—No más de cincuenta francos.
—¿Y si no se hace operar?
—No podrá resistir el parto.
Vincent reflexionó un momento. Las doce acuarelas para su Tío Cor estaban casi listas. Eso le reportaría treinta francos. Los otros veinte los tomaría de la mensualidad que le enviaba Theo.
—El gasto correrá por mi cuenta, doctor —dijo.
—Bien. Tráigala el sábado a la mañana y la operaré yo mismo. Ahora quiero advertirles una cosa más. No sé la relación que existe entre ustedes dos y no es de mi incumbencia, pero les advierto que si esta joven vuelve a su vida depravada, no durará seis meses.
—Jamás volveré a esa vida, doctor, le doy mi palabra.
—Bien. Entonces hasta el sábado temprano.
Pocos días después Tersteeg vino a visitar al joven.
—Veo que insistes —dijo notando a Vincent instalado frente a sus dibujos.
—Sí.
—He recibido los diez francos que me devolviste por correo. Hubieras podido al menos venir personalmente a agradecerme el préstamo. —El centro queda muy lejos, Mijnherr, y el tiempo estaba malo.
—No te pareció muy lejos, para venir a pedirme el dinero, ¿eh?
El joven no contestó.
—Eso se llama mala educación —prosiguió Tersteeg—. No tienes sentido común, por eso no te tengo fe ni quiero comprar tus cuadros.
El joven se apoyó contra el borde de la mesa, listo para la lucha.
—Creí que dependía del valor de mi trabajo y no de mi persona que usted comprara
o no mis obras. No es justo que se deje influenciar por su antipatía...
—Y tampoco lo hago... Si dibujaras algo vendible... con un poco de encanto... me placería mucho venderlo en la Plaats...
—Mijnherr Tersteeg, el trabajo en el que se ha puesto carácter y sentimiento nunca puede dejar de agradar o ser invendible. Creo que tal vez sea mejor para mi obra no tratar de agradar a todo el mundo desde el principio.
Tersteeg tomó asiento, pero sin siquiera quitarse los guantes.
—¿Sabes Vincent? A veces sospecho que no deseas vender, que prefieres vivir con el dinero ajeno...
—Me sentiría muy feliz de vender un dibujo, pero más feliz me siento cuando un verdadero artista como Weissenbruch dice de uno de mis dibujos: «Esto es auténtico, yo mismo podría trabajar este dibujo». A pesar de que el dinero me es muy necesario y tiene gran valor para mí, especialmente en estos momentos, opino que lo primordial es hacer una obra seria.
—Eso podría opinar un hombre rico como De Bock, pero no uno como tú...
—El arte, la pintura verdadera, mi querido Mijnherr tiene muy poco que ver con la renta que se posee.
Tersteeg se reclinó sobre la silla y tras un momento, dijo:
—Tus padres me han escrito pidiéndome que te ayude, Vincent. Pues bien, ya que en conciencia no puedo comprarte nada, te puedo al menos dar algún consejo. Primeramente deberías comprarte un traje
y
tratar de conservar un poco las apariencias. Te olvidas por completo de que eres un Van Gogh. Deberías frecuentar la buena sociedad de La Haya y no andar siempre con trabajadores y gente baja. Pareces tener una inclinación especial para todo lo sórdido y feo; has sido visto en los peores lugares y con gente de la peor especie. ¿Cómo puedes tener la esperanza de triunfar si te portas de ese modo?
—Mijnherr, le agradezco mucho su buena intención, y le voy a hablar con toda sinceridad. ¿Cómo podría vestirme mejor si no dispongo de un solo franco para ropas y no consigo ganar nada? Eso de andar de un lado para otro en los mercados, en los lugares sórdidos y en las tabernas de peor especie, no es placer para nadie, excepto para un artista
.
Como tal, prefiero estar en los lugares más bajos donde hay algo que dibujar, que en una elegante reunión mundana en compañía de damas encantadoras Le aseguro que es muy arduo el trabajo de buscar temas entre la gente trabajadora, de vivir con ellos, a fin de dibujar la vida en su misma fuente natural. Para andar entre esa gente, no puedo estar vestido como para alternar entre damas y caballeros Mi lugar está entre los trabajadores, entre los labriegos del Geest donde hoy pasé todo el día trabajando. Allí mi rostro feo y mi traje raído y pobre armonizan perfectamente con el paisaje y me encuentro a mí mismo, y trabajo con placer Si llevo un traje elegante, la gente que deseo dibujar tiene miedo y desconfía de mí el propósito de mi dibujo es hacer conocer muchas cosas dignas de ser conocidas y que no todos conocen Si a veces debo sacrificar mis modales sociales en aras de mi arte, ¿acaso no estoy justificado? ¿Acaso desciendo por el hecho de vivir con la gente que dibujo? ¿Me rebajo cuando entro en las chozas de los trabajadores y de los pobres o cuando los recibo en mi estudio? Creo que mi profesión así lo requiere
—Eres muy terco, Vincent, y no quieres escuchar a un hombre de más edad que tú y que podría ayudarte Has fracasado antes y volverás a fracasar.
—Tengo mino de dibujante, Mijnherr Tersteeg y no puedo dejar de dibujar por más que usted me lo repita dígame si desde el momento en que empecé a dibujar he tenido un solo momento de duda o de vacilación bien sabe usted que siempre he seguido adelante, y que poco a poco me fortalezco en la batalla.
—¿Vincent pero combates por una causa perdida de antemano?.
Se puso de pie abrochó su guante que se había desprendido, s
e
colocó su alto sombrero de seda sobre la cabeza y dijo
—Mauve yo nos arreglaremos para que no vuelvas a recibir un solo centavo de Theo, será el único modo de hacerte entrar en razón.
Vincent sintió como si algo se le hubiera desgarrado en el pecho Sin el dinero de Theo, estaba perdido.
Por favor exclamó—¿Por qué quiere usted hacerme eso?¡ Por que quiere arruinarme y destruirme?¿Le parece justo matar a un hombre por el solo hecho de que sus opiniones difieren de las suyas? ¿Por qué no me deja continuar mi camino? ¡Le prometo no molestarlo nunca más! Mi hermano es lo único que me queda en el mundo ¿Por qué quiere alejarlo de mí?
—Es por tu bien, Vincent —repuso Tersteeg y salió de la habitación.
Vincent reunió el poco dinero que tenía y salió a comprar un molde de yeso como el que había roto en lo de Mauve. Luego corrió al estudio de su primo, siendo recibido por Jet. La joven señora se sorprendió al verlo
—Antón no está en casa —dijo—. Está enojadísimo con usted. . Dice que no quiere volverlo a ver nunca más. Oh, Vincent siento tanto lo que ha sucedido'
El joven le entregó el pie de yeso.
—Le ruego se lo entregue a Anton, y dígale que lamento mucho lo que hice.
Se volvió para retirarse, pero Jet, colocándole amistosamente una mano sobre el hombro le dijo:
—El cuadro de Scheveningen está terminado. ¿Quiere verlo?
Largo rato estuvo de pie, observando el gran cuadro de Mauve que representaba un barco pesquero tirado sobre la arena por unos caballos en la playa de Scheveningen. Sabía que estaba ante una obra maestra. Los caballos flacos y viejos, parecían sumisos, pacientes y resignados a su dura suerte. Aún les faltaba la mitad del recorrido para arrastrar el pesado barco Estaban jadeantes, cubiertos de sudor, pero no se rebelaban Su resignación era completa ante el trabajo que les habían impuesto.
Vincent comprendió la profunda filosofía que emanaba del cuadro. Pareen decirle: «Saber sufrir sin quejarse, he ahí la profunda ciencia, la gran lección que debemos aprender, la solución del problema de la vida».
Regresó a su casa con nuevas fuerzas, pensando con divertida sorna que el hombre que le había asestado el peor de los golpes era el mismo que le enseñaba que debía soportarlo con resignación.
LA ESPADA DESPIADADA
La operación de Cristina tuvo buen resultado, pero era necesario pagarla. Vincent envió las doce acuarelas a Tío Cor, esperando que éste le enviara los treinta francos en pago. Aguardó muchos días, pero el Tío Cor no se apuraba en mandar el dinero. Como el doctor de Leyden era el mismo que debía atender a Cristina del parto, querían conservar su buena voluntad, y Vincent le envió sus últimos veinte francos, muchos días antes del primero de mes. Y volvieron a comenzar las penurias. Primero se alimentó con pan negro y café, luego con pan negro y agua; después empezó la fiebre, el debilitamiento . Cristina se iba a comer a su casa, pero no le quedaba nada para traerle a Vincent. No pudiendo resistir más, el joven, afiebrado y exhausto se levantó y fue a ver a Weissenbruch a su estudio.
Weissenbruch era rico, pero vivía austeramente. Su estudio estaba situado en un cuarto piso con un gran ventanal que daba hacia el norte. La habitación no tenía nada que pudiese distraer la atención. No había sofá ni sillón, ni libros ni cuadros colgados sobre las paredes, nada más que lo estrictamente necesario para pintar. Ni siquiera había un banco para el visitante. Eso alejaba a los importunos.
—¿Eres tú? —gruñó el artista dejando el pincel. No le importaba irrumpir en el estudio de los demás en cualquier momento, pero no soportaba que lo molestaran a él.
Vincent explicó el motivo de su visita.
—¡Ah, muchacho, te has equivocado al dirigirte a mí! —exclamó Weissenbruch—. ¡No te prestaría ni diez céntimos!
—¿No puedes?
—¡Ya lo creo que podría! ¿Crees acaso que soy un pobrete como tú, que no vende nada? Tengo más dinero en el banco del que podría gastar en tres vidas juntas.
—Y entonces ¿por qué no me prestas veinticinco francos? ¡Estoy desesperado! ¡No tengo una sola migaja de pan en casa!
Weissenbruch se frotó las manos satisfecho.
—Magnífico, magnífico —exclamó—. ¡Eso es lo que necesitas! ¡Es espléndido para ti! ¡Tal vez llegues a ser un buen pintor!
Vincent se reclinó contra la pared, sin fuerzas para sostenerse.
—¿Qué es lo que te parece tan espléndido en morirse de hambre?
—¡Es magnífico para ti, Van Gogh, te hará sufrir!
—¿Y por qué tienes tanto interés en que sufra?
—Porque eso te hará un verdadero artista. Cuanto más sufras, más agradecido deberías estar. Esa es la pasta con que se hacen los pintores de primer orden. Un estómago vacío es mucho mejor que uno lleno, Van Gogh, y un corazón destrozado es mucho mejor que uno feliz. ¡No lo olvides nunca!
—Eso es maldad, Woissenbruch, y lo sabes.
—El hombre que nunca ha sido desgraciado no tiene nada que pintar. La felicidad es animal, es buena para las vacas y los comerciantes. Los artistas florecen en el dolor. Dios es misericordioso contigo si te da pobreza, disgustos y penas.
—La pobreza destruye, aniquila.
—Sí, pero a los débiles. ¡Nunca a los fuertes! Si la pobreza te destruye, es porque no mereces ser salvado.
—¿Entonces no quieres ayudarme?
—No te ayudaría aunque fueses el pintor más grande de todos los tiempos. Si el hambre y el dolor pueden matar a un hombre, es porque no merece ser salvado. Los únicos verdaderos artistas son los que ni Dios ni el diablo pueden matar hasta que hayan expresado todo lo que tienen que expresar.
—Pero hace años que ando hambriento, Weissenbruch. Pasé días y días sin techo, caminando en la lluvia y en la nieve, sin ropa casi, enfermo, afiebrado y abandonado. Ya no me queda nada por aprender.
—Sólo has arañado la superficie del sufrimiento... aún te resta mucho que aprender. Te digo que el dolor es lo único infinito en este mundo. Ahora vete a tu casa y toma tu lápiz. Cuanto más hambriento y desgraciado estés, mejor trabajarás.
—Y más pronto desecharán mis dibujos...
—Naturalmente. ¡Y eso también es bueno para ti! ¡Te hará aún más desgraciado! Y tu próximo cuadro será mejor que el anterior. Si te mueres de hambre y sufres, y nadie sabe apreciar tus cuadros durante un número suficiente de años, tal vez logres pintar algo que merezca ser colgado al lado de un Jan Steen o de un...—¡...de un Weissenbruch!
—Eso mismo, de un Weissenbruch. Si te diese dinero ahora, te robaría las probabilidades que tienes de inmortalizarte.
—¡Al diablo con la inmortalidad! Quiero seguir dibujando y no puedo hacerlo con el estómago vacío.
—Nada de eso, muchacho. Todo lo de verdadero valor ha sido pintado con el estómago vacío.
—Nunca he oído que tú hayas sufrido mucho.
—Yo soy distinto. Tengo imaginación creadora. Puedo comprender el dolor sin necesidad de experimentarlo.
—¡Embustero!
—Nada de eso. Si hubiera visto que mi trabajo era insípido como el de De Bock, me hubiera deshecho de mi dinero y vivido como un pordiosero. Pero resulta que puedo crear la perfecta ilusión del dolor sin necesidad de experimentarlo. Es por eso que soy tan gran artista.
—Es por eso que eres tan gran embustero... Vamos, Weissenbruch, pórtate como un buen compañero y préstame veinticinco francos.
—Ni veinticinco céntimos! Te digo que hablo en serio. Te estimo demasiado para debilitarte prestándote dinero. Si sigues tu destino, Vincent, llegará el día en que harás muy buen trabajo; el molde de yeso que hiciste trizas en lo de Mauve me ha convencido de ello. Ahora vete... y pide en algún fondín que te den por caridad un plato de sopa...
Vincent lo miró fijamente durante un momento, y luego se volvió para abrir la puerta, sin decir una sola palabra más.
—¡Aguarda un instante! —exclamó Weissenbruch.
—¿Qué? ¿Vas a ser tan cobarde como para dejarte vencer? —preguntó rudamente el joven.
—Escúchame, Van Gogh, no me interpretes mal. No soy ningún miserable, sino un hombre de principios. Si te creyera un tonto, te daría los veinticinco francos para desembarazarme de ti. Pero te considero como a un compañero de arte, y te daré algo que no podrías comprar con todo el oro del mundo, y que a nadie más se lo daría en La Haya excepto a Mauve. Ven aquí... Corre esa cortina para tamizar la luz... así, está mejor. Mira este estudio... Ven que te enseñe como trabajo...
Una hora más tarde Vincent abandonó alborozado el estudio de su amigo. Había aprendido más en ese corto espacio de tiempo que en un año en la mejor escuela de arte. Caminó un buen trecho antes de recordar que tenía hambre, que estaba afiebrado y enfermo y que no poseía un solo céntimo en el mundo.
AMOR
Pocos días más tarde se encontró con Mauve sobre las dunas. Si abrigaba alguna esperanza de reconciliación, se vio defraudado.
—Primo Mauve —díjole —; quiero pedirte disculpas por lo que sucedió el otro día en tu estudio. Me porté como un idiota... ¿puedes perdonarme? ¿No aceptas venir de vez en cuando a ver mi trabajo y a charlar un poco conmigo?