Lujuria de vivir (29 page)

Read Lujuria de vivir Online

Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

BOOK: Lujuria de vivir
13.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí.

—Todos los meses te enviaré dinero, Sien. Quiero que los gastos del bebé corran por mi cuenta. Quiero que se críe bien
.

—No te aflijas, se criará... como los demás.

Vincent escribió a Theo su intención de irse al campo y terminar sus relaciones con Cristina, y su hermano le contestó enviándole francos extra para que pudiera pagar sus deudas, diciéndole que aprobaba por entero su resolución. «Mi paciente ha desaparecido la otra noche —le escribía—. Estaba perfectamente bien pero no logramos un entendimiento completo. Se llevó todo y no me dejó dirección. Es mejor así. Ahora tú y yo estamos libres nuevo».

Vincent apiló todos sus muebles en el desván. Tenía intención de regresar algún día a La Haya y deseaba volver a encontrar sus cosas. El día antes de partir para Drenthe recibió una carta y un paquete de Nuenen. En el paquete había un poco de tabaco y un pastel hecho por su madre, y en la carta, su padre le decía: «¿Cuándo vendrás a casa a pintar las crucecitas blancas del cementerio detrás de la iglesia?»

Le acometió un irresistible deseo de volver al hogar de sus padres. Se sentía enfermo, débil, nervioso y desalentado
.
Algunas semanas al lado de su madre le harían bien
.
Al pensar en el Brabante, en sus dunas y campesinos, le invadió un profundo sentimiento de paz, como hacía largos meses que no sentía.

Cristina y los dos niños lo acompañaron a la estación. Todos estaban tan emocionados que no podían hablar; cuando llegó el tren, Vincent subió a él de pie en la plataforma, con el bebé en brazos y Herman de la mano, Cristina le sonreía. Vincent, conmovido, miraba el cuadro que formaban y no les quitó la vista de encima hasta que el tren lo llevó fuera de la estación. Nunca más debía volverlos a ver.

LIBRO CUARTO

NÜENEN

UN ESTUDIO EN LA RECTORÍA

La rectoría de Nuenen era una casa de piedra de dos pisos con un gran jardín en el fondo en el cual había grandes olmos, setos, canteros floridos, un estanque y tres robles. A pesar de que el pueblo contaba con dos mil seiscientas almas, sólo había un centenar de protestantes, por lo tanto la congregación de Theodorus era reducida.

En realidad, el pueblo estaba formado por una doble hilera de casas que bordeaba el camino que conducía a Eindhoven, la metrópolis del distrito. La gente, sencilla y trabajadora, se ocupaba en su gran mayoría en tejidos, o bien en la labranza de los campos, y los campesinos vivían en chozas diseminadas por los alrededores.

La rectoría tenía un gran hall central que dividía la casa en dos. A la izquierda, separando el comedor de la cocina, estaba la escalera que conducía a los dormitorios. Vincent compartía el cuarto de su hermano Cor. Cuando se despertaba al amanecer, podía ver el sol levantarse detrás del frágil campanario de la iglesia de su padre, iluminando el paisaje con suaves tonos pastel. Al atardecer, el colorido se tornaba más intenso, y le agradaba sentarse cerca de la ventana y admirar cómo poco a poco se disolvía, a medida que la noche tendía su manto de oscuridad.

Vincent amaba a sus padres y éstos lo amaban a él, y por ambas partes se esforzaban en que las relaciones se mantuviesen cordiales y agradables. El joven se alimentaba bien, dormía mucho y de vez en cuando daba un paseo por los alrededores. Hablaba poco, y no pintaba ni leía en absoluto. Todos en la casa se esmeraban en ser atentos con él, y el joven no cesaba de repetirse: «Debo tener cuidado, no debo romper la armonía reinante».

Esa armonía duró hasta que Vincent se repuso del todo. Pero le resultaba difícil convivir con gente que no pensaba como él, y casi estalló un día en que su padre observó: «Voy a leer el "Fausto" de Goethe... ha sido traducido por el Reverendo Ten Kate y por lo tanto no debe ser tan inmoral».

Había tenido la intención de permanecer dos semanas en Nuenen, pero amaba el Brabante y deseaba quedarse allí. Quería pintar con tranquilidad aquella sencilla naturaleza. Como el padre Millet, deseaba vivir como los paisanos para comprenderlos bien y poder pintarlos. La vida sencilla lo atraía irresistiblemente, y en su subconciencia, siempre había albergado la idea de volver algún día al Brabante y quedarse allí para siempre. Pero, no podía permanecer en Nuenen si sus padres no lo deseaban.

—Tratemos de llegar a un entendimiento, padre —le dijo un día al Reverendo.

—Sí, hijo mío, lo deseo mucho yo también. Creo que tu pintura arribará a algo, y estoy satisfecho.

—Bien; dime con franqueza si crees que podemos vivir todos aquí en paz. ¿Quieres que me quede?

—Sí.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Durante todo el tiempo que lo desees. Esta es tu casa y tu lugar está cerca nuestro.

—¿Y si no nos entendemos?

—No debemos dejarnos turbar por eso, y esforcémonos en vivir tranquilamente unos al lado de los otros sin molestarnos.

—¿Y dónde podría trabajar? Supongo que no querrás que ande con mis pinturas por toda la casa.

—Ya estuve pensando en eso, Vincent. ¿No te arreglarías con la pieza del fondo que da al jardín? Allí nadie te molestaría.

La pieza del fondo quedaba detrás de la cocina, pero no comunicaba con ella. Era una habitación pequeña, completamente independiente y con una ventana alta que daba al jardín; el suelo era de tierra y estaba siempre húmedo en invierno.

—Encenderemos un gran fuego para secarlo bien, y haré poner un piso de madera... ¿Te parece bien?

Vincent lo miró satisfecho; era un lugar humilde, muy parecido a las chozas de los campesinos, y podría convertirlo en un verdadero estudio rural.


Si la ventana es demasiado pequeña haré colocar otra... Justamente tengo algún dinero ahorrado —dijo Theodorus.

—No, no, está bien así. Tendré la misma luz que trabajando en la choza de un campesino.

Trajeron una tina y encendieron un enorme fuego en ella. Cuando toda la humedad se hubo secado, colocaron el piso de madera. Vincent; llevó allí su cama, una mesa, una silla y sus caballetes. Colocó algunos de sus dibujos sobre los muros y sobre la puerta escribió con grandes letras blancas: GOGH. Estaba por fin instalado para convertirse en un Millet holandés.

LOS TEJEDORES

La gente más interesante de Nuenen eran los tejedores. Vivían en chozas hechas de barro y paja que generalmente se componían de dos piezas. En una de ellas, iluminada por una pequeñísima ventana, vivía la familia. En las paredes había una especie de nichos cuadrados donde estaban empotradas las camas; el mobiliario se componía por lo general de una mesa y algunas sillas. En la otra habitación, más pequeña, estaba el telar. Un buen obrero que trabajara bien, podía tejer unas sesenta yardas por semana. Mientras él tejía, su mujer tenía que ayudarle a devanar, y el beneficio neto que les reportaba aquel trabajo era de cuatro francos y medio semanales, y a menudo, cuando llevaban el trabajo a la fábrica, les decían que no podrían encargarles otro hasta dentro de una o dos semanas. Vincent encontró que tenían un espíritu muy distinto de los mineros del Borinage; eran tranquilos y sufridos, y en ninguna parte se oían frases de rebeldía. Pero, todo su ser estaba impregnado de una profunda tristeza.

El joven no tardó en hacerse amigo de ellos; era gente sencilla que sólo pedía tener trabajo suficiente para poder ganarse las papas, el café y el pedazo de tocino con que se alimentaban. No les molestaba que los pintase cuando trabajaban, y acostumbraba llevar en su bolsillo alguna golosina para los niños o un poco de tabaco para el abuelo.

En una vieja choza, encontró un telar de roble que tenía grabada encima la fecha de 1730. Cerca del mismo se hallaba la silla alta de un niño, y la criaturita no se cansaba de mirar el veloz vaivén de la lanzadera. Era una escena tan llena de paz y de belleza que Vincent; trató de rendirla en una de sus telas.

E1 joven se levantaba temprano y pasaba todo el día en el campo o en las chozas con los tejedores o campesinos, encontrándose completamente a gusto con ellos.

Su antiguo amor por el dibujo volvió a embargarlo, pero ahora sentía también otro amor, el del color. El trigo semimaduro en los campos tenía un tinte dorado oscuro que contrastaba admirablemente con el tono cobalto del cielo. En el fondo destacábanse casi siempre una que otra silueta de mujer, con brazos y rostros bronceados, trajes oscuros y gorros negros colocados sobre los cabellos cortos. Esas escenas lo fascinaban.

Cuando regresaba por la calle principal del pueblo, con su caballete sobre la espalda, y su tela recién terminada bajo el brazo, sentía que ojos curiosos y hostiles lo observaban con desconfianza desde todas las casas. En lo de sus padres, las relaciones con la familia eran ambiguas. Su hermana Elizabeth lo odiaba francamente, temiendo que sus excentricidades perjudicaran las probabilidades matrimoniales que tenía en Nuenen.

Willemien, en cambio, lo quería, aunque lo encontraba aburrido, en cuanto a su hermano Cor, tardaron aún mucho tiempo en hacerse amigos.

Vincent no comía a la mesa familiar, sentado aparte en una silla, con su plato sobre las rodillas, escrutaba con ojo crítico su último trabajo. Casi nunca hablaba con su familia, y era muy frugal en la comida, no deseando acostumbrarse a las comodidades. A veces, si en la mesa nombraban a algún escritor de su preferencia, se mezclaba en la conversación por unos instantes. Pero en general, consideraba que cuanto menos hablara con ellos, mejor se entenderían.

MARGOT

Hacía alrededor de un mes que pintaba en los campos cuando comenzó a tener la curiosa sensación de que alguien lo espiaba. Sabía que los habitantes de Nuenen lo miraban sin comprenderlo y que los campesinos, apoyados sobre sus azadas, lo observaban a veces curiosamente mientras trabajaba. Pero lo que le pasaba ahora era distinto. Tenía la sensación no solamente de ser espiado sino seguido. Los primeros días no le dio mayor importancia, pero cada vez le resultaba más difícil librarse de esa sensación que le hacían suponer que alguien lo miraba desde atrás. Muchas veces miró a su alrededor sin ver nada, hasta que un día le pareció ver el vestido blanco de una mujer, desaparecer detrás de un árbol al volverse él bruscamente. Otra vez, al salir de casa de un tejedor, una figura se escurrió rápidamente por el camino, y otra, al regresar a su caballete que había dejado un instante para ir a beber a una laguna, encontró unos dedos marcados en la pintura fresca de su cuadro.

Dos semanas tardó para sorprender a la mujer que lo espiaba. Un día, se hallaba dibujando unos campesinos y a poca distancia había un carro abandonado. Notó que quien lo espiaba estaba escondida detrás del carro. Arregló sus cosas para irse, y la mujer partió vivamente, pero él logró seguirla y ver que entraba en la casa vecina de la rectoría.

—¿Quién vive en la casa de al lado, madre? —inquirió aquella noche a su madre.

—La familia de Begeman.

—¿Y quiénes son?

—No sabemos gran cosa de ellos. Son cinco hijas y la madre. E1 padre ha muerto hace varios años. Es una familia bastante retraída.

—¿Son católicos?

—No; protestantes. El padre era pastor.

—¿Son solteras las hijas?

—Sí, todas. ¿Por qué lo preguntas?

—Por nada. ¿De qué viven?

—No sé; parecen ser ricos.

—Supongo que no sabrás cómo se llaman las muchachas.

La señora lo miró extrañada.

—No —dijo.

Al día siguiente, volvió al mismo lugar, pues deseaba pintar el paisaje que desde allí se divisaba.

Hacía poco que se hallaba trabajando cuando sintió que aquella mujer estaba mirándolo de nuevo. De reojo pudo ver su traje blanco detrás del carro.

—Hoy la pescaré —se dijo— aunque tenga que dejar mi estudio a medio concluir...

Acostumbraba a pintar su cuadro de una sentada, tratando de rendir la primera impresión recibida. Lo que más le había llamado la atención en los primitivos flamencos, era que aquellos grandes maestros parecían haber pintado sin retoque alguno, como queriendo conservar la pureza de su primera impresión.

En el entusiasmo de su pasión creadora, se olvidó de la mujer, y cuando una hora más tarde miró hacia atrás por casualidad, notó que había abandonado su escondite y que ahora estaba de pie delante del vehículo, mirándolo intensamente. Era la primera vez que se acercaba tanto.

Continuó trabajando con ardor, y cuanto más trabajaba, más se acercaba la mujer cuya mirada penetrante parecía querer traspasarle la espalda. Tenía el aspecto de una persona hipnotizada que caminara durante el sueño. Se acercaba paso a paso, deteniéndose de tanto en tanto, pero volviendo a avanzar como si una fuerza sobrenatural la impulsara. Cuando la sintió muy cerca suyo, Vincent se volvió y la miró en los ojos. Su semblante tenía una expresión de temor y de intensa emoción. No miraba al joven sino a la tela que estaba pintando. Esperó a que hablara, pero inútilmente, entonces Vincent se volvió de nuevo hacia su trabajo y le dio los últimos toques, terminándolo.

Era ya tarde. La mujer aquella había estado largas horas de pie en el campo. Vincent estaba agotado y sus nervios excitados por su trabajo. Se puso de pie y mirando a la mujer siempre silenciosa le dijo.

—Soy Vincent van Gogh, su vecino... Supongo que usted ya lo sabrá.

—Sí —contestó ésta con un murmullo leve, casi imperceptible.

—¿Cuál de las hermanas Begeman es usted?

La mujer se tambaleó ligeramente y para no caerse se sostuvo del brazo del joven. Humedeció sus labios resecos y después de varios intentos logró decir:

—Margot.

—¿Y por qué me ha estado siguiendo. Margot Begeman? Hace ya varias semanas que lo he notado.

La mujer dejó escapar un grito ahogado. Volvió a asirse del brazo del joven y cayó al suelo desvanecida.

Vincent se arrodilló a su lado y colocó el brazo bajo su cabeza mientras con la otra mano le quitaba el cabello de encima de la frente. El sol se estaba escondiendo en el horizonte y los campesinos comenzaban a retirarse a sus casas. Vincent y Margot se hallaban completamente solos en medio del campo. No era una mujer bonita, parecía tener bastante más de treinta años y su cutis dejaba ya ver algunas arrugas. El joven tenía un poco de agua en una cantimplora y humedeció con ella la cara de Margot, quien comenzó a abrir los ojos, unos ojos castaños de expresión profunda y buena.

Other books

Literary Rogues by Andrew Shaffer
Horoscopes for the Dead by Billy Collins
The Devil's Due by Lora Leigh
Mending by R. L. Griffin
Sleepless at Midnight by Jacquie D'Alessandro
Romeo's Tune (1990) by Timlin, Mark
Historia Del País Vasco by Manuel Montero
Vendetta for the Saint. by Leslie Charteris