[289]
Juan Alvarez,
Las guerras civiles argentinas
, Buenos Aires, 1912.
[290]
La montonera «nace en escampado como los remolinos. Arremete, brama y troza como los remolinos, y se detiene, repentina, y muere como
ellos»
Dardo de la Vega Díaz,
La Rioja beroica
, Mendoza, 1955.
José Hernández, que fue soldado de la causa federal, cantó en el
Martín Fierro
, el más popular de los libros argentinos, las desdichas del gaucho desterrado de
su
querencia y perseguido por la autoridad:
Vive el águila en su nido, / el tigre vive en la selva
,
el zorro en la cueva agena, / y es su destino incostante
,
sólo el gaucho vive errante / donde la suerte lo lleva
.
Porque:
Para él son los calabozos, / para él las duras prisiones
,
en su boca no hay razones / aunque la razón le sobre
,
que son campanas de palo / las razones de los pobres
.
Jorge Abelardo Ramos observa
(Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Buenos Aires, 1965)
que los dos apellidos verdaderos que aparecen en el
Martín Fierro
son los de Anchorena y Gaínza, nombres representativos de la oligarquía que exterminó al criollaje en armas, y en nuestros días ambos se han fundido en la familia propietaria del diario
La Prensa
.
Ricardo Güiraldes mostro en
Don Segundo Sombra
(Buenos Aires, 1939) la contracara del
Martín Fierro
: el gaucho domesticado, atado
al
jornal, adulón del amo, de buen
uso
para el folklore nostalgioso o la lástima.
[291]
Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, Felipe Varela contra el Imperio Británico, Buenos Aires, 1966. En 1870, también caía bañado en sangre por la invasión extranjera Paraguay, único Estado latinoamericano que no había entrado en la prisión imperialista.
[292]
Miron Burgin, op. cit.
[293]
Juan Alvarez; op. cit.
[294]
Jorge Abelardo Ramos, op. cit.
[295]
José Luis Busaniche,
Rosas visto por sus contemporá
neos, Buenos Aires, 1955.
[296]
José Rivera Indarte realizó, en sus célebres
Tablas de sangre
, un inventario de los crímenes de Rosas, para estremecer la sensibilidad europea. Según el
Atlas
de Londres, la casa bancaria inglesa de Samuel Lafone pagó al escritor un penique por muerto. Rosas había prohibido la exportación de oro y plata, duro golpe al Imperio, y había disuelto el Banco Nacional, que era un instrumento del comercio británico. John F. Cady,
La intervención extranjera en el Río de la Plata
, Buenos Aires, 1943.
[297]
Vívian Trías,
Juan Manuel de Rosas
. Montevideo, 1970.
[298]
Discurso de Gervasio A. de Posadas. Citado por Dardo Cúneo,
Comportamiento y crisis de la clase empresaria
, Buenos Aires, 1967. En 1876, el ministro de Hacienda dijo en el Congreso: «...No debemos poner un derecho exagerado que haga imposible la introducción del calzado, de una manera que mientras cuatro remendones aquí florecen, mil fabricantes de calzado extranjero no pueden vender un solo par de zapatos».
[299]
Armando Raúl Bazán,
Las bases sociales de la montonera
, en Revista de historia americana y Argentina, núms. 7 y 8, Mendoza, 1962-63.
[300]
Domingo Faustino Sarmiento,
Facundo
, Buenos Aires 1952.
[301]
Mario Margulis,
Migración y marginalidad en la sociedad argentina
, Buenos Aires, 1968.
[302]
Para escribir este capítulo, el autor consultó las siguientes obras: Tuan Bautista Alberdi,
Historia de la guerra del Paraguay
, Buenos Aires, 1962; Pelham Horton Box,
Los orígenes de la Guerra de la Triple Alianza
, Buenos Aires - Asunción, 1958; Efraím Cardozo,
El imperio del Brasil y el Rio de la Plata
, Buenos Aires, 1961; Julio César Chaves,
El presidente López
, Buenos Aires, 1955; Carlos Pereyra,
Francisco Solano López y la guerra del Paraguay
, Buenos Aires, 1945; Juan F. Pérez Acosta,
Carlos Antonio López, obrero máximo. Labor administrativa y constructiva
, Asunción, 1948; José María Rosa,
La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas
, Buenos Aires, 1965; Bartolomé Mitre y Juan Carlos Gómez,
Cartas polémicas sobre la guerra del Para
guay, con prólogo de J. Natalicio González, Buenos Aires, 1940. Tambíen un trabajo inédito de Vivian Trías sobre el tema.
[303]
Francia integra, como uno de los ejemplares más horrorosos, el bestiario de la historia oficial. Las deformaciones ópticas impuestas por el liberalismo no son un privilegio de las clases dominantes en América Latina; muchos intelectuales de izquierda, que suelen asomarse con lentes ajenos a la historia de nuestros países, también comparten ciertos mitos de la derecha, sus canonizaciones y sus excomuniones. El
Canto general
, de Pablo Neruda, Buenos Aires, 1955, espléndido homenaje poético a los pueblos latinoamericanos, exhibe claramente esta desubicación. Neruda ignora a Artigas y a Carlos Antonio y Francisco Solano López; en cambio, se identifica con Sarmiento. A Francia lo califica de «rey leproso, rodeado / por la extensión de los yerbales», que «cerró el Paraguay como un nido / de su majestad» y «amarró / tortura y barro a las fronteras». Con Rosas no es más amable: clama contra los «puñales, carcajadas de mazorca / sobre el martirio» de una «Argentina robada a culatazos / en el vapor del alba, castigada / hasta sangrar y enloquecer, vacía, / cabalgada por agrios capataces».
[304]
Los fanáticos monjes de la Compañía de Jesús, «guardia negra del Papa», habían asumido la defensa del orden medieval ante las nuevas fuerzas que irrumpían en el escenario histórico europeo. Pero en la América hispánica las misiones de los jesuitas se desarrollaron bajo un signo progresista. Venían para purificar, mediante el ejemplo de la abnegación y el ascetismo, a una Iglesia católica entregada al ocio y al goce desenfrenado de los bienes que la conquista había puesto a disposición del clero. Fueron las misiones del Paraguay las que alcanzaron el mayor nivel; en poco más de un siglo y medio (1603-1768) definieron la capacidad y los fines de sus creadores. Los jesuitas atrajeron, mediante el lenguaje de la música, a los indios guaraníes que habían buscado amparo en la selva o que en ella habían permanecido sin incorporarse al proceso civilizatorio de los encomenderos y los terratenientes. Ciento cincuenta mil indios guaraníes pudieron, así, reencontrarse con su organización comunitaria primitiva y resucitar sus propias técnicas en los oficios y las artes. En las misiones no existía el latifundio; la tierra se cultivaba en parte para la satisfacción de las necesidades individuales y en parte para desarrollar obras de interés general y adquirir los instrumentos de trabajo necesarios, que eran de propiedad colectiva. La vida de los indios estaba sabiamente organizada; en los talleres y en las escuelas se hacían músicos y artesanos, agricultores, tejedores, actores, pintores, constructores. No se conocía el dinero; estaba prohibida la entrada a los comerciantes, que debían negociar desde hoteles instalados a cierta distancia.
La Corona sucumbió finalmente a las presiones de los encomenderos criollos, y los jesuitas fueron expulsados de América. Los terratenientes y los esclavistas se lanzaron a la caza de los indios. Los cadáveres colgaban de los árboles en las misiones; pueblos enteros fueron vendidos en los mercados de esclavos de Brasil. Muchos indios volvieron a encontrar refugio en la selva. Las bibliotecas de los jesuitas fueron a parar a los hornos, como combustible, o se utilizaron para hacer cartuchos de pólvora. Jorge Abelardo Ramos,
Historia de la nación latinoamericana
, Buenos Aires, 1968.
[305]
Solano López arde todavía en la memoria. Cuando el Museo Histórico Nacional de Río de Janeiro anunció, en setiembre de 1969, que inauguraría una vitrina dedicada al presidente paraguayo, los militares reaccionaron furiosamente. El general Mourão Filho, que había desencadenado el golpe de Estado de 1964, declaró a la prensa. «Un viento de locura barre al país... Solano López es una figura que debe ser borrada para siempre de nuestra historia, como paradigma del dictador uniformado sudamericano. Fue un sanguinario que destruyó al Paraguay, llevándolo a una guerra imposible».
[306]
Poco antes de las elecciones de principios de 1968, el general Stroessner visitó los Estados Unidos. «Cuando me entrevisté con el presidente Johnson —declaró a
France Presse
—, le manifesté que ya hace doce años que desempeño funciones de primer magistrado por mandato de las urnas. Johnson me contestó que eso constituía una razón más para continuar ejerciéndola el período venidero».
[307]
Presidencia de la Nación, Secretaría Técnica de Planificación,
Plan nacional de desarrollo económico y social
, Asunción, 1966.
[308]
Muchos de los campesinos han optado finalmente por volverse a la región minifundista del centro del país o han ido camino del nuevo éxodo hacia Brasil, donde sus brazos baratos se ofrecen a los yerbales de Curitiba y Mato Grosso o a las plantaciones cafetaleras de Paraná. Es desesperada la situación de los pioneros que se encuentran de cara a la selva, sin la menor orientación técnica y sin ninguna asistencia crediticia, con tierras
concedidas
por el gobierno, a las que tendrán que arrancar frutos suficientes para alimentarse y poder
pagarlas
—porque si el campesino no paga el precio estipulado, no recibe el título de propiedad.
[309]
R. Scalabrini Ortiz,
Política británica en el Río de la Plata
, Buenos Aires, 1940.
[310]
J. Fred Rippy,
British Investments
in Latin
America
(1822-1949), Minneapolis, 1959.
[311]
Celso Furtado, op. cit.
[312]
Robert Schnerb, Le XIX siécle.
L'apogée de 1'expansion européenne (1815-1914)
, tomo VI de la Historia general de las civilizaciones dirigida por Maurice Crouzet, París, 1968.
[313]
R. Scalabrini Ortiz, op. cit.
[314]
J. Eduardo Retondo,
El bosque y la industria forestal en Santiago del Estero
, Santiago del Estero, 1962.
[315]
Citado por André Gunder Frank,
Capitalism and U
nder
development in
Latin America
, Nueva York, 1967.
[316]
Edward C. Kirkland,
Historia económica de Estados Unidos
, México, 1441.
[317]
Celso Furtado, op. cit.
[318]
Claude Folilen,
L'Amérique anglo-saxonne de 1815 à nos jours
, París, 1965.
[319]
Robert Schnerb, op. cit.
[320]
«El capital del Estado asume el riesgo inicial... La ayuda oficial a los ferrocarriles no solamente facilita la reunión de capitales, sino que además reduce los costos de construcción. En algunos casos, entre otros para las líneas marginales, los fondos públicos hicieron posible la construcción de ferrocarriles que no hubieran podido nacer de otra manera. En otro número de casos aún más importante, aceleraron la realización de proyectos que la utilización de capitales privados hubiera ciertamente demorado.» Harry H. Pierce,
Radroads
of New York, A Study of Government Aid, 1826-1875
, Cambridge, Massachusetts, 1953.
[321]
Claude Fohlen, op. cit.
[322]
El sur se convirtió en una colonia interna de los capitalistas del norte. Después de la guerra, la propaganda por la construcción de hilanderías en las dos Carolinas, Georgia y Alabama, cobró el carácter de una cruzada. Pero éste no era el triunfo de una causa moral, las nuevas industrias no nacían por puro humanitarismo: el sur ofrecía mano de obra menos cara, energía más barata y beneficios altísimos, que a veces llegaban al 75 por 100. Los capitales venían del norte para atar al sur al centro de gravedad del sistema. La industria del tabaco, concentrada en Carolina del Norte, estaba bajo la dependencia directa del trust Duke, mudado a Nueva jersey para aprovechar una legislación más favorable; la Tennessee Coal and Iron Co., que explotaba el hierro y el carbón de Alabama, pasó en 1907 al control de la U. S. Steel, que desde entonces dispuso de los precios y eliminó así la competencia molesta. A principios de siglo, el ingreso
per capita
del sur se había reducido a la mitad en relación con el nivel anterior a la guerra. C. Vann Woodward, Origins of the New South, 1879-1913, en
A History of the South
, varios autores, Baton Rouge, 1948.)
[323]
Hace cuarenta años, la inversión norteamericana en industrias de transformación sólo representaba el 6 por 100 del valor total de los capitales de Estados Unidos en América Latina. En 1960, la proporción rozaba ya el 20 por 100, y luego continuó ascendiendo hasta cerca de la tercera parte del total. Naciones Unidas, CEPAL,
El financiamiento externo de América Latina
, Nueva York-Santiago de Chile, 1964
, y Estudio económico de América Latina de 1967, 1968 y 1969
.
[324]
Secretaría General de la Organización de Estados Americanos,
El financiamiento externo para el desarrollo de la América Latina
, Washington, 1969. Documento de distribución limitada; sextas reuniones anuales del CIES.
[325]
Datos del Departamento de Comercio de los Estados Unidos y del Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso. Secretaría General de la OEA, op. cit.