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Authors: Barbara J. Zitwer

Tags: #Drama

Las sirenas del invierno

BOOK: Las sirenas del invierno
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Joey Rubin es una joven arquitecta y decoradora que vive en Nueva York. En un entorno tan competitivo y dominado por los hombres, su adicción al trabajo la ha llevado a descuidar tanto sus antiguas amistades que al único ser a quien se siente realmente unida es a su perra Tink. Pero su vida dará un vuelco cuando Joey viaja a la campiña inglesa para supervisar la reforma de la vieja mansión donde el mismísimo J. M. Barrie escribió Peter Pan. Cuando Joey llega al pequeño pueblo se siente totalmente desubicada.

Pero su mundo vuelve a tener sentido cuando conoce a las chicas del Club Femenino de Natación J. M. Barrie, un grupo de octogenarias que, además de la amistad que mantienen desde jóvenes, comparten una curiosa pasión: bañarse todos los días del año en las aguas de un lago cercano al pueblo. Estas sirenas de carne y hueso, cargadas de historia y de humanidad, ayudarán a Joey a descubrir el verdadero sentido de la vida y la importancia de la auténtica amistad.

Barbara J. Zitwer

Las sirenas del invierno

ePUB v1.0

Crubiera
09.10.12

Título original:
The J. M. Barrie Ladies' Swimming Society

Barbara J. Zitwer, 2012.

Traducción: Ana Belén Fletes Valera

Diseño portada: Ewa Ahlin, Johnér Images, Corbis y Fuse, Getty Images

Editor original: Crubiera (v1.0)

ePub base v2.0

Querido lector:

El nacimiento de
Las sirenas del invierno
, escrito por Barbara J. Zitwer, fue un tanto peculiar. En el mes de abril de 2011 me encontré un manuscrito sobre la mesa:
Skinny–Dipping in Winter
, de Becky Eastwood. No sabía de dónde había salido, pero lo leí en un día y me pareció demasiado bueno para ser verdad. Inspirada en el lago para mujeres de Hampstead, la novela se centra en un grupo de octogenarias que nadan juntas todos los días del año en un lago de aguas gélidas en los Cotswolds. Short Books también lo forman un grupo de mujeres que «nadan» juntas, aunque no todos los días del año, en las gélidas aguas del lago para mujeres. Me pareció que se complementaban a la perfección.

Decidí conocer a la autora, pero no fue tarea fácil: Becky no quiso verme y abandoné la idea del libro creyendo que le había vendido la novela a otra editorial, pero no me olvidé de la historia.

Unos cuantos meses más tarde, en la Feria del Libro de Londres, estaba en la ciudad la agente de Nueva York de Becky, Barbara Zitwer. Nos conocimos, intercambiamos los saludos de rigor y le pregunté a quién le había vendido los derechos de
Skinny–Dipping in Winter
. Barbara lo pensó antes de responder; se quitó las gafas de sol y me dijo: «La verdad es que yo escribí la novela y los derechos aún están disponibles». ¿Quería Short Books publicarla? ¿Cómo no hacerlo? La ambientación de la historia, los personajes y el argumento eran irresistibles. Está rodeada de un halo mágico…

Tiene lugar en la bucólica campiña inglesa y está imbuida del espíritu de J. M. Barrie. Trata de encontrar tu propio País de Nunca Jamás y redescubrir una infancia que, tal vez, no tuviste oportunidad de vivir, como le pasa a la protagonista, Joey Rubin. Barbara ha creado una novela especial que te transmitirá tantas cosas como a mí, estoy segura. Me encantaría conocer tu opinión. Escríbeme a [email protected].

Saludos cordiales,

A
UREA
C
ARPENTER

Editora Short Books

Dedicado a mi madre, Edith, que me inspiró esta historia

Amar sería una inmensa aventura.

J. M.
B
ARRIE

Manifiesto del Club Femenino de Natación J. M. Barrie

Declaramos la intención de nuestro club, compuesto exclusivamente por mujeres, de perseguir el objetivo de mantener la forma física mediante la práctica de ejercicio acuático, la libertad de decir lo que pensamos y la búsqueda de la amistad eterna, siguiendo los pasos de nuestro guía espiritual, James Matthew Barrie, y la más famosa de sus creaciones, el niño que no quiso crecer: Peter Pan.

Las reuniones tendrán lugar con la frecuencia que permitan las circunstancias y faltaremos a la cita sólo en caso de ataque de piratas, niños perdidos, indios o cocodrilos.

Los miembros pueden nadar con o sin ropa.

Cuando estén en tierra, todos los días, los miembros contendrán la respiración lo máximo que puedan y cinco minutos más, aumentando así su resistencia y sus probabilidades de ser miembro para toda la vida.

Los miembros son libres de reírse tan alto como quieran, siempre que quieran, sin preocuparse por las regañinas de los adultos.

Los miembros son libres de cantar lo que quieran y cuando quieran, ya croen como una rana o canten como Maria Callas.

Les gusten los animales o no, los miembros serán amables con los patos y no los molestarán ni los cazarán para comérselos como cena.

Ningún miembro recibirá críticas por abusar del alcohol o por no beber ni una gota.

La llegada de cualquiera de los miembros con un hombre, sea cual sea su edad, altura y peso, tanto si es el príncipe de Gales como si es un troll, sin permiso previo y por escrito de los demás miembros, supondrá la expulsión inmediata del club.

Pero, por encima de todo, los miembros se escucharán mutuamente con compasión y se ayudarán a ver la luz en los momentos de oscuridad y a sentir que empieza una nueva aventura en sus corazones.

1

Joey Rubin hizo un alto en su tarea y levantó la cabeza de la mesa de dibujo. Se dirigió hacia las ventanas situadas en la parte posterior de su piso. Al verla,
Tink
levantó la cabeza de su cesta, la volvió a bajar y cerró los ojos. Joey no alcanzaba a ver la luna, pero la pálida luz azul grisácea se reflejaba en los edificios vecinos, creando espectaculares juegos de luces y sombras.

Eran las tres de la madrugada y, de repente, se sintió exhausta. Se dio cuenta también de que, probablemente, seguir trabajando en la presentación del día siguiente terminaría resultando contraproducente. Su profesor de la universidad siempre subrayaba la importancia de reconocer cuándo llegaba ese momento; cuándo trabajar más, pensar más, buscar más ideas para un proyecto en realidad podía terminar dañando un trabajo que ya estaba bien como estaba. Atravesó el apartamento y miró el boceto que había hecho: una acuarela de Stanway House, el edificio histórico inglés que la empresa para la que trabajaba estaba reformando. Aunque reticente, apagó la lámpara de pinza que alumbraba su mesa de dibujo.

La despertaron los ruidos de fuera, señal inequívoca de que no había dormido profundamente. Miró la hora en el reloj de la mesilla —aún no eran las seis—, ahuecó la almohada y volvió a acurrucarse. Joey llevaba treinta y tres de sus treinta y siete años viviendo en el último piso de aquel edificio de Lexington Avenue, en el Upper East Side de Manhattan, y en muy raras ocasiones tenía conciencia real de los sonidos que llegaban de la calle, más allá de alguna que otra sirena. Entre julio y agosto, cuando el apartamento se calentaba como un horno, ponía los aparatos de aire acondicionado de las ventanas a todo trapo. Pero en las templadas tardes de primavera o cuando los primeros vientos fríos del otoño insuflaban vida nueva a la lánguida y agostada ciudad, le encantaba abrir las ventanas y salir a la escalera de incendios, que descendía zigzagueando por la fachada del edificio.

De pequeña, cuando vivía allí con sus padres, soñaba con dormir fuera. Les suplicaba que la dejaran hacerlo con su mejor amiga, Sarah, que vivía en la tercera planta. Se imaginaba que las dos sacaban las almohadas y las mantas por la ventana de la habitación que daba a la parte delantera del apartamento y se acurrucaban bajo las estrellas invisibles. ¡No se caerían! Podían poner una silla atravesada en la cabecera de la escalera para no precipitarse accidentalmente mientras dormían. Pero sus padres siempre se negaron en redondo, daba igual la edad que tuvieran o sus súplicas.

Quince años atrás, cuando su padre se mudó a Florida con su nueva esposa y el apartamento pasó a ser oficialmente de su propiedad, Joey salió a la escalera de incendios con una botella de champán que había sobrado de la boda. No sabía muy bien lo que estaba celebrando. Su padre le había entregado la escritura y el juego de llaves extra como si no fueran nada del otro mundo. Fue entonces cuando supo que Amy y él no pensaban regresar y que si alguna vez lo hacían, no irían allí. Los primeros días no podía dejar de dar vueltas por el apartamento como si le quedara grande. La mayor parte de los muebles estaban camino de Myrtle Beach y se moría de ganas de cambiar casi todo lo que habían dejado. Pero el piso era suyo.

Normalmente, Joey era muy capaz de relajarse antes de una reunión, sobre todo cuando la verdadera responsabilidad del éxito o el fracaso de una presentación recaía sobre otro, como era el caso. Pero estaba preparándose su desayuno habitual de entre semana —café, copos de cereales con arándanos y leche desnatada— cuando empezó a notar los nervios. Ansiedad y algo más. La verdad fuera dicha, tenía envidia de que fuera Dave Wilson, su jefe, y no ella, el encargado de viajar a Inglaterra para supervisar la reforma de la casa y vivir en ella mientras tanto.

Se había pasado meses haciendo diseños y diferentes versiones por los que Dave se iba a llevar todo el mérito al final, como muy bien sabía Joey.

Llevaba siete años trabajando para Apex Group y empezaba a pensar que su estrategia profesional —sé mejor que todos los demás y al final la gente se dará cuenta— tenía fallos. Todos los que conocían su trabajo sabían que era tan capaz de hablar de materiales, calcular la resistencia de un muro de carga y redactar una intachable memoria técnica como el que más. Sus colegas se peleaban por tenerla en sus equipos, porque todos sabían, aunque nadie lo reconociera abiertamente, que Joey trabajaba con más ahínco y más horas que nadie. Y a pesar de todo ello, en vez de ascenderla y subirle el sueldo, se veía como la eterna dama de honor, siempre disponible para prestar su apoyo a las resplandecientes novias. O, en el caso de su empresa, a los sonrientes novios.

Y para terminar de empeorar las cosas, Alex Wilder iba a estar presente en la reunión. Se lo había cruzado justo al salir de la oficina el viernes por la noche y no quería ni pensar en el tiempo del fin de semana que ella había dedicado a cerrar flecos relacionados con aquella dichosa reforma. ¿A qué demonios iba él a la reunión? El proyecto de Stanway no le atraería. ¿No le bastaba con los problemas que estaba teniendo con la comunidad de vecinos de la urbanización de Canal Street? ¿A santo de qué estaba husmeando en el departamento de internacional cuando sólo en la ciudad de Nueva York tenían dieciséis proyectos en diversas etapas de realización, de siete de los cuales él era el arquitecto principal?

Seis meses atrás, a Alex no se le habría ocurrido acercarse a la sala de juntas en mitad de una presentación de Joey por miedo a dar pábulo a los rumores que empezaban a circular. Después de conseguir mantener su relación en secreto durante un año, una de las secretarias, conocida metomentodo, los vio cenando juntos en un restaurante del Meatpacking District. Durante el mes previo a su ruptura, por parte de él, repentina y escudándose en la más patética de las excusas, Joey se dio cuenta de que sus colegas la miraban con curiosidad y suspicacia. Por lo menos ahora ya no tenía que soportar eso.

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