Los guardianes del tiempo (48 page)

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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

BOOK: Los guardianes del tiempo
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—Completamente. Yo asumo toda la responsabilidad.

El jefe de la guardia personal asintió a la doncella, que se fue a despertar a Elena Ceausescu. Unos minutos más tarde, Cristian era conducido a un pequeño salón de las dependencias privadas. En la planta baja esperaba Diana, aparentando leer unos documentos arqueológicos.

Mientras esperaba a la "primera dama", Cristian intento dominar los nervios y convencerse de que todo iba a salir bien. Sin embargo, no podía dejar de pensar que si algo fallaba le esperaba un paredón de fusilamiento.

—¡Bratianu…! ¿La tenemos? ¡¿Tenemos el arca?! —la anciana, recién levantada y envuelta en una bata oscura, parecía aún más demacrada de lo habitual. Por dentro, sin embargo, estaba entusiasmada. Soñaba con el hallazgo. Si aquel joven arqueólogo tan leal se lo confirmaba, no sólo podría alcanzar la gloria académica que tanto le obsesionaba, al adueñarse de la nueva forma de energía y hacerse pasar por su descubridora. También iba a acallar todas las protestas contra el régimen anunciando a la nación que el Estado rumano contaba con un arma invencible. Su marido iba a estar en deuda con ella de por vida, y ella podría incluso sustituirle en la presidencia algún día… ¡El bloque comunista pasaría a orbitar en torno a Bucarest, en lugar de Moscú! Gorbaehov iba a venir de rodillas a la capital rumana para pedirle perdón y ayuda, pero ella exigiría un cambio de rumbo que devolviera a la URSS su perdida ortodoxia estalinista.

La expresión del comandante Bratianu la sacó rápidamente de su ensoñación.

—¡Compañera…! —Cristian se acercó a estrecharle la mano tendida, pero la retuvo un momento inclinando la cabeza ante ella. Después levantó la frente y, con los ojos húmedos, la miró con todo el dramatismo de que fue capaz.

—¿Qué pasa? ¿Qué está pasando?

—Compañera, lo que le voy a contar es horrible…

Cristian hizo una pausa, miró a su alrededor con una expresión de temor y se acercó más aún a Elena Ceausescu. Se inclinó hacia su oído y le dijo que estaba seguro de que había micrófonos. La dictadora iba a protestar ante semejante disparate, pero le miró a los ojos y le creyó. Se cerró mejor la bata y salió al balcón. Cristian se quitó la cazadora y se la puso a la
compañera
por encima de los hombros.

—La Securitate esta preparando un golpe de Estado.

—Bueno, eso ya lo sospecho yo también.

—Compañera, yo no lo sospecho. Lo sé.

—No te inquietes, hijo. Mañana mismo vamos a organizar la mayor manifestación de apoyo de toda nuestra historia. El Conducator saldrá tan reforzado que Vlad y su gente no se atreverán a nada. Y después destituiremos a Vlad y colocaremos en su lugar a Aurel Popescu. Ése sí es un hombre en quien se puede confiar.

Cristian comprendió entonces hasta qué punto aquella mujer y su marido habían perdido por completo la noción de la realidad. ¡Popescu, precisamente…!

—Compañera, por favor, deje que le explique. Llevo dos días reuniendo datos y no he querido molestarla hasta estar seguro de que mi información es correcta. Debo reconocerle que he estado espiando a Popescu, que está implicado, y al mismísimo general Vlad. También he hablado con Vorokiev, el jefe del KGB en Bucarest, y con el tercer secretario de la embajada de España, que también es un espía, claro. Y esta mañana me reuní con la jefa de
antena
de la CIA, que me ha transmitido un mensaje verbal de la Casa Blanca. Compañera, el golpe está directamente relacionado con la fuente de energía. Los soviéticos han descubierto lo que nosotros sabemos, y quieren hacerse desesperadamente con el arca. Ellos han pedido a Hungría que introduzca agitadores en nuestro territorio. Saben que han perdido la Guerra Fría, y su única esperanza es la enorme ventaja tecnológica que les daría la energía Gravier.

—¿Gravier?

—Es el nombre que le han dado los americanos. Ellos también lo han descubierto todo y nos proponen un pacto, pero no quieren comunicarse con el compañero presidente por los cauces oficiales, porque temen que la comunicación sea interceptada. Además no hay tiempo, compañera: el golpe podría ocurrir en cualquier momento. El mensaje verbal de la Casa Blanca es sencillo. Los americanos no han olvidado la amistad y el apoyo del compañero Nicolae Ceausescu durante años, su independencia frente a Moscú, el haber hecho de Rumanía el único amigo de Washington a este lado del Telón de Acero…

»Ellos quieren fortalecer el liderazgo del compañero presidente, pero también me han insinuado que en quien realmente confían es en usted, compañera. Parece evidente que es a usted a quien querrían ver en la presidencia. Ya sabe usted que su prestigio académico y político en los Estados Unidos es enorme, y parece que Bush desea trazar una alianza duradera con usted. En cualquier caso, lo que no quieren es que la energía Gravier caiga en manos de Gorbachov. Quieren una Rumanía fuerte en la zona, capaz incluso de sustituir la hegemonía soviética y convertirse en una potencia media que ejerza el papel de líder regional en toda Europa del Este, manteniendo una buena relación con Washington. Además, compañera —Cristian adoptó un gesto grave—, los americanos han encontrado el lugar donde está enterrada el arca.

—¡¿La han encontrado?!

—No exactamente, pero casi. Saben en qué coordenadas se encuentra porque han detectado la radiación Gravier.

—¿Dónde, Bratianu? ¿Dónde está?

—En los montes Retezat, que era una de nuestras opciones más firmes. En una zona prácticamente inaccesible, dentro del perímetro del parque nacional. Aquí le traigo unos informes de nuestra unidad sobre la hipótesis del macizo Retezat —Cristian sabía que aquella mujer ni siquiera iba a leer el contenido de las carpetas, un conjunto de viejos informes arqueológicos sobre la presencia dacia en aquella zona, encargados en vida de Calinescu y recogidos por él esa misma noche en el sótano del Comité Central—. Creemos que el monte Kogainon de Zalmoxis es el pico Peleaga, y el río sería el actual río Mare, que seguramente en aquella época era mucho más ancho. La entrada a la cueva debe de estar tapada por la erosión, y seguramente se encuentra a más de dos mil metros de altitud.

»Los americanos han determinado el lugar, pero con un margen de bastantes kilómetros cuadrados, en torno a las coordenadas 45° 21' de latitud Norte y 22° 55' de longitud Este. Naturalmente, ellos no pueden llegar hasta allí sin que nos demos cuenta. Y aunque lo consiguieran, no tienen la llave. Sin la llave, el mecanismo de autodestrucción del arca hará que se pierda toda la información. Ellos nos necesitan a nosotros por la llave, y nosotros a ellos por la ubicación. Sin su tecnología podríamos tardar años en rastrear la zona entera.

—¿Y la tablilla de Madrid? Tú trajiste una foto. ¿No has podido averiguar el lugar exacto?

—Sí, pero era falso, compañera. Hemos tardado en analizar la información de la tablilla porque la foto no era muy buena, pero todos los expertos coinciden: está claro que la foto no es del objeto verdadero sino de una burda copia manipulada para orientarnos hacia una ubicación imposible. Los españoles le han dado la tablilla auténtica a los americanos, pero tampoco ésta sirve de mucho. Parece ser que las indicaciones son bastante imprecisas. Tenga en cuenta que es un texto egipcio de hace más de treinta siglos. Sin embargo, esa tablilla es imprescindible porque contiene también las instrucciones para proceder a la apertura sin desencadenar el proceso de autodestrucción del arca.

—¡Todo esto es una enorme locura…!

—He diseñado un plan, compañera. Quizá mañana mismo podamos tener en nuestro poder el arca y la energía Gravier.

—¡Sí, pero al precio impagable de compartirla con los Estados Unidos! ¡¿Para qué demonios nos sirve entonces?!

—No, no, compañera. Mi plan consiste en preparar una emboscada para los americanos. Actualmente sólo tenemos dos opciones. La primera es permitir que los soviéticos se hagan con la energía, ya que tarde o temprano contarán con medios de detección como los americanos, si es que no los tienen ya. Además, bueno… si en Rumanía triunfa un golpe de Estado prosoviético tendrán toda la libertad para buscar en nuestro territorio. ¡Ese traidor de Gorbachov sería el beneficiario de todos nuestros esfuerzos de las últimas dos décadas…!

»La otra opción es la que yo le propongo, compañera: hacer un trato con los americanos y romperlo en el último momento, cuando los detectores nos hayan detallado la posición exacta del arcón. Jugaremos con ventaja porque estarán en nuestro territorio. Mi plan es permitir que un comando de la Delta Force entre extraoficialmente en nuestro espacio aéreo y aterrice mañana en la ladera del monte Peleaga. Ellos llevarán la tablilla de Madrid y los equipos de detección. Serán dos helicópteros y unas quince personas incluyendo a los científicos. Yo llevaré un comando de la USLA,
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una compañía mixta de expedicionarios y zapadores del ejército de tierra, un equipo de espeleólogos, varios expertos en egiptología, la llave y la tablilla. Ellos peritarán
in situ
la autenticidad de nuestros objetos…

—¿Situ? ¿Dónde está eso?

—Quiero decir que valorarán en el momento si los objetos son auténticos, y nosotros valoraremos la autenticidad de la tablilla española. Es imposible que nos engañen con un objeto falso, pero tampoco nosotros podemos engañarles a ellos porque traerán a sus mejores expertos. A continuación comenzará el proceso de detección local. Cuando tengamos la posición precisa, a una señal mía nuestros mejores tiradores de élite acabarán con el comando americano. No debe quedar con vida ninguno de sus hombres.

La dictadora tenía la vista perdida en el horizonte. De pronto negó con la cabeza y miró a Cristian con una expresión de rabia. Iba a decir algo pero calló. Al arqueólogo le recorrió un sudor frío.

—Compañera, lo que más temo es… Discúlpeme por ser quizá demasiado sensible en estos momentos, pero… Si el golpe sigue adelante y al Conducator le llega a ocurrir algo, sería horrible, sería un desastre para nuestro país. Pero si la víctima es usted, entonces Rumanía ya no tendrá futuro. —Cristian se aferró con una mano a la barandilla, apretó la mandíbula con un gesto de tristeza y evitó el pestañeo para provocar que se le humedecieran de nuevo los ojos.

Durante un par de minutos eternos, aquella mujer despiadada mantuvo el silencio. Cristian optó por no seguir hablando, al creer que podía ser contraproducente. Al final la vieja le agarró del brazo y le miró con un gesto sereno.

—¿Qué medios necesitas?

—Nada especial, compañera. Ya tengo seleccionados a los mejores hombres, un par de helicópteros… Se hará por la tarde. Lo que necesito es su aprobación para informar de todo a la subcomandante Diana Voica, por si a mí me llega a pasar algo. Además, la necesitaré. Es una excelente arqueóloga.

—Bien… de acuerdo.

—Y, claro, necesitaré la llave y la tablilla.

A la
compañera
le cambió el gesto, cerró los ojos un momento y por fin dijo:

—Nos veremos mañana a la una menos cuarto en el Comité Central, justo antes del mitin de adhesión. Que venga tu ayudante. Cristian, en menos de una semana quiero presentar la nueva energía.

—Con un poco de suerte podrá usted hacerlo pasado mañana, compañera.

—Una cosa más. Antes de reunirte con los americanos me comunicas con el capitán de los francotiradores. Quiero asegurarme de que tenga las instrucciones correctas.

—Por supuesto, compañera —Cristian intuyó que las instrucciones "correctas" seguramente habrían incluido eliminarle también a él y a su equipo, una vez extraído el arcón. Menos mal que no había francotiradores, ni helicópteros, ni americanos, ni tampoco un arca milenaria escondida en el macizo de Retezat.

Unos minutos más tarde, en casa de Diana, Cristian instaló el codificador telefónico y la agente española habló con Martin Wallace y con Alberto Zaldívar.

Capítulo 25

Bucarest, 21 de diciembre de 1989.11:00

Desde las siete de la mañana, todas las grandes empresas de Bucarest y del cinturón industrial ya tenían instrucciones precisas, emitidas por telegrama desde el mismísimo Comité Central del partido único. Había que reunir grupos de trabajadores "voluntarios" para participar en la gran manifestación de apoyo. Debía escogerse principalmente a aquellos que fueran militantes del partido o claramente afectos al régimen. Los grupos formados esperarían nuevas instrucciones, y en el seno de cada uno se iría nombrado a los llamados "pilotos": los jefes encargados de dirigir al resto y coordinar las consignas. Para evitar cualquier problema, Ceausescu ordenó que la manifestación estuviera compuesta únicamente por "proletarios convencidos". Sin embargo, los jefes del partido sudaron tinta para conseguir auténticos voluntarios, ya que los sucesos de Timisoara habían enrarecido el ambiente incluso entre los partidarios del régimen, y muchos trabajadores tenían miedo de meterse en un avispero. Al final, los grupos de manifestantes tuvieron que completarse a la fuerza y de cualquier manera, incluso con trabajadores disidentes.

Poco a poco, siguiendo las órdenes canalizadas por la mastodóntica estructura del PCR, decenas de columnas formadas por cientos o miles de trabajadores emprendieron a regañadientes el camino a pie desde sus empresas hacia el centro de la capital. Pronto se lleno el bulevar 1848. Los trabajadores, con gesto de hastío, soportaban el peso de las pancartas que llevaban sin convicción alguna: "¡Viva el Partido Comunista!", "¡Viva el más querido hijo del pueblo!", etcétera.

—En tu tierra la gente muere por la libertad, y aquí desfilan a mayor gloria del viejo —le dijo Silvia a su amigo Florian, sin reprimir un gesto de asco ante la marea de manifestantes que se dirigía hacia el centro.

—No, Silvia —era la primera vez que Florian la contradecía, y la chica le miró con sorpresa y a la vez con respeto—, fíjate en sus caras… esta gente está a punto de estallar. No me sorprendería que el mitin se volviera contra el régimen. La gente de aquí está igual de harta, y lo de Timisoara puede motivarles.

—A menos que mi hermano tenga razón y todo esté organizado desde el poder.

—O… precisamente por eso —Mientras avanzaban entre el gentío, Florian intentó tímidamente tomar la mano de Silvia, y por primera vez ella le correspondió.

Habían quedado en el portal del chico, en la calle Mosilor, para ir a dar una vuelta y comprar unas medicinas para enviarle a la madre de Florian. Después se fueron a casa de unos amigos que compartían piso en la calle Grivitei, muy cerca del Comité Central, para seguir desde allí el discurso del dictador. La madre de Silvia le había suplicado que no se fuera, que recordara la advertencia de Cristian y se preparara para salir del país esa misma tarde.

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