Read Las hijas del frío Online
Authors: Camilla Läckberg
En cuanto se detuvo el coche, Charlotte se bajó y salió corriendo hacia la entrada sin esperar a Niclas. Él conocía el hospital mucho mejor que ella, de modo que no tardaría en alcanzarla.
—¡Charlotte!
Lilian se acercó con los brazos extendidos cuando la vio entrar en la sala de espera. Su madre lloraba desconsoladamente y todo el mundo la miraba. El efecto que produce en sus semejantes una persona llorando es el mismo que el que provoca el espectáculo de un accidente de tráfico: nadie puede evitar mirar.
Charlotte le dio unas palmaditas torpes en la espalda. Lilian nunca había sido proclive al contacto físico, que le resultaba incómodo.
—¡Oh, Charlotte, es horrible! Subí a llevarle el té y me lo encontré inconsciente. Intenté despabilarlo llamándolo y zarandeándolo, pero no reaccionó. Y nadie sabe decirme qué le pasa. Lo tienen ahí en una de las consultas de urgencias, pero no me dejan entrar. ¿No deberían permitirme estar con él: ¿No crees que deberían? ¡Dios mío? ¿Y si se muere?
Lilian gritaba tanto que se la oía en toda la sala de espera y, por un instante, Charlotte sintió vergüenza de que todo el mundo las mirase. Pero enseguida se dijo que la marcada inclinación de su madre por el dramatismo no hacía menos auténtico su dolor.
—Siéntate, iré a buscar un poco de café. Niclas no tardará en venir y lo informarán enseguida, por algo son sus antiguos colegas.
—¿Tú crees? —preguntó Lilian aferrándose al brazo de su hija.
—Estoy segura —respondió Charlotte soltándose despacio.
Ella misma estaba sorprendida del aplomo y la serenidad con que se conducía. La pérdida de Sara le había embotado los sentimientos de modo que, pese a su preocupación por Stig, era capaz de pensar con sentido práctico.
Se alegró al ver que Niclas se dirigía a la sala de espera y salió a su encuentro en la puerta.
—Mi madre está muy alterada. Voy a buscar unos cafés y le he prometido que intentarías averiguar qué pasa con Stig.
Niclas asintió y le acarició la mejilla. Lo inusual del gesto la hizo dar un respingo. En efecto, no recordaba que la hubiese tocado nunca con tanta ternura.
—¿Y tú cómo estás? —le preguntó con sincera preocupación.
Pese a lo triste de la situación, Charlotte sintió una cálida alegría en el pecho.
—Bien —respondió con una sonrisa para indicarle que no se vendría abajo.
—¿Seguro?
—Seguro. Ve a hablar con tus colegas, a ver si nos informan de algo.
Niclas siguió su sugerencia y, al cabo de un rato, mientras Lilian y Charlotte aguardaban tomándose el café, volvió y se sentó a su lado.
—¿Y bien? ¿Has averiguado algo? —preguntó Charlotte haciendo un esfuerzo mental para que sus palabras tuviesen un eco positivo.
Por desgracia, su esfuerzo fue en vano. Niclas explicó sereno:
—Lo siento, hemos de prepararnos para lo peor. Hacen lo que pueden, pero no es seguro que Stig sobreviva al día de hoy. Lo único que podemos hacer es esperar.
Lilian se arrojó jadeante sobre el hombro de Niclas que, con la misma torpeza que su esposa, intentó consolarla dándole palmaditas. Charlotte tuvo una sensación de déjà vu: Lilian reaccionó del mismo modo cuando su padre murió, hasta el punto de que los médicos tuvieron que administrarle tranquilizantes para que no sufriera un colapso. Era todo tan injusto… Ya tenía bastante con haber perdido a un marido. Charlotte se dirigió a Niclas.
—¿No te han sabido decir qué le pasa?
—Están haciéndole montones de pruebas y seguro que terminarán averiguando qué tiene. De momento, lo más importante es mantenerlo con vida el tiempo suficiente como para administrarle el tratamiento adecuado. Ahora mismo puede ser cualquier cosa, desde cáncer hasta una enfermedad vírica. Lo único que me dijeron es que debería haber ingresado en el hospital mucho antes.
Charlotte vio su rostro ensombrecido por la culpa y apoyó la cabeza en su hombro.
—Tú no eres más que una persona, Niclas. Y Stig no quería que lo trajésemos al hospital de ninguna manera. Además, cuando tú lo examinabas, parecía menos grave, ¿no? De vez en cuando estaba bastante bien y él mismo decía que no le dolía demasiado.
—Pero yo no tendría que haber dado crédito a sus palabras. ¡Qué mierda! Soy médico y debí darme cuenta.
—No olvides que hemos tenido otros asuntos de los que ocuparnos —le recordó Charlotte quedamente, pero no lo bastante como para que Lilian no la oyese.
—¿Por qué nos han de venir a nosotros todas las desgracias? Primero Sara y ahora Stig —se lamentó en voz alta, sonándose con la servilleta que le había dado su hija.
La gente de la sala de espera, que había vuelto a sus revistas, levantó de nuevo la mirada. Charlotte sintió una rabia creciente.
—Mamá, contrólate un poco. Los médicos están haciendo todo lo que pueden —le advirtió intentado que su voz sonase dulce y decidida a un tiempo.
Lilian la miró herida, pero obedeció y dejó de sollozar.
Charlotte lanzó un suspiro y alzó la vista al cielo, de cara a Niclas. No dudaba de que su madre estuviese preocupada por Stig, pero la exasperaba su tendencia a convertir cualquier situación en un drama del que ella era la única protagonista. A Lilian siempre le había gustado ser el centro de atención y utilizaba todos los medios a su alcance para ello, incluso en circunstancias como aquellas en las que ahora se encontraban. Pero su madre era así y Charlotte intentaba dominar su enojo. En esta ocasión, su sufrimiento era real y sincero.
Seis horas después, seguían sin noticias. Niclas estuvo hablando con los médicos varias veces, pero no supieron darle más información. La evolución de Stig seguía siendo incierta.
—Alguno de nosotros debería ir en busca de Albin —observó Charlotte, mirando tanto a Lilian como a Niclas.
Vio que su madre abría la boca para protestar, reacia a prescindir de su hija y de su yerno, pero Niclas se le adelantó.
—Tienes razón. Se asustará si Veronika intenta acostarlo en su casa. Iré yo, así tú puedes quedarte.
Lilian parecía contrariada, pero sabía que tenían razón y se abstuvo, aun a disgusto, de poner objeciones.
Niclas besó a Charlotte en la mejilla y le dio una palmadita en el hombro a Lilian.
—Todo se arreglará, ya verás. Llamadme si hay novedades.
Charlotte asintió. Se quedó un momento observando su espalda mientras se alejaba y luego se retrepó en la incómoda silla. Aquélla sería una larga espera.
Gotemburgo, 1958
La decepción la devoraba por dentro. Nada había salido según sus proyectos. No sólo ya no tenía a Áke, sino que, además, ni siquiera disfrutaba de los escasos ratos de confianza y ternura por parte de su madre. Antes al contrario, apenas la veía, ya fuera porque iba a salir para ver a Per-Erik o porque iba a alguna fiesta. Además, su madre parecía haber abandonado todo interés por controlar su silueta y ahora podía comer a placer de cuanto había en casa, con lo que su anterior exceso de peso se disparó aumentando sin remedio. A veces, cuando se miraba en el espejo, sólo veía al monstruo que tanto tiempo llevaba creciendo en su interior. Un monstruo voraz, seboso, asqueroso, siempre envuelto en un asfixiante olor a sudor. Su madre ni siquiera se molestaba en disimular la repugnancia que le suscitaba y, en una ocasión, llegó a taparse la nariz abiertamente al pasar delante de ella. Aún sentía la herida de la humillación.
No era eso lo que le había prometido. Per-Erik sería mucho mejor padre que Áke, su madre sería feliz y por fin podrían vivir como una verdadera familia. El monstruo desaparecería y ella no tendría que volver al sótano ni a paladear en su boca ese odioso regusto seco, vomitivo, polvoriento.
Traicionada, así se sentía. Traicionada. Intentó preguntarle a su madre cuándo se cumplirían sus promesas, pero ella le respondía con airadas evasivas. Si insistía, la encerraba en el sótano después de alimentarla con un poco de Humildad. Ella sollozaba amargamente un llanto hecho de más decepción de la que era capaz de administrar.
Allí sentada en la penumbra, sentía crecer al monstruo. A él le gustaba el sabor reseco de su boca. El monstruo se alimentaba y crecía complacido.
La puerta se cerró pesadamente a su espalda. Con paso cansino, Patrik entró en el vestíbulo y se quitó la cazadora, que dejó caer al suelo. Estaba demasiado agotado para agacharse a recogerla y colgarla.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Erica inquieta desde la sala de estar—. ¿Has averiguado algo más?
Al ver la expresión de Erica, sintió un punto de remordimiento por no haberse quedado en casa con ella y con Maja. Se dijo que debía de tener un aspecto ruinoso. Claro que llamó de vez en cuando durante el día, pero el caos reinante en la comisaría después de lo ocurrido impregnó las conversaciones, que fueron breves y dominadas por el estrés. En cuanto Erica le aseguraba que en casa todo iba bien, le colgaba casi sin más.
Se acercó despacio a ella, que, como de costumbre, estaba sentada medio a oscuras, viendo la tele con Maja en brazos.
—Perdona que haya sido tan brusco al teléfono —le dijo pasándose las manos por la cara con gesto exhausto.
—¿Ha pasado algo?
Patrik se desplomó en el sofá, incapaz de responder.
—Sí —dijo al cabo de un rato—. A Ernst se le ocurrió, por iniciativa propia, llevarse a Morgan Wiberg para interrogarlo. Y consiguió estresar al pobre muchacho hasta tal punto que se escapó por una ventana y echó a correr hacia la carretera. Un coche lo atropello.
—¡Qué espanto! —exclamó Erica—. ¿Y qué le ha pasado?
—Ha muerto.
Erica se quedó sin respiración. Maja, que estaba dormida, lloriqueó un poco, pero enseguida volvió a recobrar la calma del sueño.
—Ha sido tan jodido que no puedes ni imaginártelo —continuó Patrik con la cabeza apoyada en el respaldo y la mirada clavada en el techo—. Aún estaba tendido en la carretera cuando apareció Monica y lo vio. Llegó corriendo a su lado antes de que pudiéramos detenerla, le cogió la cabeza y empezó a mecerlo y a aullar de un modo casi animal. Tuvimos que arrancarla de allí literalmente. ¡Qué mierda, qué cosa más espantosa!
—¿Y Ernst? —preguntó Erica—. ¿Qué ha pasado con él?
—Pues, por primera vez en mi vida, creo que lo pagará caro. Jamás he visto a Mellberg tan cabreado. Lo mandó a casa en el acto y, la verdad, después de esto, no creo que vuelva; lo cual sería una buena obra.
—¿Lo sabe Kaj?
—Sí, ésa es otra. Precisamente, Martin y yo estábamos interrogándolo cuando se produjo el accidente. Tuvimos que salir corriendo y dejarlo a medias. Si hubiese ocurrido unos minutos más tarde, habríamos conseguido que hablase. Ahora nos acusa de la muerte de Morgan y, en cierto modo, tiene razón. Mañana tenían que venir unos colegas de Gotemburgo para interrogar a Kaj, pero ahora habrá que aplazarlo indefinidamente. El abogado de Kaj ha cancelado todos los interrogatorios hasta nueva orden, dadas las circunstancias.
—Es decir, seguís sin saber si está involucrado en el asesinato de Sara ni en… lo que sucedió ayer.
—Exacto —respondió Patrik extenuado—. Lo único seguro es que Kaj no pudo sacar a Maja del carrito, pues lo teníamos arrestado. Por cierto, ¿se ha pasado Dan por aquí? —le preguntó acariciando a su hija, a la que había cogido en brazos con cuidado de no despertarla.
—Sí, desde luego. Ha sido un buen perro guardián —lo tranquilizó Erica con una sonrisa superficial que no llegó a reflejarse en sus ojos—. Al final casi tuve que echarlo. No hace ni media hora que se marchó. No me sorprendería que se hubiese acostado en el jardín, en un saco de dormir.
Patrik se echó a reír.
—Sí, a mí tampoco me sorprendería. En cualquier caso, le debo un favor. Es un alivio saber que no habéis estado solas hoy.
—Mira, estaba a punto de subir a acostarme con Maja, pero si quieres, podemos quedarnos un rato.
—No te lo tomes a mal, pero preferiría estar un rato a solas —respondió Patrik—. Me he traído algo de trabajo y luego quizá me quede viendo la tele para desconectar.
—Haz lo que te apetezca —le dijo Erica antes de levantarse, darle un beso en los labios y coger a Maja.
—Por cierto, ¿qué tal os ha ido hoy a vosotras dos? —le preguntó a Erica, que ya subía la escalera.
—Bien —aseguró ella. Pero Patrik apreció un timbre muy singular en su voz—. Hoy no ha dormido en mi regazo en absoluto, sólo en el cochecito. Y sin llorar más de veinte minutos. De hecho, la última vez, sólo cinco.
—Estupendo —respondió Patrik—. Parece que empiezas a controlar la situación.
—Sí, joder, es un milagro que funcione —convino Erica entre risas. Pero volvió a adoptar un gesto grave y añadió—: Aunque ahora sólo duerme dentro. Nunca más tendré valor para dejarla durmiendo fuera.
—Perdona mi comportamiento tan… idiota de la otra noche —se disculpó Patrik.
No quería correr el riesgo de decir otra inconveniencia, así que procuraba elegir bien las palabras, incluso para disculparse.
—No importa. Es que estoy hipersensible, pero creo que ahora eso ha cambiado. El pánico de creerla desaparecida ha tenido un efecto positivo: me siento agradecida por cada minuto que puedo pasar con ella.
—Sí, entiendo lo que quieres decir —convino Patrik despidiéndose con un gesto mientras ella seguía escaleras arriba.
Bajó por completo el volumen del televisor, sacó el reproductor de casetes, rebobinó y pulsó el botón para escuchar la grabación. Ya había oído varias veces en la comisaría los escasos minutos del supuesto interrogatorio de Ernst a Morgan. No decían mucho, pero había algo a lo que Patrik no dejaba de darle vueltas, algo que no era capaz de identificar.