accesorio. Y evitar que se reflexione sobre lo esencial a partir de la información.

El recurso a especialistas, a reportajes y entrevistas, pretende dar un sello de autenticidad a lo que no es más que una serie de aseveraciones apresuradas y, a menudo, de un simplismo demoledor. Estas características, que son comunes a los telediarios de la noche (19 h, 20 h, 20,30 h o 21 h), pueden estar más o menos acentuadas. En algunos casos, si las informaciones están muy fragmentadas y dispersas, tendremos un telediario de noticias de corte tradicional, que prescinde de cualquier explicación seria y que abunda en la mayoría de los estereotipos. En otros, si el número de secciones se limita a los temas tratados con mayor profundidad, el telediario se asemeja a una emisión tipo revista de actualidad, donde las cuestiones son planteadas con menor brevedad, dando un papel preponderante al aspecto visual.

Las imágenes: un problema

A menudo, las imágenes constituyen un problema porque el aspecto visible de los acontecimientos no explica su esencia o su complejidad. Los hechos realmente serios suelen ser difícilmente representables en imágenes. ¿Cómo ilustrar, por ejemplo, la inflación, si no es mediante los eternos planos de las etiquetas de los precios de los supermercados?

Inevitablemente, el telediario da prioridad a las imágenes espectaculares - incendios, disturbios, violencia en las calles, catástrofes, guerras - y, condicionado por esa selección, realizada en nombre de la calidad visual, se ve condenado a favorecer lo anecdótico y lo superfluo, a especular con las emociones insistiendo en la dramatización.

Ante la carencia de imágenes sobre alguna situación, ciertas cadenas han intentado fabricarlas artificialmente, produciendo falsos documentos. El caso mas célebre de trucaje fue el que organizó, en 1962, la NBC en Berlín, cuando costeó la construcción de un túnel bajo el Muro para filmar todas las fases de una pretendida evasión al Oeste.

También los presentadores de telediarios (o las cadenas de información continua, como Cable News Network, CNN) lanzaron, a finales de los años ochenta, llamamientos a los videoaficionados para que les vendiesen sus imágenes relacionadas con la actualidad. Algunas de ellas tuvieron consecuencias importantes, como las que mostraron al candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Gary Hart, a bordo de un yate en compañía de una amante, y que significaron el final de su carrera política. O las que mostraron en Los Ángeles cómo unos policías blancos apaleaban a un conductor negro, Rodney King, y que desataron los motines raciales más violentos de la historia reciente de Estados Unidos.

Información y show-business

En el film de Sidney Lumet Un mundo implacable (Network, 1976) los productores del telediario llegan incluso a firmar un contrato con un grupo de terroristas para tener los derechos exclusivos de filmación en directo de sus fechorías y su secuestro de rehenes.

Esta película describe muy bien, por otra parte, los vínculos existentes entre el tratamiento televisado de la actualidad y las reglas del show-business.

En Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola, se ve a un operador de noticiarios (interpretado por el propio Coppola) que pide a los soldados en plena batalla que «no miren a la cámara» para que las tomas tengan un aire aún más verídico...

A veces, la presencia in situ de equipos de televisión desencadena, especialmente en casos de manifestaciones masivas, una efervescencia artificial vorazmente filmada por las cámaras. Los reporteros llegan en cierto modo a dirigir cinematográficamente los comportamientos de las masas con objeto de dramatizar mejor el acontecimiento.

Un caso de dramatización

Durante la época de la crisis de Irán - de diciembre de 1979 a enero de 1980 - , con motivo del secuestro de unos rehenes norteamericanos por parte de los estudiantes islámicos en el edificio de la embajada de Estados Unidos de Teherán, una multitud de curiosos adquirió la costumbre de congregarse ante las rejas de la embajada. Allí reinaba un clima de feria: tenderetes de comidas, quioscos de té, vendedores de refrescos y de cacahuetes, voceadores de periódicos, ristras de retratos de Jomeini, etc. El ambiente era relajado y pacífico. Pero bastaba la aproximación de una cámara de televisión para que la atmósfera cambiase completamente: los rostros se inmovilizaban y se alzaban los puños. Como habrían hecho los extras profesionales de una superproducción cinematográfica, después de una pausa para tomar café, la muchedumbre volvía a representar, mientras duraba el rodaje, el papel que el telediario deseaba: expresaba el odio y la cólera, la amenaza y la exaltación, en una palabra: el célebre «fanatismo musulmán».

Esto permitió dramatizar el comentario sobre la crisis de Teherán y poner mayor énfasis en el peligro que corrían los rehenes norteamericanos. La complicidad entre la multitud y los periodistas había alcanzado, al cabo de los días, tan alto grado de acuerdo, que la periodista Elaine Sciolino podía describirla así en Newsweek: «La multitud está actualmente tan sofisticada que agita sus puños en silencio mientras el operador regula sus objetivos. Sólo empieza a soltar alaridos cuando entra en escena, con su micrófono, el técnico de sonido...» Gracias a este tipo de imágenes, el telediario puede crear historias, relatos dramáticos, sobre un acontecimiento de actualidad.

Agencias de imágenes

Este tipo de imágenes determina el tono, el estilo de la inmensa mayoría de los telediarios, ya que su fuente, su procedencia, es muy limitada.

Básicamente son tres o cuatro las agencias internacionales que se disputan el mercado de las imágenes de actualidad: Visnews (británica), WTN (anglo-norteamericana), CBS (norteamericana) y CNN (norteamericana). La más poderosa y, por tanto, la más influyente, es Visnews (controlada en gran parte por la agencia de prensa financiera Reuters) que envía todos los días a varios centenares de cadenas de televisión de más de cien países las imágenes más espectaculares, las más sensacionales, las más universalistas, filmadas por sus reporteros situados en los más remotos «puntos calientes» del planeta.

Las cadenas públicas europeas dependen de la red de intercambios de la Unión Europea de Radiofusión, el EVN (Electronic Video News). Todas las mañanas tiene lugar en Bruselas una especie de Bolsa de imágenes; las televisiones de los países europeos y las agencias internacionales proponen allí sus reportajes sobre los temas de actualidad. Cada cadena nacional recibe la lista redactada por télex o fax y elige. Inmediatamente se le transmiten las imágenes, que sólo tendrán que ser montadas en el magnetoscopio para darles un cierto tono casero.

Espectacular a toda costa

El defecto de este sistema es evidente: para ser ampliamente aceptadas - condición indispensable de rentabilidad - , las imágenes de agencia tienen que ser espectaculares a toda costa e interesar al mayor número de telespectadores. Tienden a poner mayor énfasis en el aspecto exterior del acontecimiento, en la anécdota, el escándalo y la acción (violencia, sufrimiento, sangre, muerte), que en las ideas o en las explicaciones. Por otra parte, evitan la polémica y la controversia, y se presentan como apolíticas y universales lo que, a menudo, reduce su interés.

Por último, su supeditación a la actualidad, en el sentido más coyuntural, les obliga a volver constantemente, cíclicamente, sobre cuestiones y regiones repetitivas (Oriente Medio, el Golfo, Bosnia, Ruanda, el terrorismo, los atentados, los conflictos, las guerras...) descuidando el tratamiento y la información sobre la situación de muchos países, especialmente del Sur, o la información sobre las «catástrofes suaves», como la miseria, el hambre, el analfabetismo, el paro; o los desastres ecológicos «invisibles», como el aire contaminado, el efecto invernadero, la desertificación, etcétera.

Un entretenimiento hollywoodiense

Concebido, en definitiva, como un entretenimiento, este telediario de modelo hollywoodiense dedica una atención desproporcionada a las pequeñas noticias que giran en torno a la forma de vida de los individuos y que ofrecen una visión del mundo más apetecible, menos sombría, menos desesperada. Su objetivo es provocar emociones: angustia, dolor, euforia, horror, sorpresa... Esa es la materia esencial de los telediarios.

El ritmo de esta «espectacularización» del mundo no deja nada al azar, es el resultado de una exacta dosificación de tensiones, de dramas, de esperanzas y de consuelos. Esta dosificación adopta como modelo los criterios dramáticos de los films norteamericanos de la serie B, elaborados en Hollywood en los años treinta, según los cuales, la regla de oro para mantener en suspenso a un público muy amplio consiste en introducir un impacto dramático cada diez minutos, seguido de una secuencia más tranquila.

Como en aquellos films, se procura no terminar con una nota trágica o excesivamente grave (la audiencia se quedaría abatida). Las leyes del happy end (final feliz) exigen terminar con una nota optimista, una anécdota divertida. Ya que la función del telediario tiene algo de psicoterapia social debe, por encima de todo, infundir esperanza, tranquilizar sobre las capacidades de los gobernantes nacionales, inspirar confianza, suscitar el consenso, contribuir a la paz social.

La estrella principal

La lógica del show-business, de la dramatización y de la transformación del telediario en verdadero espectáculo, ha estimulado la aparición de vedettes. Algunos periodistas de televisión se han convertido en auténticas estrellas. En nombre de esta lógica, y a fin de que el espectáculo gane en coherencia, los telediarios norteamericanos, desde el principio de los años sesenta, están organizados en torno a un presentador único (el anchor-man (21), hombre-ancla), que mantiene la coherencia del informativo.

Esta especie de «arúspice» garantiza la unidad de tono y humaniza el discurso periodístico. Gracias a él, las informaciones dejan de parecer dispersas y ganan en dimensión humana, adquieren, en el sentido estricto de la palabra, un rostro. En Estados Unidos los primeros presentadores únicos fueron Walter Cronkite, de CBS y, después, Barbara Walters, de NCB, verdaderas instituciones, símbolos de la televisión cuya popularidad fue inmensa hasta mediados los años ochenta. Como lo es hoy, por ejemplo, la de Dan Rather, de CBS.

Walter Cronkite

Walter Cronkite fue sin duda el periodista más famoso del mundo audiovisual hasta su jubilación en 1983. Durante diecinueve años comentó diariamente (de lunes a viernes) las informaciones de la noche por la cadena Columbia Broadcasting System (CBS) a las 19 horas, desde Nueva York. Su telediario tuvo un índice de audiencia muy superior al de sus competidores de ABC y NBC. Se estimaba que veintidós millones de norteamericanos veían cada noche «el fenómeno Cronkite». A sus sesenta y tres años seguía fascinando a los telespectadores como el primer día, con su encanto de siempre algo pasado de moda, su misma sonrisa tranquilizadora y directa, su mirada franca y maliciosa.

Walter Cronkite poseía un peso político considerable. Durante la crisis de Watergate, la toma de posición de su telediario fue decisiva para la caída del presidente Richard Nixon. Fue Cronkite quien, por primera vez, hizo dialogar, en doble conexión, durante su telediario, al presidente de Egipto Anuar El Sadat y al primer ministro israelí Menahem Begin. Y fue en el transcurso de esta emisión cuando el presidente egipcio se comprometió a acudir a Jerusalén.

En la lista anual de las treinta personas de mayor influencia en Estados Unidos, establecida en 1980 por el semanario US News and World Report tras consultar a mil quinientos sesenta y nueve «importantes» (miembros del Congreso, empresarios, sindicalistas), Walter Cronkite quedó en octavo lugar. Mejor situado que algunas personalidades políticas de primer orden, como Cyrus Vance (que entonces era secretario de Estado), Warren Burger (presidente del Tribunal Supremo), Edward Kennedy (que quedó en decimocuarto lugar) y el propio presidente Ronald Reagan (vigésimo sexto lugar).

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