Los cuadernos secretos (45 page)

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Authors: John Curran

Tags: #Biografía, Ensayo, Intriga

BOOK: Los cuadernos secretos
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Las ratas
no es una obra con punto de partida en una trama de misterio, si bien contiene algunas muertes misteriosas que se explican al final de la obra teatral. Presenta similitudes obvias con un relato de Poirot, «El misterio del cofre de Bagdad», y su posterior versión, más elaborada, «El misterio del cofre español». En ese relato, un marido suspicaz se esconde en el cofre con la esperanza de sorprender a su esposa y al amante de ésta en flagrante adulterio; en
Las ratas
, cuando Sandra y David se dan cuenta de que han caído en una trampa al ir a ese piso, sospechan una emboscada semejante. Pero la obra se desarrolla por derroteros más macabros. Conserva la pista del montoncito de serrín bajo el cofre, que es la que a Poirot «le da que pensar con furia» en el relato. El Cuaderno 24 contiene casi cinco páginas de notas:

Las ratas

El piso es propiedad de los Torrance… Bastante espartano… Un cofre de Kuwait en el centro… elevado hacia el techo… abundantes cajones… un diván oscuro y cubierto por cortinajes, tapices, etc. Una larga mesa de madera chapada… sillas modernas… Una o dos piezas de cerámica persa… Una cafetera árabe, de pico alargado

Cadáver en
armario
Cofre de Bagdad… ¡Oh! Dios mío, si es Robert… Acude la policía… El hombre y la muchacha han descubierto el cadáver de su marido… Llega Alec… Una persona como Mischa… dice que recibió una llamada de teléfono

Aunque es posible que aparecieran personajes gays en anteriores obras de Christie (el señor Pye en
El caso de los anónimos
, Murgatroyd y Hinchcliffe en
Se anuncia un asesinato
y Horace Bundler en «La locura de Greenshaw»), Alec, en
Las ratas
, es el ejemplo más inequívoco y estereotipado, y es mucho más siniestro que, por ejemplo, Christopher Wren en
La ratonera
. En el guión se le describe como «tipo maricón, muy elegante, divertido, inclinado al rencor», y el amor que tiene por el antiguo marido de Sandra se comenta abiertamente. La referencia a Mischa, en cambio, es desconcertante.

Tarde en la playa

Una excursión familiar, una tarde en la playa, culmina con la captura de un ladrón de joyas y con algunas revelaciones inesperadas… y también con la resolución de ir a otro sitio en las vacaciones del año siguiente.

De las tres obras de que consta
Regla de tres
,
Tarde en la playa
es la más improbable de las que pudo haber escrito Agatha Christie. Se ha comparado con la típica postal veraniega, picante y anodina, al estar ambientada sólo en una playa, donde en un momento determinado un personaje femenino ha de cambiarse de bañador en el escenario. Para ser de Christie, la trama es ligera, y el humor en ocasiones resulta forzado. Es sin lugar a dudas un Christie escrito con el piloto automático, aunque contiene una sorpresa, una ligera variación sobre un viejo tema de Christie. Irónicamente, las notas que se conservan son extensas, casi cuarenta páginas, aun cuando sea con muchas repeticiones. Hay bastante especulación sobre los apellidos de ambas familias (el señor y la señora Agrio, adecuadamente descritos como «los quejumbrosos», pasan a ser el señor y la señora Crum) y las chozas que ocupan en la playa:

Vistamar

(Mon Repos)

El refugio

La señora Montressor

El señor y la señora Wills

Genevieve Batat

En la playa

 

 

Iniskillen

Bide a Wee

Mon Repos

Señor Agrio

Wilkinson

Arlette

Niño

El señor Robbins

Incognita

La señora Agrio

La señora Robbins

Yvonne

(Los quejumbrosos)

Wilkinson

 

Pero adentrándonos más en las notas aparecen algunos destellos en los que la Reina de la Novela Detectivesca desenmascara no al malvado, sino al policía o, por ser más precisos, a la mujer policía:

Leído en el periódico… El Aga Khan sufre un robo… Esmeraldas/zafiros…

Playa

Mon Desir

La mujer policía Alice Jones actúa como una vampiresa

Un joven y su novia tienen una riña… Otro joven, con ellos, saca las tumbonas…

Algunas ideas recuerdan a la Christie de antaño, incluso siendo ésta una obra breve y nada característica. Obviamente, su capacidad para entretejer variaciones sobre un tema no ha desaparecido. La idea del «cambio de pantalones» tiene un eco inequívoco de «La esmeralda del rajá», del volumen titulado
El misterio de Listerdale
:

¿Llegan los detectives… registran las chozas? ¿Encuentran las esmeraldas?

¿O más bien las encuentra el viejo Grubb en un cubo?

¿O un niño da una patada a una montaña de arena… y Grubb se pone a sacar las esmeraldas diciendo Dios me bendiga?

Ideas posibles, razonables

O el cambio de pantalones… Percy se pone los que no son suyos

Somers (débil, caballeroso… en realidad, un ladronzuelo de poca monta)

O dinero falsificado

O colocado en la choza que no es

¿Se lleva Percy un balonazo?

O chantaje

El paciente

La señora Wingfield queda paralizada a resultas de una caída del balcón de su casa. Su médico ha descubierto una manera de comunicarse con ella y está a punto de hacerlo en presencia de su familia. Pero hay alguien que no desea que cuente la verdad sobre aquella tarde fatal.

Es una lástima que sean tan pocos los admiradores de Christie que tienen familiaridad con
El paciente
, ya que en múltiples sentidos contiene la esencia de Christie: una ambientación cerrada, asfixiante incluso; un círculo familiar de sospechosos limitados; una hábil distribución de las sospechas… Y todo ello en cuarenta minutos. También contiene una de sus pistas más diestramente escondidas. Al contrario que las otras dos obras teatrales de esta trilogía, es un puro misterio en el que se trata de averiguar quién lo hizo, con un cierre y un telón asombroso. En efecto, es artificiosa (una paciente inmovilizada se comunica por medio de un interruptor, una vez para decir sí, dos para decir no), pero también lo son muchas otras tramas detectivescas, incluidos algunos de sus mejores títulos. Las notas para la obra teatral aparecen en los Cuadernos 22 y 24:

El paciente

El sanatorio… médico y enfermera (¿está la paciente, o es llevada después en camilla?)

Es ésta la que ha establecido la comunicación…

Habla el inspector… han desaparecido unas joyas

La señora X, gravemente herida… paralítica… incapaz de comunicarse… Una ingeniosa enfermera hace presión en los dedos… Un aparato con una bombilla roja… Llevan a la paciente en camilla

Entra la paciente en la camilla… La enfermera a su lado

Las preguntas son Asesinato

Espejo

Cuarto de baño

Vio a alguien      Sí

Alguien conocido      Sí

¿Está en la habitación esa persona?      Sí

Deletree el nombre: A… B…

B…          Sí

¿La enfermera informa de un colapso? ¿El médico?

Quitar la máscara… Sé de sobra quien eres

Telón… Dios mío… ¡usted!

Final alternativo… guantes… Cubiertos de pintura fosforescente…

Arriba las manos… Se apagan las luces… ¡Manos culpables!

Incluso en esta etapa ya avanzada de su trayectoria teatral, Christie quiso seguir experimentando, y bien se ve en las dos últimas notas. De manera increíble, quiso que cayese el telón, o que se apagasen las luces, antes de que se desenmascarase al asesino. De haberse permitido este efecto, hubiera sido el definitivo golpe de mano de Agatha Christie, aunque el sobresalto se mitigase en parte gracias a una grabación de su propia voz en la que preguntaría al público asistente quién creía que era el asesino.

Sin embargo, no es de extrañar que la idea no fuese ganadora. Se abandonó después de un presuroso intercambio de telegramas mientras la autora estaba de viaje, durante el preestreno de la obra en Aberdeen, antes de estrenarse en Londres. Teniendo en cuenta el historial de éxitos teatrales que había cosechado, parece un experimento ciertamente extraño; habría sido como leer una de sus novelas y descubrir al final que falta el último capítulo.

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