Los guardianes del tiempo (55 page)

Read Los guardianes del tiempo Online

Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

BOOK: Los guardianes del tiempo
11.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Será de la vuestra, tía Mónica… Ahora sí que vais a tramitar mi baja definitiva. Tengo muchos planes y ninguno incluye ir de espía por la vida. Ya he tenido bastante, ¿no crees? —Diana sonrió a su tía, que la miró con cierta pena pero no cuestionó su decisión.

Poco después el avión despegaba del aeropuerto marroquí y noventa minutos más tarde aterrizaba en Asturias. Diana pensó que aquel era el final de una etapa y el inicio de una nueva vida. Sin micrófonos ocultos, sin informes en clave, sin escoltas ni armas, sin más códigos secretos que esa interesante lengua de Aahtl que ya estaba deseando aprender. Y con Cristian.

Capítulo 28

Ciudad de México, 2 de enero de 1990

—Dianita, tu novio es muy buena gente pero yo ya estoy hasta los mismísimos de tanta piedra y tanta vasija —dijo Laura mientras se comía con los ojos a una visitante—. ¡Qué buenas están las mexicanas! —le confió al oído a Diana.

—¿A que se lo cuento a Merche? Bueno, Laura, la verdad es que tienes razón: vámonos a la tienda a comprar algunos regalos. Así nos reunimos con Merche y con Smaranda —Laura y Diana dejaron a Cristian alucinado delante de una cabeza gigante olmeca y recorrieron el inmenso Museo Nacional de Antropología hasta llegar a la tienda de libros y recuerdos situada junto a la entrada. Por el camino, Laura reparó en la pequeña joya que colgaba del cuello de su amiga.

—Qué colgante tan chulo, Diana, ¿lo has comprado aquí, en México?

—No, es un viejo regalo de mi abuela. Como me llamo Diana… —Al decidirse a llevar los cinco círculos concéntricos de oro sobre cuarzo azul, Diana había asumido como propia la Misión que trazara, miles de años atrás, el último superviviente de Aahtl: "guardar el tiempo", administrarlo y aprovecharlo bien para conseguir que la humanidad desarrolle el conocimiento capaz de evitar su propia destrucción.

La idea del viaje había sido de Carlos Román. "Vámonos todos de aquí. Hay que distraer a Smaranda, tiene que estar acompañada… invita a tus amigas de Madrid, a Mónica y a Miguel… Yo voy a llamar a Ragnar, que ya es hora de que descanse un poco, y también a Margarida y a su marido". En Londres y a bordo del
Kogan
, la maquinaría de la Sociedad estaba en marcha y el inmenso caudal de conocimiento de Aahtl comenzaba a ser desentrañado.

Era la primera vez que Diana pasaba unos días de vacaciones con sus padres desde que era niña. Leonor aceptó el viaje a regañadientes. No quería ausentarse demasiado tiempo hasta que tuviera noticias de Marcos, pero al final la convencieron entre todos. La urna con las cenizas de Silvia reposaba en una de las cajas fuertes del despacho subterráneo, a la espera de que las circunstancias de Rumanía permitieran esparcirlas en los Cárpatos, como ella habría deseado.

Cuando por fin lograron arrancar a Cristian del museo, se reunieron en el hotel con los demás, que habían pasado el día en los jardines de Xochimilco. Los padres de Diana bajaron de su habitación radiantes tras haber hablado con Felipe, el hermano de Leonor. Marcos estaba con él, y aparentemente no había vuelto a drogarse. En el hospital había sufrido un impacto muy fuerte al recordar algo, y por eso se escapó. Durante los últimos meses había vagado por España sin saber qué hacer. Ahora, al parecer, hablaba todo el tiempo de Diana. Decía que había decidido dar la cara pero que aún no estaba en condiciones de hablar con ella, y que tenía que prepararse bien para pedirle perdón. El tío Felipe no entendía nada pero se apresuró a llamarles por teléfono a México. Diana recibió la noticia con escepticismo, pero cada nuevo dato la llevaba a perdonarle poco a poco, casi sin darse cuenta.

—Bueno, entenderéis que mañana Leonor y yo regresemos a Gijón —dijo Carlos en la
lingua franca
del grupo, el inglés, mientras comenzaban a cenar en un restaurante tradicional de Polanco—. Os pido que vosotros sigáis con el mismo plan: mañana os vais todos a la playa, a Acapulco. Lo siento Cristian, allí no hay muchos monumentos.

—Excepto por algunas de las mexicanas en bikini, claro —dijo Miguel en español, dirigiéndose a las chicas.

—De eso estoy segura —le respondió Laura con un gesto pícaro.

—Eh, eh, que bastante competencia tengo ya sin vosotras.

—Pobre de ésta como se vaya detrás de alguna —terció Merche.

Diana escuchaba la conversación muy divertida y le iba traduciendo lo principal al pobre Cristian, que estaba luchando con una sopa azteca demasiado picante. "A la buena cocinera se le va un chile entero", "Comida que no pica ni es sana ni está rica", proclamaban los carteles de madera y los azulejos que decoraban el restaurante, cuyas paredes estaban pintadas con colores muy vivos.

—¿Te has enterado, Cristian? —le preguntó Carlos tras beber un sorbo de michelada—. Vaclav Havel, presidente de Checoslovaquia. Qué maravilla, ¿no?

—Sí, y qué envidia. En cambio en Rumanía me parece que tenemos Iliescu para rato. ¿Sabes lo que le gritaba la gente cuando apareció en público por primera vez? "No sólo hemos luchado contra él". Se referían a Ceausescu, naturalmente. Lo que querían decir es que la lucha ha sido contra el sistema en su conjunto, contra el comunismo y contra la
nomenclatura
. La gente no es idiota. Ya se han dado cuenta de que no ha habido un cambio profundo, auténtico… pero van a tolerar a Iliescu como mal menor, para evitar nuevos enfrentamientos. O por simple desidia, que de todo hay. Mi pueblo se caracteriza por una resignación temeraria.

—¿Qué sabes de Popescu? —preguntó Diana.

—Pues ayer hablé con un antiguo compañero de la academia, y me dice que ha salido del país. Al parecer se ha hecho con las claves de algunas cuentas en el extranjero. Estuvo en la base de Târgoviste, torturó a los viejos y les obligó a firmar unos papeles y a ordenar algunas operaciones bancarias por fax y por teléfono, antes de fusilarlos. Ya veréis como dentro de unos años reaparece como un magnate propietario de medio país. Yo sólo espero no volver a cruzarme en su camino. Supongo que me la tiene jurada. Y tampoco sé si yo podría contenerme y no darle su merecido.

—Es increíble —intervino Ragnar Sigbjórnsson— cómo muchas de las personas que mayor poder alcanzan son de una catadura ética verdaderamente despreciable. Ahora Europa del Este va a necesitar andarse con cuidado. El comunismo deja a casi todos los países en una situación de tal ruina moral y económica que será fácil para cualquier "gángster" nacional o extranjero con algo de dinero adquirir altas cotas de poder.

—Sí, de eso estoy seguro. Mucha gente va a hacer dinero fácil y no siempre limpio, aprovechándose de los resortes aún vigentes de su antiguo poder en el régimen depuesto. A mí Popescu me ofreció alguna empresa pública, por ejemplo. Está claro que se van a repartir las ruinas del Estado comunista y van a frenar la aparición de una auténtica economía de libre mercado.

—Después de haber estado tantas semanas seguidas en Rumanía —dijo Diana—, me parece que lo más difícil va a ser que la gente común aprenda a vivir en libertad. Les va a costar adaptarse. El régimen ha sido tan brutal y ha robotizado tanto a la población que harán falta años para que las cosas cambien.

—Y nosotros, los occidentales, ¿qué conclusiones sacaremos? —se preguntó en voz alta Leonor Muñoz. A su lado, Smaranda estaba ausente, pensando en el sacrificio de su hija.

—Yo me conformaría —dijo su marido— con que la bancarrota económica y ética del comunismo sirviera como vacuna contra cualquier futura tentación colectivista, de cualquier signo. Bueno, al menos creo que los países de Europa oriental están a salvo de caer en lo mismo, al menos por unos cuantos años.

—Sin embargo —intervino Cristian—, mucho me temo que se produzca el clásico movimiento pendular. Salimos de un feroz colectivismo de izquierda y podemos caer en un colectivismo de derecha, aunque sea o parezca más suave. Ya están ahí las organizaciones religiosas y las sectas de todo tipo, al acecho de unas sociedades a las que de pronto se les han roto todos los códigos. Ya están reconstituyéndose en cada país los viejos partidos conservadores y democristianos que proponen una economía mercantilista basada en un capitalismo dirigido e intervenido, junto a unos sistemas de valores fuertemente anclados en el paternalismo moralista. Mientras tanto, de las cenizas del partido único van surgiendo diferentes partidos de izquierda, unos más continuistas y otros más decididos a caminar lentamente hacia una tibia socialdemocracia de corte occidental, que también es fuertemente intervencionista. El colmo es que incluso algunos de los antiguos reyes pretenden recuperar sus tronos, ¡a estas alturas del siglo! En toda la región, las mismas masas que han acabado con el comunismo exigen un nuevo orden político que les dé un poco más de libertad pero que siga siendo paternalista. Un poder que les dé la felicidad o al menos su apariencia. Qué poco espacio va a quedar para los defensores del individuo, de la no-injerencia ni en la economía, ni en la cultura ni en la moral.

—Pero eso —dijo Diana— es mundial, no es un fenómeno exclusivo de Europa oriental. En todas partes apenas somos una pequeña minoría quienes de verdad creemos en el individuo. La mayor parte de la gente busca seguridad, no libertad. La soberanía personal la usan para escoger el color de la ropa, la marca del coche o el corte de pelo. Más allá, prefieren creer en un sistema colectivo sólido que les guíe y les ofrezca todo tipo de seguridades y toda clase de respuestas. Cuanto menos haya que pensar, mejor. "¿No le pagamos impuestos al Estado? Pues que piense él, que él decida lo más conveniente, que administre nuestras vidas, que nos dé la felicidad o un sucedáneo creíble". Es… es muy triste. Y ésta es la humanidad que estamos tratando de salvar…

Ragnar le dio un suave golpe bajo la mesa, y Diana recordó que Merche y Laura no sabían nada, y a Cristian todavía se le había contado muy poco sobre la Sociedad y aún no conocía la Amenaza.

—Bueno, Diana —intervino por vez primera Margarida—, la antropología nos enseña que el ser humano, desde que tomó conciencia de sí mismo, siempre ha buscado un equilibrio muy conservador entre opciones y vinculaciones. Necesita sentirse vinculado a personas y cosas, y también al mundo físico en sí, a la vida. Por eso tiene un fuerte anhelo de trascendencia. El misticismo es un invento de la psicología humana para darle a las personas esas vinculaciones, esas seguridades sin las cuales la gran mayoría de los seres humanos no resistirían los golpes del azar ni la incertidumbre sobre el sentido de la vida y de la muerte. Es un mecanismo legítimo. El sentimiento místico es innato a millones de individuos. La fe personal, si es auténtica y sincera, merece todo mi respeto. Otra cosa es el uso que de la fe popular hacen, desde siempre, las estructuras religiosas y políticas.

»Así pues, el individuo quiere vinculaciones, y el misticismo le ofrece una muy sólida: nada menos que con la divinidad. Al mismo tiempo necesita opciones y quiere ser libre, emprender, vivir sin ataduras, aprender y comprender… pero suele sacrificar la mayor parte de todo eso a cambio de seguridad, sobre todo a partir de cierta edad o desde que tiene hijos. El brujo, el chamán, el cacique de la tribu, son figuras necesarias para la gran masa. A ellos les debe su sensación de seguridad. Ellos le dan respuestas, aunque sean falsas. Cuando se pasan de déspotas, la masa se subleva, pero no para acabar con el puesto sino para colocar en él a otro. Y si se pasan de blandos, la masa también reacciona para exigir orden. La gente prefiere un orden injusto al desorden. El miedo excesivo al caos es la debilidad fundamental de nuestra especie, y los inventores de dioses, que a la postre son también los inventores de normas, lo saben y le dan a la gente verdades incontestables a cambio de su soberanía y de su libertad, en un grado mayor o menor que depende del momento histórico y del régimen político.

—¿Ves como eres mejor antropólogo que yo, Margarida? —Le dijo Leonor aparte, con una sonrisa burlona—. ¡Ni Margaret Mead lo habría sintetizado en tan pocas palabras!

—Claro —asintió Carlos—, el mecanismo de poder es evidente. Pero creo que lo que quiere señalar Diana es la injusticia de que ese mecanismo se aplique forzosamente a todo el mundo, incluida la minoría que reniega de él y desea afirmar su libertad personal y la de los demás. Un paso de gigante ha sido la adopción de un marco de derechos y libertades individuales, y la paulatina consolidación de la democracia como sistema de gobierno. Pero no es suficiente. Entre las partes del contrato social falta el individuo, y además las democracias, incluso las más avanzadas, siguen teniendo grandes fallos: sistemas electorales que perpetúan a los mismos partidos y hacen casi imposible el surgimiento de otros, listas cerradas, gobiernos que reciben un cheque en blanco por cuatro años, escaso control parlamentario, pocas opciones de referéndum y otros mecanismos de participación directa… Y sin embargo, la legitimidad democrática se ha convertido en la excusa perfecta para que el Estado se meta en las vidas de la gente y ejerza como nunca antes de ingeniero social.

—Es lo que criticó Ayn Rand —dijo Diana—. Escribió que "Los derechos del individuo no están sujetos al voto público; la mayoría no tiene legitimidad para cercenar los derechos de la minoría, y la menor minoría es el individuo. La función política de los derechos es precisamente proteger al individuo de la opresión de las masas".

—Exacto —continuó Carlos—. El Estado se ha convertido en el doctor Frankenstein jugando en su laboratorio, que es la sociedad. En una dictadura todos seríamos conscientes de su exceso de poder y muchos nos organizaríamos en su contra. En el sistema occidental, la democracia imperfecta le esconde a la mayoría esa realidad de fuerte control social por parte de un Estado sutilmente dirigista.

»Pero yo creo que a pesar de todo hay que ser optimistas. Creo en la humanidad. La humanidad ha progresado en los últimos tres siglos como nunca antes, y ese progreso se ha debido a la quiebra de las verdades absolutas que esclavizaban a la persona. Es difícil que ese camino pueda desandarse. Soñaron con una vuelta atrás los enemigos totales de la libertad, desde Lenin o Mao hasta Primo de Rivera o Codreanu. Lo intentaron desde el poder los nazis, los fascistas, los comunistas… La Historia nos está enseñando estos días que el triunfo del sistema político y económico occidental, pese a todas las imperfecciones que yo mismo acabo de denunciar, era sólo cuestión de años. No ha necesitado imponerse por la fuerza sino solamente tener paciencia, porque el colectivismo extremo no podía sostenerse eternamente.

Other books

2007 - The Dead Pool by Sue Walker, Prefers to remain anonymous
Proteus in the Underworld by Charles Sheffield
The Matter Is Life by J. California Cooper
Guilty of Love by Pat Simmons
The Other Crowd by Alex Archer
A Gray Life: a novel by Harvey, Red
The Lost Weekend by Charles Jackson