Los cazadores de mamuts (90 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los cazadores de mamuts
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–Precisamente yo iba a sugerir que instaláramos nuestras tiendas si decidimos quedarnos –dijo Tulie–. Ya tienen demasiados problemas para, por añadidura, acoger a un grupo de desconocidos. Y ni siquiera son Mamutoi. Los Sungaea son... diferentes.

A Ayla la despertaron por la mañana algunas voces, cerca de la tienda. Se levantó de prisa y se vistió para echar un vistazo fuera. Varias personas estaban cavando una zanja larga y estrecha. Tronie y Fralie, sentadas cerca de una fogata, amamantaban a sus bebés. Ayla, sonriente, fue a reunirse con ellas. De un cesto impermeable brotaba un vapor con aroma de salvia. Llenó una taza y se sentó con las dos mujeres para saborear el líquido caliente.

–¿Les van a enterrar hoy? –preguntó Fralie.

–Creo que sí –respondió Ayla–. Supongo que Talut no ha querido preguntarlo directamente, pero a mí me ha dado esa impresión. No comprendo su idioma, aunque capto algunas palabras sueltas.

–Sin duda están cavando la tumba. Me gustaría saber por qué la hacen tan larga –se extrañó Tronie.

–No sé, pero me alegro de que nos vayamos pronto. Hemos hecho bien en quedarnos, pero, aunque no haya peligro, no me gustan los entierros –declaró Fralie.

–A nadie le gustan –dijo Ayla–. Lástima que no hayamos llegado algunos días antes.

–De todas formas, no sabes si habrías podido hacer algo por esos niños –adujo Fralie.

–Lo siento por la madre –comentó Tronie–. Perder a un solo hijo ya es en sí muy duro, pero perder a dos al mismo tiempo... No creo que yo pudiera soportarlo.

Y estrechó a Hartal contra su pecho, pero el pequeño forcejeó para liberarse.

–Sí, es muy duro perder a un hijo –la voz de Ayla sonaba tan sombría que Fralie levantó la vista hacia ella, extrañada. Ayla dejó la taza y se levantó–. Ayer descubrí un poco de ajenjo en las cercanías. Con la raíz se prepara un tranquilizante muy potente. No suelo utilizarlo, pero quiero preparar algo que calme y relaje a la madre, y tiene que ser fuerte.

El Campamento del León presenció o participó marginalmente en diversas actividades y ceremonias a lo largo del día. Pero hacia el anochecer cambió la atmósfera, cargándose de una intensidad que sorprendió a los visitantes. Las emociones exacerbadas arrancaron auténticos gritos de pena y de dolor en los Mamutoi, cuando los dos niños eran sacados solemnemente en una especie de hamaca y presentados a cada persona para la última despedida.

Cuando los que llevaban las parihuelas pasaron lentamente ante los visitantes, Ayla notó que los niños estaban vestidos con ropas muy bellas y decoradas con elegancia, como si fueran a asistir a una fiesta importante. No pudo dejar de sentirse impresionada y llena de curiosidad; las túnicas y los largos calzones estaban hechos con trozos de cuero, en estado natural o teñidos en diversos tonos, que habían sido cuidadosamente unidos en intrincados diseños geométricos; algunas partes estaban cubiertas por miles de pequeñas cuentas de marfil. Un pensamiento fugaz cruzó por su mente: ¿era posible que todo aquel trabajo hubiera sido elaborado con sólo un punzón? Seguro que a aquella gente le sería muy útil el fino vástago de marfil agujereado en un extremo.

Se fijó igualmente en las diademas y los cinturones, así como en la capa que cubría los hombros de la niña; sus fascinantes dibujos parecían realizados a partir de las fibras mullidas dejadas a su paso por los animales de vellón lanudo. Habría querido tocarlo para averiguar cómo estaba tejido, pero no le pareció apropiado. También Ranec, de pie junto a ella, reparó en aquel trabajo excepcional e hizo algunos comentarios sobre el diseño de espirales formando ángulo recto. Ayla esperaba que tal vez, antes de partir, pudiera enterarse de la técnica a cambio de una de sus agujas perforadas en un extremo.

Los dos niños estaban engalanados con joyas hechas de conchas, colmillos y hueso; el varón lucía una piedra grande, extraña, que había sido perforada para llevar como colgante. A diferencia de los adultos, cuyo cabello estaba revuelto y cubierto de cenizas, ambos habían sido pulcramente peinados de manera bastante complicada: el niño con trenzas; la niña, con grandes rodetes a ambos lados de la cabeza.

Ayla no podía quitarse la sensación de que los niños estaban tan sólo dormidos y podían despertar en cualquier momento. Parecían demasiado jóvenes y saludables, con caritas de redondeadas mejillas, sin una arruga, para haber pasado al reino de los espíritus. Sintió un escalofrío y miró involuntariamente a Rydag, pero se encontró con los ojos de Nezzie y apartó la vista.

Por fin, los cadáveres fueron llevados hasta la zanja larga y estrecha, donde los pusieron con las cabezas una contra la otra. Una mujer, que lucía un tocado peculiar y una túnica larga, con bordado de cuentas, se puso en pie para iniciar un cántico fúnebre de tonos agudos, que estremeció a todos los presentes. Llevaba alrededor del cuello muchos collares y colgantes, que se entrechocaban a cada uno de sus movimientos, además de brazaletes de marfil, consistentes en varias bandas de un centímetro de ancho. Ayla notó su parecido con los que usaban algunos Mamutoi.

Se oyó un redoble de tambor, profundo y resonante, con el tono familiar del cráneo de mamut. La mujer, sin dejar de cantar, comenzó a balancearse y contorsionarse, elevándose sobre la punta de los dedos y levantando alternativamente los pies, mirando en diferentes direcciones, pero sin moverse del mismo sitio. Mientras bailaba, hacía ondular los brazos enérgica y rítmicamente, entre el repiqueteo de sus brazaletes. Se la habían presentado a Ayla y ésta se sentía atraída por ella, aunque no habían podido conversar. Mamut le explicó que no era curandera como ella, sino alguien capaz de comunicarse con el mundo de los espíritus. Ayla cayó en la cuenta de que era el equivalente Sungaea de Mamut... o de Creb. Eso la dejó intrigada; aún le costaba imaginar a una mujer mog-ur.

El hombre y la mujer de cara teñida de rojo salpicaron con ocre pulverizado los cuerpos de los niños; Ayla recordó el ungüento rojo con que Creb había untado el cadáver de Iza. Varios objetos más fueron ceremoniosamente agregados a la tumba: colmillos de mamut enderezados, lanzas, cuchillos y puñales de pedernal, figurillas de un mamut, de un bisonte y de un caballo, menos hábilmente talladas que las de Ranec, según pudo apreciar Ayla. La muchacha se sorprendió al ver cómo colocaban al lado de cada uno de los niños un largo báculo de marfil, decorado con una talla en forma de rueda, en cuyos radios se habían prendido plumas y otros objetos. Cuando los del asentamiento se unieron al canto fúnebre de la mujer, Ayla se inclinó para susurrar a Mamut:

–Esos báculos de marfil se parecen al de Talut. ¿Son también Báculos Que Hablan?

–En efecto. Los Sungaea son más parecidos a los Mamutoi de lo que muchos quieren admitir. Existen algunas diferencias, pero esta ceremonia del entierro es muy similar a la nuestra.

–¿Y por qué ponen Báculos Que Hablan en una tumba con niños?

–Se les provee de las cosas que necesitarán cuando despierten en el mundo de los espíritus. Hija e hijo de la Mujer Que Manda, estos dos hermanos estaban destinados a convertirse en jefes pariguales, si no en esta vida, al menos en la otra –explicó Mamut–. Es necesario que demuestren allí su rango, para que no pierdan prestigio.

Ayla estuvo observando durante un buen rato. Después, cuando empezaron a cubrir la tumba, volvió a hablar con Mamut.

–¿Por qué los entierran así, cabeza contra cabeza?

–Porque son hermanos –dijo, como si no fuera necesario explicar nada más. Al ver la expresión perpleja de la muchacha, añadió–: El Viaje al mundo de los Espíritus puede ser largo, difícil y confuso, sobre todo para los que son muy jóvenes. Necesitan poder comunicarse y reconfortarse mutuamente, pero es una abominación para la Madre que dos hermanos compartan Placeres. Si despertaran el uno junto a la otra, podrían olvidar que son hermanos y aparearse por error, pensando que estaban durmiendo juntos porque estaban destinados a unirse. Así, cabeza contra cabeza, pueden alentarse mutuamente durante el Viaje, sin confundirse con respecto a su relación cuando lleguen al otro lado.

Ayla asintió. Parecía una explicación lógica. Pero mientras veía cómo la tierra se acumulaba en la tumba, seguía lamentando no haber llegado algunos días antes. Tal vez hubiera podido salvar a los niños o, al menos, habría podido intentarlo.

Talut se detuvo al borde de un pequeño arroyo y miró hacia arriba y hacia abajo. Luego consultó el trozo de marfil marcado con señales que tenía en la mano, verificó la posición del sol, estudió algunas formaciones nubosas hacia el norte y olfateó el viento. Por último, estudió la zona circundante.

–Acamparemos aquí para pasar la noche –dijo, dejando en el suelo su mochila y su zurrón.

Se acercó a su hermana, que estaba tratando de decidir dónde se instalaría la tienda principal, para que las otras, que utilizaban parte de los mismos soportes, tuvieran una superficie nivelada suficientemente amplia.

–Tulie, ¿qué te parece si nos detenemos a traficar un poco? He estado estudiando estos mapas trazados por Ludeg. Al principio no me di cuenta, pero al ver ahora dónde estamos, fíjate –dijo, mostrándole dos piezas diferentes de marfil grabadas con varias marcas–, aquí está el mapa que indica el camino hacia el Campamento del Lobo, el nuevo emplazamiento de la Reunión de Verano, y aquí el que dibujó a toda prisa señalando el camino hacia el Campamento Sungaea. Desde aquí no tendríamos que desviarnos mucho de nuestro camino para visitar el Campamento del Mamut.

–Te refieres al Campamento del Buey Almizclero –dijo Tulie, con un aburrido desdén–. Fue muy presuntuoso por su parte que cambiaran el nombre de su Campamento. Todo el mundo tiene un Hogar del Mamut, pero nadie debe dar ese nombre a su Campamento. ¿Acaso no somos todos Cazadores de Mamuts?

–Pero los Campamentos siempre se llaman como el hogar del jefe, y el nuevo jefe es a la vez su Mamut. Además, eso no es un impedimento para que podamos comerciar con ellos..., siempre que no se hayan ido ya para el verano. Sabes que están relacionados con el Campamento del Ámbar y siempre tienen algo de ámbar para traficar –Talut conocía la debilidad de su hermana por aquellas piedras cálidas y doradas de resina petrificada–. Wymez dice que también consiguen pedernal de buena calidad. Nosotros tenemos muchos cueros de reno, por no mencionar algunas otras pieles muy bonitas.

–No sé cómo es posible que un hombre establezca un hogar si ni siquiera tiene una mujer a su lado, pero yo he dicho simplemente que eran unos presuntuosos. De cualquier modo, podemos pararnos a traficar con ellos. Claro que debemos pasar por allí, Talut –la expresión de la jefa se transformó en una sonrisa enigmática–. Sí, ya lo creo. Será interesante que el Campamento «del Mamut» conozca a nuestro Hogar del Mamut.

–De acuerdo. En ese caso, será mejor que partamos mañana temprano –dijo Talut.

Pero Talut se quedó mirándola con un aire de perplejidad, al tiempo que meneaba la cabeza, preguntándose qué estaría pensando su avispada y astuta hermana.

Cuando el Campamento del León llegó a un río grande y sinuoso, que abría una garganta entre los dos altos barrancos de suelo loéssico, Talut subió a un promontorio y estudió atentamente el terreno circundante. Venados y uros pastaban al borde del agua, en una verde pradera salpicada de árboles pequeños. A cierta distancia había un gran montón de huesos, apilados contra un barranco en donde el río describía un meandro cerrado. Varias siluetas diminutas correteaban cerca de los huesos secos, transportando algunas piezas.

–Todavía están aquí –anunció–. Parecen estar construyendo algo.

Los viajeros bajaron hacia el Campamento, situado en una terraza amplia, a no más de cuatro metros y medio sobre el nivel del río. Si Ayla se sorprendió cuando vio el albergue del Campamento del León, el del Mamut la dejó atónita. No se trataba de una sola vivienda larga, semisubterránea y cubierta de hierba, a la que la joven encontraba cierta similitud con una caverna o con una madriguera a escala humana, sino que se componía de varios albergues redondos, individuales, arracimados sobre la terraza. También eran sólidos y resistentes, bajo una gruesa capa de tierra cubierta de arcilla; y algunos manojos de hierba brotaban en torno a ellos, pero no en la parte superior. Ayla los comparó con enormes y peladas madrigueras de marmotas.

Al aproximarse le fue fácil comprender por qué la parte superior estaba desnuda. También el Campamento del Mamut utilizaba el techo como plataforma de observación, y dos de los albergues sostenían a una muchedumbre de curiosos. En aquel momento, la atención estaba centrada en los visitantes, pero no era ésa la razón de que todos hubieran subido a los techos redondeados. Cuando el Campamento del León dejó atrás un albergue que les bloqueaba la visión, Ayla descubrió cuál era el objeto de su interés y se quedó atónita.

Talut había acertado: estaban construyendo. La muchacha había oído los comentarios de Tulie con respecto al nombre escogido por el grupo, pero al ver el albergue que estaban levantando, el título le pareció muy apropiado. Tal vez, cuando estuviera terminado, acabaría pareciéndose a todos los demás, pero el modo en que utilizaban los huesos de mamut como soportes para la estructura parecía captar una cualidad característica del animal. Cierto que el Campamento del León empleaba huesos de mamut como soporte de su albergue, los escogían y los adaptaban para cumplir ese cometido, pero los que aquí se empleaban no actuaban sólo como soportes. Cada pieza había sido elegida y dispuesta de tal modo que el conjunto lograba expresar la esencia misma del mamut, reflejando las convicciones de los Mamutoi.

Para crear el diseño, comenzaban por traer una gran cantidad de elementos similares de los esqueletos de mamuts, que encontraban amontonados en su propia terraza. Empezaban por formar un semicírculo, de casi cinco metros de diámetro, con cráneos de mamut con la sólida frente hacia dentro. La abertura era la arcada familiar, constituida por dos grandes colmillos, anclados en las órbitas oculares de sendos cráneos y unidos en la parte alta. Alrededor y hasta la mitad de la altura, la pared circular estaba compuesta por unas cien quijadas inferiores, en forma de V, apiladas con el ángulo boca abajo, de cuatro en cuatro.

El efecto de conjunto de estas pilas de V yuxtapuestas era quizá el concepto más impresionante de la construcción y el más significativo. Creaban un diseño en zigzag, similar al que se utilizaba para representar el agua. Además, tal como Ayla había aprendido de Mamut, este signo representaba también el símbolo más profundo de la Gran Madre, Creadora de toda Vida. Representaba el triángulo, con la punta hacia abajo, de Su sexo, la expresión exterior de Su matriz. Reproducido múltiples veces, aquel símbolo representaba toda vida, no sólo el agua, sino también el líquido amniótico de la Madre, que había inundado la tierra y llenado los mares y los ríos cuando Ella dio a luz toda vida. No cabía duda de que aquél sería el albergue para el Hogar del Mamut.

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