Read Los cazadores de mamuts Online

Authors: Jean M. Auel

Los cazadores de mamuts (33 page)

BOOK: Los cazadores de mamuts
7.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Nezzie agachó la cabeza en señal de aquiescencia. Lo sabía desde un principio, pero el remedio de Ayla había causado una reacción tan milagrosa, que no podía desterrar la esperanza.

–Medicina ayuda. Hace Rydag siente mejor. No tanto dolor –continuó Ayla–. Pero no tengo mucho. Dejo mucha medicina en el valle. No creo alejamos por mucho tiempo. Mamut conoce dedalera, puede tener.

Mamut alzó la voz.

–Mi don es el de la Búsqueda, Ayla. No estoy dotado para la curación, pero la Mamut del Campamento del Lobo es una buena curandera. Podemos enviar a alguien para ver si ella tiene, cuando el tiempo mejore. Eso sí, pasarán varios días.

Ayla esperaba que su provisión de hojas de digital con las que preparaba el remedio durara hasta que alguien pudiese salir en busca de más, pero lamentaba más aún no tener consigo el resto de sus propios preparados. No se fiaba de los métodos ajenos. Ella siempre ponía mucho cuidado al secar las grandes hojas aterciopeladas; lo hacía lentamente, en un lugar oscuro y fresco, para conservar los principios activos en la medida de lo posible. En realidad hubiera querido tener a mano todas sus hierbas, tan bien identificadas, pero estaban almacenadas en su pequeña cueva del valle.

Lo mismo que Iza, Ayla siempre llevaba consigo el saco de nutria, que contenía raíces y cortezas, hojas, flores, frutas y semillas. De cualquier modo, todas aquellas cosas servían apenas para primeros auxilios. En su cueva contaba con una farmacopea completa, a pesar de que, viviendo sola, poco uso podía darle. Sólo el adiestramiento y la costumbre la obligaban a recolectar plantas medicinales según iban éstas apareciendo con el correr de las estaciones. Era algo casi tan automático como caminar.

Conocía otras muchas utilidades de las plantas, desde las fibras para hacer cuerdas hasta sus propiedades alimenticias, pero le interesaban sobre todo sus propiedades medicinales. No podía resistirse a coger una planta cuyas virtudes curativas conocía; tenía centenares de ellas.

Estaba tan familiarizada con la vegetación que las plantas desconocidas la intrigaban. Buscaba similitudes con las que conocía y sabía clasificarlas por categorías dentro de las categorías mayores. Era capaz de identificar tipos y familias similares, pero sabía que el parecido no implicaba necesariamente reacciones similares; por eso experimentaba cautelarmente en su propia persona, partiendo de sus conocimientos y experiencia.

También era meticulosa con las dosis y los métodos de preparación. Sabía que una infusión, preparada con sólo verter agua hirviente sobre hojas, flores y frutos, extraía principios y esencias aromáticos y volátiles. La ebullición, que tenía como efecto la cocción, eliminaba los principios extractivos, resinosos y amargos; resultaba más eficaz con materiales duros, tales como cortezas, raíces y semillas. Sabía también cómo extraer los aceites esenciales, gomas y resinas de una planta; cómo preparar cataplasmas, emplastos, tónicos, jarabes, ungüentos y bálsamos, empleando grasas o agentes espesantes. Sabía mezclar ingredientes, reforzar o diluir las mezclas según las necesidades.

Los propios procedimientos comparativos que aplicaba a las plantas le permitían descubrir las similitudes entre los animales. Si Ayla poseía un cierto conocimiento del cuerpo humano y de sus funciones, era el fruto de una larga serie de conclusiones a las que había llegado tras una serie de ensayos, así como de una amplia comprensión de la anatomía animal adquirida a través del estudio de las bestias que cazaba. Había llegado a determinar sus similitudes con el hombre.

Ayla era a la vez botánica, farmacéutica y médica; su magia derivaba de las esotéricas tradiciones transmitidas y mejoradas de generación en generación, durante cientos, miles, tal vez millones de años, entre cazadores y recolectores cuya existencia misma dependía del conocimiento íntimo de la tierra en donde vivían y de sus productos.

Apoyándose en recursos, llegados desde la noche de los tiempos y transmitidos por Iza, y ayudados por su congénita capacidad de análisis, y de su percepción intuitiva, Ayla podía diagnosticar y tratar casi todas las enfermedades y heridas. Hasta efectuaba pequeñas operaciones, utilizando un afiladísimo cuchillo de pedernal. Pero su medicina dependía, primordialmente, de los complejos activos de las plantas curativas. Pero si bien era hábil, no podía efectuar grandes operaciones para corregir un defecto congénito del corazón.

Mientras miraba al niño dormido, tan parecido a su propio hijo, experimentó un profundo sentimiento de alivio y gratitud al pensar que Durc había nacido sano y fuerte. Pero eso no disminuía el dolor de verse obligada a decir a Nezzie que ningún remedio podría curar a Rydag.

Aquella tarde, Ayla revisó sus paquetes y saquitos de hierbas para preparar la mezcla que había prometido a Nezzie, bajo la mirada silenciosa de Mamut. Nadie podía dudar ahora de su capacidad como curandera, ni siquiera Frebec, aunque no estuviera dispuesto a admitirlo, ni Tulie, quien no se había manifestado tan rudamente pero que –el anciano lo sabía muy bien– en su fuero interno había sido muy escéptica. Ayla parecía una joven corriente, bastante atractiva, incluso para los ojos del anciano que estaba convencido de que había en ella mucho más que eso; probablemente, ella misma ignoraba el verdadero alcance de su potencial.

«Qué vida tan difícil –y fascinante– ha llevado», pensó. «Parece muy joven, pero tiene ya más experiencia que la que mucha gente podrá acumular en toda su vida. ¿Cuánto tiempo convivió con ellos? ¿Cómo llegó a ser tan hábil para la medicina?» Sabía que rara vez se enseñaban tales conocimientos a alguien que no hubiera nacido en el Clan, y ella era una extraña, más extraña de lo que la mayor parte de la gente llegaría a entender. Y allí estaba con su inesperado talento para la Búsqueda. ¿Qué otras posibilidades desconocidas había encerradas en ella? ¿Qué conocimientos aún no utilizados? ¿Qué secretos todavía ocultos?

«En una crisis saca a relucir toda su fuerza», pensó, recordando las órdenes que la había visto dar a Tulie y a Talut. «Hasta a mí», sonrió. Y nadie había protestado. El liderazgo era en ella natural. ¿Qué adversidades la habían puesto a prueba para darle tanta presencia de ánimo con tan corta edad? «La Madre tiene planes para ella, de eso estoy seguro. Pero ¿qué decir de ese joven, Jondalar? Está indudablemente bien dotado, pero sus dones no tienen nada de extraordinarios. ¿Cuáles son las intenciones de Ayla con respecto a él?»

En el momento en que la muchacha guardaba el resto de sus hierbas, Mamut reparó de pronto en su saco de nutria. Le resultaba familiar. Si cerraba los ojos, casi podía ver uno tan parecido que le traía todo un montón de recuerdos.

–¿Me permites que lo vea, Ayla? –preguntó, deseoso de observarlo con mayor detenimiento.

–¿Esto? ¿Mi bolsa de medicinas?

–Siempre quise saber cómo estaban hechas.

Ayla le entregó el extraño saco; al hacerlo se fijó en unos bultos artríticos que deformaban sus viejas manos largas y flacas.

El anciano examinó atentamente el saco. Mostraba signos de desgaste: seguramente lo usaba desde hacía algún tiempo. No estaba confeccionado uniendo unas piezas con otras, sino empleando la piel entera de un solo animal. En lugar de abrir el abdomen de la nutria, que era el procedimiento normal de desollar una bestia, se le había practicado un corte en la garganta, dejando la cabeza prendida por detrás mediante una banda de piel. Por la garganta se habían extraído las entrañas y los huesos, se había vaciado el cráneo, por lo que había quedado un tanto hundido. Después se había metido la piel en salmuera. Alrededor del cuello se habían practicado, a intervalos regulares y sirviéndose de una lezna de sílex, unos agujeros para pasar por ellos una cinta que cerraba el orificio. El resultado era una bolsa de piel de nutria, suave e impermeable. La cola y las patas seguían intactas; la cabeza servía de tapa.

Mamut se lo devolvió.

–¿Lo has hecho tú?

–No, Iza, curandera del clan de Brun, mi... madre. Ella enseña a mí cuando niñita dónde crecen plantas, cómo hace medicinas, cómo usa. Estaba enferma, no va Reunión de Clan. Brun necesita curandera. Uba demasiado joven. Yo única.

Mamut meneó la cabeza indicando que había comprendido. De pronto la miró fijamente.

–¿Cómo era el nombre que has pronunciado hace un momento?

–¿Mi madre? ¿Iza?

–No, el otro.

Ayla pensó un instante.

–¿Uba?

–¿Quién es Uba?

–Uba... hermana. No hermana de verdad, pero como hermana para mí. Es hija de Iza. Ahora es curandera... y madre de...

–¿Es un nombre frecuente? –interrumpió Mamut, con una voz en la que se percibía un matiz de excitación.

–No..., no creo... Creb pone Uba. Madre de la madre de Iza mismo nombre. Creb e Iza misma madre.

–¡Creb! Dime, Ayla, ¿este Creb tenía un brazo enfermo y caminaba renqueando?

–Sí –replicó Ayla, sorprendida. ¿Cómo era posible que Mamut lo supiera?

–¿Y tenía otro hermano? Más joven, pero fuerte y saludable.

Ayla frunció el ceño ante aquella rociada de preguntas.

–Sí, Brun. Era jefe.

–¡Gran Madre! No lo puedo creer. Ahora comprendo.

–Yo no comprendo –dijo Ayla.

–Ven, siéntate. Quiero contarte una historia.

La condujo a un sitio junto al hogar, cerca de su propia cama. Él se encaramó en el borde de la plataforma, mientras ella tomaba asiento en una esterilla, clavando en él una mirada expectante.

–Una vez, hace muchísimos años, siendo yo muy joven, tuve una extraña aventura que cambió mi vida –dijo Mamut. Ayla sintió de repente un extraño escalofrío a flor de piel. Tuvo la sensación de que casi sabía lo que iba a decirle–. Manuv y yo somos del mismo Campamento. El hombre al que su madre eligió como compañero era primo mío. Crecimos juntos y, como suelen hacer los adolescentes, hablamos de hacer un Viaje juntos. Pero, el verano en que íbamos a partir, él cayó enfermo. Muy enfermo. Yo estaba ansioso por marcharme, pues habíamos planeado ese viaje años enteros. Aunque confiaba en que él mejoraría, la enfermedad se prolongó. Por fin, en las postrimerías del verano, decidí partir solo. Todo el mundo me aconsejó que no lo hiciera, pero yo estaba impaciente.

»Teníamos pensado rodear el mar de Beran y seguir la costa este del gran Mar del Sur, más o menos como hizo Wymez. Pero la estación estaba ya tan avanzada que decidí acortar camino por la península y la conexión del este hacia las montañas.

Ayla asintió. El clan de Brun había seguido la misma ruta para ir a la Reunión del Clan.

–No hablé con nadie de mi plan, pues era territorio de los cabezas chatas y habría provocado muchas objeciones. Me pareció que, si iba con mucho cuidado, podría evitar los encuentros, pero no conté con un accidente. Todavía no sé muy bien cómo ocurrió: caminaba a lo largo de un barranco, junto a un río; era casi un acantilado. De pronto resbalé y caí. Debí permanecer inconsciente bastante tiempo. Cuando recobré el sentido ya caía la tarde. Me dolía la cabeza y estaba aturdido, pero lo peor era el brazo. Tenía el hueso dislocado y roto; sufría muchísimo.

»Avancé a tropezones por la orilla del río, sin saber adónde iba. Había perdido el zurrón y ni siquiera pensé en volver a buscarlo. No sé durante cuánto tiempo caminé, pero ya empezaba a oscurecer cuando divisé una fogata. No se me ocurrió que estaba en la península. Al ver a algunas personas junto al fuego, me acerqué.

»Imagino la sorpresa que se llevarían al verme llegar tambaleante. Pero para entonces mi delirio era tal que no sabía dónde me encontraba. Mi asombro llegó después. Desperté en un ambiente nada familiar, sin tener la menor idea de cómo había llegado allí. Al descubrir que tenía una cataplasma en la cabeza y el brazo en cabestrillo, recordé la caída y me alegré de haber sido encontrado por un Campamento que disponía de un buen curandero. Cuando apareció la mujer, Ayla, podrás imaginar mi espanto al descubrir que estaba en el campamento de un Clan.

Ayla también estaba espantada.

–¡Tú! ¡Tú el hombre de brazo roto! ¿Conoces Creb y Brun? –preguntó atónita. La abrumó una oleada de emociones que arrancaron lágrimas de sus ojos. Era como recibir un mensaje del pasado.

–¿Has oído hablar de mí?

–Iza cuenta. Antes de nacer ella, la madre de su madre cura hombre con brazo roto. Hombre de los Otros. Creb cuenta también. Dice Brun me deja estar con clan porque sabe ese hombre, tú, Mamut, que Otros son hombres también –Ayla se interrumpió, mirando fijamente el pelo blanco, la cara arrugada del venerable anciano–. Iza ya camina en mundo de espíritus. No nacida cuando tú vienes..., y Creb... era niño, no todavía elegido por Ursus. Creb era viejo cuando muere. ¿Cómo puedes estar vivo?

–Yo mismo me he preguntado por qué la Madre quiso concederme tantas estaciones. Creo que acaba de darme Su respuesta.

Capítulo 13

–¿Talut? ¿Duermes? –susurró Nezzie al oído del enorme pelirrojo al tiempo que le sacudía.

–¿Eh? ¿Qué pasa? –preguntó él, despertando sobresaltado.

–¡Chist!, no despiertes a todos. Talut, no podemos dejar que Ayla se vaya. ¿Quién atenderá a Rydag la próxima vez? Creo que deberíamos adoptarla, hacerla parte de nuestra familia, convertirla en una Mamutoi.

Él levantó la cabeza y vio que los ojos de su mujer centelleaban al reflejo de las brasas rojas.

–Sé que te preocupas por el niño, Nezzie. Yo también, pero, ¿es tu amor motivo suficiente para convertir a una desconocida en una de los nuestros? ¿Qué podría decir yo al Consejo?

–No es sólo por Rydag. Ella es curandera, una buena curandera. ¿Acaso los Mamutoi tenemos tantos curanderos que podamos permitirnos perder a una tan buena? Mira lo que ha pasado en unos pocos días. Salvó a Nuvie de morir sofocada... Sí, ya sé que Tulie lo atribuye a una simple técnica aprendida, pero tu hermana no puede decir lo mismo con respecto a Rydag. Ayla sabía lo que estaba haciendo. Eso era medicina curativa. Y también tiene razón con respecto a Fralie. Hasta yo me doy cuenta de que este embarazo es difícil para ella y de que todas esas peleas le hacen daño. ¿Y tu dolor de cabeza?

Talut sonrió.

–Eso fue más que magia curativa. ¡Eso fue asombroso!

–¡Chist! Vas a despertar a todo el Campamento. Ayla no es sólo una Mujer Que Cura. Mamut dice que también tiene el don de la Búsqueda, aunque sin haber sido iniciada. Y mira lo que hace con los animales. No me extrañaría que fuera también una Llamadora. Piensa en lo que ganaría el Campamento si resultara que no sólo puede buscar animales para cazar, sino que también puede llamarlos.

BOOK: Los cazadores de mamuts
7.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Stuck in Neutral by Terry Trueman
Dhampir Love by Lewis, Shirlee
Nice and Mean by Jessica Leader
Son of Thunder by Leeder, Murray J. D.
The Charmer by Kate Hoffmann
The Story of Hong Gildong by Translated with an Introduction and Notes by Minsoo Kang
Affairs of Art by Lise Bissonnette
Craving by Sofia Grey
The Unforgiving Minute by Sarah Granger
An Affair to Remember by Karen Hawkins