Read Las hijas del frío Online
Authors: Camilla Läckberg
Era una pregunta retórica y Stig no esperaba ninguna respuesta.
—¿Han llegado a las manos alguna vez? —preguntó Patrik algo tenso.
—¡No, por Dios! —exclamó Stig con vehemencia—. No están tan locos —añadió riendo.
Patrik y Gösta intercambiaron una mirada elocuente.
—Pero sí que oyó a Kaj venir esta mañana a su casa.
—Sí, desde luego, no me quedó otro remedio que oírlo —aseguró Stig—. Con el jaleo que armaron en la cocina. Y Kaj no dejaba de vociferar y de insistir. Pero Lilian lo despachó con el rabo entre las piernas —advirtió mirando a Patrik—. La verdad, no comprendo de qué pasta están hechas algunas personas. Quiero decir que, a pesar de las desavenencias que hayan tenido, Kaj podría mostrar algo de compasión teniendo en cuenta lo que ha ocurrido. Pensando en Sara…
Patrik sólo pudo admitir para sí que, en efecto, la compasión debería haber sido un rasgo dominante en los últimos días, pero, a diferencia de Stig, él no culpaba sólo a Kaj. También Lilian hacía gala de una absoluta falta de respeto por la situación. Una horrible sospecha empezaba a cobrar forma en su cabeza. Y con la idea de confirmarla, siguió preguntando.
—¿Vio a Lilian después de que Kaj se hubiese ido?
Patrik contuvo la respiración.
—Claro —respondió Stig, que parecía extrañado por la pregunta—. Subió a traerme un té y a contarme lo insolente que había sido Kaj con ella.
Patrik empezaba a comprender por qué Lilian pareció ponerse nerviosa al oír que pensaban hablar con Stig. La mujer comprendió que había cometido un error táctico al no contar con su marido.
—¿Le notó algo especial? —siguió indagando Patrik.
—¿Especial? ¿En qué sentido? Estaba algo alterada, pero no creo que sea de extrañar.
—¿Nada que indicase que hubiese recibido un golpe en la cara?
—¿Un golpe en la cara? No, de ninguna manera. ¿Quién dice tal cosa?
Stig parecía desconcertado y Patrik casi sintió pena de él.
—Lilian sostiene que Kaj la agredió cuando estuvo aquí. Y nos ha mostrado algunas lesiones para demostrarlo, en la cara, por ejemplo.
—Pues después de que Kaj se marchase, no tenía ninguna lesión. No lo comprendo…
Stig se movió inquieto en la cama, lo que provocó otra mueca de dolor.
Patrik parecía abatido y miró a Gösta para indicarle que habían terminado.
—Bien, vamos a bajar a tener una charla con su mujer —dijo poniendo todo el cuidado que pudo a la hora de levantarse.
—¿Pero quién puede haber…?
Dejaron a Stig con su desconcierto mientras Patrik sospechaba que Lilian mantendría una conversación seria con su esposo en cuanto ellos se hubieran marchado. Pero ahora era él quien pensaba mantener una conversación seria con Lilian.
Le hervía la sangre a medida que bajaban las escaleras. No hacía más de tres días del fallecimiento de Sara, y Lilian ya intentaba aprovechar su muerte como arma en una absurda disputa de vecinos. Era tan… insensible que no le entraba en la cabeza. Lo que más lo indignaba era el hecho de que ella hiciese perder a la policía tiempo y recursos cuando lo que urgía era concentrarse en encontrar a la persona que había matado a su propia nieta. El simple hecho de no pensar en esas consecuencias era de tal maldad y necedad que no hallaba palabras para describirlo.
Cuando llegaron a la cocina, comprendieron por la expresión de Lilian que ya había dado la batalla por perdida.
—Stig nos ha facilitado una información bastante interesante —dijo Patrik en tono agorero.
Eva, la amiga de Lilian, los miraba inquisitiva. Con total seguridad, se había tragado la versión de Lilian enterita, pero en pocos minutos tendría ocasión de ver a su amiga a una luz muy distinta.
—No comprendo por qué se han empeñado en molestar a una persona enferma, pero al parecer la policía no tiene el menor miramiento en los tiempos que corren —barbotó Lilian en un intento fallido de retomar el control.
—Bueno, no le hemos causado ninguna molestia —aseguró Gösta.
Este se sentó tranquilamente en una de las sillas de la cocina, frente a Lilian y Eva, mientras Patrik se sentaba a su lado.
—Ha sido una suerte que hayamos hablado con él también, porque nos dijo algo sorprendente. Tal vez usted pueda darnos una explicación.
Lilian no preguntó cuál era la información, sino que guardó un iracundo silencio hasta que ellos decidiesen proseguir. Fue Gösta quien tomó la palabra de nuevo:
—Dijo que usted estuvo en su habitación después de que Kaj se marchase y que no tenía ninguna lesión ni marcas de que la hubiesen golpeado. ¿Puede explicárnoslo?
—Supongo que tardan un rato en notarse —musitó Lilian en un arrojado esfuerzo por salvar la situación—. Y, además, no quería preocupar a Stig en su estado, como pueden imaginar.
Ellos comprendían eso y más, y Lilian lo sabía.
Patrik tomó el relevo.
—Espero que comprenda la gravedad que reviste una falsa acusación.
—Yo no he inventado nada —le espetó Lilian alteradísima para, en un tono más suave, añadir después—: Tal vez…, posiblemente… exageré, pero sólo porque le faltó poco para agredirme. Se lo vi en los ojos.
—¿Y las lesiones que nos ha mostrado?
Lilian no respondió y tampoco fue necesario. Ya habían adivinado que se las había infligido ella misma antes de que ellos llegasen. Por primera vez, Patrik se preguntó si aquella mujer estaría bien de la cabeza.
Ella insistió:
—Pero lo hice sólo pensando en que tuviesen un motivo para llamarlo a declarar. Así habrían podido buscar tranquilamente pruebas de que o él o Morgan mataron a Sara. Sé que fue uno de los dos y sólo quería ayudarles un poco.
Patrik la miraba atónito de incredulidad. O bien era más tenaz que nadie que él conociese, o bien, sencillamente, estaba loca.
—Le agradeceríamos que, en lo sucesivo, nos dejase hacer nuestro trabajo solos y que deje en paz a la familia Wiberg. ¿Está claro?
Lilian asintió, pero era evidente que se moría de rabia. Su amiga la había estado observando perpleja todo el rato, y ahora aprovechó para marcharse con Patrik y Gösta. Su relación había sufrido un duro golpe, sin duda.
Durante el camino de regreso a la comisaría, no comentaron la invención de Lilian. Era demasiado lamentable.
Sintió una punzada de desasosiego. Stig sabía que Lilian se enfadaría, pero no sabía cómo podría haber actuado de otro modo. Cuando ella subió a su habitación, tenía el aspecto de siempre y, la verdad, no se explicaba que ella hubiese dicho que Kaj la había agredido. Porque ¿cómo iba a mentir Lilian sobre algo así?
Los pasos que resonaban en la escalera le traían ecos de la furia que él temía. Por un instante, sintió deseos de taparse con la manta y fingir que estaba dormido, pero se controló. Tampoco sería para tanto. Él sólo había dicho la verdad, Lilian debía comprenderlo. Y por el resto, debía de tratarse de un malentendido.
Su semblante le dijo más de lo que él habría querido saber. Lilian estaba colérica y Stig se sintió literalmente reducido a la nada ante sus ojos. Le resultaba muy desagradable verla de aquel humor. No alcanzaba a comprender cómo una persona tan amable y cariñosa como su Lilian a veces era capaz de convertirse en un ser tan intratable. De repente se preguntó si serían ciertas las insinuaciones de la policía, si Lilian se habría inventado aquella acusación contra Kaj. Pero desechó la idea. En cuanto lo aclarasen, sabrían lo que había ocurrido en realidad.
—¿No puedes tener el pico cerrado nunca? —bramó de pie junto a la cama como si quisiera fulminarlo.
—Pero, querida, si sólo les dije…
—¡La verdad! ¿Es eso lo que ibas a decir? ¿Que sólo les dijiste la verdad? Sí, bueno, pues qué suerte que exista gente tan íntegra como tú, Stig. Gente recta y honrada a la que no le importa lo más mínimo meter en un lío a su propia esposa. Yo pensaba que estarías de mi lado.
Notó una ducha de saliva en la cara. Apenas reconocía el rostro distorsionado que, desde la cama, veía allá arriba.
—Pero, Lilian, yo siempre estoy de tu parte, sólo que no sabía…
—¡Que no sabías! Eres imbécil, ¿es que voy a tener que decírtelo todo?
—Pero… tú no me habías dicho nada. Y eso serán cosas de la policía, quiero decir que tú no te inventarías una cosa así.
Stig luchaba valerosamente por encontrar una especie de lógica en la ira que Lilian dirigía contra él. Entonces advirtió en la cara de su esposa el cardenal que ahora empezaba a adquirir un tono azulado. Aguzó la mirada, interrogándola:
—¿Qué es eso que tienes en la cara, Lilian? Esta mañana no lo tenías. ¿Es verdad lo que insinuaba la policía? ¿Te inventaste que Kaj te agredió cuando estuvo aquí?
No daba crédito a sus propias palabras, pero vio que Lilian hundía los hombros levemente y no necesitó más confirmación.
—¿Por qué, en nombre de Dios, has hecho algo tan absurdo?
Ahora se habían cambiado los papeles: la voz de Stig sonaba firme y Lilian se desplomó en el borde de la cama, con el rostro oculto entre las manos.
—No lo sé, Stig. Ahora comprendo lo estúpido que ha sido, pero lo único que pretendía era que empezasen a fijarse en serio en Kaj y su familia. Estoy completamente segura de que están implicados de alguna manera en la muerte de Sara. ¿No te he dicho siempre que ese hombre no tiene freno? Y el raro de su hijo, Morgan, que se dedicaba a espiarme escondido entre los arbustos. ¿Por qué no hace nada la policía?
Toda ella temblaba al borde del llanto y Stig hizo acopio de sus escasas fuerzas para, pese a los dolores, sentarse en la cama y abrazar a su esposa. Le acarició la espalda intentando calmarla, pero su mirada reflejaba sus dudas y su preocupación.
Cuando Patrik llegó a casa, Erica estaba sola, cavilando a oscuras. Kristina había salido a pasear con Maja y Charlotte se había ido hacía ya un buen rato. Y lo que le había dicho su amiga la tenía preocupada.
Al oír a Patrik abrir la puerta, se levantó para salir a su encuentro.
—¿Qué haces a oscuras? —preguntó dejando en el poyete de la cocina las bolsas de la compra antes de encender alguna lámpara.
Por un instante, la luz hirió los ojos de Erica, que no tardaron en habituarse a la claridad. Se dejó caer pesadamente en una de las sillas de la cocina y lo observó mientras él iba colocando la compra.
—¡Qué ordenado y limpio está todo ahora! —exclamó Patrik satisfecho, mirando a su alrededor—. Está bien que mi madre pueda venir de vez en cuando y echar una mano, ¿no crees? —prosiguió ignorante de la mirada asesina de Erica.
—Sí, desde luego, muy bien —dijo ella en tono mordaz—. Debe de ser maravilloso llegar a casa y encontrársela limpia y ordenada, para variar.
—¡De verdad que lo es! —corroboró Patrik, aún inconsciente de que estaba cavando su propia tumba, cada vez más profunda.
—¡Pues entonces podrías hacer por estar en casa de aquí en adelante, a ver si así se mantiene el orden! —bramó Erica.
Patrik dio un respingo, sorprendido por la subida de volumen, y se dio la vuelta, atónito.
—¿Qué he dicho para que te pongas así?
Erica se levantó y salió de la cocina. A veces era más tonto de lo admisible. Si no lo entendía, ella no tenía fuerzas para explicárselo.
Volvió a la penumbra de la sala de estar y se sentó a mirar por la ventana. El tiempo que hacía fuera reflejaba exactamente su estado de ánimo. Gris, tormentoso, crudo y frío. Momentos de aparente calma sustituidos de pronto por fuertes vientos racheados. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Patrik fue a sentarse a su lado en el sofá.
—Perdona, qué tonto soy. Ya comprendo que no es fácil estar todo el día en casa con mi madre.
Sintió que le temblaba el labio, pero estaba tan cansada de llorar… Le parecía que no había hecho otra cosa durante los últimos meses. Si al menos hubiese estado preparada para esto… Había un contraste tan grande entre la realidad y la embriagada alegría que esperaba vivir en cuanto naciese el bebé. En los momentos de más amargura casi odiaba a Patrik por no sentirse como ella. Su parte cerebral le decía que era lo ideal, que alguien debía mantener en marcha a la familia, pero también deseaba que, aunque fuese por un instante, él se pusiera en su lugar y comprendiese sus sentimientos.
Como si le hubiese leído el pensamiento, Patrik le dijo:
—Me gustaría poder cambiarme por ti, te lo aseguro. Pero no puedo. De modo que deja ya de ser tan valiente y dime cómo te sientes. Tal vez incluso podrías hablar con otra persona, con algún profesional. En el centro de salud seguro que pueden orientarnos.
Erica negó vehemente; seguro que la depresión se le pasaría sola. Tenía que pasarse sola. Además, había quien estaba peor que ella.
—Charlotte ha estado aquí —le dijo.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Patrik en voz baja.
—Mejor, si es que se puede decir algo así. —Vaciló un instante, pero se animó a indagar—: ¿Habéis avanzado algo?
Patrik se retrepó en el sofá y se quedó mirando el techo. Lanzó un hondo suspiro antes de responder:
—No, por desgracia. Apenas sabemos por dónde empezar. Y, además, la chalada de la madre de Charlotte está más interesada en encontrar armas arrojadizas contra su vecino que en contribuir al desarrollo de la investigación. No nos ha facilitado el trabajo, precisamente.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —preguntó Erica, claramente interesada.
Patrik le hizo un breve resumen de los sucesos del día.
—¿Tú crees que alguno de los miembros de la familia de Sara puede estar involucrado en su muerte? —preguntó Erica en voz baja.
—No, me costaría creerlo —aseguró Patrik—. Además, todos han dado coartadas verosímiles de dónde estuvieron aquella mañana.
—¿Seguro? —inquirió Erica intencionadamente.
Patrik estaba a punto de preguntarle qué quería decir cuando oyó que abrían la puerta y vio entrar a Kristina con Maja en brazos.
—¡No comprendo qué habéis hecho con la niña! —exclamó irritada—. Se ha pasado llorando todo el camino de vuelta y no hay manera de hacerla callar. Es lo que pasa cuando la coges en brazos en cuanto empieza a protestar un poco. La estáis malcriando. Ni tú ni tu hermana llorabais así…
Patrik interrumpió el discurso cogiendo a Maja. Erica, que sabía que la pequeña tenía hambre, se sentó resignada en el sillón, se desabrochó el sujetador y extrajo su contenido, nacido y empapado en leche. Ya tocaba otra vez…