—Fíjate en las tres bellezas que tenemos en el tercer piso de nuestra casa —dijo Theo sonriendo.
Su hermano miró hacia arriba y vio tres bustos esculpidos que coronaban el edificio; bajo el primero de ellos se leía la palabra «Escultura», bajo el segundo «Arquitectura» y bajo el tercero «Pintura».
—¿Por qué habrán hecho a la Pintura tan fea? —observó Vincent.
—No lo sé, pero sea como sea, has venido a la casa adecuada.
Los dos jóvenes pasaron frente al negocio de antigüedades donde Theo había comprado su hermoso moblaje Luis Felipe, y poco después se encontraron en la Rue Montmartre que subía graciosamente enlazándose con la Avenue Clichy hasta la Butte de Montmartre, bajando luego hacia el centro de la ciudad. La calle estaba inundada por el sol matutino y los habitantes de París comenzaban a despertar. Los cafés estaban repletos de gente que tomaba su café con leche con media lunas, y los comerciantes empezaban a abrir las puertas de sus negocios para las actividades del día.
Vincent suspiró profundamente.
—¡Parísl ¡Por fin estoy en París después de todos estos años I
—Sí, en París, en la Capital de Europa, especialmente para un artista...
Vincent observaba todo con gran interés; las mujeres que salían de las panaderías con grandes panes sin envolver bajo el brazo, los carritos de vendedores ambulantes, las mucamas coquetonas, los hombres de negocios que se dirigían apresuradamente hacia sus oficinas. Después de pasar frente a innumerables negocios y pequeños cafés, la Rue Montmartre doblaba hasta llegar a la Place Chateaudun donde convergían seis calles. Pasaron delante de la pequeña Iglesia de Notre Dame de Lorette en cuyo frontal de piedra oscura veíanse tres ángeles flotando idílicamente en el cielo empíreo.
Vincent se fijó en la inscripción que había sobre la puerta y observó:
—¿Serán sinceros con su lema
Liberté, Egalité, Fraternité?
— Creo que sí —repuso su hermano—. La Tercera República probablemente será permanente. Los realistas están muertos y los socialistas comienzan a apoderarse del poder. Emile Zola me decía la otra noche que la próxima revolución será contra el capitalismo en lugar de ser contra la realeza.
—¡Zola! ¿Conoces a Zola, Theo?
—Sí, Paul Cézanne me presentó a él. Nos reunimos todos una vez por semana en el Café Batignolles. Te llevaré conmigo a la próxima reunión.
Después de la Place Chateaulun, la Rue Montmartre perdía su aspecto burgués tornándose más aristocrática. Los negocios eran más importantes, los cafés más imponentes y el público más elegante, viéndose en la calle coches en lugar de carros.
—Ya que no puedes trabajar en casa —dijo Theo a su hermano—. Te propongo que vayas al estudio de Corman.
—¿Quién es Corman?
—Es un pintor «académico», como la mayoría de los maestros, pero si no deseas su crítica, te dejará tranquilo.
—¿Y es caro?
El joven se detuvo un instante y mirándolo de frente le dijo:
—¿No acabo de comunicarte mi ascenso? ¡Estoy en camino de convertirme en uno de esos plutócratas que Zola piensa arrasar en su próxima revolución!
Siguieron caminando hasta que la Rue Montmartre se ensanchó en el Boulevard Montmartre, con sus lujosos negocios y edificios. Luego llegaron al Boulevard des Italiens que conducía a la Place de l'Opera. A pesar que las Avenidas estaban casi desiertas a esa temprana hora, ya se veían a los empleados atareados en levantar las cortinas y preparar sus negocios para las actividades del día.
La Sucursal de la Casa Goupil que dirigía Theo, estaba situada en el edificio señalado por el número 19. Los dos hermanos cruzaron la amplia avenida y entraron en el gran salón. Todos los empleados saludaron respetuosamente a Theo mientra avanzaba, y Vincent recordó la época en que él hacía otro tanto cuando llegaba Tersteeg u Obach. En el ambiente se percibía la misma sensación de cultura y refinamiento que allí, sensación que creía haber olvidado por completo. De las paredes pendían telas de Bouguereau, Henner y Delaroche.
—Los cuadros que tienes que ver están allí arriba en el entresuelo —dijo Theo a su hermano indicándole la escalera—. Cuando lo hayas estudiado un poco, baja y me dirás lo que piensas de ellos.
Y con una amplia y enigmática sonrisa, desapareció en su despacho.
LA EXPLOSION
—¿Estoy en un manicomio? —se preguntó Vincent dejándose caer sobre la única silla que se encontraba en el entresuelo y frotándose los ojos. Desde la edad de doce años había estado habituado a ver pinturas oscuras y sombrías, pinturas en las cuales no se notaban las pinceladas y en las que cada color se fundía suavemente en el otro.
Las pinturas que estaban colgadas de los muros del entresuelo no se parecían en nada a lo que había visto o soñado hasta entonces. ¿Dónde estaba la pintura lisa, la sobriedad sentimental, y el tinte oscuro que Europa había admirado en sus pinturas durante siglos enteros? Aquí los cuadros parecían estar bañados en sol y llenos de vida exuberante. Había grupos de coristas pintadas audazmente con rojos primarios, verdes y azules, colocados irreverentemente unos al lado de los otros. Miró la firma y leyó: Degas. Había un grupo campestre en el cual el artista había captado el rico y alegre colorido del verano con su sol resplandeciente. Estaba firmado Monet. En los centenares de cuadros que Vincent había visto hasta entonces, jamás había notado tal luminosidad, tal vida y fragancia como en cualquiera de aquellas telas. El color más oscuro que usaba Monet era diez veces más claro que el más claro que podía encontrarse en los cuadros de todos los museos holandeses. Veíanse con toda claridad las pinceladas en la espesa capa de pintura de rico colorido.
Vincent se detuvo a observar un cuadro que representaba a un hombre en camiseta que sostenía el timón de una barca en su paseo dominguero y en cuyo semblante se notaba la sana alegría que le procuraba esa tarea, mientras su mujer estaba plácidamente sentada a su lado.
—¿Monet otra vez? —se dijo Vincent mirando a la firma—. Qué extraño... esta tela no se asemeja en nada a su escena campestre.
Volvió a mirar la firma y advirtió que se había equivocado. No era Monet sino Manet. Al leer el nombre le vino a la memoria una historia sobre Manet que había causado revuelo, cuando éste había expuesto su «Picnic sobre el pasto » y su «Olimpia», y que la policía se vio obligada a cercar los cuadros con cuerdas a fin de mantener alejado al público que se empeñaba en escupirles encima tratando de dañarlos con sus cortaplumas.
No sabía por qué, pero los cuadros de Manet le recordaban los libros de Emile Zola En ambas producciones estaba latente el mismo deseo de expresar la verdad sin ambages, el mismo sentimiento de que el carácter es belleza, por sórdido que éste sea. Estudió cuidadosamente la técnica de aquellas obras y notó que Manet colocaba los colores elementales unos al lado de los otros sin graduación, que muchos detalles estaban apenas sugeridos, que los colores, las líneas, luces y sombras no terminaban con precisión definida, sino que se fundían unas en otras.
—Del mismo modo que el ojo humano las ve fundirse en la naturaleza —murmuró para sí.
Y le pareció oír la voz de Mauve que le reprochaba: —¿Te resulta tan imposible, Vincent, definir claramente una línea?
Volvió a sentarse. Después de largo rato logró comprender como los sencillos expedientes que hacía que la pintura hubiese sufrido una revolución tan fundamental y completa. Esos pintores llenaban el aire de sus cuadros! Y ese aire, lleno de vida y de movimiento daba un valor desconocido hasta entonces a los objetos o figuras reproducidas. Vincent sabía que para los académicos el aire no existía, pero para esos hombres... ¡Habían descubierto el aire y la luz. ¡La atmósfera y el sol! La pintura ya nunca volvería a ser lo que había sido. Las máquinas fotográficas y los académicos harían reproducciones exactas, pero los pintores verían todo a través de su propia personalidad y de la atmósfera en la cual trabajaban. Era casi como si aquellos hombres hubiesen creado un arte nuevo.
Bajó atropelladamente las escaleras. Theo se encontraba en medio del salón principal y se volvió hacia su hermano con una sonrisa en los labios.
—¿Y bien, Vincent? —preguntó.
—¡Oh Theo! —exclamó su hermano sin poder decir otra cosa, impedido por la emoción que lo embargaba. Dirigió su mirada hacia el entresuelo y luego, de pronto, se volvió hacia la puerta y salió apresuradamente a la calle.
Caminó por la ancha avenida hasta que llegó a un edificio octogonal que reconoció como la Opera. Por entre las innumerables construcciones divisó un puente y se dirigió hacia él. Bajó hasta la orilla del agua y hundió sus dedos en el Sena. Luego cruzó el puente y se encaminó por el dédalo de calles de la Margen Izquierda. Pasó un cementerio y dejó atrás suyo una enorme estación ferroviaria. Olvidando que había cruzado el Sena preguntó a un agente que le indicara dónde quedaba la Rue Laval.
—¿La Rue Laval ? —repitió el agente—. Está del otro lado del río, señor. Aquí es Montparnasse. Debe usted bajar hasta el Sena, cruzarlo e ir hasta Montmartre.
Durante largas horas anduvo Vincent por las calles de París sin preocuparse hacia donde se dirigía, hasta que finalmente se encontró sobre una altura donde había un Arco de Triunfo. Miró hacia el Este y vio un amplio boulevard bordeado de árboles que terminaba en una gran plaza donde había un obelisco egipcio. Hacia el Oeste se extendía un tupido bosque.
Cuando llegó a la Rue Laval era ya bastante tarde. El sordo dolor que lo torturaba estaba algo calmado por la fatiga. Se dirigió directamente al bulto que contenía sus telas y estudios y los desparramó por el suelo.
Miraba a su obra como atontado. ¡Dios mío! ¡Cuán oscuras y tristes eran! ¡Cuán pesadas y faltas de vida! Había estado pintando con un siglo de atraso y no lo había sabido!
Cuando Theo llegó, encontró a su hermano sentado en el suelo en medio .de sus pinturas, y se arrodilló a su lado. La penumbra comenzaba a invadir la habitación. Después de largo rato de silencio, Theo dijo suavemente a su hermano:
—Vincent... Comprendo lo que sientes... Estás aturdido, pasmado... ¿Verdad que es extraordinario? Estamos desembarazándonos de casi todo lo que la pintura ha considerado sagrado hasta la fecha.
Los ojos doloridos de Vincent miraron a su hermano.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué no me trajiste aquí antes? ¡Me has dejado perder seis largos años!
—¿Perder? ¡De ningún modo! Has aprendido tu arte. Pintas como Vincent Van Gogh y nadie más. Si hubieras venido aquí antes de cristalizar tu propia personalidad, París te hubiera moldeado.
—¿Pero qué voy a hacer ahora? ¡Mira a este horror! —exclamó empujando con el pie una de sus telas—. Está muerto, Theo, sin vida, sin valor...
—¿Me preguntas lo qué tienes que hacer? Escucha: debes aprender el colorido y la luz de los Impresionistas, pero nada más. No debes imitar. No debes dejar sumergir tu personalidad por su influencia.
—Pero, Theo, ¡debo aprender todo de nuevo! ¡Todo lo que hago está mal!
—Todo lo que haces está bien..., excepto tu luz y color ——repuso su hermano con seguridad—. Has sido un Impresionista desde el día en que tomaste un lápiz por primera vez en el Borinage. Fíjate en tu trabajo, en tus pinceladas... Nadie antes de Manet pintó así... Casi nunca defines claramente tus líneas... Mira tus rostros, tus árboles, tus figuras... ¡Son tus impresiones!... Burdas, imperfectas, pero filtradas a través de tu propia personalidad. Eso es lo que significa ser un Impresionista, es decir, no pintar como los demás, no ser esclavo de reglas y métodos establecidos. Perteneces a tu época, Vincent, y eres un Impresionista, lo quieras o no.
—¡Lo quiero, Theo! ¡Lo quiero!
—Tu trabajo es conocido en París entre los jóvenes artistas de valor. No quiero decir entre los que venden, sino entre aquellos que hacen importantes experimentos... Quieren conocerte. ¡Aprenderás cosas maravillosas de ellos!
—¿Conocen los jóvenes Impresionistas mi trabajo? —inquirió Vincent asombrado, y poniéndose de rodillas para poder mirar mejor el rostro de su hermano. Por la mente de Theo pasó el recuerdo de los días lejanos de su infancia en Zadert, cuando ambos jugaban en el suelo.
—Por supuesto —repuso—. ¿Qué crees que estuve haciendo todos estos años en París? Esos jóvenes saben que tienes un ojo penetrante y un puño de artista. Ahora lo que necesitas hacer es aclarar tu paleta y aprender a pintar el aire luminoso y lleno de vida. ¿No es maravilloso Vincent que vivamos en una época en que el arte evoluciona tan magníficamente?
—¡Ah, viejo! ¡Viejo!
—Vamos, levantémonos, ahora, encendamos la luz y vistámonos. Te llevaré a cenar a la
Brasserie Universelle,
sirven allí los más deliciosos
Chattaubriand
de París. ¡Te obsequiaré con un verdadero banquete! Beberemos champagne viejo, para celebrar el gran día en que París y Vincent Van Gogh se encontraron!
¿PARA QUE SER CONDE CUANDO SE PUEDE SER PINTOR?
A la mañana siguiente, Vincent tomó sus implementos de dibujo y fue a lo de Corman. El estudio ocupaba una amplia habitación de un tercer piso, con buena luz del norte. Un hombre desnudo servía de modelo y había unos treinta bancos frente a otros tantos caballetes para los estudiantes. Vincent se presentó a Corman, quien le designó un caballete.
Después de haber pasado cerca de una hora dibujando, se abrió la puerta del hall y entró una mujer. Tenía un pañuelo atado al rostro y con una de sus manos se sostenía la mandíbula como si le doliese. Miró horrorizada al modelo desnudo y exclamando: ¡Dios mío!, huyó despavorida
Vincent se volvió hacia el hombre que se hallaba sentado a su lado.
—¿Qué le pasó a esa mujer? —preguntó extrañado.
—Eso sucede casi todos los días —repuso el otro—. Seguramente buscaba al dentista de al lado, el susto de ver un hombre desnudo les cura el dolor de muelas. Si el dentista no se muda, irá a la bancarrota. Usted es nuevo aquí, ¿verdad?
—Sí, hace sólo tres días que estoy en París.
—¿Cómo se llama?
—Van Gogh, ¿y usted? —Henri Toulouse-Lautrec. ¿Está emparentado con Theo Van Gogh? —Es mi hermano. —¡Entonces eres Vincent!¡Encantado de conocerte! Tu hermano es el mejor comerciante de obras de arte de París... Es el único que se empeña en dar una oportunidad a los jóvenes artistas... Lucha por nosotros, y si algún día somos aceptados por el público parisiense se lo deberemos a Theo Van Gogh. Todos pensamos que es un gran muchacho.