—Usted sirve mejor que una mujer para esto —le dijo el médico— y su madre está en buenas manos.
Los habitantes de Nuenen vinieron a visitar a la señora y a traerle libros y golosinas. Miraban extrañados a Vincent, quien se ocupaba de su madre con solicitud y pericia extraordinaria, cambiándole la cama sin moverla, dándole de comer, lavándola y acomodándola con toda suavidad. Al cabo de dos semanas el pueblo había cambiado por completo la opinión desfavorable que tenía sobre él. Les hablaba su mismo lenguaje, discutiendo con ellos el mejor modo de cuidar a los enfermos, de alimentarlos y de conservar agradable el ambiente de la habitación. Comprendieron que era un ser humano como ellos, y cuando su madre mejoró un poco y él pudo salir de vez en cuando a pintar a los campos, la gente le sonreía al pasar y lo saludaba llamándolo por su nombre. Ya no existía aquella animosidad y desconfianza de antes.
Margot lo acompañó durante todo el tiempo. Era la única que no se extrañaba de su gentileza y de su suavidad. Un día, estaban hablando en voz baja en la habitación de la enferma cuando Vincent observó:
—La clave de muchas cosas es el perfecto conocimiento del cuerpo humano. Hay un hermoso libro que trata de eso, la «Anatomía para Artistas», de John Marshall, pero es muy caro.
—¿Y no puedes comprarlo? —preguntó la joven.
—No; tengo que esperar a vender algunos de mis trabajos.
—Vincent, me harías tan feliz si me permitieras prestarte algún dinero. Ya sabes que tengo mis rentas de las que puedo gastar.
—Eres muy buena, Margot, pero no puedo aceptar.
Ella no insistió, pero unas dos o tres semanas más tarde, le entregó un paquete que provenía de La Haya.
—¿Qué es? —inquirió el joven.
—Ábrelo y verás.
Acompañaba al paquete una tarjeta que decía: «Para el más feliz de los cumpleaños». El paquete contenía el libro de Marshall.
—¡Pero no es mi cumpleaños! —exclamó Vincent.
—No —dijo riendo Margot—. ¡Es el mío! cumplo cuarenta años! Tú me has dado el presente de mi vida. Acepta este pequeño obsequio. ¡Soy tan feliz que quiero que también tú lo seas!
Se hallaban solos en su estudio que daba al jardín. Únicamente estaban en la casa su madre y Willemien que acompañaba a la convaleciente. Caía la tarde y el sol estaba próximo a desaparecer. Vincent sostuvo entre sus manos al libro con cariño. Era la primera vez que alguien, excepto Theo, se sentía tan feliz de ayudarlo. Arrojó el libro sobre el lecho y tomó a Margot entre sus brazos. Los ojos de la joven se nublaron de lágrimas de alegría. Durante los últimos meses no habían podido prodigarse caricias, pues temían ser vistos. La joven se abandonó por completo entre sus brazos, pero él, algo nervioso no deseaba sobrepasarse, temiendo lastimarla a ella o a su amor. La miró en los ojos, en aquellos bondadosos ojos castaños y la besó; ella sonreía feliz, entreabriendo los labios para recibir su caricia. Estaban estrechamente abrazados y sus cuerpos confundidos. La cama quedaba a pocos pasos; ambos se sentaron sobre ella, y en aquel estrecho abrazo olvidaron los años pasados sin amor que habían hecho su vida tan insípida.
Margot acarició suavemente el rostro del joven, y éste, comprendiendo que iba a sucumbir a la tentación se desligó con un gesto brusco del estrecho abrazo y poniéndose de pie se dirigió hacia su caballete donde arrugó nerviosamente el pedazo de papel sobre el cual había estado dibujando. Reinaba absoluta tranquilidad, oyéndose únicamente el grito de la urraca y el tintineo de las campanas de las vacas que regresaban del campo. Después de un momento, con toda sencillez Margot dijo:
—Puedes, si quieres, querido.
—¿Por qué? —preguntó él sin volverse.
—Porque te amo.
—No estaría bien, Margot.
—Ya te lo dije antes, Vincent. El rey nunca hace nada mal...
El joven se arrodilló a su lado. Margot tenía la cabeza apoyada sobre la almohada y parecía mucho más joven de lo que era en realidad. La besó una y otra vez, y murmuró:
—Yo también te amo... No lo sabía hasta ahora, pero ahora estoy seguro.
—Me haces feliz al decírmelo —repuso la joven con voz suavísima—. Sé que me quieres un poquito... En cambio yo te adoro con todo mi ser.
Vincent no la amaba como había amado a Ursula o a Kay, ni siquiera como había querido a Cristina, pero sentía algo de muy cariñoso para esta mujer que se abandonaba con tanta confianza en sus brazos. Lamentó sinceramente no querer con más intensidad a la única mujer en el mundo que lo amaba, y recordó cuánto había sufrido cuando Ursula y Kay no habían correspondido a su cariño. Respetaba el amor desenfrenado de Margot, encontrándolo al mismo tiempo algo falto de gusto. Arrodillado sobre de la cama, con el brazo bajo la cabeza de la mujer que lo amaba como él había amado a Ursula y a Kay, comprendió por fin por qué las dos mujeres habían huido de él.
—Margot —dijo—, mi vida vale muy poco, pero me sentiría feliz si aceptares compartirla conmigo.
—Sí, querido, acepto compartirla.
—Nos quedaremos aquí en Nuenen. ¿O prefieres que una vez casados nos vayamos a otra parte?
INQUISICIÓN
Ni uno ni otro estaban preparados para la tormenta que se desencadenó cuando anunciaron sus intenciones a sus respectivas familias. Para los Van Gogh el problema lo constituía simplemente la cuestión dinero. ¿Cómo podría Vincent casarse mientras su hermano lo hacía vivir?
—Primero empieza a ganar dinero y luego podrás pensar en casarte —le dijo su padre.
—Recién estoy en los comienzos de mi arte, pero estoy seguro de que con el tiempo ganaré dinero.
—Pues sólo entonces podrás pensar en casarte —insistió su padre.
Pero la tormenta de la rectoría era insignificante al lado de la que se desarrollaba en la casa de los Begeman. Con sus cinco hijas solteras la señora de Begeman podía afrontar al mundo entero, pero si Margot se casaba probaría al pueblo el fracaso de sus hermanas, y la madre creía que valía más evitar la desgracia de cuatro de sus hijas que hacer la felicidad de una sola de ellas.
Ese día Margot no acompañó a Vincent al campo, pero fue a verlo a su estudio después de la caída del sol. Tenía los ojos colorados e hinchados y aparentaba sus cuarenta años. Cuando el joven la besó lo estrechó contra sí en muda desesperación.
—Nunca me imaginé que pudiera decirse tanto mal de un hombre —dijo por fin.
—Hubieras debido esperarlo, sin embargo.
—Y me lo esperaba, pero nunca supuse que su ataque contra ti sería tan violento y maligno.
El joven la rodeó cariñosamente con el brazo.
—No te preocupes, esta noche iré a verlas y las convenceré de que no soy una persona tan mala.
Pero en cuanto entró en la casa de los Begeman, Vincent comprendió que se encontraba entre verdaderos enemigos. Había algo de siniestro en la atmósfera creada por aquellas seis mujeres, nunca turbada por una voz masculina.
Lo hicieron pasar a la sala, habitación húmeda y fría y que se abría sólo de tanto en tanto.
Se hallaban presentes todas las hermanas, y la mayor fue la que inició el interrogatorio.
—Margot nos dice que usted desea casarse con ella. ¿Me permite preguntarle qué es lo que le ha sucedido a su esposa de La Haya? —dijo con voz seca.
El joven explicó el asunto de Cristina, y la atmosfera de la sala pareció descender varios grados más.
—¿Qué edad tiene usted, Mijnheer Van Gogh?
—Treinta y un años.
—¿Le ha dicho Margot que ella tiene...
—Sé perfectamente su edad —interrumpió el joven.
—¿Se puede saber cuánto gana usted?
—Cuento con una entrada de ciento cincuenta francos mensuales.
—¿Y de dónde le viene esa entrada?
—Es mi hermano que me la envía.
—¿Quiere decir que su hermano lo hace vivir? —Me paga un sueldo mensual y en cambio todo el trabajo que yo hago le pertenece. —¿Y vende mucho de ese trabajo? —No puedo decirlo con exactitud. ——¡Pues yo se lo diré! Su padre me ha dicho que su hermano nunca ha vendido uno solo de sus cuadros basta ahora. —Pero los venderá más adelante. Le reportarán mucho más dinero entonces de lo que le reportarían ahora.
—Eso es problemático. Vayamos a los hechos.
Vincent observaba el semblante duro y feo de la hermana mayor y comprendió que no podía esperar ninguna simpatía de semejante persona.
—Si usted no gana dinero —prosiguió— ¿cómo piensa mantener a su esposa?
—Si mi hermano está dispuesto a arriesgar ciento cincuenta francos mensuales sobre el valor futuro de mi trabajo eso es asunto suyo y no de ustedes. Yo lo considero un sueldo y le aseguro que trabajo mucho para ganarlo. Margot y yo podríamos vivir con ese sueldo si sabemos arreglarnos.
—¡Pero además yo tengo dinero! —exclamó Margot.
—¡Cállate! —le ordenó su hermana.
—Recuerda, Margot —intervino su madre— que tengo el derecho de anular esa renta si con tu comportamiento deshonras a la familia—¿Y sería deshonra casarse conmigo? —inquirió Vincent sonriendo.
—Lo poco que sabemos de usted, Mijaherr no es muy honroso... ¿Cuánto hace que es usted pintor?
—Tres años.
—Y aun no ha alcanzado el éxito. ¿Cuánto le parece que necesita para lograrlo?
—No lo sé.
—¿En qué se ocupaba antes de ser pintor?
—Trabajé en el negocio de obras de arte, fui maestro, vendedor en una librería, estudiante de teología y evangelista.
—¿Y fracasó en todas esas ocupaciones?
—Las abandoné por no considerarme apto para ellas.
—¿Y cuándo abandonará la pintura?
—¡Nunca la abandonará! —exclamó Margot.
—Me parece, Mijnheer Van Gogh —prosiguió con sequedad la hermana mayor— que usted es muy presuntuoso al querer casarse con Margot. No posee un solo franco ni es capaz de ganarlo; no tiene empleo y vagabundea de un lado para otro sin hacer nada. ¿Cómo quiere que nos atrevamos a dejar casar a nuestra hermana con usted?
Vincent sacó maquinalmente su pipa del bolsillo y la volvió a guardar de nuevo.
—Margot y yo nos amamos, y puedo hacerla feliz. Viviremos aquí durante un año o un poco más y luego iremos al extranjero. Puedo asegurarle que nunca recibirá de mi parte más que bondad y cariño.
—¡Usted la abandonará! —exclamó otra de las hermanas con voz chillona. Se cansará de ella y la dejará por alguna mala mujer como aquella de La Haya.
—¡Se quiere casar con ella por su dinero! —intervino otra.
—¡Pero no lo conseguirá! —dijo una tercera—. ¡Nuestra madre hará que su renta le sea suspendida.
Los ojos de Margot se llenaron de lágrimas y Vincent se puso de pie. Comprendía que estaba perdiendo el tiempo tratando de convencer a esas harpías. Tendría que casarse con Margot sin su consentimiento y partir de inmediato para París. Lamentaba tenerse que ir del Brabante en seguida, pues consideraba que su trabajo allí aún no estaba concluido, pero se estremeció ante la idea de dejar a Margot; entre aquellas implacables mujeres.
Los días que siguieron Margot sufrió lo indecible. Comenzaron a caer las primeras nieves y Vincent tenía que permanecer en su estudio trabajando. Los Begerman no permitían que Margot fuese a visitarlo, y se pasaban todo el día hablando pestes contra el. La joven llegó a odiar a sus hermanas, pues sabía que estaban destruyendo su vida, pero su sentido del deber era tan poderoso que no lo podía desarraigar.
—No comprendo cómo te opones a casarte conmigo sin su consentimiento.
—No me dejarían, Vincent.
—¿Quién? ¿Tu madre?
—Mis hermanas. Mamá se limita a asentir.
—¿Y qué importancia tiene lo que digan tus hermanas?
—Siempre me han llevado la contra, Vincent. ¿Te acuerdas que te conté que cuando joven me había enamorado de un muchacho? Pues bien, ellas lo alejaron. Siempre han tratado de contrariar mis más pequeños gustos. Cuando deseaba visitar a nuestros parientes de la ciudad, no me lo permitían. Si quería leer libros serios, se oponían a que entraran en casa. Quise dedicarme a algo, estudiar música... pero no me lo permitieron. Tenía que pensar y vivir exactamente como ellas.
—Eso era antes, pero ¿y ahora?
—Pues ahora no quieren que me case contigo.
El sufrimiento la había cambiado mucho en esos pocos días, y estaba muy avejentada.
—No tengas pena, Margot. Nos casaremos y terminarán todos tus fastidios Mi hermano siempre insiste en que vaya a París. Iremos a vivir allí.
La joven permaneció silenciosa, abatida.
—¿Tienes miedo de casarte conmigo sin su consentimiento?
—Si me separan de ti me mataré, Vincent —dijo—, después de haberte amado, no podría soportar la vida sin ti.
—Nos casaremos sin que lo sepan. Se lo diremos una vez realizada la ceremonia.
—No puedo ir contra ellas. Son demasiadas para mí. No puedo luchar.
—No necesitas luchar. Casémonos y todo habrá terminado.
—No, no habrá terminado. Será el principio... Tú no conoces a mis hermanas.
—¡Ni deseo conocerlas! Iré esta noche a verlas para tratar de convencerlas.
En cuanto entró en la sala comprendió que su tentativa resultaría infructuosa.
—Deseamos que nuestra hermana sea feliz —le contestó la hermana mayor— y no podemos permitirle que arriesgue su vida en esa forma. Hemos decidido que si dentro de dos años usted desea aún casarse con ella, retiraremos nuestras objeciones.
—¡Dos años! —exclamó Vincent
—Para ese tiempo yo no estaré más aquí —dijo Margot; con calma.
—¿Y dónde estarás? —preguntó su hermana.
—Bajo tierra. Si ustedes no me permiten casarme con él, me mataré.
Estas palabras levantaron una tempestad de exclamaciones: ¿Cómo puedes decir semejante cosa? ¿Ven qué influencia nefasta tiene sobre ella? ¡Es espantoso! ,Aprovechando la confusión, Vincent se retiró, convencido de que no había nada que hacer.
La terrible oposición de su familia agotaba a Margot. Tal vez una mujer más joven hubiera salido airosa del ataque concentra do de esas cinco mujeres, pero ella carecía de la fuerza necesaria para tan magna lucha. Su rostro se zureó de arrugas y sus ojos perdieron el brillo de antes, mientras que su tez ya no tenía la lozanía de tiempo atrás.
El afecto que Vincent sentía por Margot se evaporó con su belleza. Nunca la había amado realmente ni deseado casarse con ella. Estaba avergonzado de su insensibilidad y por ello se esforzaba en demostrarle más cariño del que en realidad sentía.