Lujuria de vivir (2 page)

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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

BOOK: Lujuria de vivir
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Se alejó del espejo y sentóse al borde de la cama. Había sido criado en un hogar austero y nunca había amado antes, ni siquiera conocía lo que era el flirt. En su amor por Ursula no había ni pasión ni deseo. Era joven, idealista, y estaba enamorado por primera vez.

Echó un vistazo a su reloj. Sólo habían transcurrido 5 minutos. Los 25 que tenía que esperar se le hacían interminables. Sacó de su bolsillo una nota de su hermano Theo que había llegado con la carta de su madre y volvió a leerla. Theo era cuatro años menor que él y ocupaba el puesto que Vincent había dejado vacante en la Casa Goupil de La Haya. Theo y Vincent, al igual que su padre Theodorus y el Tío Vincent, eran hermanos inseparables.

El joven tomó un libro, y apoyando en él una hoja de papel empezó a escribir a su hermano. Sacó del cajón de la cómoda unos bosquejos que había hecho del Támesis y los colocó en el sobre para su hermano, así como una fotografía de «La joven con la Espada» de Jacquet.

—¡Caramba! —exclamó de pronto—. |Me olvidé de Ursula!

Miró su reloj. Ya estaba atrasado 15 minutos. Se pasó un peine por la cabeza, tomó el grabado de César de Cock y abrió la puerta.

—Creí que se había olvidado de mí —dijo Ursula al verlo llegar a la salita—. ¿Trajo mi cuadro? ¿Puedo verlo?

—Quisiera colgarlo antes de que lo viera. ¿Está ya la lámpara allí?

—Mamá la tiene.

Cuando regresó de la cocina, la joven le dio un chal de seda para que la ayudara a colocárselo sobre los hombros. El contacto sedoso lo hizo estremecer. En el jardín el ambiente estaba perfumado por las flores de manzanos. El camino estaba oscuro y Ursula colocó su mano sobre la manga del traje negro de Vincent. Una o dos veces tropezó y asiéndose con más fuerza del brazo del joven, soltó una carcajada, riéndose de su propia torpeza. El no comprendía qué podía encontrar de gracioso en sus tropiezos, pero le agradaba oir su risa en la oscuridad. Le ayudó a abrir la puerta de la escuelita y la dejó pasar delante. Colocando la lámpara sobre la mesa preguntó: —¿Dónde quiere que lo colguemos?

—Sobre mi escritorio, ¿no le parece?

En la habitación que antes había sido una glorieta, había unas quince sillas bajas y algunas mesitas, y a un extremo de ella se hallaba una pequeña plataforma con el escritorio de Ursula. Ambos de pie, uno al lado del otro, discutían la colocación del cuadro. Vincent estaba nervioso y dejaba caer los clavos sin lograr clavar ni uno en la pared. Mientras tanto ella se reía.

—¡Qué torpe! —Déjeme, yo lo haré.

Tomó el martillo y empezó a trabajar con movimientos gráciles y seguros. Vincent sintió deseos de tomarla en sus brazos para terminar de ese modo el engorroso asunto de su declaración. Pero no tuvo oportunidad de hacerlo, pues la joven se movía tanto de un lado para otro, admirando el cuadro y charlando, que no le daba tiempo para nada.

—Entonces él también es amigo mío ¿verdad? —dijo—. Siempre tuve deseos de conocer a un artista.

Vincent trató de decir algo cariñoso que le hubiera facilitado su declaración, pero la joven le volvió la cabeza
.
La luz de la lámpara ponía un extraño fulgor en sus ojos, y el óvalo de su rostro se destacaba en la oscuridad.

Hubo una pausa. El joven humedeció varias veces sus labios resecos y Ursula, después de mirarlo por encima de su hombro, corrió hacia la puerta.

Temeroso de dejar pasar su oportunidad corrió tras de ella. La joven se detuvo debajo del manzano en flor.

—Ursula... por favor...

Ella lo miró temblando ligeramente. La noche estaba oscura y fría y las estrellas brillaban en el firmamento. Había dejado la lámpara en la habitación y la sola claridad que les llegaba provenía de la ventana de la cocina. El perfume de Ursula parecía marearlo. La joven se envolvió friolenta en su chal y cruzó sus brazos sobre el pecho.

—Usted tiene frío —dijo Vincent.

—Sí; es mejor que entremos.

—¡No! Se lo ruego... Yo...

La joven lo miró con ojos extraños.

—Señor Van Gogh... Creo que no comprendo.

—Sólo quería hablarle... Yo... este...

—Ahora no... ¡Estoy temblando!

—Quería que usted supiese... Hoy me han ascendido... Trabajaré en la Sala de litografías... Es mi segundo ascenso del año.

Ursula dio unos pasos hacia atrás. Se abrió el chal y permaneció descubierta sin sentir más el frío de la noche.

—¿Qué es lo que usted trata de decirme, señor Van Gogh? —inquirió.

Advirtiendo la frialdad de su tono, Vincent maldijo su torpeza. De pronto, su emoción desapareció y se sintió tranquilo y dueño de sí mismo.

—Estoy tratando de decirle algo que usted ya sabe. Que la amo con todo mi corazón y que sólo seré feliz si usted acepta ser mi esposa.

Vincent notó la sorpresa de la joven ante su dominio repentino, y se preguntaba si debía tomarla en sus brazos.

—¡Su esposa! —exclamó por fin—. ¡Pero señor Van Gogh, es imposible!

El la miró sorprendido a su vez. —Ahora soy yo quien no comprende.

—¡Es extraordinario que usted no lo sepa! ¡Hace más de un año que estoy comprometida!

Largo rato permaneció imposibilitado de hablar.

—¿Quién es él? —preguntó por fin con voz contenida.

—¿No lo conoce? Es el joven que ocupaba su cuarto antes que usted viniese. Creí que lo sabía.

—¿Y cómo iba a saberlo?

—Este... yo... creí que se lo habían dicho.

—¿Por qué me lo ocultó durante todo el año, sabiendo que me estaba enamorando de usted? —dijo con voz en la que no se notaba ya vacilación.

—¿Acaso es culpa mía que usted se haya enamorado de mí? Yo sólo quería ser amiga suya.

—¿Vino él a visitarla desde que estoy aquí?

—No. Vive en Gales. Vendrá para las vacaciones de verano.

—¿Hace más de un año que no lo ha visto? ¡Entonces ya lo ha olvidado! ¡A quien ama usted ahora es a mí!

La tomó violentamente en los brazos besándola en la boca a pesar suyo. Saboreó la dulzura de sus labios, y el perfume de su cabello pareció intensificar aún más su amor.

—Ursula... no lo ames a él. No te dejaré. Serás mi mujer. ¡No puedo perderte! No te dejaré hasta que lo olvides y te cases conmigo.

—¡Casarme con usted! —exclamó—. ¡No puedo casarme con todos los hombres que se enamoran de mí! Déjeme... Déjeme o llamo.

Forcejeó para librarse de su abrazo y corrió anhelante por el camino oscuro. Cuando llegó al umbral de la puerta se volvió hacia él y le dijo:

—¡Pelirrojo estúpido!

A la mañana siguiente nadie subió a llamarlo. Bajó pesadamente de la cama y comenzó a afeitarse con desgano. Ursula no apareció durante el desayuno y Vincent se encaminó a su trabajo sin haberla visto. Le parecía que toda la gente con quien se cruzaba por la calle estaba triste y solitaria como él. Ni siquiera notó los árboles en flor ni el sol que, sin embargo, brillaba cor más esplendor que el día anterior.

Durante el día vendió veinte copias en color de la «Venus Anadyomene» de Ingres. El beneficio producido por estas ventas era importante para la Casa Goupil, pero a Vincent ya no le interesaba. Se sentía impaciente con los clientes. Ninguno era capaz de diferenciar una obra de arte con un cuadro sin valor, al contrario, todos elegían cosas ordinarias.

Sus compañeros de trabajo notaron el cambio en su humor, pues, si bien nunca había sido muy alegre, se esforzaba en ser agradable y simpático.

—¿Qué bicho habrá picado al ilustre miembro de la familia Van Gogh? —se preguntaban unos a otros.

—Supongo que se habrá levantado del mal lado de su cama.

—¡Tonto! El no tiene motivo de preocupación. Su Tío Vincent Van Gogh es dueño de la mitad de las Galerías Goupil de París, Berlín, Bruselas, La Haya y Amsterdam. El viejo está enfermo y no tiene hijos; todos dicen que dejará su fortuna a Vincent

—¡Qué afortunados son algunos!

—Y eso no es nada. Su tío Hendrik Van Gogh posee importantes casas de Arte en Bruselas y Amsterdam, y otro tío, Cornelius Van Gogh, es el director de la firma más importante de Holanda. Todos saben que los Van Gogh son los comerciantes en cuadros más importantes de Europa. Llegará el día en que nuestro amigo pelirrojo controlará todo el arte continental!

Esa noche, cuando Vincent entró en el comedor de los Loyer, encontró a Ursula y a su madre que hablaban en voz baja. En cuanto lo vieron llegar se callaron. Ursula corrió a la cocina.

—Buenas noches, —dijo la señora de Loyer con una expresión extraña en sus ojos.

Vincent cenó solo en la gran mesa del comedor. El golpe que había recibido lo había dejado anonadado pero no vencido. No estaba dispuesto a admitir su negativa. ¡Ursula debía olvidar a aquel otro hombre!

Transcurrió casi una semana antes de que se le presentara la ocasión de hablar con ella a solas. Durante esa semana había comido y dormido muy poco y se sentía muy nervioso. En las Galerías, sus ventas habían disminuido mucho sentía más dificultad que nunca en encontrar las palabras cuando quería hablar.

Después de la comida del domingo, siguió a Ursula al jardín.

—Señorita Ursula —dijo—. Temo haberla asustado la otra noche...

Ella lo miró con sus grandes ojos fríos, como si estuviese sorprendida de verlo a su lado. —Bah, no importa. No tiene importancia. Olvidemos.

—Quisiera olvidar que he sido brutal con usted. Pero lo que le dije era verdad.

El joven adelantó un paso pero ella se retiró.

—¿Por qué hablar de eso? —dijo—. Ya lo he olvidado todo.

Y trató de alejarse, pero Vincent la contuvo.

—Debo insistir, Ursula. ¡Usted no sabe cuánto la amo! ¡Lo desgraciado que he sido durante la semana pasada! ¿Por qué huye de mí?

—Tengo que entrar... Creo que mamá espera visitas —dijo la joven.

—Usted no puede amar a ese hombre —insistió Vincent—. Yo hubiera notado algo en sus ojos...

—Lo siento, pero tengo que irme, señor Van Gogh. ¿Cuándo dijo usted que se iba a Holanda de vacaciones?

—En... en el mes de julio.

—Magnífico. Mi novio tiene justamente las suyas para ese mes, y necesitamos su cuarto.

—¡Nunca permitiré que usted sea suya, Ursula!

—Tendrá que dejarme tranquila... De lo contrario mamá dice que deberá buscarse otra pensión.

Durante los dos meses que siguieron, trató de disuadirla pero inútilmente. Su antiguo carácter volvió a manifestarse. Si no estaba con Ursula quería estar solo a fin de que nadie ni nada se interpusiese entre su pensamiento y ella. Era brusco con los clientes, y cada vez se tornaba más sombrío y taciturno.

Llegaron al fin sus vacaciones de julio. No quería alejarse de Londres por más de dos semanas creyendo que mientras él estuviese en la casa, Ursula no amaría a nadie más.

Entró en la salita donde Ursula y su madre estaban sentadas y notó la mirada significativa que cambiaron entre ellas.

—Solo llevaré una maleta conmigo, señora Loyer —dijo—. Dejaré todo lo demás en mi cuarto. Aquí tiene usted el dinero correspondiente a las dos semanas que estaré ausente.

—Creo que sería mejor que usted sacara sus cosas, señor Van Gogh —dijo la señora.

—¿Por qué?

—He alquilado su habitación a partir del lunes próximo. Creemos más conveniente que usted viva en otro lado.

Se volvió con mirada interrogadora hacia Úrsula.

—Sí —explicó la señora—. El novio de mi hija ha escrito que desea que usted se aleje de esta casa. Lo lamento, señor Van Gogh, pero creo que hubiera sido preferible que usted no hubiese venido nunca aquí...

LOS VAN GOGH

Theodorus Van Gogh esperaba con un coche a su hijo en la estación de Breda. Llevaba su pesado abrigo eclesiástico de amplias solapas, camisa blanca almidonada y ancha corbata negra que solo dejaba visible una angosta franja de su alto cuello. Su semblante era muy característico: tenía el párpado derecho que bajaba mucho más que el izquierdo, cubriendo casi el ojo, y mientras los labios del mismo lado eran gruesos y sensuales, los del derecho eran finos y secos. Su mirada pasiva parecía querer decir: Heme aquí.

Hasta el día de su muerte, jamás logró comprender por que su carrera no había sido más exitosa. Le parecía que hubiera debido ser llamado a desempeñar un puesto importante en Amsterdam o La Haya. Sus feligreses lo llamaban «el hermoso clérigo». Era un hombre muy educado, amante de la naturaleza, de hermosas cualidades espirituales y servidor infatigable de Dios. No obstante, hacía 25 años que se hallaba olvidado en el pueblito de Zundert. Era el único de los seis hermanos Van Gogh que no se había destacado en su carrera.

La rectoría de Zundert, donde había nacido Vincent, era de madera y estaba situada del otro lado de la plaza del mercado. Detrás de la casa tenía un jardín con varias acacias y canteros llenos de flores. La Iglesia, también de madera, estaba escondida entre los árboles detrás del jardín. Era pequeña; tenía dos ventanas góticas a ambos lados y una docena de bancos. Al fondo se encontraba la escalera que conducía a un viejo órgano de mano. Era un lugar austero y sencillo, dominado por el espíritu de Calvino y su reforma.

La madre de Vincent, Ana Cornelia, lo aguardaba atisbando desde la ventana, y abrió la puerta antes de que el coche se detuviera. Desde el primer instante que lo vio, su amor maternal le hizo comprender que algo andaba mal.

—¡Mi querido hijo! —murmuró estrechándolo en sus brazos—. ¡Mi Vincent!

Sus ojos azules parecían ora grises ora verdes, y tenían una expresión afectuosamente inquisitiva, como temerosos de juzgar con demasiada premura.

Ana Cornelia Carbentus había nacido en La Haya donde su padre tenía el título de «Encuadernador de la Corte». Los negocios de William Carbentus estaban florecientes, y cuando fue designado para encuadernar la primera Constitución de Holanda, su fama se extendió por todo el país. Sus hijas, muy bien educadas, se casaron una con el Tío Vincent Van Gogh, hermano de Theodorus, y la tercera con el conocido Reverendo Stricker de Amsterdam.

Ana Cornelia era una buena mujer. No veía perversidad en el mundo y no la conocía. Sólo creía en la debilidad, en la tentación y en el dolor. Theodorus Van Gogh también era un buen hombre, pero comprendía la perversidad y la condenaba sin miramientos.

El comedor quedaba en el centro de la casa de los Van Gogh, y allí después de la cena, sea reunía toda la familia alrededor de la mesa. Ana Cornelia se sentía preocupada por Vincent, el muchacho estaba delgado y nervioso.

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