Aquella noche la muchacha quería aprovecharla a tope, y no precisamente hablando con sus amigas. Pensaba disfrutar de una estupenda velada con Javi. Ya estaba todo planeado.
—Confío en ti, ¿vale, cariño?
—Que sí mamá. Ya lo sé. No te preocupes.
—Levantándose Vanesa de la cama, para cambiar de tema dijo mirando a su madre:
—Vaya... hoy quieres estar guapa —dijo señalando la ropa—. Victorio y Lucchino con los zapatos que te regaló Adrian de Pura López. Esto solo te lo pones en ocasiones especiales.
—Cariño. Es la fiesta de Lola. La gente irá muy emperifollada. Solo intento ser una más y no desentonar.
—Bueno, ¿y tus planes cuáles son? ¿Alguna cita? ¿Algo emocionante que contar?
«Sí. Sobrevivir al trajeado» pensó.
—Mis planes son regresar a casa tras llevarte donde tu amiga Susi, rezar porque el Atlético de Madrid cuando regrese de la fiesta sea campeón de la UEFA, y ponerme el pijama para dormir a pierna suelta hasta que te recoja mañana y vayamos al cine. ¡Fantástico plan! ¿No crees?
—¿Por qué no te vas de juerga? Seguro que Patricia, o Adrian se irán cuando salgan de la casa de Lola. Por favor, mamá que eres joven. Solo tienes treinta y dos tacos —su madre sonrió—. Estoy segura de que si hubieras continuado con el Musaraña, hoy saldrías de marcha. ¿Por qué no sales?
—Uf... calla, calla... no tengo yo el cuerpo para jotas. Y sí, tengo treinta y dos años. Una hija de diecisiete y yo también estoy segura de que si estuviera con el tonto del culo del Musaraña, saldría de fiesta. Pero precisamente por eso, me apetece tranquilidad. Así que venga... sal de mi habitación y déjame que me arregle para ir a la fiesta de Lola, o llegaremos tarde.
Una hora después, tras llamar un taxi, madre e hija llegaban a casa de Lola. Marta respiró aliviada al comprobar que el trajeado aún no había llegado. Media hora después, tras pasar un rato muy ameno con Antonio, el futuro marido de Lola, y divertida por los comentarios de Adrian, cogió un canapé y escuchó decir a Patricia:
—¡Qué divertido es Antonio! No me extraña que Lola se haya enamorado de él, ¿os habéis fijado como la mira?
—Sí, nena... sí. La mira con unos ojitos de cordero degollado que me han hecho volver a creer en esa palabra tan bonita llamada amor —cuchicheó Adrian.
—¿Amor? ¿Pero eso existe? —se guaseó Marta mirando a su hija que sonrió.
—La rutina es el beso de la muerte —sentenció Patricia.
—Por favor... por favor qué cosa más tétrica de mujer —rió Adrian.
—Bueno, vale —aclaró divertida Patricia—. Seré positiva. Dicen que el amor existe. La suerte es encontrarlo.
—Mi madre, la Avelina, siempre dice que cuando conoció a mi padre se enamoró locamente de él. Fue tal el flechazo, que se casaron un año después.
—Suerte que tuvo —susurró Marta—. Yo sigo sin creer en el amor, y menos en el flechazo. Creo en el calentón momentáneo.
Veinte minutos después mientras degustaban los ricos canapés, exclamó Patricia:
—¡Qué fuerte! Acaba de llegar tu rana. Joder, Marta, ¡cómo está el polluelo!
«Ay Dios mío... no quiero mirar... no quiero mirar» pensó Marta.
Sin querer volverse, Marta continuó comiendo. Los canapés estaban buenísimos y la llegada de Philip no iba a hacer que dejara de comer.
—Vaya bombonazo que está hecho el inglés. Si con traje está guapo, nenas, con esmoquin está para comérselo enterito y no dejar de él ni las uñitas de los pies.
Aquel comentario la hizo reír. Adrian era gracioso hasta cuando no lo pensaba.
—¡Anda! —gritó aquel—. Pero esa que viene con el condesito ¿no es Heidi Banderburguer? La modelazo de la campaña de Carolina Herrera.
Uisss
¡qué mona! Qué estilazo tiene por favorrrrrrrrrrrrr.
—Ostras, mamá, es cierto. Esa es Heidi Banderburguer ¡qué guapa! —silbó su hija Vanesa.
Con rapidez y sin poder evitarlo Marta miró y se quedó boquiabierta al ver que era cierto. Del brazo de Philip estaba la guapísima Banderburguer.
«Esa tía es un deportivo, mientras que yo soy un pequeño coche familiar» pensó con acidez.
Sin saber porqué eso la molestó. Heidi era una mujer tan alta como Philip, de sedoso y cuidado pelo rubio platino. Llevaba un espectacular vestido rojo frenesí con una abertura lateral, que dejaba entrever sus interminables y estilizadas piernas. Sus ojos verdes parecían dos esmeraldas y sus labios eran tentadores «¡Caray! Tiene razón Adrian. Esa mujer es impresionante.» Pero volviéndose hacia los canapés continuó comiendo.
«Por mí como si viene del brazo de Carolina de Mónaco» pensó con cierta acritud.
Diez minutos después, ni Marta se acercó a Philip, ni él a ella. Ambos se habían visto, pero no se habían hablado. Estaba todo dicho entre ellos.
—Buenoooooooooo pero si ha venido Piero, el italiano —susurró Patricia.
Al escuchar aquello a Marta se le pusieron los pelos como escarpias y volviéndose hacia donde su amiga señalaba le vio.
«
Joer
... ya estamos todos. Menuda nochecita me espera» suspiró contrariada.
—Que tendrán los italianos que se sabe que son italianos con solo verles, ¿verdad? —preguntó Adrian.
Marta fue a responder cuando de pronto alguien tras ella dijo:
—Marta ¿eres tú?
Volviéndose hacia la voz, Marta sonrió al reconocer a Karen, la hermana de Philip. Aquella que conoció en Sevilla y por la que se pegó con unos borrachos.
—Hola, Karen —saludó con una sonrisa—. Qué alegría volver a encontrarte aquí.
Tras darse un cordial abrazo y dos besos en las mejillas las mujeres comenzaron a hablar. Marta le presentó a Adrian y a Patricia, y cuando indicó que Vanesa era su hija, como siempre ocurría, Karen se sorprendió. Durante un buen rato el grupo formado por aquellos rio a carcajadas. Karen era divertida y no tardó en entrar en las bromas que todos hacían.
Cuando llegó la hora de la cena, inexplicablemente, a Marta le tocó sentarse frente a Philip y la Banderburguer, que vista de cerca, era aún más guapa. Eso no le gustó. Ni tampoco sentarse frente a ellos, pero lo asumió ante la mirada guasona de Patricia, Adrian y su hija. «Seguro que ellos habían cambiado los nombres de lugar» pensó tras clavarles puñales con la mirada.
Por suerte o desgracia a su lado se sentó Piero Lamborgioni. El seductor italiano, guapo, moreno y con un encanto en la mirada y en su forma de hablar que en momentos como aquel le hacía sentir la reina de Java y del mundo entero.
«Lo reconozco. Este sí que es mi tipo. Un chulo moreno. No tengo remedio» pensó al ver como aquel espagueti comenzaba su bombardeo de miradas de deseo y se acercaba demasiado a su oído para decirle en tono cantarín
«Più beila».
Con gesto concentrado Marta miró la mesa. ¡Mecachis! Tropecientos cubiertos y copas.
«Joder... joder... mira que odio estas comiditas estiradas» pensó al sentirse insegura. Durante la cena con disimulo antes de coger un cubierto miraba a su alrededor para cerciorarse de que acertaba, y sonrió satisfecha al ver que no desentonaba.
Pero por algún extraño motivo no pudo disfrutar ni de la cena, ni de las alabanzas que le prodigaba el italiano. Ni siquiera saber por el camarero que el Atlético seguía con opciones de ganar la UEFA. Estar sentada ante el estirado de Philip y la Banderburguer le erizaban los pelos. Se pasaron la cena cuchicheándose al oído palabritas en inglés y prodigándose sensuales miraditas que inexplicablemente la estaban sacando de sus casillas.
«¡Por Dios! ¿Qué me pasa? Pero si a mí este tío me importa un pimiento» pensó al notar que aquel comportamiento le irritaba. Intentando no dejar ver su mal humor, volcó su amabilidad en el italiano. Algo que este agradeció y no desaprovechó.
Cuando terminó la cena, Philip tomó la mano de la Banderburguer y se alejó de ellos a grandes zancadas. Marta divertida y feliz porque el Atleti había ganado la UEFA, y por los halagos del italiano, comenzó a bailar con él. Poco después Adrian la rescató. El italiano comenzaba a apretarla demasiado y eso la estaba agobiando.
Reconocía que le causaba morbo sentir su mirada depredadora sobre ella. Incluso llegó a plantearse si darse un lujo al cuerpo aquella noche con aquel. Pero al final y tras echarle las culpas a las burbujas del champán, y a la euforia por ser campeona de la Europa League decidió que no. No era buena idea. Por ello y ante una mirada de socorro, un galán Adrian puso su voz más varonil, se estiró y la alejó de aquel.
—Gracias, cariño. Te debo una —agradeció Marta al bailar con Adrian.
—Ya te la haré pagar, no lo olvides, nena —rió volviendo a ser él—. Por cierto, el trajeado, alias condesito, no te ha quitado ojo en toda la noche. Y te lo aseguro yo que lo he visto con estos ojuelos. Qué sexy que es ese pedazo de madelman... por favor.
Sorprendida por aquello, Marta le miró y le contradijo.
—Pero si está con la Banderburguer, ¡no digas tonterías! Menuda cenita me han dado en plan empalagoso entre los dos. Que si te digo algo al oído, que si yo te lo digo a ti. Que si te hago una radiografía con la mirada, que si te echo una risita acalorada, que si te retiro el pelo de los ojos, que si arrugo la nariz. ¡Dios... me estaban poniendo enferma!
Incrédulo por aquello Adrian se paró en medio del salón y dijo:
—
Uiss
nena... ¡Te noto muy
afectá
!
Consciente de que lo que había descrito era lo más parecido a un ataque de celos que otra cosa, sonrió e intentó dejar las cosas claras.
—No, cariño, no creas lo que no es. Pero una no es de piedra, tiene sus necesidades y lleva mucho tiempo sin pasar un buen rato en la cama.
Una vez acabó la canción, Adrian y Marta se dirigieron hacia donde estaban Patricia y Lola hablando con Vanesa.
—Mi cielo, hoy estás preciosa —dijo Lola mirando a la muchachita.
—Me he puesto el vestido que me compraste para mi cumple el año pasado, ¿te acuerdas? —respondió la muchacha.
—Sí... sí lo recuerdo. Pero has crecido. Te tira de aquí —dijo señalándole el pecho.
—¡Qué va! —rió Vanesa mirándose sus ahora abultados senos—. Ahora es cuando me queda bien.
Aquello hizo reír a todos. Vanesa estaba creciendo a pasos agigantadas y eso aún les sorprendía. Cinco minutos después Antonio llegó hasta ellos junto a su hija Karen, y animados hicieron que aquel divertido grupo bailara entre carcajadas y gritos de campeones, sin ser conscientes de que Philip les observaba. Aunque realmente observaba a Marta, a aquella mujer tan desconcertante a la par que cautivadora.
«La española sabe mover las caderas» pensó apoyado en la chimenea mientras hablaba con unos amigos y tenía a la Banderburguer cogida por la cintura.
Durante un buen rato y con todo el disimulo que pudo les observó. En especial a Marta y su hija. Le parecía increíble que aquella joven fuera la hija de la desconcertante mujer que había conseguido hacerle perder la paciencia. E inexplicablemente se tensó al ver como el italiano de la cena se ponía detrás de aquella y sin ningún recato le ponía sus manos en la cintura y comenzaba de nuevo a bailar con ella. Philip tenía claro que no quería nada con aquella mujer. No era su tipo. Era más bien todo lo contrario. Pero el tonteo que se traía aquel italiano inexplicablemente no le gustó.
Sobre la una de la madrugada tras divertirse de lo lindo Marta bebió de la naranjada de su hija y subió a la planta de arriba. Necesitaba ir al servicio. De paso recogería los abrigos. Tenía que llevar a su hija a casa de su amiga Susana.
Una vez salió del aseo fue hasta la habitación de Lola y cuando estaba recogiendo los abrigos, escuchó que la puerta se cerraba y que alguien se le acercaba por detrás.
«Me apuesto mil euros a que es el italiano» pensó con una sonrisita.
Pero al darse la vuelta y ver a Philip, el trajeado, muy cerca de ella pensó «Pues no... menos mal que no he apostado».
Dando un paso atrás, se separó de él y este con voz ronca preguntó:
—¿Ya te vas?
—Sí.
«Como si a ti te importara» pensó al recordar a la Banderburguer.
Tras un extraño silencio entre ellos, Marta se volvió y continuó buscando su abrigo entre todos. Philip sin cambiar su gesto de contrariedad preguntó:
—¿Por qué te vas tan pronto?
Volviéndose dispuesta a soltarle una fresca se quedó sin palabras al ver como este la miraba. Un extraño hormigueo le recorrió el cuerpo.
—Tengo cosas que hacer.
Nerviosa por estar a solas con él en aquella habitación, se llevó las manos al pelo, y al notarse el moño destrozado tras el baile con su hija, optó por quitarse la horquilla en forma de mariposa. Su ondulante y oscuro pelo cayó sobre los hombros. Philip, al ver aquel movimiento tan sensual, sintió que la boca se le secaba. Deseó hundir sus dedos en aquella cabellera. Pero no. No debía hacerlo.
«Madre mía. Está impoluto como hace horas cuando llegó. Ni un pelo fuera de su lugar, ni una arruga en el traje. ¡Es increíble!» pensó Marta al verle tan bien peinado y arreglado.
—Ahora que estamos aquí los dos quería pedirte disculpas por lo que ocurrió la noche de nuestra cita. Yo... —Dijo con los nervios a flor de piel.
Él la cortó. No quería hablar de eso. Solo quería una cosa.
—Olvídalo. Esa cita no existió, ni existirá.
Molesta por la rotundidad de sus palabras echando la cabeza hacia atrás Marta le replicó.
—¿Sabes que eres un borde?
—¿Ah, sí?
—Sí. Me estoy disculpando y pensaba invitarte par...
—Olvídalo. Yo no doy segundas oportunidades. Lo digo por tus emails pidiendo perdón.
«Será borde el tío idiota» caviló incrédula al verle ante ella con cara de querer degollarla.
—Pero bueno, ¿tú quién te has creído que eres para negarme una oportunidad a mí? ¿Brad Pitt?
—No.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué? —bramó enfurecido al ver que era incapaz de comunicarse con ella.
Marta dispuesta a no continuar un segundo más allí hablando con él, cogió de mala gana los abrigos.
—Mira, déjame en paz. Si me disculpas. Me esperan.
Intentó rodearle para pasar, pero este, extendiendo el brazo, la paró tocándole la cintura.
—¿El que te espera es el italiano? Por eso llevas tanta prisa.
«Caray... al final va a ser cierto lo que me ha dicho Adrian» pensó sorprendida, pero sin cambiar el gesto preguntó: